El Gainsborough de Gainsbourg

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“J’aime bien Mickey Mouse parce qu’il me ressemble: il a des grandes oreilles et une longue queue”.

Serge Gainsbourg

 

Serge Gainsbourg, antes Lucien Ginsburg.
Serge Gainsbourg, antes Lucien Ginsburg.

 

 

Un niño de orejas monumentales tuerce el gesto cuando retiene un arranque de impotencia, frente a las tijeras que maniobra con maestría el peluquero del barrio.  No puede quejarse abiertamente.  Su padre es capaz de acomodarle una tunda y dejarle rojo el chasís a punta de cinturonazos.  El artista de lo capilar está implementando su oficio en su cabeza masiva.  Él quisiera que le dejaran más pelo para esconder las orejas.  Pero no.  Y su natural fealdad se va acentuando con cada golpe de tijera.

 

El otro, aquel que había vivido antes allende el Mar del Norte, quiere pintar paisajes, pero nadie se los compra.  Los nobles, únicos clientes potenciales, no quieren otra cosa que retratos suyos y de sus niñas, con perros o sin perros.  Gainsborough está obsesionado con la naturaleza.  No va a ser un intelectualoide dedicado a depurar la técnica.  Quiere retratar lo maravilloso del paisaje rural inglés, en una evocación pastoral clásica de dimensiones utópicas.

 

Thomas Gainsborough.  Reterato de Heneage Lloyd y su hermana Lucy
Thomas Gainsborough. Reterato de Heneage Lloyd y su hermana Lucy

 

En esto, Thomas Gainsboroughno es más que un hombre de sus días.  La Inglaterra de principios del siglo XVIII ha rechazado el barroquismo del mundo latino.  La artificiosidad de los jardines franceses y la voluptuosidad de los interiores de las casas son descalificados en las islas.  Los jardines ingleses no son de ninguna ingeniería compleja, y se parecen más a lo que deben parecerse los campos paradisiacos que a alfombras verdes trazadas con reglas.

 

Fuma como chino en quiebra.  Se echa, ahora que puede, algo de pelo encima de las orejas en un afán risible por disfrazar lo no que es imposible esconder.  Se burla de sí mismo.  En el espejo no encontrará nunca la estética que tanto le fascina.  Tendrá que buscar en otro lado.

 

Serge Gainsbourg
Serge Gainsbourg

 

El inglés que pinta frivolidades congela un momento vano.  La pose de los novios y el afán juguetón del perro son pretextos.  El artista aprovecha para concentrarse en el foro: un espacio natural, virgen, de árboles que han podido crecer sin que las herramientas del jardinero les marquen el paso en el tiempo.

 

Thomas-Gainsborough.-Paseo-matinal
Thomas-Gainsborough.-Paseo-matinal

 

El obseso de los cómics va diariamente a la Escuela de Bellas Artes.  No le hace caso a los profesores, y tanto en la sala inmensa de la academia Léger como en su buhardilla parisina, mancha lienzos de gouache y de óleo sin nunca quedar satisfecho.  Quiere ser Bonnard.  Quiere producir aquello a lo que aspira.  Quiere trascender como pintor.  Todo será inútil.

 

Y entonces el hombre que se espigó para parecer más alto de lo que era decide cambiar ligeramente la ortografía y la pronunciación de su nombre en homenaje a un pintor de afanes arcadianos, de obsesión por la belleza natural del paisaje y la transmisión – en los retratos de nobles que se veía obligado a pintar para no morirse de hambre – de estados psicológicos concretos, titilantes, de personajes despreocupados.  Y ahí empieza una historia de amor múltiple: una entre el cantante horrendo y su álter ego dieciochesco; otra entre el pintor de Bath y la honestidad de la belleza natural; otra entre el cantautor que no se rasuraba bien y la frivolidad trascendente; y la central: la de Serge Gainsbourg, el resultado de historias metagenealógicas y propias, y su búsqueda insaciable por estar en perpetuo contacto con la belleza natural en todos los sentidos posibles.

 

Serge Gainsbourg y Jane Birkin
Serge Gainsbourg y Jane Birkin

 

 

 

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