Otra vez la seguridad

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Cada vez que se registra un accidente de aviación (sea un avión, sea un helicóptero) vuelve a ponerse en la palestra el tema de la seguridad. Hace unos días nos enteramos de la caída, con consecuencias fatales, de un aparato de la marca “Augusta” donde viajaban el propietario de una empresa de transporte aéreo privado, Juan Armando Hinojosa y dos pilotos que lo transportaban.

Debido a la cercanía de este empresario con el virtual presidente electo, Enrique Peña Nieto, (a quien por cierto acababa de ver antes del siniestro) inmediatamente se desataron las especulaciones sobre la posibilidad de un atentado, e incluso sobre la posible inseguridad intrínseca de los Augusta.

Sin afán de ser demasiado técnicos o de minimizar la posibilidad de un asunto que vaya más allá de las fronteras de lo meramente aeronáutico (porque hasta que se tenga el dictamen de la investigación no sabremos qué factores llevaron a este mal resultado), lo cierto es que el estado actual de la aviación mexicana es tal, que es plausible que se den este tipo de accidentes sin más razón que la falta de previsiones.

Y el por qué de todo ello, implica una enorme sorpresa al constatar que relativamente sencillo sería resolver el núcleo de tan espantosa situación, si tan solo contáramos con las instituciones adecuadas y los controles que hicieran posible atajar el margen de incertidumbre en donde se da este tipo de eventos. Pero vayamos por partes.

En los cuatro más recientes accidentes de helicóptero donde han fallecido personajes públicos, a saber: Ramón Martín Huerta, exsecretario de Seguridad Pública del gobierno que encabezó Fox, ocurrido en septiembre del 2005; Moisés Saba, prominente empresario, quien murió en enero de 2010; el exsecretario de Gobernación Francisco Blake Mora, en noviembre del 2011 y Juan Armando Hinojosa el pasado sábado 28 de julio, existen similitudes que vale la pena destacar.

En primer lugar, se trata de aparatos –los helicópteros- que deben volar en condiciones visuales, ya que en el valle de México no existen ni aerovías especiales para ellos ni sistemas de control de tránsito aéreo que hagan posible el vuelo en dichas aerovías por instrumentos y vuelo controlado.

Se alega que hoy en día existen muchos adelantos tecnológicos que le permitirían a estos aparatos guiarse aún en condiciones de mala o nula visibilidad, como GPS y alarmas de proximidad al terreno.

Sin negar la validez de este argumento, lo cierto es que en las condiciones del vuelo al que estaban sujetos estos cuatro aparatos dichos instrumentos resultaban insuficientes, puesto que en al menos dos casos –Saba e Hinojosa- las condiciones no sólo eran de oscuridad sino también de tormenta y en el de los dos exsecretarios –Huerta y Blake- el desvío de sus rutas hacia parajes agrestes y las malas condiciones del clima, no les permitieron a los pilotos dimensionar la realidad del entorno.

Esto es una de las ocasiones en que se presenta el fenómeno conocido como “pérdida de la conciencia situacional”. En esos casos, el entorno que se percibe afuera y muchas veces la poca información o la mala calidad de la misma, impiden a los tripulantes tener suficientes elementos como para dimensionar el inminente peligro y sortearlo con pericia.

Se pensará que precisamente para este tipo de eventualidades es que deberían estar entrenados los pilotos y no falta razón en ello. Sin embargo, las investigaciones que se han hecho en los años más recientes muestran que es necesario que los tripulantes adquieran destrezas adicionales gracias a nuevas y crecientes competencias que se ejercitan en un entrenamiento específico denominado CFIT (Controled Flight Into Terrain, literalmente: Impacto contra el Terreno sin Pérdida de Control).

Este tipo de entrenamiento se ha establecido como obligatorio en México pero –¡cosas que le suelen ocurrir a nuestra aviación desde hace un par de sexenios!- no hay autoridades que estén pendientes para que tal obligación se cumpla.

No todo es, desde luego, un asunto de “culpa del piloto” o dicho elegantemente “error humano”. Este tipo de problemas es un asunto sistémico: el piloto es el último eslabón de una cadena que inicia desde la estructura y regulaciones del sistema, pasando por las autoridades, inspectores y procesos, empleadores, responsables de equipos y demás, todos los cuales deberían integrarse en una bien constituida secuencia donde impere la previsión y la responsabilidad.

Suele ocurrir que los patrones, dueños de aviones o helicópteros –dicho con todo el respeto que merecen e incluso con verdadero pesar cuando éstos han fallecido- que no admiten que se cancele un vuelo por condiciones externas. Unas de las competencias que debieran ponderarse más en un piloto –privado o de servicio público- es su capacidad de decir no cuando valora que existen riesgos mayores que los razonablemente aceptables.

Para ello, se requiere que el comandante de aeronave o de helicóptero cuente con todas las facultades que –de por sí- la ley le otorga y que esto no sea cuestionado (a veces ha sido burlonamente desafiado) por autoridades civiles que se quedan en tierra y no tienen que poner en riesgo su vida y la de sus pasajeros.

Otro tanto tendrían que poner en práctica los propios jefes de los tripulantes (sean secretarios de Estado o no) y los dueños de las aeronaves. El hecho de que un aparato cueste millones de dólares debiera ser un aliciente más para cuidar su integridad y no un acicate para romper las leyes de la física. La prudencia siempre ha sido mejor consejera en estos ámbitos que el arrojo o la prisa por llegar.

En resumen: hay mucho qué hacer todavía para lograr que el sistema de transporte aéreo, en especial el privado, sea considerado de seguridad nacional y que a ello corresponda una normatividad rigurosa, un equipamiento generoso y de alta tecnología, una serie de capacitaciones y estrictas normas de control y procesos que desde el más alto funcionario hasta la más pequeña autoridad cumplan al pie de la letra.

Esta vez nos hemos referido a la vida de personajes que han tenido cierta notoriedad y que acompañados de sus subalternos fallecieron en estos lamentables accidentes. Ha habido otros casos de este estilo con menor notoriedad y es verdad que en el Valle de México se han hecho esfuerzos por reducir el tráfico de helicópteros que en un momento dado llegaron a saturar el espacio aéreo de la ciudad.

Sin embargo, no se ha hecho aún lo suficiente. Una de las primeras cosas que se requieren es tener la conciencia de que el tema de la seguridad de las operaciones aéreas es tan importante como cualquier otro asunto que tenga que ver con la vida humana y que, como tal, debe ser enfocada con responsabilidad por gobierno, sectores privado, social y profesional.

Cualquier dinero, tiempo, esfuerzo y política pública será recompensada con creces. Ojalá que esto sea comprendido por el gobierno que está a meses de iniciar.

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