El hombre del puto pincelito

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“-Et alors, vieux bouc, comment ça se passe?

– Hors du fait que j’ai ras le bol, je pourrais te dire que ça se passe plutôt bien”

El señor de Turullote en una carta de respuesta a Emmanuel Lecerf, joyero

Mal curada imagen. Sylvester cargando un cuadro.
Mal curada imagen. Sylvester cargando un cuadro.

Pasé toda la mañana limpiando un candelabro de bronce con un puto pincelito y un tarro de agua enjabonada.

Hubiera podido aprender más haciendo otra cosa. Estudiando el destino de la espada que el duque de San Carlos le regalara  a un supuesto conde de la Espina. Pero no. Había que limpiar los condenados candelabros. Luego le pondría Silvo a un plato marcado con el monograma de Maximiliano de México. Para que brillara.

Un curador de arte aprende a ver arte sacudiendo pendejadas.

Al inicio de la historia, un curador-conservador no era más que un pauvre-homme malheureux destinado a gastarse los días limpiando esculturas, sacudiendo cuadros, arrimando cajas para vaciarlas de arte y cuidando piezas valiosas para que se vieran bien en las eventuales visitas.

David Sylvester. Alberto Giacometti
David Sylvester. Alberto Giacometti

Hoy, un curador de arte es un dios. Un dios intolerable que no carga cajas, que no sacude un carajo, que puede ahorrarse la molestia de ponerle play a un video para que corra una cinta convertida en obra de arte contemporáneo. Para ese tipo de chambas están los de las fajas, los de Córdova Plaza y los aprendices.

Hans-Ulrich Obrist.
Hans-Ulrich Obrist.

Cuando el hombre del maldito pincelito terminó de lavar su candelabro y se puso a sacudir con un plumero un cuadro, se dio cuenta de que había tenido tal acercamiento con el arte que nadie conocía ya las piezas mejor que él. Fue entonces que el curador de arte evolucionó para convertirse en divinidades como Cuauhtémoc Medina, Hans Ulrich Obrist, Massimiliano Gioni, Thelma Golden (la Dorada) y David Sylvester (pecatta minuta). Los petits métiers se sofisticaron, descubrió un carpintero cuando se vio convertido en el Oeben de la marquesa de Pompadour.

J-.F. Oeben. Table à deux fins
J-.F. Oeben. Table à deux fins

El hombre del puto pincelito se había tornado en señor de las salas museísticas, en amo del orden, en autoridad suprema del caos.

Sólo que hay algunos que no recorren el camino. Tant pis pour eux! Pero no pasa nada. Luego, nomás, tenemos exposiciones mal curadas de ego en grandes dosis, mises en scène de cuestionable elucubración y proyectos museográficos malparidos.

Cuauhtémoc Medina, Mariana Botey y Helena Chávez Mac Gregor. El espectro rojo
Cuauhtémoc Medina, Mariana Botey y Helena Chávez Mac Gregor. El espectro rojo

El curador con genio no es más que un alma sensible. Un alma sensible que aprendió a querer los objetos a fuerza de cuidarlos.

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