El grito que nos define en México

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A partir de la porra del Atlas que decidió dedicarle “puto” a Osvaldo Sánchez porque en el aquel entonces jugaba para las Chivas, la afición mexicana adoptó ese grito para convertirlo en un valor inevitable. En todos los estadios se oye continuamente (me ha tocado ver a personas que, en los estadios, están ausentes del juego y sólo esperan que el balón salga para gritar); el compatriotaje que vive en Estados Unidos lo grita también y cuando la afición mexicana invade las Copas del Mundo se oye en cualquier estadio.

En Brasil 2014 una organización que lucha contra la homofobia se quejó por el grito mexicano ante la FIFA y desde entonces, se han hecho diversas campañas publicitarias para erradicarlo (cierta amiga que trabaja en una agencia publicitaria me contó que sólo en su agencia se han llevado a cabo 12 campañas contra el grito y se han tenido que desechar porque no funcionan). Más allá de los esfuerzos de la Federación Mexicana de Futbol (FMF) por erradicarlo y la ayuda de los medios de comunicación, la FIFA nos ha impuesto multas y el grito sigue; ya se nos amenazó con sacarnos del estadio; se ha dicho que se va a establecer un trabajo policiaco para expulsar del estadio a quien grite y nunca permitirle regresar y nada; incluso ha surgido la idea absurda de que se castigará con puntos a la Selección Mexicana si se mantiene y lo seguimos gritando. Es tan absurdo que la Federación ha preferido tratar de convencer a la FIFA de que el grito no es homofóbico, con la seguridad de no ser capaz de erradicarlo.

Más allá de nuestra tendencia a luchar por cosas que no importan (porque las que importan nos generan gran angustia paralizante), resulta interesante preguntarnos por qué un grito tan simple, casi torpe, pero, sobre todo, esencialmente aburrido, lo defendemos como si defendiéramos la libertad, como si fuera una ideología. Parece que estamos dispuestos a morir antes que ceder la posibilidad de gritar “puto” en el estadio y sería bueno saber por qué.

grito de futbol en mexico

En cuatro años, el debate ha crecido. Si bien en 2014 a la Federación no le preocupó mucho el tema y buscó trivializarlo al decir que se trataba de algo inocente (y no homófobo) e identitario (“el relajo nacional, ya sabes”), el problema creció hasta que se salió de las manos. La impotencia discursiva de las campañas publicitarias se estrella contra quienes alegan que “lo que pasa en la cancha se queda en la cancha”.

Sabemos que “puto” quiere decir muchas cosas, tanto camarada homosexual, como culero y cobarde. Sabemos también que vivimos en un país que ha normalizado la violencia y que las estructuras invisibles han estructurado las relaciones humanas. Así como los tintes machistas han marcado nuestra realidad de tal forma que ni siquiera las ponemos en duda, el grito que nos define en los estadios es una prueba más de ese statu quo que no se quiere mover. Los insultos a los grupos vulnerables, aunque no se hagan con una intención discriminadora, alimentan un contexto de discriminación. Aunque se grite sin ganas de discriminar, hacerlo con un término tan cargado de connotaciones denigratorias, contribuye al ambiente de violencia normalizada en el país. Aferrarnos al derecho a defenderlo sólo marca el deseo de no pretender movernos del espacio en el que nos hemos instalado y que tanto ha regido las normas sociales en México. Jezreel Salazar dice: “La Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010 revela que cuatro de cada diez personas mexicanas no estarían dispuestos a permitir que en su casa vivieran personas homosexuales. La homofobia es una herencia cultural, pero su negación lo es aún más.”

No obstante, y como si quisiéramos gritarle “puto” al país que nos duele o al presidente que detestamos (no en vano tenemos la tendencia de calificar de homosexual a cualquier gobernante e incluso saber quién es su amante), el grito no parece detenerse. Parece que algo se ha unido en nosotros y se ha vuelto indestructible. Sería bueno saber cuál es la razón a fin de encontrar el camino para detenerlo porque claramente los intentos han sido vanos. Tal vez sea necesario resignificar el término, de manera derridiana, y que adquiera elementos distintos. No como lo ha hecho la comunidad negra en Estados Unidos con el término “nigger”, que ellos pueden usar pero que sigue siendo peyorativo si otra raza lo usa; más como lo hicimos con la palabra “chido” que pasó de ser discriminadora a ser algo positivo. Tal vez, pero es un camino largo y la larga tradición de discriminaciones en México no puede depender de eso.

Así que actuemos y hagamos conciencia, encontremos la forma de desaparecer ese grito, así como tantas cosas más en México. Las campañas electorales nos han demostrado la cualidad terriblemente clasista de nuestro país y la tendencia a la división social. Si algo hay valioso en el futbol es su cualidad de unificación (en la alegría o en la tristeza), a diferencia de las campañas que buscan dividir, casi por principio.

De la FIFA mejor no hablamos, preocupada por detener una homofobia, mientras organiza la Copa Mundial en un país con regiones que buscan hacer una limpia de homosexuales y, en cuatro años, en un país cuyas francas conductas discriminadoras se han convertido en política pública. Aun así, ése no es nuestro problema, nuestros problemas son otros.

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Jorge Rodríguez Bañuelos

Este grito resultó ser escape de complejos de distinta especie, pero más que otra cosa, la publicidad que alcanzó a través de los medios con sólo escucharlo, fue algo definitivo en la fuerza de su enraizamiento y ocultó, o triste realidad, la cobardía de muchos, que aparte de los complejos, en la masificación del alarido, y cuya cultura no alcanza 2 decibeles, hoy lo tienen como bala en una cómoda y muy escondida trinchera y con las reprimendas de la FIFA, lo callan y luego lo lucen como herida de guerra.
Sin duda irá desapareciendo y es que hasta la brutalidad llega a cansar…. tal vez generacionalmente.

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