Mapas, viajes y “héroes científicos” en los textos de Julio Verne

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Los textos de ciencia ficción de Julio Verne dejaron una huella importante en la literatura universal. Para el escritor francés, los mapas, los viajes y los “héroes científicos” daban cuenta de los límites y las posibilidades del nuevo siglo XX.

 

Julio Verne es uno de los escritores más famosos de todos los tiempos, aunque escribió poemas y obras de teatro, son las novelas de ciencia ficción su legado más difundido. En sus textos De la tierra a la luna y La vuelta al mundo en ochenta días es posible rastrear elementos que permiten atisbar los cambios sociales que vendrían gracias a la vertiginosa exploración y explotación de las ciencias exactas.

Los mapas como totalidad y límite

A mediados del siglo XIX, la ciencia se había convertido en un elemento indispensable para el progreso y bienestar social de Europa. Gracias a la aplicación de esta en los medios de comunicación y transporte, el mundo se descubre casi en su totalidad; consecuentemente, los nuevos mapas geográficos del mundo son el testimonio pictográfico de la historia política del mundo.

En la nueva conformación de la sociedad industrial, los mapas son el símbolo de la totalidad y al mismo tiempo, la herramienta que abre las posibilidades de control y domino sobre los otros. “De todas las ciencias, la favorita de Verne era sin duda la geografía, al punto que llegó a completar una Geografía ilustrada de Francia  en dos volúmenes”, señala Eduardo Berti en un artículo para Letras Libres.

Los mapas geográficos juegan un importante papel en las obras de Julio Verne; en De la tierra a la luna encontramos que éstos son una herramienta indispensable para llevar a cabo los planes de ir a la luna y explorarla:

Los viajeros tenían curiosidad de examinar la luna durante la travesía, y para facilitar el reconocimiento de su nuevo mundo, iban provistos de un excelente mapa de Beer y Moedler, Mapa de Selenographica, publicado en cuatro hojas, que pasa, con razón, por una verdadera obra de observación y paciencia. En dicho mapa se reproducen con escrupulosa exactitud los más insignificantes pormenores de la porción del astro que mira a la tierra […] Era, pues, un precioso documento para los viajeros porque les permitía estudiar el país antes de entrar en él.

Los mapas, cada vez más extensos, son también una metáfora del límite del mundo, concretamente, del límite de los viajes. Es probable que por esta razón Julio Verne decidiera emprender una búsqueda más allá de los horizontes conocidos; a través de la literatura que explora la otredad aún no descubierta por una sociedad que ha dejado poco espacio en el mundo real  para la aventura. Las historias de Verne son una invitación para imaginar una vida diferente, una donde el descubrimiento de tierras ocultas o partes inexploradas de universo son posibles utopías sociales.

Atlas lunar publicado entre 1834 y 1836 en 4 partes.

El viaje y la diferencia de clases

A pesar de que el viaje es una forma de evocar la auténtica curiosidad humana, no todos tienen la posibilidad de hacerlo. En La vuelta al mundo en ochenta días, Fogg se da el lujo de salir de viaje por el mundo sólo para demostrar que los cálculos sobre el tiempo necesario para recorrer el mundo son precisos. Fogg puede hacer el viaje porque lo desea y porque tiene el capital económico para hacerlo, podemos observar el contraste cuando Passepartout se entera del inesperado viaje:

Y maquinalmente hizo sus preparativos de viaje. ¡La vuelta al mundo en ochenta días! ¿Estaba su amo loco? No… ¿Era broma? Si iban a Douvres, bien. A Calais, conforme. En suma, esto no podía contrariar al buen muchacho, que no había pisado el suelo de su patria en cinco años. Quizás se llagaría hasta París, y ciertamente que volvería a ver con gusto la gran capital, porque un gentleman tan economizador de sus pasos se detendría allí… Sí, indudablemente; ¡pero no era menos cierto que partía, que se movía ese gentleman, tan casero hasta entonces!

En cinco años Passepartout no ha podido volver a su patria, por lo que no puede evitar sorprenderse ante el hecho de que en un transcurrir de horas, su amo decida ir por todo el mundo. La ciencia rodea a todos, pero no todos pueden gozar de sus beneficios; el viaje sólo puede ser llevado a cabo si se cuenta con un capital considerable.

—Bueno; tomad este saco. —Mister Fogg entregó el saco a Passepartout. —Y cuidadlo. —añadió. —Hay dentro veinte mil libras. —Por poco se escapó el saco de las manos de Passepartout, como si las veinte mil libras hubieran sido oro y pesaran considerablemente.

El desarrollo científico no sólo acarrea una marcada diferencia de clases, también implica un cambio en el ejercicio del poder. A finales del siglo XIX, se ve a la ciencia y la tecnología en su sentido más positivista; sin embargo, empiezan a haber indicios de que en unas cuantas décadas  la ciencia podría ser fatalmente destructiva; recordemos que la guerra civil Norteamericana fue un atisbo de las próximas guerras, un preludio de las guerras de masas.

El héroe científico

La sociedad había depositado su fe en los nuevos descubrimientos científicos; no había más milagros, sin embargo, la ciencia era, y tal vez sigue siendo, la nueva religión.

En los mundos de Verne, el conocimiento científico se inserta en el mundo como un lenguaje universal; sin embargo, el contraste de esta universalidad es precisamente la inevitable soledad del científico. La ciencia como soledad, se vuelve el relato exitoso.

Para Julio Verne el sabio contribuye al progreso de la sociedad pero no se relaciona entrañablemente con los individuos de ésta. La condición del hombre sabio reclama su aislamiento para lograr su cometido, su inteligencia está al servicio de la humanidad pero vive desprendido de las relaciones sociales como consecuencia de su propia genialidad. El nuevo héroe científico, sale de viaje pero no vuelve a casa, vive en desazón total y busca consuelo en un viaje interminable por lugares desconocidos. Los personajes de Verne se fugan de la sociedad moderna a través de los medios que ella misma ofrece.

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