El nuevo PRI es un mito. Una construcción retórica, frase toral de un discurso tramposo. Todo mensaje político tiene como objetivo influir en la percepción de la gente, si es exitoso acaba por generalizar una percepción; una visión particular de la realidad. Los hechos sucumben ante las subjetividades, los acontecimientos ante las opiniones. No se trata de lo que sucede, sino de cómo se presenta lo que sucede. El PRI ha venido aseverando, ad nauseam, que ya cambiaron, que son diferentes, que los vicios del pasado han sido superados. Lo dicen cuando se despiertan, lo dicen antes de irse a dormir. Lo repiten en sueños (cuando soñaban con regresar a Los Pinos). Antes que un slogan, o una justificación, parece más bien un mantra. Saben que su pasado es indefendible, por eso evitan hablar de él; veamos hacia adelante, repiten cuando se les cuestiona, México no quiere confrontación, quiere estabilidad, aseguran. Y es que son un nuevo PRI, o al menos eso dicen.
El inicio de la LXI Legislatura marcaba la reaparición de un contexto político que pensábamos superado, uno que no se daba desde 1997. En las elecciones federales intermedias del 2009 el PRI obtenía 242 curules, el PAN y el PRD juntos apenas llegaban a 205 diputados. Con los 22 diputados del Partido Verde, fiel escudero en toda trama Priista, el partido tricolor contaba con 264 votos en la Cámara, o lo que es igual, mayoría absoluta. En los hechos el PRI cogobierna el país desde el 2009; su presencia en la Cámara Baja le permite, sin tener que cabildear con los otros grupos, pasar cualquier reforma que gusten: laboral, energética, telecomunicaciones y un largo, larguísimo etcétera. Mas ¿Qué hizo el “nuevo PRI”? Nada. Optaron por el inmovilismo, manteniendo vigente una inercia de estancamiento económico, sin alentar la competencia en los sectores claves, ajenos y omisos ante la profunda degradación social del país. Y es que ese país es el que querían retomar, el mismo que perdieron en el 2000. Un país que sigue exactamente igual.
Donde sí hicieron valer su mayoría fue a la hora de repartir el dinero; el Presupuesto de Egresos de la Federación ha sido fijado por el PRI los últimos tres años. Bajo sus condiciones, y violentando acuerdos parlamentarios, escudados en su fuerza numérica, se dedicaron a aumentar las partidas presupuestales de los estados; dándoles dinero a manos llenas a sus gobernadores, a sabiendas de que la elección presidencial se iba a ganar a billetazos. Operaron bien, ya recuperaron la Presidencia. Para beneficio de ellos.
Otra postura significativa de este instituto político, que ahora se ostenta como uno transformado, fue la que adoptaron en torno a la reforma política. El documento que el Senado elaboró, tras meses de negociación, consideraba avances significativos en materia de rendición de cuentas, a través de la reelección de legisladores y presidentes municipales. El PRI, en la Cámara de Diputados, primero la bloqueó para después simplemente eliminar ese rubro. Y es que ellos no están dispuestos a rendirle cuentas a la sociedad, ellos necesitan constante rotación en esos puestos, toda vez que requieren premiar a sus operadores electorales con la promesa de cargos legislativos. La cohesión de esa monstruosa maquinaria electoral llamada PRI recae en la capacidad que tiene la élite burocrática de controlar las candidaturas de representación popular. Esto es, el “nuevo PRI” sólo le quiere rendir cuentas al “nuevo PRI”.
Más agraviante aún resulta la cara de esta “nueva generación” de Priistas. Políticos jóvenes que, por el simple hecho de contar con relativamente pocas primaveras, se autoerigen como agentes del cambio, como productos de la generación espontánea y no como hechuras del viejo dinosaurio. Aquí podríamos poner varios ejemplos, pero con uno basta: en Veracruz, un gobernador de 37 años, arresta tuiteros. Promulgando además leyes que criminalizan el libre intercambio de información. Y es que si, este nuevo PRI se parece mucho al viejo.
