Pulsión de muerte

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“La guerra ha terminado, y yo debo irme.  Mis pinturas deberán conocerse en todos los museos del mundo”.
Egon Schile a su hermana Gertrude, minutos antes de su muerte

Cuando le vino la esperanza la espantó.  No quería tener que cargar con falacias.  Y luego siguió dibujando, con mano suelta, equivocándose y corrigiendo.  Con trazos rápidos, agresivos, bruscos.  Se concentra en el pubis y en el gesto de horror, que es lo mismo al final.  El entorno es irrelevante.  El pincel se ocupa en las formas contundentes de un sexo animalado, lo único verdaderamente comprobable de la presencia del hombre en el mundo: se representa a sí mismo como el ser sexual que no puede evitar ser.

Egon Schiele.  Autorretrato
Egon Schiele. Autorretrato

Miedo a la inexistencia.  Certeza de la no presencia.  Ausencia real del mundo.  Pavor ante la idea de no estar siendo percibido -¿visto? – por su tiempo y por su espacio.  Y entonces a estos temores les pone disfraz de megalomanía.  Le advierte a la madre que debe estar orgullosa de haberlo llevado en el vientre: a él, que es el más grande, el más bello, el más puro y el más valioso fruto.  Ha nacido un genio mientras la muerte ronda por ahí.

Egon Schiele.  Madre muerta I
Egon Schiele. Madre muerta I

Vida y muerte, constante dicotomía.  Le dice a los que ven sus cuadros, representaciones de seres retorcidos con manos demasiado largas, posturas incómodas y gestos torturados, que él es lo único que hay.  Él es todos los hombres.  Y todos los hombres son él.  ¿Será esta la única forma de sublimación en la eternidad?  ¿La única manera de vencer a la muerte, a esa infeliz de guadaña larga, siempre al acecho, siempre atenta?

Egon Schiele.  Autorretrato gritando
Egon Schiele. Autorretrato gritando

Transita del simbolismo al expresionismo, y encarna esta corriente llena de preocupaciones ontológicas como nadie ha hecho antes.  Para su mayor tormento, en la Viena de sus mismos amaneceres un siquiatra postula que el hombre tiene tanto un instinto de vida como un instinto de muerte, ambos instintos dominando en todo momento al inconsciente.  La obsesión renacentista por representar no la realidad inmediata, sino los sentimientos, sufrimientos, estados mentales, sicológicos y metafísicos del hombre, vive pertinazmente – ¿obsesión obsesiva? – en la cabeza y en el sexo del artista atormentado.  En el Renacimiento, el hombre es el centro del universo.  En el expresionismo de Schiele, Schiele es el hombre.  El hombre que está mientras sabe que muere.

 

Klimt le dice que sí y le da una palmada en el hombro.  El genio consumado a él, un joven artista.  Le dice, sorprendido, que es mucho el talento que tiene – ¿demasiado, quiso decir el maestro? ¿exceso de facultades? ¿riesgo patente de un desbordamiento horrendo que culmine en pesadilla? – y lo exhorta a seguir.  El estudiante copia al maestro.  Aprende de su estética, de su meticulosidad en lo decorativo.  Pinta poniendo atención a las líneas del mobiliario, a los elementos multicolores de las telas de los vestidos, al alargamiento estilizado de las figuras.  Luego, cuando llega el momento de la madurez, se despoja del bagaje.  Renuncia a todo el pasado, a toda la influencia, a cualquier vestigio de presencias ajenas.  Usa el color para obtener efectos, no para describir.  Aplica la pintura con la libertad que se impone: trabaja bajo el impulso de su inspiración, conforme los sentimientos le dictan que haga.  Las mujeres desnudas – las miles de Gertrudes – no son más Gertrude que representaciones del propio angst sexual del artista.  En los retratos retrata menos a la modelo, y más a sus propios instintos primarios.

 

Egon Schiele.  Desnudo femenino de pie con brazos cruzados (Gertrude Schiele)
Egon Schiele. Desnudo femenino de pie con brazos cruzados (Gertrude Schiele)

Schiele se consuma en lo que es: pintor metafísico, pintor existencial.  Retratista de la angustia espiritual sentida por el que sabe que muere.  Schiele, luego de todo, de pronto, ya no es nada más que Schiele.  Schiele el desdichado: la víctima – non plus ultra – del Angst.

 

Angst.  Ese sentimiento de desconsuelo provocado por la conciencia  plena de que la existencia carece de significado, que la vida no es más que un proceso de sufrimiento continuo, y que la muerte es lo único que se vislumbra al final del trayecto.  El pintor, pues, tiene una sola certeza: la de la muerte.  ¿Será su miedo a la desaparición lo que le orilla a insistir en sus autorretratos?  Se dibuja cinco, diez y cien veces.  Se retrata en distintas posturas, siempre con muecas de desesperanza, de sufrimiento, de dolor y de terror.  Un alma torturada.  “¡Mírenme!”, parece decirles; “¡en verdad que estoy aquí!”.  No es lo explícito de los desnudos lo que habrá que proscribir.  Mejor proscribamos los tormentos.  Acallemos la preocupación constante por lo irremediable.

 

Egon Schiele.  Autorretrato (1912)
Egon Schiele. Autorretrato (1912)

Pero no es posible.  Y entonces viene la guerra, y mueren muchos.  Luego las infecciones, y mueren más.  “Seguiré yo”, se dice.  Y no junta todavía treinta años de pensamientos plagados de desolación.  Ya lo había escrito estando en la cárcel, y ahora, poco antes de morir, lo recuerda.  Se va.  Ahora sí que sabe cuándo.  Ahora sabe que ya todo terminó.  Dicta una frase categórica al oído de la hermana fiel,  y luego, en el aire, se queda flotando la única idea que jamás pudo desmentir y que se queda viva conforme el aliento le deja de salir caliente por entre los labios: “el artista muere, pero el arte es eterno”.

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