Cómo pensarnos afuera
Es parte de una tarea colectiva repensar constantemente nuestros anclajes en eso que llamamos “identidad” y que nos distingue frente al mundo. Como todo, se trata de una construcción, no de algo dado por una entidad metafísica ni tampoco de nada que nos fluya “naturalmente” por las venas. La historiografía del arte mexicano está marcada por reflexiones y discusiones airadas en torno a qué parte de pasado nos hace “nosotros”. Si nos vamos más atrás, llegamos con toda soltura a don Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo XVII, cuando algunos investigadores piensan que se construyó el primer nacionalismo criollo. Cierto es que don Carlos, en su infinita sapiencia, logró formar parte de una red cosmopolita, en el marco de la Monarquía Hispánica; que dominó el lenguaje de la emblemática –un lenguaje complejo, que se vale de texto e imagen para conformar alegorías y sintetizar y comunicar conceptos– que dominó la ciencia astronómica de su tiempo y que fue un buen católico, orgulloso de su pertenencia al territorio que lo vio nacer y para el cual reclamó admiración del resto, en gran parte, gracias a la riqueza de su pasado prehispánico.
Don Carlos no fue el único en su tiempo, pero sí uno de los más egregios como polígrafo y sin dejar de reconocer la grandeza de sor Juana Inés de la Cruz y de su capacidad intelectual:
“No ay pluma que pueda elevarse a la eminencia donde la suya descuella […] Prescindir quisiera el aprecio con que la miro, de la veneración que son sus obras grangea, para manifestar al mundo quanto es lo que atesora su capacidad en la Encyclopedia, y universalidad de sus letras, para que se supiera el que en un solo individuo goza Mexico lo que en los siglos anteriores repartieron las Gracias a quantas doctas Mugeres son el assombro venerable de las Historias.” (Theatro de virtudes políticas, 1680. La edición está disponible en http://www.cervantesvirtual.com).
Después de estos señeros ejemplos de nuestro siglo XVII, la serie de autores que abundaron en lo que consideraban “raíces” fue enorme: don Antonio de León y Gama hará gala de erudición en la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaza principal de México, se hallaron en ella en el año de 1790… cuya segunda edición, de 1832, está disponible en el sitio de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Don Antonio abreva en fuentes como la Monarquía Indiana de Torquemada, en Valadés, en Boturini y en Francisco Xavier Clavigero, por mencionar sólo a algunos autores de los siglos XVI al XVIII. En todas estas obras se aprecia un deseo de construir, explicar y modelar una realidad para ser comprendida e insertada en una deriva de los tiempos que, sin ir más lejos, conecta el pasado mexicano con los antiguos egipcios y lo tiñe de grandeza a los ojos de los europeos: ésta era la tesis sostenida por Athanasius Kircher, admirado, leído, gozado y comentado por Sigüenza. La epigrafía de los antiguos mexicanos seguramente contendría, a juicio del polígrafo jesuita alemán, el secreto del conocimiento de la humanidad desde sus más remotos orígenes que, al igual que los jeroglíficos egipcios, podrían ser descifrados.
Don Antonio de León y Gama, tiempo después de Kircher y Sigüenza, propuso, sobre las fuentes ya mencionadas, su propia interpretación sobre los secretos que guardaban piedras como la del Sol y la Coatlicue. Estos vestigios se expusieron a la mirada atónita de los que presenciaron su extracción y posterior exhibición en 1790 y en años siguientes. Si leemos a don Antonio, tendremos el derecho de dudar de la veracidad de muchas de sus afirmaciones pero no de su deseo de perseguir y encontrar una explicación satisfactoria para ambos objetos. Aunque estéticamente no haya sido fácil para esos ojos apreciarlos, es indudable que despertaron un interés científico y que hoy ambas piedras se constituyen como depositarias de una antigua grandeza que, como mexicanos, nos respalda (o al menos, eso es lo que nos enseña a ver su disposición en la sala mexica del Museo Nacional de Antropología).
La configuración de los testimonios obedece a las necesidades de quienes elaboraron discursos en torno a ellos. Hoy apostamos por otro tipo de explicaciones, pero en la representación que México busca a nivel internacional mediante sus programas expositivos y su participación en festivales, parece que no dejará de privar una lectura ciertamente simplista de “lo popular” y de “las raíces”. Todavía no contamos con un Plan Nacional de Cultura, pero contamos ya con programas internacionales como el que recientemente se dio a conocer en el comunicado de la Secretaría de Cultura el pasado 27 de abril, con motivo de la inauguración de Lille3000 (https://www.gob.mx/cultura/prensa/mexico-presenta-en-europa-su-nueva-politica-de-promocion-y-cooperacion-cultural-198144?fbclid=IwAR1GeGBtG5mH9fqqJDy6zHdXM4viYVGqKTG6h2VBBb0cUa8eAzFP_ZJkPKs).
En este comunicado llama la atención, entre otras cosas, la referencia a “Los ejes de una nueva política cultural”: El gobierno del presidente López Obrador impulsa una política con el objetivo de trabajar en la reconfiguración simbólica de México y en atender circuitos culturales con resultados de alto impacto. De esta manera el Festival Lille3000, que este año está dedicado a México, contiene una serie de exposiciones que buscan construir un diálogo entre nuestra cultura milenaria y el mundo. Tal es el caso de “Intenso Mexicano”, una muestra de la colección del Museo de Arte Moderno de México, así como obras representativas del Museo de Arte Popular. A lo largo de siete meses, el festival será una oportunidad para abrir nuevos lazos y estrechar los ya existentes, ya que la presencia de nuestro país estará integrada por más de 10 exposiciones, con obras de artistas mexicanos consolidados como Diego Rivera o Frida Kahlo y también de creadores contemporáneos como Carlos Amorales y Betsabeé Romero; manifestaciones culturales emergentes, como el colectivo Tlacolulokos, o expresiones tradicionales como el tapete de Huamantla, con el que se cubrirá la Gran Plaza de Lille; conciertos de música, ciclos de cine, degustaciones gastronómicas, un desfile de alebrijes gigantes y conversaciones literarias. (Ibíd.)
Cabe recordar que en años anteriores (y muy recientemente) se realizaron muestras destinadas a revisar las manifestaciones del arte mexicano posrevolucionario, poniendo particular énfasis en las figuras de Diego y Frida. En la cita no se observa en dónde está la “novedad” de esa política cultural que, de facto, todavía no está enunciada sino que se ha dejado ver a cuentagotas sin ningún rasgo particularmente definitorio de una orientación que no sea la de la valoración de las expresiones tradicionales. Enhorabuena porque México continúe participando en estos festivales y teniendo presencia internacional: lo que propondría es repensar los planteamientos curatoriales que rigen esas participaciones para voltear a ver otras manifestaciones, a más de que Diego y Frida sean artistas “de cajón” para contribuir a nuestra autorrepresentación. Lo cierto es que los tiempos nacionales e internacionales no esperan: los compromisos entablados al participar en festivales, bienales y otros eventos se tienen que cumplir, aun cuando no haya sido presentado un Plan Nacional de Cultura en forma y no podamos afirmar que, de hecho, tengamos una política cultural. Habrá que observar los gestos, las voluntades manifiestas y las acciones, leer entre líneas y sacar nuestras propias conclusiones. ¿Realmente tendremos una “nueva” representación ante los ojos foráneos? Y, ¿esa representación manida y que ya nos sabemos bien, contribuirá a hacer que nosotros nos veamos de otra manera? Al tiempo.