¿Me prestas tu linternita?

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Amigos queridos:

Durante los últimos meses, en toda reunión social a la que he asistido sale a cuento la pregunta ¿Por quién vas a votar? La cuestión no me sorprende; lo que sí lo hace, es el tono en que se formula. No es inquisitivo, se trata más bien de un ruego para conocer argumentos convincentes, que arrojen luz sobre esta difícil decisión. He escuchado de todo, pero el tenor reza sobre los motivos del que consideran menos malo. Salvo un par de personas, por las que tengo gran respeto intelectual (Beto y Héctor), los demás estamos un tanto cuánto perdidos.

Estoy convencida de que tenemos un deber cívico y de las bondades de defender nuestra recién conquistada democracia. Pero también creo que el voto debe ser “libre”, tal y como lo dice la Constitución. El quid del asunto radica en qué entendemos por libertad. Si nos referimos a la falta de coacción, podríamos decir que sí, soy libre. Sin embargo, considero que la libertad entraña opciones entre las cuales puedo elegir y no es el caso.

Me siento prisionera de una clase política que acumula cada vez más poder y más dinero. Han diseñado un sistema inteligentísimo que paradójicamente sólo ellos pueden disolver.

Resulta que aquéllos quienes deberían tener una vocación de servicio y considerarse nuestros empleados, ahora son los dueños del balón. Siento que me dan atole con el dedo, como decía mi abuelita, con esto del proceso electoral; que por cierto nos cuesta una fortuna ($1,680 millones de pesos) ¿No servirían para algo mejor?

Es una lástima que en lugar de lanzar propuestas, los candidatos se la pasan arrojando lodo unos contra otros. Ensuciando el país con panfletos, afeando las paredes con sus nada estéticas propagandas, que luego ni siquiera tienen la decencia de quitar.

Pertenezco a la clase trabajadora, soy un ciudadano de a pie, de esos a los que les retienen la tercera parte de su sueldo vía impuestos y al señor de la basura, tengo que pagarle para que realice su trabajo, las calles por las que circulo están llenas de baches, nada puedo deducir salvo gastos médicos (y no me quejo pero soy más sana que una mula). No me molestaría mi contribución tributaria si viera mejoras en el nivel de vida de la población (Pero las historias que escucho sobre hospitales y escuelas públicas aterrarían a H. P. Lovecraft), si no viera gente vendiendo en las calles, si no viera un número creciente de mendigos, apagafuegos y limpiaparabrisas en cada esquina. Sin embargo, veo lo que gastan en campañas, sueldos y prestaciones y claro que me indigno.

Creo que todos somos cómplices de esta situación y siento mi responsabilidad de cambiarlo a través de la vías pacíficas a las cuales tenga acceso. Como no soy politóloga, ni nada similar, decidí investigar un poco para tener mejores bases en mi toma de decisión.

Empecé por la página oficial del Instituto Federal Electoral IFE, en donde encontré una serie de datos que despertaron más preguntas que respuestas. Se las comparto: Los partidos reciben financiamiento público, siendo que en otras partes del mundo tienen que conseguir recursos por sus propios medios. Les pagamos toda una renta, que no entiendo en qué se usa; hasta los chiquitos reciben lana si logran conservar el 2% de representación. Me parece un robo.

Tenemos 128 senadores y 32 estados (incluyendo al D.F.), Estados Unidos tiene 100 senadores y 50 estados. ¿Parece congruente?

De los 500 diputados que tenemos, 200 son plurinominales; es decir, no los elegimos, los impone el partido dependiendo de su representatividad. ¡Qué burla!… y por cierto ¿Necesitaremos tantos?

No puede haber candidaturas independientes para puestos de elección federal, cuando en países como Francia han alcanzado logros impactantes.

Hay cuotas de género; en lugar de evaluar la competencia de los candidatos, hay que tomar en cuenta su sexo. ¡Caramba!

El voto anulado intencionalmente no es contabilizado, se suma al error accidental. Por lo que esta vía tan usada en otras democracias y que ha incluso, anulado votaciones, aquí ni para la estadística funciona.

En una sociedad como la nuestra, con un sólo voto puedes ganar la presidencia sin necesidad de mayoría relativa… Ahí vamos con la gobernabilidad.

Y sólo les comento los que más llamaron mi atención. Esto me hizo ver lo urgente de una reforma electoral en nuestro país.

Por otro lado les pregunto: ¿se han dado a la tarea de leer las propuestas de los candidatos a la presidencia, más allá de las campañas mediáticas? Les confieso que yo no lo había hecho hasta hoy. Para mi sorpresa, no me pareció nada mal el proyecto de uno de ellos; pero tiene bajos los bonos de la credibilidad ante mis ojos. Así que aún no estoy segura de que sea suficiente para darle mi voto.

Otra opción es el voto nulo, ahora tan de moda en las redes sociales, que ha sufrido una campaña mediática de desprestigio. Para mí es una forma cívica, pacífica y honesta de manifestar el desacuerdo con las opciones que te presentan. Lo que sí me parece una pena, es que no cuente ni para las encuestas.

Con lo que no estoy de acuerdo bajo ninguna circunstancia, es con la abstinencia. Me parece a todas luces irresponsable. El voto no es sólo un derecho, es una obligación y creo que debemos ejercerlo de manera responsable, si queremos tener voz en la conformación de nuestra nación.

Se dice que Diógenes* caminaba con una lámpara prendida a plena luz del día en Atenas. Cuándo le preguntaban ¿por qué la traía encendida? Les contestaba “estoy buscando un hombre honesto.” Por eso hoy le pido su lamparita, con la esperanza de encontrarlo.

Ojalá que ustedes estén convencidos de su elección y la tomen de manera concienzuda. Sin importar cuál sea su decisión, manifiéstenlo en las urnas.

*Diógenes de Sínope “El Cínico” (404-323 a.C.)

Les mando un fuerte y apretado abrazo,
Claudia

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