El jazz en los tiempos del Covid-19

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Juan López Moctezuma solía decir en los sesenta que ser jazzista en México era como ser torero en Nueva York. Era la década en que el jazz iba tomando carta de naturalización en nuestro medio y aparecían nuestras primeras figuras para darse a conocer no sólo en los antros y centros nocturnos sino también en algunos teatros y salas de concierto, como en Bellas Artes.

Con el paso del tiempo nuestro jazz empezó a ocupar un lugar en la vida cultural de las principales ciudades del país, sobre todo en la capital. Aun así las posibilidades de desarrollo y de sobrevivencia dedicándose a esta música, a diferencia de otros géneros, no han sido las que deberían tenerse.

Tocar jazz no es fácil, a pesar de ser una música que a lo largo de más de una centuria ha avanzado mucho y actualmente exige un nivel de preparación tan riguroso como el de la música clásica.

Cero ingresos, hambre, sepultura

Digo todo esto porque a la ya de por sí compleja condición de los que cultivamos esta música se agrega, ahora, esta crisis sanitaria que ha paralizado totalmente las limitadas posibilidades de trabajo.

Pongo algunos ejemplos: la coordinación de música de Bellas Artes realiza, por una sola vez al año, un ciclo alusivo de cinco o seis recitales (ya se podrán imaginar lo competido que significa poder ser incluido para participar en estas sesiones). Este año estaba previsto para mayo. Esto quiere decir que será pospuesto o cancelado.

Los muy pocos clubes que lo programan están cerrados quién sabe hasta cuándo. Además, lo que acostumbran pagar es poco… y para que resulte redituable hay que hacerlo por lo menos unas cuatro o cinco veces al mes.

Con los recortes oficiales ya existentes más los que se impondrán con mayor vigor una vez que esta crisis aminore, las perspectivas son mínimas. Lo peor es que estos meses de inactividad se van a ir en blanco, cero ingresos.

Los músicos de jazz en nuestro país parecen estar  condenados al hambre y al desamparo hasta nuevo aviso. En el género de la música clásica hay algunas ventajas: si formas parte de una orquesta sinfónica o de un grupo de cámara patrocinado por el Estado tienes un sueldo fijo mensual. Los jazzistas viven (vivimos) al día de tocar en público y algunos de ellos también de la docencia, privada en la mayoría de los casos. Si el Estado no repara en ello, pues ya podremos ir sepultando el desarrollo de esta música entre nosotros.

“En la fila de las tortillas…”

Veo con envidia lo que en otros países se está haciendo para apoyar la cultura, y la música en particular, en estos difíciles tiempos. En Alemania, por ejemplo, se está haciendo desde el mes pasado un rescate financiero del gremio ya que, para ellos, la cultura es un bien de primera necesidad. O en Estados Unidos, con todo y su inefable presidente, el Fondo Nacional Para las Artes (National Endowment for the Arts) acaba de recibir del Congreso federal 75 millones de dólares  para apoyar a la comunidad artística en sus proyectos y trabajos.

Su directora Mary Anne Carter dijo que en este período de incertidumbre no cambiará “el apoyo a las artes a lo largo del país”, ya que en estos momentos “se hace más necesario”.

Aquí entre nosotros no hemos tenido siquiera una consulta por parte de la Secretaría de Cultura federal ni la de la Ciudad de México para saber cómo nos encontramos y menos para ofrecernos algún tipo de ayuda.

Hay algunos músicos de gran trayectoria en nuestro medio que, por su edad avanzada y condición económica, deberían tener algún apoyo, sobre todo ahora. Pienso, por ejemplo, en Tino Contreras, en Víctor Ruiz Pazos y en Salvador Agüero.

Para nuestras autoridades culturales los jazzistas no parecen existir, ya que hacen muy poco por difundir esta música y por apoyar a sus intérpretes.

La historia del jazz en México tiene ya más de medio siglo y, a pesar de todo, tiene logros importantes, que deben ser reconocidos y estimulados porque son parte de nuestro legado cultural.

Desde principios del año pasado un libro mío dedicado al jazz mexicano de los sesentas, con todo y contrato, está congelado en el Fondo de Cultura Económica. Pregunté la razón a uno de sus directivos y, simplemente, me respondió que estoy “en la fila de las tortillas”, que con suerte antes de que acabe el sexenio saldrá.

La buena música, y el jazz como parte de ella, produce emociones que pueden ser no sólo un simple deleite sino hasta un alimento espiritual de primer orden, algo que es más que necesario en estos difíciles y desafiantes tiempos.

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