Comencé revisando con escepticismo, todas las intervenciones de quienes participaron en la jornada organizada por la Fundación de Bill y Melinda Gates que se celebró en la ciudad de Seattle hace pocos días, para ir descubriendo con sorpresa sus propuestas claras y contundentes; promoviendo y proponiendo desafiar las estructuras tradicionales existentes, con el fin de generar cambios radicales a escala global.
Por eso reconozco mi desconcierto una vez rematada la tarea, frente a la existencia de un espacio de pensamiento vanguardista de tal magnitud gestionado por una de las mayores fortunas del planeta, cuando yo en realidad lo que quisiera, sería poder encontrarlo en aquellos espacios románticos en los que aún lo espero, ingenua: la izquierda, siempre perdida entre la liturgia y la retórica.
Y aunque la palabra disrupción positiva aún no aparece en ese llamado diccionario de la lengua ( omito lo de real por cuestiones obvias ) por tratarse de un reciente anglicismo, si hay una traducción de la palabra disruptivo-a cuyo significado sería el de: ruptura brusca. Por lo tanto esa es la que utilizaré para referirme a la única fórmula posible en estos tiempos que corren para poder edificar nuevos modelos sociales; más participativos, democráticos, rupturistas y libres.
Un nuevo paradigma que rompa con la brújula de esos Estados gobernados desde burocracias partidarias.
Sin lugar a dudas una de las conferencias que más llamó mi atención, seguramente por mi condición de mujer, fue la de la nigeriana Halimatou Hima, la primera mujer de ese país que estudio en la prestigiosa universidad de Harvard, y que defiende con pasión, la educación como única arma de ruptura positiva para esas millones de niñas abocadas irremediablemente a la pobreza y a la nuevas modalidades de esclavitud.
Por eso me sorprende gratamente esa nueva forma de hacer política: la filantropía de un capitalista sin complejos de culpa, frente a la falta de incentivos y creatividad desde los partidos tradicionales, que han evitado en gran medida, el desarrollo de ideas que podrían beneficiar a toda la humanidad, como consecuencia de la pésima gestión de los recursos públicos que han manejado desde los diferentes gobiernos precisamente por la falta de pensamiento y visión de futuro.
De ahí que defenderé hasta la saciedad, la ruptura positiva de unas estructuras arcaicas, porque sé que esta tendrá una repercusión positiva en la medida en que seamos capaces de centrar las acciones, y poder evitar así, fracasos que apuntalen ad eternum a las actuales; se trata simplemente de elegir con valentía entre conservar o romper.
Y para que no quede ninguna duda me estoy refiriendo a la ruptura positiva de los actuales Estados; retardados, ineficientes y oligárquicos, donde la calidad democrática no solo no avanza sino que involuciona. Razón por la que me reconforta enormemente que se promueva el pensamiento avanzado, y se propongan a la ciudadanía acciones disruptivas para experimentar con nuevos modelos sociales desde los cuales se puedan promover cambios; aunque este se genere desde una filantropía capitalista que podría esconder egos lúcidos.
Por eso mientras suena insistente el piano de la Sonatine Bureaucratique del compositor francés Erik Satie, y yo sigo escribiendo sobre la propuesta de ruptura positiva de un multimillonario como Bill Gates, súbitamente me vienen a la cabeza ciertos paralelismos con otras que fueron hechas en su día por personajes muy distintos y distantes en principio, aunque si muy cercanos en la promoción de pensamientos vanguardistas en sus respectivos contextos históricos, como es el caso de Engels, que en una carta a Auguste Bebel a finales del siglo XIX hacía una crítica a la función del Estado y proponía esa positive disruption de las estructuras existentes:
Gramaticalmente hablando, Estado libre es un Estado que es libre respecto a sus ciudadanos, es decir, un Estado con un Gobierno despótico.
