Haciendo el símil con la política mexicana, al día siguiente de las elecciones empiezan las eliminatorias, pues todo mundo empieza a candidatearse para algún puesto, dichas eliminatorias duran poco más de cinco años y medio, y en lugar de por regiones es por partido o fuerza política, para finalmente llegar a la fiesta grande que dura 90 días y que al final arrojará al Presidente de los Estados Unidos Mexicanos por los próximos seis años. Esto último si deberíamos copiárselo a la FIFA y que el campeón solo dure 4 años, pero bueno, eso es otro tema.
Lo importante es que por fin, después de varios meses de campaña oficial, y algunos años de campaña no oficial, el multicitado, ansiado, nombrado, esperado, santificado, satanizado, y todos los adjetivos que se les ocurran, está por llegar el 1° de julio (espero que la predicción maya sobre el fin del mundo, primero no sea real y segundo, que no la haya hecho alguna de las encuestadoras que están de moda últimamente, porque entonces quizás con su margen de error se acabe antes el mundo del domingo).
Con la esperanza de que todos ya dejaron claro a estas alturas a quien le dieron su voto, queda vigente la invitación previa al ejercicio del voto. Quienes lo decidieron, fueron parte de la votación más nutrida de la historia. Se habrá demostrado que ni la lluvia, ni las reuniones familiares, ni la final de la Eurocopa de fútbol nos impidieron dar 30 minutos para emitir nuestro sufragio. Fue la oportunidad de convertirnos en una sociedad responsable que cumple sus obligaciones, porque si bien en la democracia el votar es un derecho, también es un deber, y si este ejercicio nos hace una democracia madura y manifiesta.
