¿Lxs correctxs? Adiós al lenguaje excluyente

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Un lenguaje incluyente afirma y visibiliza a los otros. Es un asunto de inmensa importancia: las palabras con las que nos referimos a los otros nos predisponen a actuar frente a ellos de cierta manera, algo que la propaganda xenófoba entiende muy bien. Un lenguaje hostil hacia un grupo de personas conduce a otras formas de hostilidad, más físicas y tangibles. También al revés: un lenguaje que incluye y aprecia al otro puede propiciar conductas incluyentes más allá de lenguaje.

¿Cómo hemos resuelto el tema del lenguaje incluyente (y políticamente correcto, en general), durante las últimas dos décadas? Partimos de “los y las niñas” y llegamos a “lxs niñxs”. En el camino, las discapacidades se convirtieron en capacidades diferentes y los viejos en adultos mayores, pasando por adultos de la tercera edad y adultos en plenitud. Cabe preguntarnos si estas fórmulas nos afirman de verdad y en qué medida nos ayudan a apreciar a los otros y acercarnos a ellos.

lenguaje dinámico e incluyente

Los protocolos vigentes de lenguaje incluyente (en particular del que busca la inclusión de género) son, por lo menos, insuficientes. Creo que tienen tres efectos delicados:

  • Producen oraciones más complicadas y ambiguas,
  • Permiten aparentar una postura incluyente que no necesariamente se permea hacia otros ámbitos y, por último,
  • No alcanzan para desmantelar los estereotipos implícitos en las palabras que usamos.

Las oraciones más complicadas

La crítica más común a los protocolos de lenguaje incluyente es que llevan al uso de palabras y oraciones más complicadas, ambiguas o mal escritas. En efecto, frases como “El instituto para la atención de los adultos y las adultas mayores en situación complicada” pueden llegar a complicarse demasiado, mientras que palabras como ”Lxs” no parecen construidas de acuerdo con las normas que nos ayudan a comunicarnos y entendernos. ¿Cómo se supone que debemos leer lxs en voz alta?

Nuestra lengua está viva y por tanto debe adaptarse a las necesidades de los hablantes (en este caso, a la necesidad de incluir y visibilizar), antes que aferrarse a normas arcaicas. Sin embargo, podríamos buscar formas de hacerlo más gratas a la vista, al oído y a la mente. Podríamos, por ejemplo, alternar el uso de “los y las” de una manera equilibrada, o crear una mejor técnica ortográfica para incluir a ambos géneros en una expresión sencilla y clara. También podríamos evitar distinciones como “señora o señorita”, que se aplican sólo a las mujeres y se entrometen en su estado civil.

En un informe de la Real Academia Española de 2012, Ignacio Bosque se lamentaba de que los lingüistas no fueron convocados a las mesas donde se construyeron los primeros códigos de lenguaje incluyente. 1 Tal vez sería buena idea invitarlos ahora.

lenguaje incluyente entendible

La inclusión y corrección aparentes

Sin duda, la mayoría de quienes usan protocolos de lenguaje incluyente, lo hacen para manifestar una postura genuina. Pero también existen, por ejemplo, muchos hombres que dicen “los y las” mientras operan organizaciones machistas y excluyentes. Decimos las y los, pero le pagamos más a los “los” y le damos más peso a sus opiniones. Que no nos den gato por liebre, que un lenguaje correcto no sirva para encubrir decisiones y acciones incorrectas. ¿De qué sirve corregir el lenguaje si quien discrimina y excluye sólo cambia de dientes para afuera?

Esta apariencia de corrección trae de la mano el castigo y la descalificación para quien no siga el protocolo. Los protocolos se convierten en un “deber ser” e incumplirlos causa condenas en redes sociales, marginación y muerte social. En esta nueva cacería de brujas, el agresor y el agredido caen en un círculo de violencia sinfín. Así, la aplicación del protocolo se extiende más por miedo y necesidad de conformidad que por convicción.

Los estereotipos y el lenguaje

¿Qué asociaciones, implícitas en nuestro lenguaje, nos llevan a pensar de cierta manera acerca de un grupo de personas? Muchos estudios han mostrado la influencia de los estereotipos en nuestros juicios y comportamientos. En uno de ellos, a un grupo de estudiantes asiático-americanas se les aplicó un examen de matemáticas. Antes del examen, a una parte de ellas las hicieron pensar en su condición de mujeres; a otra, en su condición de asiáticas. Las segundas obtuvieron mejores resultados que las primeras.2

Un protocolo de lenguaje incluyente debería encontrar y desmantelar los patrones semánticos sobre los que se construyen estos estereotipos. Para citar los ejemplos más obvios, están “el médico y la enfermera” o “el director y la secretaria”. O esas palabras que se resisten tanto a tomar su forma femenina, como “ingeniero”. También habría que revisar el uso de sustantivos como vieja o fifí, que llevan una fuerte carga discriminadora.

Cuántos signos (hablados o no) usamos que definen a la mujer como más débil y al hombre como su protector. O a la mujer como intuitiva y sutil y al hombre como práctico y racional. Cuántos más sitúan a la mujer en la casa y al hombre en el trabajo. No tendremos un lenguaje incluyente mientras nos conformemos con el “los y las” y sus variantes, sin transformar esta clase de asociaciones. Nos urge construir una solución al problema del lenguaje excluyente que cambie no sólo nuestra manera de hablar, sino también de pensar, decidir y actuar.

Referencias:

Ignacio Bosque, Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, Informe de la Real Academia Española, 2012.

Margaret Shih, Todd L. Pittinsky and Nalini Ambady, Stereotype Susceptibility: Identity Salience and Shifts in Quantitative Performance, Psychological Science, Vol. 10, No. 1 (jan., 1999), pp. 80-83.

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