La medida del tiempo, los calendarios

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¿Qué día es hoy? ¿De qué mes?

A pesar de lo simple que pueden parecer estas preguntas, la realidad es que, si bien la medición del tiempo es una expresión construida a partir de la experiencia que el hombre ha ido decantando en el desarrollo de las diferentes culturas, la respuesta puede variar si te encuentras en China, Rusia o en el continente americano. Cambia también si eres un cristiano o judío que sigue la tradición. Incluso determinar una cuestión menor como el día en que inicia la semana, es diferente dependiendo si te encuentras en territorio europeo o te riges por la norma ISO8061, donde se ha establecido que el primer día de la semana es el lunes, a diferencia de Estados Unidos de América o los países cristianos y judíos, donde el criterio acordado es que el día uno de este septenario es el domingo.

Medir y calcular el tiempo es una necesidad exclusivamente humana. Saber el cambio de estaciones, la duración de los días, las semanas y los meses en un sistema “predictivo” permite al ser humano planear las cosechas, explicarse los ciclos, organizar la vida y el devenir de las culturas. Nos habilita para determinar cuándo pasó qué, e incluso, “futureando” el cotidiano, cuándo esperamos que suceda algún acontecimiento en particular, por ejemplo, hacer agenda para entrega de notas, citas y reuniones, o recordar sucesos significativos a nivel personal (cumpleaños de los seres queridos, aniversarios de bodas) y también saber para cuándo podemos esperar el nacimiento de un hijo o un nieto. Todos estos eventos que forman parte del día a día de las civilizaciones, que integran la historia personal y colectiva, tienen una marca en el tiempo gracias al calendario.

No se sabe con exactitud cuándo surgieron los primeros calendarios, sin embargo, si tenemos en cuenta que en el poema de Gilgamesh (3000 A.C.) ya se mencionan en la escritura cuneiforme de los sumerios de la época, conceptos como días, meses y años, y que Stonehenge (2300 A.C.) está considerado un calendario solar, sabemos que hace ya muchos miles de años los representantes de la especie en el planeta buscaban cómo planificar, para saber dónde, qué y cómo sembrar, para mantenerse en un sitio u otro en función de un comportamiento estacional que los exponía al disfrute de la primavera o a las inclemencias del invierno. Es un asunto de sobrevivencia que requirió de una análisis y observación aguda del entorno a lo largo del tiempo. ¿Puedes imaginarte a un Neandertal o a uno de los primeros sapiens explicándose, a partir de los cambios en la naturaleza, cómo los ciclos estacionales se repiten dando espacio a la vida? No se trató de una adivinanza, tampoco fue una suerte de tino. Elaborar un calendario que permitiera dar cierto grado de control, anticipación y planeación a las acciones humanas requirió de un pensamiento complejo, con un alto grado de abstracción y de muchos años de desarrollo de la humanidad. Para establecer parámetros había que ser astrónomos y matemáticos.

Es interesante advertir que la sistematización de la medida del tiempo es universal, sin embargo, no igual entre distintas culturas. Es así como el Calendario maya consistía en dos diferentes cuentas de tiempo, que transcurrían simultáneamente. El calendario sagrado o ritual (Tzolkin) de 260 días y el calendario solar (Haab) de 365 días, que se combinan entre sí para formar un ciclo de 52 años llamado la Cuenta larga o rueda Calendárica.

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Calendario maya.

No se sabe con exactitud cuándo surgieron los primeros calendarios, sin embargo, tomando en cuenta que en el poema de Gilgamesh (3000 a.C.) ya se mencionaban en la escritura cuneiforme de los sumerios de la época, conceptos como días, meses y años, y que Stonehenge (2300 a.C.) está considerado un calendario solar, sabemos que, hace muchos miles de años los representantes de la especie en el planeta buscaban cómo planificar, para saber dónde, qué y cómo sembrar, para mantenerse en un sitio u otro en función de un comportamiento estacional que los exponía al disfrute de la primavera o a las inclemencias del invierno. Es un asunto de sobrevivencia que requirió de un análisis y observación aguda del entorno a lo largo del tiempo. ¿Puedes imaginarte a un Neandertal o a uno de los primeros Sapiens explicándose, a partir de los cambios en la naturaleza, cómo los ciclos estacionales se repiten dando espacio a la vida? No se trató de una adivinanza, tampoco fue una suerte de tino. Elaborar un calendario que permitiera dar cierto grado de control, anticipación y planeación a las acciones humanas requirió de un pensamiento complejo, con un alto grado de abstracción y de muchos años de desarrollo de la humanidad. Para establecer parámetros había que ser astrónomos y matemáticos.

Es interesante advertir que la sistematización de la medida del tiempo es universal, sin embargo, no igual entre distintas culturas. Es así como el calendario maya manejaba dos diferentes cuentas de tiempo que transcurrían simultáneamente. El calendario sagrado o ritual (Tzolkin) de 260 días y el calendario solar (Haab) de 365 días, los cuales se combinan entre sí para formar un ciclo de 52 años llamado “la cuenta larga” o “rueda calendárica”.

Actualmente el calendario hebreo ha llegado ya al año 5778, el chino al 4776, el budista está en el 2561 y para las culturas cristianas éste es el 2018. En la India corre el año 1939 y para los musulmanes el año vigente es el 1439. Por su parte, Japón está apenas en el año 30. Ahora bien, los eventos que han determinado la longevidad actual de cada uno de los calendarios están determinados por cuestiones religiosas y/o políticas, por ejemplo, el calendario hebreo o judío inicia con la Génesis del Mundo. Para los cristianos, el domingo 7 de octubre de 3760 a.C., es la fecha, establecida por convención, del nacimiento de Cristo, determinando un antes y un después (a.C. y d.C.). El calendario budista vigente en Tailandia, Sri-Lanka, Camboya y Myan-mar, marca el descubrimiento del nirvana por Buda, para los musulmanes la cuenta inicia con el traslado de Mahoma y los primeros musulmanes de La Meca a Medina, mientras que para Japón la “Época de la Paz y la Tranquilidad” inició en 1989 con el emperador Akihito.

Como si no fuera suficientemente complicado, resulta que todas estas mediciones de tiempo tienen un cierto grado de imprecisión, por lo tanto, es necesario agregar, en el caso del calendario occidental, días bisiestos cada cuatrienio. Adicionalmente, y puesto que la interacción gravitacional entre la Tierra y la Luna hace que el planeta vaya desacelerándose, la medida del tiempo también se modifica. Hoy comprendemos que conceptos que se consideraron constantes en su duración (traslación o rotación), no lo son. De tal manera que la necesidad de mantener la sincronía entre las estaciones y las fechas nos ha llevado a establecer desde 1972, el “segundo bisiesto” que implica mantener la diferencia entre el tiempo atómico y el terrestre por debajo de 0.9 segundos, por lo que, de acuerdo con el Tiempo Universal Coordinado (CUT), ocasionalmente se añade o sustrae un segundo, dependiendo de lo que requiera la irregular rotación terrestre. Es necesario cuadrar las cuentas, ya que, en caso contrario, en algún momento de la evolución nos encontraríamos con que la medición del tiempo en el día se empata con la noche o que las estaciones y los meses en que las tenemos “acomodadas” no tienen correspondencia ya.

Rotación y traslación

Destaquemos que el calendario que mayor precisión había proporcionado desde 1582 hasta hace no mucho tiempo, es el gregoriano, denominado así en honor al Papa Gregorio XIII. Por este motivo, es el más aceptado a nivel internacional para dar marco a negociaciones comerciales, a acuerdos políticos y/o sociales. Se unifica así un criterio por el que, independientemente del sistema que se utilice para medir el tiempo, los seres humanos podamos coincidir en esta vida.

Aún así, la cosa no es tan simple, resulta que a partir de 1980 se pone en órbita el Sistema Global de Localización (GPS), que a través de relojes atómicos coordinados permiten un grado de triangulación de las coordenadas (latitud, altitud y longitud) mucho más preciso, y que en la actualidad se utiliza para la navegación aérea y marítima, en lugar de seguir mirando a las estrellas. Es así que, al agregar la localización, se presentan brechas crecientes de varios segundos de duración, lo que puede llegar a generar una terrible confusión que pone en riesgo la vida de seres humanos al provocar algún accidente en zonas de aeropuertos.

Como la disposición de las galaxias y estrellas no es inamovible, se prevé, sin necesidad de ser profeta, que llegaremos a un momento en el que será imprescindible dejar de considerar a la Tierra y la Luna en su relación con el universo y se tendrá que establecer una nueva métrica. No será la primera vez que sucede, sólo que en esta ocasión nos lleva a un constructo de mayor abstracción. Según ciertas consideraciones, la mejor manera para establecer los nuevos parámetros tendría que ser en escala de 10 para que cada uno sea múltiplo del otro y dependientes entre sí. Como el Sistema Métrico Decimal, los minutos durarán 100 segundos, las horas 100 minutos, los días 10 horas, las semanas 10 días y los años 10 meses. Esto nos permitirá, nuevamente, cuestionar nuestro lugar egocéntrico cultural de observadores que establecimos, convenciones todas, basadas en nuestro punto de vista como especie.

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Cristina B.

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