Fox y la feudalización

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Han pasado ya doce largos años desde la emblemática elección del año 2000, cuando la exigencia de un cambio se manifestaba en las urnas y el anhelo por una nueva forma de gobernar hacía vibrar a millones. Las tepocatas se iban de los pinos y el ímpetu ciudadano no entendía de mesuras, o eso que algunos llaman posturas realistas. Si a algo nos daba licencia el cambio de partido en el poder era precisamente a imaginar un nuevo destino común; más no duró mucho el encanto, pronto la supuesta alternancia mostró su verdadero talante.

El fracaso de Vicente Fox debería de ser estudiado, sino es que ya lo es, por todo politólogo en ciernes; acentuando su triste experiencia como el caso paradigmático de lo que es un gobierno ineficaz. Y es que la manera en que este presidente, una vez en el cargo, se las ideó para dilapidar el bono democrático más denso de la historia moderna mexicana no puede dejar de asombrar a cualquier estudioso del tema. La suya es una historia de fracasos concatenados, de mediocridad extrema y del consecuente desencanto de una ciudadanía que se supo traicionada.

Una vez en el poder, el gabinete de head hunters  no se atrevió a redefinir las reglas del juego; pudiendo acorralar al PRI, obligarlos a evolucionar, rebasando las anquilosadas formas de antaño y rompiendo con la inercia corporativista, optaron finalmente por sentarse a la mesa con ellos. Negociaron con las figuras políticas de siempre, buscando un consenso que no necesitaban; negociaron con los caciques agrarios y sindicales, ávidos de una ilusoria estabilidad política que éstos les supieron vender muy cara; negociaron con los grupos de presión, cediendo parcelas de poder que ya nunca pudieron recuperar. Negociaron, y en todas perdieron. Inexpertos, quisieron atenerse al viejo esquema del quehacer político mexicano, donde todo se tranza por medio de prebendas y canonjías, olvidando que en el ciudadano común radicaba su verdadera fuerza; un generalizado ánimo ciudadano dispuesto a avalar cualquier tipo de medida temeraria en contra del dinosaurio. Acciones de cambio, pues.

Tanto yerro sólo encuentra una explicación lógica: la inacción de la administración foxista responde a la intención primigenia de ese pretendido “gobierno del cambio”; perpetuar el inmovilismo, manteniendo todo igual, sólo que en diferentes manos. Quítate tú, para ponerme yo. Así comienza el conspicuo naufragio moral del PAN; el otrora partido ciudadano, severo crítico del corporativismo de estado, franco denostador de la opacidad y la corrupción del régimen priista, continuando, una vez en el poder, con las dinámicas que tanto prometió combatir. El tan anhelado cambio en México se redujo a una mera sucesión gerencial. Salieron unos administradores para que entraran otros, pero la empresa, el arcaico sistema político mexicano, se mantenía incólume.

En este reacomodo de posiciones y actores políticos lo único que varió fue la correlación de fuerza entre ellos, y los más beneficiados fueron los gobernadores, especialmente los del PRI. El PAN, ahora dueño del juguete, se disponía a jugar a su favor; a sabiendas de los beneficios que su nuevo rol les significaba. Nunca les importó robustecer los procesos de fiscalización para los estados, imponer candados a su capacidad de endeudamiento o instaurar mecanismos que transparentaran su gasto, saboreaban mas bien la oportunidad de pintar al país de azul, estado por estado. Sin embargo, hasta para desviar recursos se necesita oficio, y el PRI se los ha hecho pagar muy caro.

Hoy, pervirtiendo la legítima demanda de federalización, atestiguamos una pasmosa acumulación de poder por parte de los gobernadores. La discrecionalidad en el manejo de presupuestos multimillonarios consiente, en los hechos, que el ejecutivo local se erija como auténtico Virrey, controlando al congreso estatal y al poder judicial, comprando a la oposición y a la prensa. Los institutos electorales estatales son todo menos ciudadanos; la presión que los gobernadores ejercen sobre ellos queda de manifiesto cuando incluso, cínicamente, se les otorgan cargos públicos a los consejeros después de su encomienda electoral. La federalización transmutada enfeudalización. Los gobernadores como amos y señores de sus estados, intocables, exentos incluso de ser reconvenidos por sus acciones pues esto, según su discurso, significa una intromisión y afrenta en contra de la autonomía de los estados. Algo que no se puede tolerar, por supuesto.

Son ya varios los estados que han tenido que sufrir las consecuencias de ser gobernados por auténticos sátrapas, sin distingo de partido o ideología. Todo esto mientras el PAN, detentando la presidencia, se ha mostrado incapaz de operar eficazmente en las contiendas electorales para gobernador. La perversidad con la que prefirieron mantener intocado el orden de las cosas, en espera de lucrar facciosamente, de la misma manera en que lo había hecho el PRI, los coloca hoy en una posición de humillante indefensión. Fox no sólo traicionó a la ciudadanía, erosionando los endebles cimientos de la incipiente democracia mexicana, sino que falló incluso en su cálculo político. Ahora se dan cuenta que se equivocaron, que los poderes regionales se exacerbaron sin que nunca los pudieran controlar; que solitos se ahorcaron. Llegamos entonces a esta elección presidencial con 20 Estados de la República gobernados por el PRI, y con el PAN prácticamente fuera de los Pinos. Malos gobernantes, pésimos políticos.

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