Zumárraga y la jocosa dualidad

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Curiosamente la primera persona en crear una biblioteca pública en América fue la misma que trató de borrar la memoria escrita de los antiguos mexicanos, mandando a quemar miles de libros (códices pintados sobre papel amate) que contenían las tradiciones y la historia científica y religiosa de extraordinarias civilizaciones prehispánicas.

Así es, el franciscano Juan de Zumárraga –personaje controvertido–, fue un héroe-villano desde su llegada a estas tierras, en 1528. Mientras por un lado se le dio el título de Protector de los Indios, por criticar fuertemente el trato violento que se les daba a los naturales, por otro –siendo inquisidor–, fue el primero en mandar a quemar vivo a uno de ellos, y nada menos que al nieto de Netzahualcóyotl, Carlos Ometochtzin, soberano de Texcoco y poeta, amante de la paz, quien resguardaba celosamente la riquísima biblioteca de su abuelo, que de pasada también se la quemaron. Zumárraga acusó al noble azteca, sin fundamentos y bajo un juicio patito, de seguir practicando sacrificios humanos. El injusto auto de fe fue mal visto por la corona y Zumárraga severamente sancionado. Aun así, durante su gestión como jefe inquisidor (de 1536 a 1543), el fraile llevó mas de ciento ochenta juicios, mayormente contra indígenas: ¡vaya protector!

Nacido en el pueblo vasco de Durango, España, poco se sabe de su infancia y juventud. Según testimonios se trataba de un tío díscolo, sombrío, impetuoso, “proclive al desaire y a hablar sólo en voz alta”. En 1627 conoció personalmente al emperador Carlos V, quien impresionado por su rigidez y seriedad lo envió como inquisidor para “examinar” (perseguir) casos de brujería en la región donde había nacido. Ahí fray Juan adquirió gran experiencia en las artes de exorcizar, ya sea endiablados, raritos o aquellos que mostraran síntomas de alegría, tarea que desempeñó con gran pasión.

Para cuando Zumárraga llegó por estos lares, ya rascaba los sesenta (es incierta su fecha de nacimiento). Por supuesto tomó su misión con exagerada formalidad, por lo que no tardó en pelearse con las autoridades virreinales, siempre más relajadas en cuanto a la ley. Así fue que los primeros años de Zumárraga en Nueva España fueron de bastante zarandeo y angustia.

Fray Juan de Zumárraga.
Fray Juan de Zumárraga (Ilustración: Notimérica).

Sin embargo, no perdió tiempo en mostrar con mano dura quién mandaba en la iglesia novohispana. Para abrir apetito, en 1530, organizó en Texcoco la más grande quema de códices e ídolos hasta entonces vista, un acto que aún en su época fue duramente criticado, como escribió el jesuita José de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias (1590): “(creyendo que todo aquello) son hechizos y arte mágica, se quemaron aquellos libros, lo cual sintieron después no sólo los indios, sino muchos españoles curiosos que deseaban saber secretos de aquellas tierras. (…) Pensando los nuestros que todo es superstición, han perdido muchas memorias de cosas antiguas y ocultas, que pudieran no poco aprovechar. Esto sucede de un celo necio, que sin saber, ni aun querer saber las cosas de los indios, a carga cerrada dicen, que todas son hechicerías (…).” Y esto dicho por un sacerdote.

No obstante, el díanoche de Zumárraga siempre estuvo preocupado por la cultura. Así, en 1536, ya siendo el primer obispo de la Ciudad de México, anotó su primer gol ayudando a fundar el Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco, cuya finalidad fue dar educación de gran calidad a niños indígenas de entre diez y doce años, todos hijos de familias nobles. La institución arrancó con cien chiquillos. El mismo Zumárraga donó varios libros de su colección particular, formando así la primera biblioteca académica de este lado del charco. Ésta contaba con cerca de ochenta volúmenes, algo admirable para la época, y se podían encontrar libros de exquisita manufactura de autores que iban desde Plutarco o Aristóteles, hasta, obviamente, obras escritas por el mismo Zumárraga, como su Doctrina breve, muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica(1544), que por cierto después se prohibió porque resultó ser un plagio de la Summa de doctrina christiana, del teólogo protestante Constantino Ponce de la Fuente, a quien entonces nadie conocía, aunque después fue famoso por sus ideas, por lo que la inquisición se encargó de coscorronearlo bien y bonito.

Otro golazo del aguaceite de Zumárraga fue traer a estas tierras, junto con el virrey Antonio de Mendoza, la primera imprenta. El mismo año que el obispo franciscano mandó a rostizar al nieto de Nezahualcóyotl, 1539, salió de la prensa el primer libro de América. Éste lo hizo el impresor Juan Pablos, enviado a México a operar la imprenta por su jefe, Juan Cromberger, uno de los impresores más reconocidos en España.

La primera imprenta se instaló en lo que hoy se conoce como la Casa de las Campanas, en la esquina de Moneda y Lic. Verdad, que perteneció originalmente a Gerónimo de Aguilar, el famoso naufragó que vivió prisionero entre los mayas hasta ser rescatado por Cortés, en 1519, y que sirvió como intérprete en la conquista de Tenochtitlán. Después la propiedad pasó a ser de Zumárraga. Ahora bien, ¿por qué se colocó la imprenta en propiedad privada y no en un espacio gubernamental como mandaba la regla? Bueno, porque Zumárraga era socio mayoritario del negocio, o sea era su imprenta, y él era el único que –después de mover muchas palancas–, tenía permiso de la corona para imprimir. Recuérdese que el papel, como el tabaco y los mazos de cartas para el juego (que por cierto después de los minerales y el tabaco era lo que más dejaba en la primera etapa del virreinato), eran monopolio exclusivo de la Corona.

Imprenta Juan Pablos
Ilustración: rincondelatecnologia.com.

Por otra parte, los Cromberger y la familia Zumárraga se conocían años atrás, y aquellos tenían deudas con estos. Quizás parte del cobro se hizo en especie con la misma imprenta. Esto nos lleva a pensar que no sólo fue la necesidad, el amor por los libros de Zumárraga, o la fe en ellos como instrumento de evangelización y educación, lo que hizo posible la primera imprenta en América, sino la visión de un negocio redondo para el obispo. Zumárraga no llegó a disfrutar plenamente los frutos de su querida imprenta, aunque sí se dio el gusto de imprimir, en 1543, su obra Doctrina breve y muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica y a nuestra cristiandad en estilo llano para común inteligencia. Sí, le gustaban los títulos largos.

El primer obispo de la Ciudad de México, Zumárraga, murió en 1548, arañando los ochenta años, algo inusual en esos tiempos. Si por un lado quemó a cientos de indígenas y miles de libros prehispánicos, fue intransigente y de mano dura; por otro, fundó colegios, hospitales, conventos e inició los trámites para la creación de la universidad. Cierto, la dualidad siempre acompaña nuestra naturaleza, es parte de la esencia de ser humano, del demasiado humano. ¡Ah!, no se olvidé que el indio Juan Diego a quien lleva el palio con la imagen de la virgen de Guadalupe es a fray Juan de Zumárraga.

Mientras tanto el impresor Juan Pablos en realidad se llamaba Giovanni Paoli, era de origen italiano; y a la muerte de Juan Cromberger, la viuda le traspasó la parte correspondiente del negocio. Lo primeros años fueron un desastre para la imprenta, ya que lograr traer papel desde España era un verdadero lío. En ese ínterin Don Juan tuvo que mendigar por las calles para subsistir. Pero por fin en 1549 echó a andar la imprenta, contratando a Antonio de Espinosa, experto fundidor y cortador de tipos móviles. Ambos lograron un nivel espectacular de calidad en sus ediciones, inclusive superable a las que se hacían en España.

Primera Imprenta.
Ilustración: Salutip.

Por más de veinte años la aportación de Juan Pablos a la incipiente industria editorial novohispana fue fundamental, aunque fue una actividad muy atropellada. Sólo se conocen cuarenta y cinco libros impresos por Juan Pablos, algunos de ellos apenas rebasan el par de hojas, como el Manual de Adultos (1543), del presbítero Pedro de Logroño (1543), siendo su obra más voluminosa el Diálogo de Doctrina Cristiana en lengua de Michoacán (1559), del franciscano Maturino Gilberti, que consta de seiscientas páginas. A la muerte de Juan Pablos, en 1561, su mujer y yerno continuaron con el negocio.

Para finales del siglo XVI y ya roto el monopolio de la imprenta y papel (1560), nuestra ciudad contaba con once imprentas.

La conclusión la apunta el gran don Jorge Luis Borges:

“De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.”

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LUIS ENRIQUE AVILA GUZMAN

Gracias Gerardo. Esta vez un artículo agridulce, como su protagónico.
Pero la quema de los códices realmente duele, es algo profundamente lamentable.
Un a brazo

VERONICA

Los claroscuros de nuestra historia. Muy interesante conocer esta historia y sus protagonistas. Saludos Gerardo.

José Pins

De Zumarraga solo se conoce la quema de un indígena y el artículo pone que quemó cientos de indígenas. Esto es una tergiversación de la historia. Una mentira. Es una acusación tendenciosa y falsa.

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