El Relato de un Abogado Bombero

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En mis tiempos de abogado interno de empresa, una de las cosas que más me disgustaban de mi chamba, era convertirme en el “abogado bombero”, encargado de apagar los incendios corporativos iniciados por otras áreas.

Para cuando se requieren los servicios del abogado bombero, la cosa está que arde y si uno no se pone abusado, inclusive, se corre el riesgo de que la culpa de todo sea del propio abogado. Aquí aplica perfectamente el viejo teorema: “- Si el paciente se muere en la sala de operaciones, es culpa del tarado del doctor, pero si el paciente sobrevive, fue gracias a la Virgencita de Guadalupe-”. En éstos casos, a nadie de importa averiguar si el paciente ya venía agonizando, producto de una enfermedad que bien pudo evitarse con tratamiento, o bien, si fue la destreza del doctor lo que lo salvó.

Cuenta la leyenda, que en una gran empresa, de cuyo nombre no quiero acordarme, apaciblemente se encontraba trabajando un joven y prometedor abogado, cuando de repente, un atribulado gerente de marca de un producto de consumo masivo, entró a su oficina con un problemón (marca, llorarás).

Para variar, sin consultar al grupo de notables que trabajaban en el jurídico de la empresa, el gerente de marca había tomado la decisión de imprimir chorro cientos millones de empaques de producto utilizando la fotografía de un hermoso bebé, que dicho sea de paso, era representativo del 90% de la población nacional; es decir, era gordito, güerito y de ojos azules.

Resulta que al brillante ejecutivo en cuestión, se le hizo fácil utilizar la imagen del fotogénico bebé en los empaques del producto, misma que se había tomado para un folleto promocional. Como ya se lo podrá imaginar Usted, querido y perspicaz  lector, los derechos pagados por la fotografía solamente cubrían su uso en un folleto promocional, con la prohibición expresa de utilizar la imagen para otros fines.

Por una afortunada casualidad, poco antes de lanzar el producto al mercado pero con las bodegas atiborradas de la nueva presentación con la imagen del bebé, los padres del niño modelo se habían comunicado con el avezado gerente de marca para negociar las condiciones de renovación del folleto publicitario, pues su vigencia estaba próxima a terminar. Fue en ese momento que el gerente de marca se dio cuenta de la bronca que se le venía encima.

El abogado bombero entró al quite para tratar de salvar al enfermo y milagrosa como lo es, la Guadalupana también intervino. Los papás del niño, que al igual que todos los papás del mundo estaban convencidos que su querubín era el más hermoso del planeta tierra y sus alrededores, querían obtener un aumento en el pago de los derechos por el uso de su fotografía.

Ni tardo, ni perezoso, el abogado bombero entró en acción, poniéndose en contacto con los protectores padres del chamaco, haciéndoles una oferta que no podrían rechazar. – ¿Qué les parece señores, si utilizamos la foto de su bebé en el empaque del producto? – además de que todo México tendrá la foto de su retoño en sus hogares, se les pagará una cantidad muy superior a la que ustedes pretenden por su uso en un simple folleto.

Acto seguido, en menos de dos segundos, después de un intercambio de conspiradoras miradas entre los orgullosos padres del niño, la respuesta no se hizo esperar: –  !Órale, va! –

Esta bella historia, basada en hechos de la vida real, tiene dos moralejas. La primera: si el ejecutivo se hubiese asesorado del jurídico de la empresa (que para eso está), se habría evitado el conato de infarto y la gastritis galopante que le causó el asunto. La segunda: si los padres del niño se hubiesen tomado dos minutos para analizar la propuesta, tomándose la molestia de preguntar el volumen de empaques en donde aparecería la foto de su hijo, con la asesoría de un abogado, hubiesen podido obtener un pago muchísimo mayor, porque a final de cuentas, era mucho más caro tirar los chorro cientos mil empaques del producto, que pagar toda la educación del niño, desde el jardín de niños, hasta el doctorado en Harvard.

¿Aprenderemos algún día a prevenir los incendios corporativos? Ojalá que no, porque entonces, ¿de qué viviremos los apagafuegos?

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