Política industrial y desarrollo

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Durante el denominado desarrollo estabilizador la economía mexicana creció en forma sostenida, con gran estabilidad de precios, tipo de cambio fijo y tasas de interés muy bajas. En este periodo que se extendió casi dos décadas, la evolución de la economía mexicana se vio beneficiada de una serie de circunstancias, como fue la época de la reconstrucción de los estragos de la guerra en Europa y el hecho de que Estados Unidos seguía en guerra, ahora en Corea.

Esto es muy importante, porque somos muy dados a confundir buena suerte con buena política, lo cual no necesariamente ha sido el caso en varios períodos en los que la economía ha crecido en forma importante. La buena política por lo general trae consigo buenos resultados permanentes en materia de bienestar y en el caso de la buena suerte, esta simplemente se acaba y empezamos a padecer. Un solo dato basta para corroborar esto: la pobreza. No hemos sido capaces de reducir la pobreza de manera importante y en forma permanente. Con buena política el crecimiento de la economía podría fácilmente duplicarse y con más buenas políticas se puede combinar el crecimiento con estabilidad macro. En las últimas seis décadas nos concentramos en alcanzar la estabilidad macro, pero prácticamente nos olvidamos del crecimiento. Cuando hay buena suerte crecemos, aumenta el producto per cápita, mejoran los salarios reales y se reduce la pobreza, pero cuando esta se acaba, todo vuelve a recuperar su tendencia de largo plazo; es decir, volvemos a la mediocridad, a acumular pobres y últimamente a fomentar la informalidad.

Otro elemento que recientemente ha sido reclamado por algunos grupos industriales es la ausencia de una política industrial, de la cual jamás se mencionan cuales serían sus elementos, aunque uno sospecha que, nostálgicos del pasado, piden una banca de desarrollo que preste a tasas subsidiadas, el aumento de aranceles, o todavía mejor, el cierre de fronteras y desaparecer a la Comisión de Competencia. Cada quien su monopolio y todos felices, los consumidores, como han hecho toda la vida, aguantarán lo que sea. Este fue el caso en el famoso desarrollo estabilizador; la política industrial era discrecional, dejando las decisiones acerca de a quien favorecer, dependiendo de los regalos que llegaban a los pinos y a las oficinas o casas de los secretarios relevantes para el caso. Cuando se trató de competir descubrimos que estábamos rezagados, nuestra maquinaria y equipo obsoletos, la mano de obra mal preparada y, como siempre, no gastamos un peso en investigación y desarrollo.

La crisis en Europa puso de manifiesto el error que significa caer en cualquier modalidad del populismo. Primero fueron las economías latinoamericanas, en los años sesentas y setentas del siglo pasado, que terminaron con devaluaciones e inflación que desapareció a varias monedas. Simplemente hay que hacer memoria de las diferentes reformas monetarias que se hicieron en estas economías, dentro de las cuales destaca la del peso, sin tres ceros. Pasados los años la derecha ganó terreno y luego vino el socialismo descafeinado, como le llama Felipe González, a modernizar las economías y fomentar el crecimiento y el bienestar, pero en cuanto recuperó el poder la oposición, comenzaron nuevas formas de populismo. Se excedieron en las concesiones a los sindicatos, las pensiones y jubilaciones, servicio médico, seguridad social y en materia educativa. Los recortes que a todo lo largo y ancho de Europa se están haciendo en el presupuesto para reducir el déficit, afectan precisamente estas áreas.

En México no cantamos mal las rancheras y todo indica que vamos siguiendo los pasos del populismo, con el único fin de obtener votos. Esto es, el objetivo final no es el bienestar de las mayorías sino conquistar el poder a cualquier costo. Cada vez hacemos más cosas dentro del corte populista. Los apoyos que se otorgan a las famosa MIPYMES son un claro ejemplo. Nada se logra; ni se modernizan las empresas, ni se formalizan y pagan impuestos correctamente, ni aumentamos el contenido nacional de nuestras exportaciones, simplemente porque a los beneficiarios sólo les importa recibir los recursos, darse de baja, abrir otro negocio y correr a formarse para ser beneficiado nuevamente. Dentro de los famosos cursos y foros que organizan, los resultados son de dudosa efectividad, ya que la capacidad empresarial no aumenta, no se logran mejores prácticas empresariales, no se eleva la productividad y no mejora el país.

Otras prácticas populistas muy acendradas se encuentran en la agricultura, la pesca y los programas sociales, así como en la política de precios del sector energía. No somos capaces de elevar la productividad en el campo y si producimos más es porque gracias al procampo hay un incentivo enorme para aumentar las tierras de producción, aunque los resultados sean nefastos. En la pesca estamos produciendo desastres ecológicos irreversibles y gracias a los programas sociales la gente no tiene incentivos para mejorar su productividad. En materia de política de precios, se subsidia a quienes dicen necesitar el subsidio, generando desperdicios enormes, desde agua y electricidad para riego, hasta gasolina y gas, que deberíamos utilizar en forma más racional.

Ni qué decir de la muy presumida cobertura universal de salud; simplemente sospechamos que la infraestructura disponible no es suficiente para atender a todo el que necesita atención médica y cuando llegamos a medicinas, la encuesta de ingresos y gastos de los hogares no nos dejarán mentir, al mostrar que las familias siguen dedicando una proporción importante de su ingreso a compra de medicamentos y atención médica.

Sí es de dar risa esto del populismo, aunque cuidado cuando nos pase lo que a Europa. Hasta la risa se acabará simplemente cuando baje el precio del petróleo, pero es muy popular sostener que no aumentaremos impuestos y mucho más, que no se generalizará el IVA, como andan diciendo algunos candidatos. Así nos va a ir.

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