Repoblar el imaginario
En ciertos círculos, el miedo a perdernos de algo nos asalta a cada instante. En esta era, tenemos que estar informados para ser capaces de emitir una opinión. Claro, no es una cuestión universal pero sí muy difundida entre la población urbana que tiene acceso a un teléfono inteligente y, con éste, a Internet. Se dirá que hay problemas mucho más graves o se preguntará, más bien, por qué este miedo a perdernos algo es en sí mismo un problema. Sucede que está tipificado; se conoce como FOMO (Fear of missing out) y, visto a gran escala, puede producir opiniones absolutamente viscerales e infundadas. En última instancia, una proliferación de este tipo de opiniones deviene en memes (no como los que compartimos todo el tiempo, sino conforme a la categorización de Richard Dawkins, es decir, constructos culturales que se replican), memes que se convertirán en imaginario. Hasta aquí, el problema no se hace visible todavía.
En mi columna pasada hablaba de la Ilustración y de cómo Immanuel Kant resolvió la pregunta, por su naturaleza con la fórmula Sapere aude!, es decir, “sírvete de tu propio entendimiento”. Pensar por uno mismo y tener claras esas ideas son dos claves para la expresión de una opinión. Desde siempre el ser humano se ha formado una opinión del mundo que lo rodea, pero sólo en esta época la capacidad de externarla y hacerla crecer (y eventualmente, hacerla viral) es francamente exacerbada. Todos los días nos informamos de lo que ocurre a través de los periódicos, noticieros, conversaciones y, por supuesto, de las redes sociales. Se podría decir que vivimos colonizados por la emergencia de noticias y que, cuando nos cansamos de éstas, siempre hay un video divertido que despeje la mente.
Algo que hiela la sangre es pensar que, a medida que nos exponemos a las redes y a la interacción con las pantallas, éstas también nos roban un poco de vida. Más que eso (más que el tiempo que “gastamos”) las interacciones que desarrollamos a partir de las redes sociales, los buscadores y las compras en línea van aportando datos sobre nuestra actividad, sobre nuestras preferencias, debilidades, filias y fobias. Parece que nuestras pulsiones de consumo y toda nuestra personalidad están enteramente determinadas por la influencia que ejercen la publicidad, las redes y las opiniones de amigos y conocidos. Si Kant leyera esto, sin duda se preguntaría dónde quedó ese pensamiento individual que nos hace salir de la infancia (edad del tutelaje) para pasar a una adultez de autodeterminación. Por momentos, recuerdo a los replicantes de Blade Runner, seres creados y programados conforme a una voluntad ajena, en pro de la conservación de los intereses del sistema. En la deriva de los tiempos, pero máxime en los dos últimos siglos, la idea del autómata avanzó vertiginosamente y devino en la de la inteligencia artificial. ¿Volvimos a la edad del tutelaje? Ciertamente, pero de otra manera.
Dejemos de lado las posturas tecnófobas: hay relaciones y factores de comportamiento que se han conservado desde hace milenios y que no se han visto vulnerados por la acometida de los nuevos medios. Lo que sí ha ido en incremento es la capacidad de compartir, interactuar y viralizar ideas. Los memes que compartimos todos los días y que pueden encerrar un significado profundísimo podrían ser vistos como la generación 2.0 de lo que en los siglos XVI y XVII se conocía como emblemas. Los memes refuerzan a la comunidad, cohesionan en el significado y, por supuesto, divierten. Pero de ninguna manera pueden ser sustitutivos de otras fuentes de información. O, mejor dicho, no pueden ser nuestra única fuente de información. Lo que hoy conocemos como memes son imágenes viralizadas que pueden mutar su significado según contexto y potenciarlo con la adición de texto. Son sintéticos, punzantes y requieren de la agudeza de quien los crea y de quien los comprende. Son pulsantes y pueden permanecer en el imaginario un buen número de años, latiendo con nuevos sentidos. Surgen como portadores de ideas pero se convierten en ideas.
Como los emblemas en un tiempo pasado, esos cohesionadores que se concibieron como lenguaje cifrado, sí, pero también como vehículos de discursos políticos y morales complejísimos, los memes son maquinaria al servicio de la ideologización. Y estamos sometidos a su influencia todo el tiempo, nos guste o no.
¿Cómo podemos resistir a los embates de la influencia? Delia Rodríguez, autora de Memecracia. Los virales que nos gobiernan, plantea con otros autores que han analizado de manera teórica y práctica el legado de Dawkins (Susan Blackmore, La máquina de los memes y Lucía Taboada, Hiperconectados, son dos ejemplos) que a pesar de la inteligencia memética y de su operar vírico, es posible no perder la consciencia de su influencia y desarrollar pensamiento crítico en torno a ellos. Incluso llaman la atención sobre la incertidumbre y el carácter fortuito de la vida de un meme. Como toda idea, como todo constructo cultural, el meme (en el sentido de Dawkins) está condicionado a encontrar un medio propicio para replicarse; curiosamente, mentes que no se encuentren vacías, pero tampoco superpobladas de criticidad. Esa medianía es la que favorece el cultivo de una idea que desea ser sembrada.
“Llevar hasta sus últimas consecuencias la memética significa llegar a conclusiones tan molestas como que nuestra conciencia puede ser tan sólo un memeplex [un entramado de memes] magnético al que se le han ido adhiriendo virutas por el camino; que nuestras opiniones y deseos se basan en lo que pensamos que opinan los demás; que empresas, autores, ideas o regímenes políticos exitosos son sólo memes que han tenido éxito replicándose y que podrían haber sido otros en un mundo paralelo. Es un ataque a lo más directo del sentido común y a la tradición del pensamiento individualista occidental” (Delia Rodríguez, Memecracia). Este fragmento da esperanza. ¿Se acuerdan de la tradición? ¿Ese entramado que se aprecia vetusto pero que en realidad es como la frazada que arrastra un niño, que le da seguridad y a la que se le pega la mugre? (Cf. la columna de hace cuatro semanas “Orígenes y tradición. Un llamado a la emancipación”). Su condición es la de no estar intacta. Nunca debemos pensar que las cosas están dadas o que llegaron para quedarse. Tradición también es reivindicar nuestro derecho como ciudadanos a ser receptores de un discurso político coherente. Nuestro derecho a ejercer la crítica y a opinar con fundamentos y a tener opciones para comparar la información que recibimos.
Dejaré que Richard Dawkins sea quien cierre esta intervención: “Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la teoría de los replicadores egoístas” (R. Dawkins, El gen egoísta). Tenemos derecho a ser selectivos y a perdernos de algo, en un momento dado, mientras valoramos el contexto. Tenemos derecho a servirnos de nuestro propio entendimiento y a sembrar nuevos memes para decolonizar y repoblar nuestro imaginario.