Un hombre ajeno. Algo cómo qué no…

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Amigos queridos:

Hará un par de semanas que el heróico Betito Juárez se aventó la proeza de conseguirnos boletos (por cierto bastante caros) para  Un hombre ajeno, la nueva puesta en escena de Alejandro Ricaño.

A mi entrañable amigo no le gustó nada y tras una acalorada y deliciosa discusión mientras cenábamos, de plano concluyó con la frase lapidaria: “MI Clau, te estás volviendo condescendiente”, lo que provocó sonoras carcajadas. Quizás tenga razón; aunque me gusta pensar que sólo se trata de distintas perspectivas, amén de la edad y las experiencias vividas ( le llevo 16 años)

Ciertamente la obra no me encantó, aunque tiene elementos muy rescatables en sí misma y en las reflexiones que me hizo cavilar.

Un hombre ajeno es la historia del hombre ajeno de su propia vida. Un ser desfasado de su propio ser, es la búsqueda del sentido, es la angustia de la libertad para recrear al mundo desde una subjetividad vacía del ser mismo. Es, en fin, una clara reflexión sobre el existencialismo más profundo. El texto me pareció genial, creo que Ricaño se vuelve a sacar una “A” como dramaturgo; el sentido del humor lleno de sarcasmo que lo caracteriza aligera los cuestionamientos cruciales que se realiza el protagonista y sobretodo, sus brutales conclusiones.

Pese al texto, algo como que no cuajó y quizás sea la dirección, quizás en esta ocasión no le funcionó ser escritor y director. Tal vez la complejidad del texto mismo lo rebasó en la experiencia del juego teatral. Bien a bien, no sé qué fue, pero pese a lo breve de la puesta se hace larga y pesada al final. Un par de escenas de verdad me parecieron muy molestas, mal logradas, se sentían forzadas, las otras cumplen y sólo una, muy honesta me encantó.

Respeto su estilo, con una escenografía sencilla, recargando el peso en la capacidad histriónica de los tres actores que representan al mismo hombre, en diferentes estadíos de consciencia. Este recurso lo ha usado antes y me sigue gustando la idea; pero ahora no los sentí en el ritmo adecuado.. La actuación de Osvaldo Benavides nos sorprendió, creo que está madurando impresionantemente, Adrián Vázquez muy él mismo en diferentes situaciones, como ya nos tiene acostumbrados, pero aquí no embonó y un Yazpik con altibajos muy marcados. No se ve la química entre ellos, no se siente que se estén divirtiendo, aunque tampoco se percibe como un duelo de egos.

Esto es en cuanto a la puesta en escena. Ahora, lo que creo que nos pasó, a nosotros (a Beto y a mí) es que percibíamos a un Alejandro Ricaño in crescendo, por lo que, tras Cada vez nos despedimos mejor, había generado expectativa y como dice el Maestro Ruiz Soto: las expectativas son fuente de frustración. No dejo de preguntarme qué hubiéramos opinado si no hubiéramos visto antes nada de él, seguro no me hubiera fascinado, pero es casi seguro que hubiera sido menos crítica, menos exigente.

Recuerdo a mis padres firmando mi boleta de calificaciones, ni la miraban siquiera, era muy monótona, obtenía puro diez y el día que había otra cosa sólo me decían: “si hiciste tu mejor esfuerzo, está bien”. Considerados, sí, pero ya me habían hecho sentir pésimo porque sabía que no lo había hecho… de hecho casi nunca lo hacía, pero ya les había generado la expectativa, había sembrado el antecedente. Mi hermana en cambio, la muy lista (ella sí que lo era) sacaba puros seises y sietes y el día que sacaba algo tan exótico cómo un ocho, hasta al cine nos llevaban para festejar. En lo personal me parecía toda una injusticia social, pero no eran malos padres… es la naturaleza humana.

Ay qué difícil vivir cada momento como si fuera el primero, el único, y la verdad es que lo es. El yo se aferra a la idea de un yo fijo que le dé sentido de identidad, peor aún, se afana a un ideal del yo que “debería ser” con base a los condicionamientos recibidos por el entorno desde la más tierna infancia, sin darnos cuenta de que somos diferentes todo el tiempo, somos circunstanciales y tanto la circunstancia como el individuo, estamos en cambio permanente. Qué lustrosa seria la vida si todo fuera nuevo cada vez.

Pero entonces ¿en dónde queda la memoria, en dónde el acervo cultural, en dónde la riqueza de poder darle más perspectivas a las cosas gracias al cúmulo de sabiduría y experiencia? En esta obra, si no hubiera leído a Camus y Kierkergard ¿La hubiese percibido igual?… Seguramente no.

Quizás todo sea un juego de equilibrios de saber sacar del repertorio aquello que está resonando con la experiencia, sin permitir que la contamine con la experiencia que generó el conocimiento mismo. Aún no cacho bien el método para hacerlo, si es que lo hay… me dejó pensando, reflexionando y eso siempre lo agradezco.

 

Les mando un fuerte y apretado abrazo,

Claudia

Sala Chopin ubicada en Alvaro Obregón 302 Col. Roma, vi 20:30 sa 19:00 y 21:00, do 18:00

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