El club de la primavera

Lectura: 5 minutos

“La belleza es un rabo de nube

[Que sube de dos en dos

[Las escaleras;

[Un carnet exclusivo de socio

[Del pingüe negocio

[De la primavera”

 

Joaquín Sabina

 

París, 17 de septiembre de 2015.- Estaba obsesionado con la idea de ver esa película. Casi tan obsesionado como con la juventud. Averigüé que la pasaban en Pau – inocuo pueblo de los Pirineos – a las seis y media de la tarde, en versión original subtitulada. Faltaban quince minutos para que dieran las seis, y Pau estaba a una hora de mi casa. Decidí ir.

Llegué a Pau a las seis y media. Fui a un cine que no era, a la entrada del pueblo. Me dijeron que la película la pasaban en el centro. Fui al centro. Me perdí entre las callejuelas. No encontraba lugar para estacionarme. Finalmente dejé el coche en un estacionamiento de esos en los que hay que pagar. Corrí al cine. Ya eran las siete y cuarto. No compraría un boleto para una película que quería analizar y que sólo vería a medias. Pregunté cuándo era la siguiente función, y me dijeron que a las nueve cuarenta y cinco. No pensé mucho: no tenía nada qué hacer. Compré el boleto. Busqué un bar y me tomé cuatro güisquis.

Volví al cine a tiempo. Había perdido mi boleto, pero el de la puerta me reconoció; así que me metí a la sala a las nueve con tres cuartos. Empezaron una serie de anuncios aburridísimos que duraron veinte minutos. Finalmente empezó la película: una mujer joven cantaba una canción – muy mal – en inglés. Hasta ahí todo iba bien, salvo por la estridencia de la voz de la muchacha. Luego vi un jardín. Un hombre se disponía a encender un cigarrillo. A continuación, un Michael Caine decrépito le dijo, en una voz que no era la suya, sino la de algún otro viejo que hablaba en francés: “No tiene derecho a fumar aquí”.

Me lleva la chingada, dije en castellano puro y en voz alta. No iba a desperdiciar una película que prometía oyendo a Michael Caine y a Jane Fonda hablando en francés. Me levanté y me fui. Encontré el coche y regresé a mi casa, beodo y de mal humor.

Esto es sólo una anécdota que refleja mi enorme capacidad para hacer estupideces.

Me consolé sabiendo que la película seguiría en cartelera algunas semanas, así que la vería luego. Yo tengo juventud por delante para poder derrocharla. Ya me quejaré de mi despilfarro más tarde, cuando esté viejo y cansado (el potro da tiempo al tiempo porque le sobra la edad; caballo viejo no puede perder la flor que le dan…) si es que antes de llegar a la senilidad no me atropella un tranvía.

Ayer, finalmente, vi la película en su versión original. Michael Caine y Harvey Keitel ya no pueden hacer pipí. Cuentan las gotas diarias. Uno de ellos miente.

Michael Caine y Harvey Keitel reciben a la vejez de distintas formas. Cada quien, en su transitar, hace lo que puede. Michael Caine, compositor, está retirado y está medianamente satisfecho con su carrera. Va a ese hotel en los Alpes con la finalidad de resolver otras cosas. Harvey Keitel es un director de cine que se resiste a retirarse por el momento, y prepara una película que define pretenciosamente como “su testamento”, y que será estelarizada por una arrugada Jane Fonda.

Brigitte Bardot es un espanto en el siglo en que vivimos. Afortunadamente no sale en esta película. ¿Por qué tenemos que marchitarnos de tal forma? ¿Por qué hay gente que, como la Bardot, se resiste a envejecer con algo de dignidad? Y pensar que fue la definición misma de la belleza de la juventud en Le mépris” de Godard. Ahora es un carcamán risible. Pero yo no tengo derecho a juzgar. Yo no sé qué haría en semejante situación: debe ser doloroso haber sido el tulipán más fresco de Holanda para verse luego convertido en el ave más marchita del paraíso.

Hans Baldung. Las tres edades y la muerte
Hans Baldung. Las tres edades y la muerte

La reina adorada de Francisco de Borja había tenido, también, la belleza de la juventud. Al final de su cortejo fúnebre, el que sería santo abrió el cofre para contemplar el cadáver putrefacto. Jamás serviría, se dijo, a seres que en gusanos se conviertan. Nada es permanente. Sobre todo no la juventud.

“Qué guapa es esta niña, padre, mira”, le dije un día a ese señor ya encanecido. “No has entendido nada”, me respondió. “no tiene belleza, sino juventud”.

La masajista de Michael Caine en Youth es una joven de orejas despegadas y dientes en proceso de amansamiento a base de sofisticados sistemas metálicos que deben causar gran dolor. Su cuerpo es precioso. Mejor que el de la Victoria de Samotracia. Baila por las noches al ritmo de un programa que se conecta a la televisión. Tiene movimientos armónicos y sensuales. Su cara, viéndola ya en conjunto, comienza a parecer atractiva, con esos ojos caídos, esos dientes de piraña y esas orejas levantadas. Tiene la belleza de la juventud.

La película de Sorrentino es un lamento. El lamento de quien no ha vivido lo que ha querido, o ha vivido tan bien lo que ha querido que, habiéndolo perdido, se convierte en víctima de una ausencia marcada por lo irrecuperable.

¿Qué tiene de bello Jane Fonda, que fue joven y que ahora se parece más a una calavera que a un resquicio de campo florido? ¿Qué tiene de contemplable Michael Caine, que fue sex symbol y ahora no es más que un saco arrugado que conserva mal que bien una colección de huesos chuecos y afectados por la osteoporosis?

Jane Fonda, antes
Jane Fonda, antes
Jane Fonda, luego
Jane Fonda, luego
Michael Caine, antes
Michael Caine, antes
Michael Caine, luego
Michael Caine, luego

Miss Universo también vacaciona en el hotel de los dos viejos. Una mañana están en un jacuzzi, o algo semejante, platicando de lo que platican los ancianos. La modelo, desnuda, de tetas rebosantes, piel suave y tersa, pelo que baila y movimientos cadenciosos, entra impúdicamente a la alberca, dejándose saborear por los dos vetustos individuos. Es su último regalo – un regalo algo mezquino y bastante cruel – a un par de carretones derrotados que disponen su equipaje, como dijo Alberto Vázquez, a la puerta de salida.

Still de la película Youth, de Paolo Sorrentino
Still de la película Youth, de Paolo Sorrentino

La belleza es un carnet exclusivo del negocio pingüe de la primavera. El carnet tiene fecha de expiración. Dura quince minutos.

Twitter: @Diegodeybarra

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x