De Qué Se Trata

China: sistemas de pagos vía Apps e inclusión social y financiera

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Hemos visto con interés y asombro cómo en China se han introducido nuevas formas de pago en tiempo récord a través de las aplicaciones (Apps) Alipay (de Alibaba, similar a Amazon) y WeChat Pay (perteneciente a TenCent que contiene la red social más importante del país, Webchat, similar a Facebook). Estas Apps surgieron a mediados de la década de 2000, pero despegaron realmente en 2014 y actualmente cuentan en conjunto con casi dos mil millones de usuarios, de forma que procesan alrededor la tercera parte del gasto en consumo en China (The Economist).

Su crecimiento, además, es rapidísimo. En los primeros diez meses de 2017 se habían registrado cerca del equivalente a 13 billones (trillion en inglés) de dólares en pagos a través de celulares, es decir, 38% más que en igual período en el año anterior (Xinhua, citado por American Banker). Las dos mayores Apps mencionadas daban cuenta de más del 90% de las transacciones hechas en forma digital en 2018.

Sin duda ha ayudado a esta revolución en los sistemas de pago la gran penetración de teléfonos móviles e Internet en China. En junio de 2019 había 829 millones de usuarios de Internet en el país (19% del total de usuarios en el mundo).

Pareciera que China se ha saltado las etapas por las que han pasado los países industrializados y muchos otros en los sistemas de pago: en lugar de evolucionar desde los pagos en efectivo, a los pagos vía cheques, al uso de tarjetas de débito y crédito, y posteriormente a pagos digitales vinculados al sistema de tarjetas, han ido directamente a los pagos digitales y sin pasos intermedios (aunque sí requieren una cuenta bancaria donde están los fondos que se transfieren a las billeteras electrónicas). Esto se explica en parte por el rápido avance en plataformas digitales (comerciales) comparado a la evolución más lenta de los medios de pagos también digitales (financieros) en ese país. Así, por ejemplo, la plataforma comercial Taobao incorporó a Alipay en ella para que sus clientes pudieran pagar digitalmente sus compras dentro de la propia plataforma. WeChat Pay tiene una historia diferente, pero también cubre una necesidad de financiamiento entre individuos que no estaba disponible (véase la historia de WebChat Pay a propósito de los regalos monetarios en sobres rojos).

Sobre rojos.
Imagen: Confucio Magazine.

Las ventajas de estas nuevas formas de pago las experimentan los consumidores, que pueden hacer uso de WeChat Pay y AliPay para comprar mercancías, pagar servicios de utilidad pública, recibir y mandar remesas, comprar boletos de avión, pagar taxis, hacer pedidos de restaurantes, etc., obtener el servicio con gran rapidez y disfrutar de la comodidad y mayor seguridad de no tener que portar efectivo. Las cualidades de este sistema no son menores para los propios vendedores. Según un estudio reciente de Brookings Institution, los comerciantes en China se han resistido a obtener lectores de tarjetas bancarias, porque es un costo que no están dispuestos a absorber ni han querido traspasar a los consumidores. Para que esos lectores funcionen necesitan, además, sistemas telefónicos alámbricos o inalámbricos, lo cual también tiene un costo que no han estado dispuestos o en condiciones de pagar, especialmente cuando se trata de pequeños y micro-comerciantes.

La disponibilidad de teléfonos móviles inteligentes ha permitido a millones de personas pagar por compras hechas en todos lados a través de Apps en China. Por esta vía se pueden realizar pagos móviles (m-commerce) en forma directa y rápida en establecimientos gracias a los códigos QR (quick response o respuesta rápida). Se puede pagar de dos maneras a través de QR: el cliente escanea el código QR del vendedor, que puede estar simplemente impreso en un papel a la vista del cliente, e ingresa el monto que tiene que pagar, con lo que se envía directamente al comerciante (en este caso la conexión telefónica la aporta sólo el comprador). O bien, el cliente enseña su propio código QR en su celular al vendedor, quien lo escanea estableciendo el monto del cobro. Ambos cuentan con una billetera móvil para hacer estas transacciones. Además de su uso en comercio físico, Alipay y WeChat Pay se usan masivamente para hacer compras en línea (e-commerce). Para superar la desconfianza, se creó el sistema escrow, por el se requiere que el comprador pague antes de que se le envíe el producto, pero el pago se libera sólo después de que el bien ha llegado a su destino y el cliente confirma que es el correcto.

A las facilidades y ahorros mencionados con este nuevo sistema de pagos, hay que agregar que todas las transacciones descritas se pueden efectuar en forma gratuita. Los cobros por operaciones a través de estas App son de 0.1% a partir del retiro de 10,000 RM (US 1,400 dólares, aprox.) y también hay un costo cuando se trata de una transacción internacional. Esto contrasta con los cobros a los comerciantes en países como Estados Unidos por el uso de tarjetas de crédito, que es más de 2% del valor de la transacción por el procesamiento de la venta (por Visa o Mastercard).

No todo es tan ventajoso en las App cuando se comparan con los sistemas bancarios. El dinero que sus usuarios mantienen en sus billeteras electrónicas no genera intereses. Además, los pagos que se hacen son instantáneos, sin existir la ventaja que proveen las tarjetas de crédito de no cobrar intereses a lo largo del mes en que se efectúa la transacción. Para obtener crédito para una compra o interés sobre el ahorro hay que solicitarlo y procesarlo fuera del sistema de pagos de las App, pero se pueden conseguir dentro de cada uno de sus ecosistemas financieros.

Pago QR
Fotografía: Infotechnology.

Por otra parte, las grandes ventajas que ofrecen estas App se aplican mientras los usuarios se mantengan dentro del mismo ecosistema financiero, pues si los fondos se recanalizan al sistema bancario o a otras plataformas financieras, sí hay que pagar por ello. Tanto los ecosistemas de Alibaba (del cual forma parte Alipay) como de Tencent (que contiene a WeChat) han desarrollado todo tipo de servicios (cuentas de ahorro, de inversiones, seguros, créditos, etc…) para responder a las crecientes necesidades financieras que puedan tener los clientes. Pero la tendencia es a crear verdaderos gigantes digitales, no fáciles de controlar por parte de las autoridades de competencia. La envergadura de estas actividades financieras dio un nuevo salto a partir de que en 2018 China abrió a los extranjeros los sistemas de pagos y liquidación en línea (EIU).

¿Puede considerarse que las Apps como Alipay y WeChat Pay contribuyen a una mayor inclusión financiera en China?

(…) Sí y no (…).

El acceso a cuentas bancarias para servicios básicos como pagos y ahorro es prácticamente universal en China. Como indica el estudio muy reciente de Aaron Klein (Brookings Institution, 2019), el país cuenta con un sistema bancario sólido, indispensable para la distribución de diversos beneficios que otorga el gobierno, por lo que muchas personas tienen dos cuentas bancarias o más. También existe una extendida red de tarjetas –UnionPay desde 2002–, pero la modalidad como tarjeta de crédito no ha tenido mucho éxito en el mercado nacional.

Hasta hace poco productores y comerciantes dependían de que sus clientes contaran con efectivo, mientras que ahora con las Apps, pueden formar parte de un mercado más ágil y amplio. También los consumidores pueden adquirir más fácilmente todo tipo de productos y servicios sin tener que contar con el efectivo. Por tanto, estos mecanismos de compra-venta digitales son más incluyentes de un gran segmento de la población que usualmente sólo usaba dinero contante y sonante. Esta forma de inclusión es especialmente interesante para un país que está saliendo de la pobreza. Además, el mecanismo digital-financiero descrito es mucho más ecuánime que el sistema de tarjetas de crédito. El uso de éstas tiene un efecto muy inequitativo en los países en los que este instrumento de pago predomina. Los segmentos de altos ingresos, que cuentan con tarjetas de lujo, ven los elevados costos de ellas más que compensados por los beneficios que reciben (premios, recompensas, etc., que se traducen en mayor efectivo para ellos). En cambio, la clase media que tiene acceso a tarjetas más sencillas, y que frecuentemente caen en el pago atrasado de sus saldos deben, por tanto, cubrir altos intereses, mismos que los bancos usan para financiar los premios a los tarjetahabientes de mayor status. Por tanto, es un sistema muy costoso para aquellos de menores ingresos. El estudio de Brookings mencionado sostiene que el sistema de tarjetas de crédito tenderá a conservarse en países como Estados Unidos justamente por los beneficios que ciertos sectores obtienen a costa de otros.

Banca digital.
Imagen: GettyImages.

El Sistema de pagos no bancario a través de las Apps, también se ha extendido hacia el sector rural de China, pero en menor grado por problemas de diversa índole. A fines de marzo de 2017, Alipay tenia 163 millones de usuarios en el mercado rural  (Banco Mundial y Banco Popular de China). Sin embargo, estos modelos digitales no pueden cerrar del todo la brecha de acceso a servicios financieros que hay en la sociedad china para sectores remotos, población envejecida, y otros segmentos, por lo que se necesitan otros medios para alcanzarlos. Por tanto, si bien las Apps sí tienen un efecto incluyente, sólo pueden ser complementarias de otros mecanismos de inclusión financiera.

El mayor esfuerzo para mejorar la inclusión financiera de la sociedad china ha ocurrido en los últimos 15 años y se ha concentrado especialmente en los sectores como la población rural (43% del total de habitantes), las pequeñas y medianas empresas (PYME), los discapacitados, los sectores pobres y los adultos mayores. Esto sin duda ha contribuido a sacar de la pobreza a una parte importante de la población. Entre otros, vale destacar el plan de 2006-2008, que abrió las puertas para proveer nuevos servicios rurales financieros tales como “bancos de pueblo”, cooperativas mutuales de crédito y compañías de microcrédito de nuevo tipo (Banco Mundial y Banco Popular de China, 2018). La creación del Banco de Ahorro Postal de China en 2007 (PSBC, por sus siglas en inglés) para servir al sannong (el sector agrícola, campesinos, y sector rural, en general, las PYME, y pequeñas comunidades) y el Plan para promover el desarrollo de la inclusión financiera (2016–2020), han sido muy relevantes para bancarizar a los sectores mencionados.

Una de las lecciones que se puede extraer del caso de China es que la expansión de los sistemas de pago digital no bancario mediante las Apps, puede ayudar a mejorar la inclusión financiera de sectores importantes de la sociedad, pero es imposible que llegue a todos los grupos marginados, especialmente los del sector rural. La bancarización de este último y de otros segmentos es esencial para acercar a estas personas al mercado, pero también para evitar que fondos canalizados a estos sectores pasen por la intermediación de instancias que podrían ser corruptas o para desviarlos con otros fines, como los clientelares.

La (tímida) irrupción de la Banca Digital en México

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El Foro “No Money”, organizado por el periódico El País en la Torre BBVA de la Ciudad de México el 23 de octubre, ha puesto en la palestra un tema que está en la frontera de la discusión actual. En México, el 90% de las transacciones se hacen en efectivo, más de la mitad de la población carece de una cuenta bancaria y sólo algo más de un tercio tiene una tarjeta de crédito. En Canadá, el país que menos efectivo usa en el mundo, el 57% de los pagos se hacen sin dinero físico y los ciudadanos tienen más de dos tarjetas de crédito per cápita. Las ventajas de manejar dinero en forma virtual son evidentes pues agiliza los intercambios, reduce los costos y los riesgos de transportar o cargar efectivo (aunque el dinero virtual también tiene riesgos de otros tipos).

La carrera por desarrollar el mercado de transacciones financieras virtuales en México ya se nota. Se estima que había alrededor de 400 Instituciones Tecnológicas Financieras (ITF) antes de que se promulgara la Ley Fintech (marzo 2018), cuyo propósito es justamente empezar a normar los mercados financieros virtuales. Un signo de que esta Ley es sólo un comienzo, es que únicamente 200 de las 400 empresas mencionadas calzaban en el marco regulatorio de esa nueva ley, pues ésta reglamenta principalmente instituciones de fondos de pago electrónico (monederos), instituciones de financiamiento colectivo (crowdsourcing) y muy parcialmente las criptomonedas, pero el mercado financiero virtual es mucho más variado que el considerado en la ley. De las 200 empresas idóneas, sólo 85 solicitaron permiso a la CNBV para poder operar legalmente (las demás tendrán que dejar de funcionar en este mercado hasta que obtengan el correspondiente permiso). La mayor parte de estas empresas (60) pidieron autorización para operar como instituciones de fondos de pago electrónico y las restantes (25) como instituciones de financiamiento colectivo (CNBV). Las operaciones que se realizan a través de las ITC registradas ante CNBV, pueden ejecutarse a través de aplicaciones en teléfonos celulares o computadoras personales y tienen facultades y garantías similares a aquellas con que cuenta la banca tradicional.

Pago electrónico.
Imagen: Sopitas.

Dentro de este proceso de ordenamiento del mercado financiero digital, el Banco de México lanzó una plataforma para Cobros Digitales (CoDi) el 30 de septiembre, que opera a través del Sistema de Pagos Electrónicos Interbancarios (SPEI). Este es un mecanismo que ayuda a hacer pagos en forma inmediata vía Internet o banca móvil (con el uso de códigos QR, quick response y NFC, Near Field Communication), permitiendo reemplazar el dinero en efectivo. Sin embargo, su campo de operación aún es limitado si se compara con lo que efectúan plataformas similares en otros países.

Las condiciones de infraestructura para realizar pagos en línea están en gran parte disponibles en México. En 2018, 70% de la población mexicana contaba con banda ancha móvil, el 66% de los individuos usaban Internet y se estima que para 2024, el 92.2% de la población del país tendrá acceso a la red digital . Sin embargo, la utilización de estos medios de telecomunicaciones para operaciones financieras ha sido limitada, como se ha señalado.

Para ser competitivos, los bancos necesitan “modernizarse” y facilitar las transacciones digitales que agilizan y abaratan los intercambios en el mercado. CoDi es un paso adelante, ya que permite el pago casi inmediato de un servicio o producto: el vendedor realiza un cobro virtual al comprador, éste debe aceptarlo por esa vía y con ello queda saldada la operación. Nótese que el monto de la transacción no puede exceder el modesto monto de 8 mil pesos. El uso de este nuevo instrumento digital para transacciones requiere tener una cuenta bancaria, lo que limita su radio de acción, pero varios bancos que participan en la plataforma CoDi ofrecen crear una cuenta bancaria de forma remota para el cliente, lo que quizás lleve a una mayor bancarización de la población.

Los bancos en México necesitan avanzar más rápidamente en esta era digital, pues la competencia de los neobancos plantea un reto enorme. Estas no tienen sucursales que mantener y prácticamente no usan efectivo, lo que también hace prescindibles los cajeros automáticos propios (aunque los clientes pueden hacer uso de aquellos de bancos tradicionales), ahorrándose buena parte de los costos relacionados y pudiendo ofrecer servicios financieros mucho más baratos que los bancos establecidos (prácticamente no se cobran comisiones a los clientes). En México ya empieza esa competencia. Por ejemplo, Weex Wallet provee una tarjeta de prepago MasterCard Digital, que almacena el dinero del cliente y que éste puede usar en línea o en comercios físicos en forma muy ágil. También se puede obtener un préstamo en línea, con lo cual la tarjeta puede funcionar en forma muy similar a una tarjeta de crédito. Asimismo, operan en México Albo, Klar y próximamente Nubank (de Brasil), cuyos servicios son similares a los descritos. Todos con respaldo de MasterCard.

Nubank.
Imagen: Labs EBANX.

En países emergentes, como China, la mitad de la población paga normalmente con Apps móviles como AliPay y WeChatPay, y en Kenia casi todos usan M-Pesa para pagos móviles. Este cambio es muy rápido en países desarrollados. En Gran Bretaña, donde se ha reglamentado mejor que en nuestros países estas nuevas instituciones y mercados financieros, se han pedido al menos 15 licencias para este tipo de bancos digitales desde 2005, los cuales están encausando la tercera parte del incremento anual de los ingresos en ese país. Se estima que 9% de los británicos adultos y alrededor de 15% de jóvenes entre 18 y 23 tienen una cuenta en un neobanco (The Economist).

Un tema que sólo es tocado marginalmente en la Ley Fintech son las criptomonedas.  De hecho, al emitir reglamentos secundarios a la Ley, el Banco de México (Banxico) dejó al margen la regulación de empresas de Exchange de criptomonedas (o plataformas que permiten cambiar unas criptomonedas por otras o bien por dinero tradicional) y además prohíbe a las ITF ofrecer operaciones con criptomonedas a sus usuarios.

“El Banco de México estima conveniente mantener una sana distancia entre tales activos y el sistema financiero, dados los riesgos que la operación con estos pudiera conllevar para los usuarios, para las instituciones que operen con ellos y para el sistema financiero en general”. (Banxico).

Criptomonedas.
Imagen: Freepik.

Sin embargo, no prohibe a las ITC y a instituciones de crédito realizar las operaciones con criptomonedas, habiendo previamente obtenido la autorización para ello, pero estarán limitadas a las “operaciones internas que dichas instituciones realicen para el procesamiento de los servicios que ofrezcan a sus clientes”.

En suma, dos características de las FinTech destacan entre las más relevantes: un esfuerzo por modernizar y hacer más incluyente el sistema financiero mexicano, del que ha estado marginada gran parte de la población y, por otra parte, hacerlo más seguro, especialmente dificultando el lavado de dinero mediante las nuevas reglas (se cambiaron también algunas disposiciones de la Ley-Antilavado con este fin).

Entre los desafíos que tiene México por delante, como muchos otros países, es que las disposiciones que ha introducido, especialmente para las criptomonedas, son aplicables dentro de su territorio pero las operaciones con estas monedas virtuales son cada vez más importantes a nivel internacional. La ex-directora del FMI, Christine Lagarde, hace muy poco hizo declaraciones advirtiendo sobre el potencial uso de las criptomonedas como vehículo de lavado de dinero y financiamiento del terrorismo a nivel internacional. Mientras tanto, Facebook, el gigante tecnológico ha anunciado el lanzamiento de su propia criptomoneda “Libra” que podría llegar a miles de millones de personas en el mundo, pero que pocos países podrán regular y controlar a nivel nacional.

“Del dicho al hecho hay un gran trecho”. Calentamiento Global

Lectura: 9 minutosEste refrán popular se aplica cada vez más a las políticas públicas cuyo propósito es bajar las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI) para combatir el cambio climático. De hecho, las emisiones netas de GEI deberían ser nulas para 2050, si se quiere lograr que la temperatura del planeta no se eleve más de 2º C y preferiblemente no más de 1.5º C respecto de aquella pre-industrial (Acuerdos de COP21). Con esto en mente, las huelgas de los jóvenes por salvar la tierra son una justa llamada de atención a la humanidad, especialmente a ciudadanos, gobiernos y empresas.

La discusión sobre si el calentamiento global es de origen antropogénico o es un fenómeno “natural” ha generado una pasión quizás comparable a la de si el mundo era redondo o plano en tiempos de Galileo. Pero ahora las implicaciones de una u otra postura son más dramáticas. Una sostiene que, si no se reducen las emisiones GEI, podemos llegar a la extinción de la vida en el planeta, y la opuesta señala que si llegara a ocurrir algo a la tierra por el calentamiento global (improbable), no sería culpa de la humanidad, por lo que sería indiferente reducir o dejar crecer las emisiones.

No obstante, hay un gran consenso –entre el 90 y el 100% de los científicos que han escrito sobre el cambio climático– de que los humanos estamos causando el calentamiento global. Entre muchos otros, es el caso de un artículo (2016), “Consensus on consensus: a synthesis of consensus estimates on human-caused global warming” de 10 autores (algunos trabajos referidos en él cubren más de 10,000 estudios sobre cambio climático). Aunque la discusión no está saldada y hay una pugna feroz sobre el tema (véase el artículo de Francisco Gil-White en El Semanario Sin Límites para un punto de vista escéptico respecto al origen antropogénico del cambio climático), sí hay una probabilidad, que parece ser muy alta, de que los humanos estamos orillando al mundo a la catástrofe y, por tanto, más vale actuar y rápido.

Montaña de basura.
Imagen: Pixabay.

Greta Thunberg tiene razón al increpar a los dirigentes mundiales que han arrastrado los pies frente a la situación climática, considerada como una urgencia sin precedentes por la gran mayoría de los científicos. El centro del problema del calentamiento global está en el consumo de combustibles fósiles, como es por casi todos reconocido. El comportamiento de los “líderes” mundiales sugiere que los intereses de los países que representan están demasiado ligados a la riqueza petrolera, o bien, ellos mismos están cooptados por las grandes empresas petroleras, o tal vez son demasiado débiles, o quizás son indiferentes al problema. Ante la ineptitud o la falta de voluntad de los dirigentes para “tomar el toro por los cuernos”, la responsabilidad de frenar el cambio climático recae literalmente en todos los habitantes del planeta.

A nivel global, el sector productor de energía genera aproximadamente la mitad de todos los Gases Efecto Invernadero (GEI); el sector agrícola, el forestal y otros usos de la tierra (AFOLU, por sus siglas en inglés) son responsables de alrededor de la cuarta parte de los GEI; y el transporte contribuye con el 12%. Es decir, estos tres sectores generan cerca del 82% de todas las emisiones de GEI (Our World in Data).

Si observamos el sector de energía, esto es, el mayor emisor de GEI, vemos que su comportamiento no es el esperado ante la emergencia actual. En 2018, la demanda de energía aumentó en 2.9%, tendencia liderada por China, Estados Unidos e India. El mayor crecimiento lo experimentó Estados Unidos, 3.5%, el mayor aumento registrado en ese país en los últimos 30 años, después de haber tenido la tendencia contraria durante el decenio más reciente (BP Statistical Review of World Energy, 2019).

Protestas.
Fotografía: @oliviac_design.

El origen del 40% de las emisiones de CO2 generadas por la producción de energía provienen del carbón y el 35% del petróleo, las dos fuentes tradicionales más contaminantes (Our World in Data).

A pesar de la enorme presión que existe en el mundo porque se reduzcan rápidamente las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI), hay una fuerte tensión entre la necesidad de avanzar hacia la producción de energía sostenible y el interés por reforzar la industria energética tradicional, incluso la más contaminante basada en el carbón.

El estudio “The Carbon Majors Database; CDP Carbon Majors Report 2017” es muy útil para esclarecer esta aparente incongruencia. Comienza con datos ampliamente conocidos: la industria de hidrocarburos, sus productos y usos (incluyendo transporte, manufactura, etc.) daban cuenta del 70% de todas las Emisiones Efecto Invernadero en 2015. Si continuara la tendencia de extracción mencionada durante los siguientes 28 años, para el 2100 la temperatura subiría fatalmente en 4º C por encima de aquella de la era pre-industrial.

Emisiones de Gases Invernaderos.
Fotografía: @tomlaudiophile.

Pero la originalidad de este estudio es que rastrea las emisiones históricas acumuladas provenientes de las compañías más contaminantes con GEI, lo que provee una perspectiva diferente a la adoptada en las negociaciones para abatirlos. Es decir, en lugar de analizar el tema partiendo de la división entre países, distinguiendo las emisiones y compromisos de los países desarrollados y de los que están en proceso de desarrollo, o entre países del Norte y del Sur, o entre aquellos responsables históricos de las emisiones y los que lo serán en el futuro, etc., se presentan las responsabilidades de las grandes empresas emisoras dedicadas a la producción de hidrocarburos. Ello permite analizar el origen de las emisiones de GEI desde el lado de los productores, y lo que encuentran no es alentador: 100 empresas –de propiedad estatal, de capital público, y en menor medida de capital privado– fabricantes de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), daban cuenta del 71% de emisiones industriales de GEI acumuladas entre 1988 y 2015. Las ocho primeras empresas que aparecen listadas de mayores a menores emisiones de GEI son:

  1. China (Carbón);
  2. Compañía de Petróleo de Arabia Saudita (Aramco);
  3. Gazprom OAO (Rusia);
  4. Compañía de Petróleo Nacional Iraní;
  5. ExxonMobil Corp;
  6. Coal India;
  7. Petróleos Mexicanos (Pemex);
  8. Rusia (Carbón).

Este estudio coincide bastante con otro muy reciente (The Guardian) que revela que sólo 20 grandes compañías petroleras son responsables de un tercio de todos las emisiones de GEI en el mundo, de las cuales 12 son estatales y están encabezadas por la compañía saudita (Aramco). Pemex ocupa el 9º lugar en esta lista.

Dichas empresas necesitan hacer una transición rápida hacia una menor producción de este tipo de combustibles y deben utilizar una tecnología menos sucia como la de CCUS (Carbon Capture, Use and Storage, por sus siglas en inglés), que captura, usa y almacena el carbono, reduciendo el impacto ambiental del uso de combustibles fósiles para la generación de energía y procesos industriales. A la vez, necesitan diversificar la producción hacia energías renovables con mucha urgencia.

Combustible fósil.
Fotografía: Concepto.

Es difícil esperar que las empresas, especialmente las estatales o con capitales públicos, hagan las inversiones necesarias tanto para innovar tecnológicamente sus plantas con el fin de reducir emisiones o las diversifiquen significativamente hacia energías renovables, pues los ingresos públicos que provienen de sus industrias petroleras son importantes para el sustento financiero de sus países y prefieren orientar sus nuevas inversiones hacia sectores que les reditúen más económica y socialmente (muchas veces con fines políticos en mente). El caso más patente es Arabia Saudita, que no tiene ninguna meta clara de bajar ni producción ni emisiones hacia el año 2050. Pero tampoco se puede esperar cambios relevantes de las grandes empresas de hidrocarburos de Irán, de Rusia o de China. Incluso en México, todo indica que habrá una mayor indiferencia al problema de emisiones de Pemex, dándole preferencia a las inversiones destinadas al fortalecimiento de la industria de hidrocarburos tradicionales y la autosuficiencia energética, antes que a la generación de energía sustentable.

Algunas empresas de capital privado han actuado de forma drástica para preservar su producción. ExxonMobil, enlistada como una de las mayores compañías privadas de petróleo y gas del mundo, ayudó a formar la Coalición Global del Clima (1989-2002) para poner en duda la base científica del cambio climático e “hizo lobby” para que Estados Unidos no firmara el Protocolo de Kioto en 1998, y ha hecho diversas campañas para desinformar sobre la existencia del cambio climático (Scientific America). Sin embargo, no todas las empresas petroleras tienen un record tan negativo; por ejemplo, British Petroleum, no estatal, está invirtiendo en energías renovables desde hace muchos años y en distintas formas, por lo que en 2019 destinará $750 millones de dólares a actividades bajas en carbono, incluyendo energía eólica, solar y carga para vehículos eléctricos (NYT), pero ésta es más bien la excepción que la regla.

Petroleras.

Frente a este panorama, es indispensable una reacción por el lado del consumo de energéticos. Sólo reduciendo drásticamente la demanda de energía proveniente de hidrocarburos, se puede inducir a todas las grandes compañías petroleras a reorientar su producción hacia fuentes limpias. Eso requiere compromisos de muchos tipos y ya hay indicios interesantes, pero que por ahora distan mucho de poder revertir la tendencia a la debacle. Entre las iniciativas asumidas en este sentido, vale la pena destacar que, ante la debilidad de los gobiernos nacionales para frenar las emisiones GEI, las ciudades del mundo han adoptado la iniciativa de avanzar en esta ruta, poniendo en 2020 el límite de tiempo para mostrar resultados alineados con los Acuerdos de París. La Cumbre C40 de Alcaldes de 94 ciudades que concluyó el 12 de octubre en Copenhague, promete resultados interesantes. Ya hay 30 ciudades que reducen en forma continua sus emisiones, siendo la más destacada Copenhague que ha disminuido en un 61% sus GEI desde 1991. Nótese que no hay una sola ciudad de países en desarrollo que forme parte de estas 30.

Por el lado de las empresas hay valiosas iniciativas como el Science Based Target Initiative que registra el proceso de emisiones de GEI mucho más allá de una empresa, es decir, considera toda la cadena productiva, comprometiendo a bajar sus emisiones en cada eslabón. También el RE100 (lanzado en 2014 en Nueva York) es destacable, pues las empresas miembro se comprometen a depender 100% de energía renovable a más tardar en 2050 y se está expandiendo a nivel mundial, con datos a la vista y evaluación anual de los avances.

Sin embargo, la acción de los consumidores y sus cambios de hábitos son indispensables para abatir las emisiones de GEI. Quizás las manifestaciones casi diarias de los jóvenes contra la “extinción del mundo” atraigan la atención de los usuarios de productos finales en el mercado (además de los gobiernos y las empresas). Pero los ciudadanos necesitan mucha más información sobre los problemas causados y sobre cuántas emisiones han sido emitidas por los productos que compran. Así como los alimentos tienen etiquetas sobre sanidad y seguridad, toda producción de todo tipo debería tener una medición de su huella de carbono y hacerla pública. Hacer esto es posible, habida cuenta de la tecnología que ya existe y que algunos ya lo hacen; por ejemplo, ya en 2012, 48% de los viñedos chilenos medían su huella de carbono.

Huella de carbono.
Ilustración: The New York Times.

Al mismo tiempo, estamos en plena Cuarta Revolución Industrial, en la que la computarización, la Inteligencia Artificial, la robótica, etc., están penetrando horizontalmente la economía y la sociedad, y su uso de energía es enorme y está creciendo. Pongamos un par de ejemplos. La tecnología de “blockchain” que permite manejar información en forma inviolable y que hizo posible la creación de las criptomonedas, se está generalizando para múltiples propósitos. Pero de acuerdo a un artículo muy reciente “si Bitcoin fuera un país hoy (el 07/01/19 con un uso de 47 TWh por año), se convertiría en el 53º país en consumo de energía anual; más que Iraq y menos que Singapur” (traducción propia). De otra manera, se calcula que esta tecnología produce el equivalente al CO2 de un millón de vuelos transatlánticos anualmente (The Guardian).

¿Esto lo saben los usuarios de bitcoin y aquellos que están empleando blockchain para muchos otros fines? Es indispensable que lo sepan y que, de mantenerse esa tecnología, se use en formas mucho más ahorradoras de energía.

Asimismo, los centros de información, que se supone se triplicarán en la próxima década,  que incluyen computación en la nube, almacenamiento de datos, material para streaming como Nelflix, servicios computacionales, Internet of Things, entre otros, podrían consumir más energía que toda la industria aeronáutica (The Guardian).

Los usuarios necesitamos saber cuál es la huella de carbono de los bienes y servicios que consumimos, incluyendo toda nuestra actividad electrónica. Con esta información los ciudadanos pueden actuar, aunque los demás protagonistas (de lo que está ocurriendo ambientalmente) lo hagan de manera lenta.

Cambio Climático, ¿alguien se hará cargo?

Lectura: 8 minutos1. ¿Dónde estamos?

Al ver el mensaje de Greta Thunberg, una activista ambiental sueca adolescente reclamando en la ONU a líderes mundiales no haber hecho nada para detener el cambio climático, no se puede permanecer indiferente. Es difícil no pensar en la ingenuidad con la que se han llevado las negociaciones mundiales para proteger el medio ambiente en las últimas décadas y la inmoralidad con la que se han evadido las obligaciones que se han plasmado en esos acuerdos. Y no es que no haya acuerdos: actualmente hay alrededor de 1,300 Acuerdos Ambientales Multilaterales (AAM) y 2200 Acuerdos Ambientales Bilaterales (AAB) en el mundo (International Environmental Agreements, Data Base Project).

Como señala con todo detalle un informe reciente del Secretario General de Naciones Unidas sobre las lagunas en el derecho internacional del medio ambiente, la gran proliferación de acuerdos no ha ayudado en el avance hacia un marco jurídico común. “El carácter gradual y fraccionario de la actividad legislativa internacional del medio ambiente ha dado pie a una proliferación de regímenes reguladores en gran medida sectoriales y a la fragmentación del marco jurídico internacional para la protección del medio ambiente…” (pág. 4), lo que en nada contribuye a que se apliquen las regulaciones ambientales que se necesitan para frenar el desastre ambiental mundial.

El Acuerdo Multilateral más reciente, la Conferencia de París sobre el Clima (COP21), celebrada en diciembre de 2015, tiene el propósito de combatir el cambio climático y lograr la adaptación a este fenómeno, además de proveer un apoyo importante a los países en desarrollo para poder cumplir con su parte. Se han adherido 197 países a este acuerdo, y cada uno se ha puesto sus propias metas para contribuir a un plan de acción mundial cuya meta es limitar el calentamiento global a 2º C, pero preferentemente a 1.5º C, por encima de los niveles pre-industriales. Sin embargo, aunque todos los países alcanzaran sus metas nacionales, se calcula que la temperatura de todas formas subiría en 3º C, y ya vamos en un aumento de 1º C (Climate Action Tracker, CAT). La situación es crítica.

mundo contaminado
Imagen: http://www.lavozdelsandinismo.com.

La heterogeneidad en los compromisos asumidos en 2015 es muy grande y los avances en el cumplimiento de ellos, aún más. La decisión de Estados Unidos, el mayor emisor en el mundo de CO2 per cápita en 2017 (The Economist, 21/09/2019), de salirse de los acuerdos de París es un golpe feroz y un gran obstáculo para evitar el descalabro irreversible del mundo.

Los que van por buen camino, entre otros, son la India (espera poder generar 40% de su energía mediante fuentes renovables para el 2030); la Unión Europea (40% de su energía de fuentes renovables en 2030), Costa Rica (100% energía renovable para 2021). En contraste, China, la mayor emisora de carbono en el mundo, si bien se adhirió a los compromisos de la Conferencia de París, se puso metas muy insuficientes pues sus emisiones de gases efecto invernadero seguirían aumentando hasta 2030. Rusia, que es el cuarto país más emisor de estos gases no se ha suscrito a la Conferencia de París y su compromiso de bajar sus emisiones es muy débil. Arabia Saudita tiene probablemente el peor comportamiento y CAT estima que con sus planes energéticos actuales, tendrán para 2030 un aumento de sus emisiones de 80% respecto a sus niveles de 2015 (National Geographic, 2019).

En el caso de México, el Climate Action Tracker considera muy poco factible que el país cumpla con su meta de reducir sus emisiones de 2015 en 30% y 35% para 2021 y 2024 respectivamente, al haberse revertido la política de energía limpia y haberse introducido planes de abrir nuevas plantas de carbón y dársele prioridad a la producción de petróleo como mayor fuente energética.

hielo del Ártico, calentamiento global
Foto: https://news.un.org.

2. Estados Unidos, el gran salto hacia atrás en protección al medio ambiente

De todos los países de Occidente, Estados Unidos tiene la historia más decepcionante, pues en los años 90 tuvo el liderazgo en la introducción del tema ambiental en acuerdos de libre comercio regionales. Fue por el empuje del gobierno de Estados Unidos (presionados por su sociedad civil) que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) contó desde el principio con un Acuerdo de Cooperación Ambiental de Norteamérica (ACAAN).

La negociación y firma del TLCAN ocurrió en medio de la confluencia entre el despertar mundial del problema ambiental plasmado en los múltiples acuerdos firmados multilateralmente en la Cumbre de la Tierra que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992 y el impulso al libre comercio internacional reflejado en la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995.

Durante la negociación del TLCAN la sociedad civil de Estados Unidos temía que se crearan “paraísos contaminantes” en México a partir de la apertura de fronteras para el comercio, es decir, se podrían desplazar inversiones desde Estados Unidos hacia México con el afán de aprovechar las normas ambientales más laxas de este país. Ello bajaría sus costos de producción y haría más competitivas las exportaciones desde México en los mercados de los vecinos del norte. Desde estos “paraísos de contaminación” grandes emisiones se transmitirían al agua y al aire que cruzarían la frontera de Estados Unidos, deteriorando su propio medio ambiente.

Trump y el cambio climático
Imagen: https://nexodiario.com.

El tema ambiental en el TLCAN/ACAAN se enfoca en gran parte en asegurar que los países socios apliquen sus leyes ambientales y mejoren continuamente dichas leyes y regulaciones para evitar “una carrera hacia el fondo” y disuadir a los inversionistas cuyo interés pudiera ser aprovechar esta ventaja distorsionada. En años posteriores al arranque del acuerdo en 1994, ha habido un cúmulo de literatura sobre los “paraísos contaminantes”. Si se crearon o no “paraísos de contaminación” sigue siendo polémico, aunque está claro que no hubo una avalancha de inversiones en busca de ellos en México. Pero lo cierto es que las empresas multinacionales que hicieron cuantiosas inversiones a partir del TLCAN en México, y las que ya estaban en México aprovechando los regímenes especiales para la maquila, entre otros, han usado con frecuencia un doble estándar ambiental y difícilmente aplican los asumidos en sus países de origen a sus empresas operando en México (Schatan y Castilleja, 2005).

En este momento, contra todos los principios del ACAAN, el presidente Donald Trump de Estados Unidos está creando sus propios “paraísos contaminantes” en su país. Ofrece a los empresarios de Estados Unidos estándares ambientales más bajos (entre otros estímulos) para atraer sus inversiones a su país de origen. Ello ha ocurrido con las nuevas regulaciones en varios frentes lo que significará una mayor emisión de contaminantes. Vale la pena mencionar al menos tres de estas medidas:

  1. El gobierno de Trump ha actuado para evitar que California tenga regulaciones más estrictas que el gobierno federal para las emisiones de los automóviles. Esto con el propósito de bajar los costos y precios de los automóviles, hacerlos más competitivos en su mercado nacional y reducir las diferencias en condiciones de producción de las compañías automovilísticas en Estados Unidos respecto a sus competidores en el extranjero (que tienen menores estándares ambientales).
  2. El gobierno federal ha delegado a los estados la decisión de cuánto recortar sus emisiones de plantas de carbón y de si lo hacen o no. Esto incentiva una fuente de producción de energía más barata pero mucho más contaminante y que favorece a los productores en ese país. Así, si bien de 2005 a 2017, Estados Unidos redujo las emisiones vinculadas a la producción de energía proveniente del carbón en 14%, a partir del año pasado con la nueva norma, han estado subiendo (NYT, June 19, 2019).
  3. Asimismo, la administración Trump, acaba de presentar un plan para flexibilizar la regulación de las emisiones de gas metano. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos ha propuesto una regla por la cual se eliminaría el requerimiento de que las compañías de petróleo y gas tengan que instalar tecnología para detectar y arreglar fisuras y escurrimientos de pozos o cañerías de esa industria. También cuestiona si la EPA realmente tendría que regular el metano como un contaminante (NYT 29/08/ 2019). Todo ello con propósitos similares a los ya mencionados. Es decir, pareciera que Estados Unidos ahora se quiere parecer al tercer mundo para poder competir con él en iguales términos, en lugar de ayudar a que los países más atrasados mejoren su desempeño ambiental y se parezcan más a los países de mejor desempeño.

3. Las Grandes Compañías

No falta razón a Greta Thunberg cuando acusó a los líderes del mundo de traición por no haber cumplido con su parte para detener el calentamiento global. Pero su reclamo no llega al fondo del problema, pues los líderes están influidos por, o están involucrados con las empresas que son las grandes emisoras de contaminantes (siendo Donald Trump un gran ejemplo de esta colusión). Asimismo, hay líderes que no cuentan con los instrumentos de política o la capacidad fiscalizadora para ser efectivos y forzar a las empresas a tener un determinado comportamiento.

fabricas y emisón de carbono
Imagen: https://www.tekcrispy.com.

De hecho, tras un proceso de gran concentración de riqueza y poder, estas empresas exceden las capacidades de gobiernos completos. La pregunta es si los gobiernos pueden influir sobre las empresas para que se comporten de manera tal que los países puedan cumplir con los compromisos alcanzados en los acuerdos de París. De acuerdo a un informe de Arabesque S-Ray (que monitorea la sustentabilidad de 7,000 de las corporaciones más grandes del mundo), citado por The Guardian, más de cuatro quintas partes de las empresas más grandes del mundo muy probablemente no cumplirán con las metas de reducción de gases efecto invernadero del Acuerdo de París para 2050. El estudio específico abarca 3,000 empresas e indica que sólo el 18% de ellas han hecho públicos planes alineados con las metas de limitar el aumento de las temperaturas a 1.5º C hacia mediados del siglo.

Ahora bien, en forma muy simplificada, podemos distinguir dos grandes actores en este proceso de generar contaminación: los productores y los consumidores. Las autoridades son árbitros del comportamiento de ambos lados y son responsables de poner las reglas y aplicarlas para detener esta pesadilla del calentamiento global, responsabilidad que, como ya dicho, cumplen bastante mal. Nadie parece querer asumir los costos del combate al cambio climático.

El potencial que tienen los gigantes tecnológicos para ayudar a orientar el comportamiento tanto de productores como de consumidores hacia un patrón sustentable es enorme. Tienen los recursos y la capacidad de hacerlo. Las grandes compañías como Google, Facebook Amazon (que, por cierto, tiene una huella ecológica muy negativa), nos bombardean constantemente con publicidad para que compremos, compremos y compremos más. Los productores que usan las plataformas digitales para vender sus productos también están bajo el monitoreo y exigencias de estas grandes compañías. Si estos gigantes tecnológicos pueden llegar a cada usuario con un conocimiento descomunal sobre él, ¿no podrían ayudar a difundir la importancia de ahorrar energía, no usar plásticos, manejar sustentablemente los desechos, etc.? Pero entre la enorme cantidad de publicidad que me llega, no recuerdo haber recibido ni un solo anuncio de este tipo, porque no producen ingresos ni ganancias. Sin embargo, aquí hay un terreno en que los gobiernos podrían explorar para exigir un espacio en estos canales para educar a consumidores y productores en el tema de protección al medio ambiente. Y esto sólo para aproximarnos a las conductas del consumidor, sin defecto de la enorme tarea que hay en los demás aspectos mencionados.

Monopolios en la Era Digital

Lectura: 9 minutos

La competencia es para perdedores. Si se quiere crear y captar valor duradero, hay que buscar construir un monopolio, Peter Thiel, Cofundador de PayPal y Palantir (WSJ, 2014, https://on.wsj.com/2kBwchp)  (traducción propia).

La tendencia de las empresas a coludirse fue identificada por Adam Smith como “conspiración contra el público”, aunque el creador del concepto de la “mano invisible”, confiaba en que la competencia del mercado anularía eventualmente estos contubernios (La Riqueza de las Naciones, Libro I, Capítulo X).

Hasta recientemente, la imagen más vívida del dominio de los monopolios era de fines del siglo XIX y principios del XX, cuando las grandes empresas de Estados Unidos como Standard Oil (el mayor refinador del mundo a principios del siglo pasado) tenían un gran dominio del mercado. En 1890 se promulgó la Ley Antimonopolios de Estados Unidos: el Sherman Antitrust Act, que sigue vigente y que prohibe los acuerdos colusorios y prácticas monopólicas abusivas. Standard Oil tuvo que desmembrarse en 34 empresas diferentes en 2011 al aplicársele la Ley Sherman. Esta última fue complementada por el Clayton Act de 1914, cuya principal finalidad era evitar que las fusiones y las adquisiciones de empresas redujeran la competencia en los mercados y también para impedir prácticas como la de discriminación de precios entre distintos clientes.

Monopolio.
Imagen: Revista Cambio.

Todas las formas de prácticas monopólicas, las horizontales o absolutas, las verticales o relativas, se han investigado sobre todo mediante la métrica de los precios de bienes y servicios. Si éstos suben inexplicablemente, es una posible señal de colusión entre empresas del mismo ramo (prácticas horizontales), perjudicando a los consumidores. O bien pueden ocurrir prácticas monopólicas verticales, en que una empresa controla varios segmentos de la producción y distribución, lo cual puede dar lugar a discriminar empresas proveedoras, condicionar contratos, entre otras prácticas. Las fusiones y adquisiciones, que concentran el mercado, también son materia de escrutinio y se admiten o rechazan, en parte con estos parámetros. Si la empresa consolidada sube sus precios, ello es indicio de una práctica no competitiva y de ineficiencia (menor producción y mayores precios de lo que ocurriría en un mercado competitivo).

Hoy el panorama del poderío de las grandes compañías como resultado de la Revolución Digital y de la Inteligencia Artificial ha cambiado enormemente. Las mayores empresas a nivel mundial en agosto de 2019, de acuerdo a su capitalización en el mercado, eran Microsoft, Apple, Amazon.com Inc., Alphabet Inc (de la cual ahora forma parte Google) y Facebook Inc. (Global Finance, http://bit.ly/2lD8Ubg). Sin duda, estas empresas han contribuido en hacer innovaciones importantes que facilitan la comunicación en redes sociales, agilizan el acceso de consumidores a mercados de bienes y servicios más amplios, frecuentemente más económicos, y ofrecen servicios valiosos antes inexistentes (geolocalización como Waze, transporte como Uber, streaming como Netflix, hospedaje alternativo a hoteles como Airbnb y acceso a videos como YouTube, entre muchos otros).

Redes Sociales.
Imagen: Merca20.

Muchas de estas empresas operan a través de plataformas digitales, que tienen varias modalidades (véase Repensar la Competencia en la Economía Digital, COFECE, 2018):

  • Modelo de suscripción, donde hay dos partes involucradas, es decir, la empresa que ofrece un servicio y los usuarios que se suscriben a ella, lo que les permite hacer uso de tal servicio (películas, música, libros, juegos, etcétera), como en el caso de Netflix o Spotify. Estos se pagan directamente, o bien es gratuito, pero el usuario es sujeto a publicidad intermitente;
  • Modelo de anuncios, en el que el usuario recibe un servicio gratuito y la empresa se financia casi exclusivamente a través del pago de publicidad (Facebook);
  • Modelo abierto, una empresa digital pone en contacto a través de Internet a proveedores y consumidores de bienes y servicios como Amazon, o a compradores y vendedores que desean usar sistemas de pagos de tarjetas de crédito, como American Express, entre otros.

Los mercados de plataformas digitales tienden a masificarse en forma casi natural y se benefician de los efectos de redes. Es decir, cuantos más proveedores puedan atraer empresas como Amazon, más compradores procurarán este sitio de Internet y viceversa. Lo mismo sucede con Facebook o Instagram, pues cuantas más personas usan estos servicios, más usuarios atraen, porque justamente el atractivo de estas páginas web es poder ponerse en contacto con el mayor número de personas posible.

Estas empresas han logrado una gran concentración de mercado. Amazon, por ejemplo, cubre el 40% de las compras en línea en Estados Unidos y en algunos países Google procesa alrededor del 90% de las búsquedas en la web. Además, Facebook y Google reciben cerca de dos tercios de los ingresos generados por la publicidad en línea en Estados Unidos (The Economist, 18/01/2018).

Plataformas.
Imagen: Prensa de Monclova.

Estos mercados funcionan con lógicas muy diferentes a los mercados tradicionales. En primer lugar, los sistemas de redes masivas y lo atractivo de ellas, justamente por contar con masas críticas de proveedores y usuarios, explican en buena parte el enorme tamaño de estas empresas y eso dificulta la entrada de nuevos competidores. La innovación misma puede generar un solo oferente en el mercado, el que ha hecho una innovación, y aprovechar su dominio en él. En ese caso, al crear un servicio totalmente original conduce a que el “ganador se lo lleva todo”, como es el caso de Google, que aún tiene exclusividad en muchas de sus actividades. Estas compañías también hacen uso de herramientas más tradicionales al crear fuertes barreras de entrada una vez que dominan el mercado, como dificultar la mobilidad de un cliente hacia otras compañías. Un ejemplo de ello es la incompatibilidad expresamente ideada para que las aplicaciones iOS de Apple no funcionen en Android.

La lógica de competir a través de precios está profundamente trastocada. Hay muchas compañías que actualmente ofrecen sus servicios de forma gratuita, entre las que están las funciones de búsqueda, las plataformas de noticias, las aplicaciones móviles, la compra de boletos de avión, los sistemas de navegación con mapas, entre otras. Esta gratuidad es más que compensada por los ingresos que reciben las empresas tecnológicas por parte de las de publicidad. En los “mercados de varios lados”, en los cuales las plataformas interconectan compradores y vendedores, dichas plataformas están en condiciones de imponer distintos cobros a los diferentes segmentos de mercado. Por ejemplo, pueden ofrecer gratuitamente un producto a los usuarios finales para atraerlos a la plataforma y, en compensación, pueden exigir una comisión muy alta al oferente del bien o servicio. Es casi seguro que el lado del mercado perjudicado aceptará estas condiciones porque los consumidores utilizan intensivamente la plataforma en cuestión (caso de las tarjetas de crédito). Nótese que en uno o más lados de la plataforma en que el precio es 0, la competencia cambiará de naturaleza y no será a través de precios, sino de otros elementos como calidad y diversidad del producto o servicio.

Android e IOS.
Imagen: Diseñofilia.

Sin embargo, la complejidad de estos mercados es mayor de lo que parece porque el precio 0 para los consumidores no es tal, ya que hay costos no monetarios que se intercambian, como la información sobre el usuario y la atención que éste presta a la publicidad que se le remite. Al revelar su información personal, como condición para acceder a las plataformas digitales, el usuario genera la mayor fuente de valor para las gigantes tecnológicas. Estos datos recabados por Facebook, Amazon, Google, etc., los venden a las empresas de publicidad y eso les permite a éstas dirigir la publicidad en forma muy precisa a cada uno de los usuarios, todo ello facilitado por la tecnología de Big Data. Este proceso refuerza el poder de las grandes empresas digitales y restringe las posibilidades de acceso a las empresas que no cuentan con esta cantidad de información. Es decir, el volumen de información que logran recopilar estas empresas es de por sí una barrera de entrada para otras.

Pero este proceso no termina allí, pues con frecuencia estas plataformas digitales que originalmente eran sólo intermediarias entre proveedores y consumidores crecientemente producen bienes y servicios que compiten con los de los proveedores, para los cuales las plataformas eran sólo intermediarios. Por ello, promueven sus propios productos muy similares o idénticos a los de las empresas que eran sus clientes, a través de publicidad (nada neutral), desplazándolas del mercado. Una práctica totalmente anticompetitiva.

Más aún, con la información detallada recabada de los clientes, estas plataformas tecnológicas logran hacer una discriminación de precios muy precisa entre los usuarios. Conociendo edades, género, domicilios, posibles niveles de ingreso, etc., cobran distintos precios por los mismos productos o servicios, práctica prohibida por las leyes de competencia. Por ejemplo, si las empresas saben que un cliente no tiene competencia en el barrio donde vive, le cobran más caro que a aquellas que sí tienen lugares cercanos donde adquirir el producto o servicio (Stiglitz, 2019, http://bit.ly/2lHEZP8).

Google y Facebook.
Imagen: Ordenador Político.

Otra manera en que las grandes empresas tecnológicas aumentan su poder de mercado es a través de la compra de sus competidores o potenciales competidores. Su gran poder económico les permite adquirir startups innovadoras que eventualmente podrían crecer, convirtiéndose en competencia, pero al asimilarlas, ese peligro se descarta. Pero también las grandes se adquieren entre sí en una carrera por la expansión del universo de usuarios y aprovechamiento de mayores bases de datos. El ejemplo reciente más notable es la compra de WhatsApp, Messenger e Instagram por parte de Facebook, la cual pagó el equivalente al 19% por WhatsApp (BuzzFeed News, http://bit.ly/2lE63Pt). Esto le permitirá la transmision de mensajes entre plataformas y enviar publicidad a los clientes a través de todas ellas y convertirá su universo de clientes en una red mucho más amplia e interconectada y a la vez más difícil de romper (BBC, 2019, https://bbc.in/2lKEXpA).

No quedaría completa la visión del poder de mercado de las grandes compañías tecnológicas si no viéramos la acción de varias de ellas como monopsonios. El poder monopsónico se aprecia, por ejemplo, en la capacidad de forzar a los proveedores a reducir sus precios, ayudando a estas compañías a ser más competitivas en los mercados pero a costa de las pérdidas en las empresas que proveen insumos. Éste es el caso de Amazon, por ejemplo, que ha logrado gran presencia en el mercado de libros y, contraintuitivamente, y a pesar de ello, no han subido los precios, sino que han bajado, especialmente en lo que se refiere a libros electrónicos y audiolibros. Amazon lo ha conseguido presionando a las empresas editoriales a las que les exigen reducción de precios constantemente, lo que pone en peligro su existencia misma. Si las editoriales se reúsan, sufren una serie de medidas en su contra que reducen sus ventas, como en el caso de Hachette, que ha sido una de estas víctimas (Digital Power Foundation, 2018, http://bit.ly/2kqWYJA). Este dominio se refuerza con medidas que tienen que ver con la propiedad intelectual en cuyas reglas revisadas han influido estas grandes empresas. Una muestra de ello es la extensión reciente de los derechos de autor a 70 años posteriores al fallecimiento de los autores.

Monopolio.
Imagen: Lasillarotarm.

El desafío actual para las autoridades de competencia es enorme. Ante la concentración cada vez mayor de los mercados, como menciona Stiglitz (2019, http://bit.ly/2kuW9PZ), parece que “los desvíos de la competencia son más bien la norma que la excepción”, actualmente. A ello contribuyen varios factores, siendo de suma importancia el uso de información personal privada que hacen las grandes compañías tecnológicas para dominar mercados, ampliarlos y crear barreras a la entrada de posibles competidores. Debe haber un trabajo colaborativo entre las autoridades de competencia y aquellas que supervisan la privacidad de los datos personales para evitar la manipulación y mantener cautivos a los usuarios de plataformas, tanto de proveedores como de consumidores. Las autoridades de competencia, además, tendrán que afinar sus técnicas para detectar cómo controlan los mercados estos monopolios cuando en apariencia todo está en regla, es decir, se ofrecen en él productos baratos o incluso gratuitos.

Las autoridades de competencia difícilmente pueden manejar las situaciones en que las empresas incumbentes usan precios 0, pues ello sería indicio de la ausencia de intercambio de productos (John M. Newman, 2015. http://bit.ly/2m7Kjvt). Tampoco es fácil para las entidades investigativas comprobar la discriminación de precios que estas empresas efectúan a nivel muy micro, ni la falta de interoperatibiliadad de todos los programas que manejan las distintas firmas entre plataformas (caso Microsoft) para segmentar el mercado. El contar con mayores recursos para hacer sus investigaciones es una necesidad imperiosa para las autoridades de competencia, mientras que el desarrollo tecnológico para detectar las nuevas prácticas anticompetitivas también lo es.

Por tanto, resulta imperativo que las autoridades dispongan de mayores recursos para hacer investigaciones, al igual que desarrollar tecnologías para detectar las nuevas prácticas anticompetitivas.

¿El contenido es el rey?

Lectura: 3 minutosEn plena efervescencia de la producción de contenidos originales para plataformas streaming (Netflix, Prime video, Blim, Claro, etc.) y los cambios que se le exigen a la televisión tradicional, hoy surgen con más fuerza algunos cuestionamientos fundamentales como el del encabezado.

Independiente de formatos, ¿en qué se diferencian los contenidos del influencer más seguido de las redes sociales en México y el de una nueva serie, o incluso una telenovela producida hace más de veinte años y que vuelve al aire con alta sintonía?

En un punzante artículo de julio pasado para Vanity Fair, Juan Sanguino disparaba a propósito del estreno de la versión cinematográfica de Cats: “¿Por qué el cine comercial actual está más empeñado en impresionar que en emocionar?” Y que conste que lo hace un Hollywood que, aunque cambiante, no ha dejado atrás la bonanza y el liderazgo.

Cats.
Fotografía: Vanity Fair.

¿Impresionar antes que emocionar? Un replanteamiento para cada centro de producción mexicano que aún no han atinado con el rumbo de la nueva era de la ficción dramática serializada, que ha cambiado el tablero del juego mundial de la producción, ahora con actores de ubicaciones y culturas lejanas, que aprendieron y “tropicalizaron” formatos que otrora coronaron a México, como la telenovela.

En la industria mexicana se ha descuidado y desatendido la base fundamental de la pirámide: la calidad del relato. Permitimos deslumbrarnos con el artificio de la novedad ornamental y de renombrar formatos, de la pirotecnia tecnológica y la tendencia del instante; nos olvidamos de aprender del legado (con sus aciertos y sus errores) de quienes nos han antecedido para volver a las bases, y desde ahí, innovar.

Una historia bien contada no sólo puede surcar territorios insospechados como Rusia (Los ricos también lloran, 1979), sino que resiste el paso del tiempo, y queda en el corazón y la memoria emocional de las audiencias. Eso también es un valor agregado a la rentabilidad de un título y una marca. Todo lo demás es la “forma” que debe estar en función de este núcleo.

Cierto es que en la actualidad, el que un televidente promedio elija un título de otro (tan sólo considerando la oferta de una sola plataforma), depende en gran medida de la promoción, ubicación y énfasis que se le dé sobre de otros, que probablemente sean de mejor calidad.

Maldita lisiada.
Imagen: Letras Libres.

El contenido requiere ineludiblemente de esa “forma”, pero si no está resuelto lo primero, que es el contenido de calidad, la estructura resulta inútil. Los videos de un influencer (por muy visto que sea), resultan por lo regular olvidables y pasajeros, y no necesariamente hacen industria porque carecen de una estructura (sistema de producción, promoción, distribución).

Por ejemplo, los números de audiencia ponen más que de manifiesto que la televisión mexicana, si bien debe diversificar su oferta de ficción, tiene que volver a confiar en su producto estrella: la telenovela. Naturalmente con un nuevo entendimiento del negocio, del proceso y la calidad de la producción y su distribución, pero siempre partiendo por la (re)ponderación del valor creativo.

Sí, el contenido es el rey, pero éste no puede operar el reino solo. En una industria esencialmente creativa, el orden de los factores, por supuesto que altera el producto.

El empleo en las plataformas digitales: ¿oportunidad o condena?

Lectura: 8 minutosEl cambio acelerado en el mundo del trabajo como consecuencia de la revolución digital y la inteligencia artificial es un tema recurrente y ya no muy novedoso. Percibimos claramente que hay nuevas profesiones y nuevas especialidades técnicas que no existían, como los expertos en big data, los desarrolladores de aplicaciones híbridas (Apps), los expertos en ciberseguridad, los especialistas en bioimpresión en 3D, entre muchas otras.

Sin embargo, hay un mundo nuevo de actividades atomizadas que son mucho menos visibles que las anteriores, pero que están dando forma a un enorme y dinámico mercado de trabajo de ocupaciones vinculadas a las plataformas digitales, o la economía gig (o “economía de los pequeños encargos”). Las plataformas digitales o las aplicaciones móviles (Apps) operan como intermediarias en el Internet, obteniendo beneficios por vincular a contratistas y a las personas que pueden llevar a cabo tareas específicas.

Apps.
Imagen: Shutterstock.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) distingue dos componentes en este mercado: uno conformado por plataformas de trabajo digital que operan dentro de la web y que reúne la labor de individuos dispersos en todo el mundo (crowdwork o “trabajo en grupo”) para hacer microtareas (por ejemplo, Amazon Mechanical Turk, Samasource, Crowdflower), y el otro está vinculado a las Apps que se enfocan en un área geográfica específica dentro de la cual los trabajadores contratados proveen servicios muy diversos (se necesitan individuos que puedan manejar vehículos, transportar personas, repartir comida, realizar encargos, proveer alojamiento, pasear perros o limpiar casas (Uber, Cabify, Uber Eats, Rappi, Airbnb, Taskrabbit). En general, las tareas llevadas a cabo en esta economía gig no requiere de gran preparación, pues las actividades demandadas son en su mayoría básicas y repetitivas. En otro nivel, también se busca a personas freelance mediante otras plataformas (Freelancer, Info Jobs Freelance, Upwork, entre otros) para hacer trabajos de mayor envergadura, por mayor tiempo, tales como servicios profesionales y tareas técnicamente más complejas, que son más parecidos a empleos tradicionales, al menos en el tipo de trabajo que realizan.

El Instituto McKinsey en su estudio “Un mercado laboral que funciona: Conectando talento y oportunidades en la era digital”, de 2015, ofrece una visión muy optimista de esta nueva forma de empleo. Plantea que entre 30 y 45% de la población mundial está desempleada, inactiva o trabajando tiempo parcial y estima que para 2025, 540 millones de personas podrían beneficiarse de las plataformas de talento en línea (https://mck.co/2YNVE5G). En realidad, la información estadística de esta actividad es muy difícil de recopilar pues no se recoge en las encuestas nacionales laborales o de hogares, ni existe forma de obtenerlas de todas las plataformas digitales mundiales, pero hay indicios de que crece a un alto ritmo. Un estudio de Merrill Lynch de 2018 atribuye la pronunciada caída del desempleo en la Zona Euro desde 2013 a la creación de nuevos empleos atípicos como aquellos obtenidos a través de Internet (https://on.ft.com/31lVDDu).

Uber.
Fotografía: La Voz.

Para ver las entrañas de este nuevo mercado laboral, el de microtareas, el estudio de la OIT (2019) “Las plataformas digitales y el futuro del trabajo: Cómo fomentar el trabajo decente en el mundo digital” es muy útil (http://bit.ly/2YAVGOa). Esta investigación se llevó a cabo entre 2015 y 2017, período en el que se hicieron dos encuestas a 3,500 personas en 75 países, que han trabajado en una o más de cinco grandes plataformas digitales escogidas: Amazon Mechanical Turk (AMT); CrowdFlower y Microworkers, de Estados Unidos; Clickworker de Alemania; y Prolific del Reino Unido. Las encuestas fueron complementadas con entrevistas y otros estudios cualitativos realizados por investigadores del sindicato alemán de trabajadores IG Metall.

Las ventajas evidentes de este tipo de trabajo, como muestra este estudio, es la flexibilidad que ofrece respecto del horario; el poder trabajar desde casa, favoreciendo aquellas personas que tienen responsabilidades de cuidado en su hogar; a las que quieren complementar sus ingresos con un trabajo adicional; así como aquellas que tienen alguna discapacidad que les dificulta la movilidad.

Las condiciones laborales, sin embargo, recuerdan algunas de las pesadillas de los trabajadores durante la revolución industrial de fines del siglo XIX, especialmente por no poder influir sobre las condiciones negativas de su actividad, pero en el contexto de la más avanzada tecnología. La gestión de estos trabajos se hace casi enteramente por algoritmos (contrato, supervisión, evaluación y pago), cuya naturaleza es desconocida para los trabajadores. Todas las condiciones están predeterminadas en un contrato generalmente escrito en forma compleja y que tienen que aceptar o rechazar sin que haya posibilidad de negociación. El personal es considerado como proveedor de un servicio, es decir, no es un empleado propiamente tal y no tiene derecho a protección social (seguro de salud, o de accidentes, jubilación, etc.). Si es que los trabajadores de las plataformas cuentan con tal protección, según el estudio de OIT, es gracias a otro trabajo fuera de Internet, a empleos de sus familiares o a programas públicos.

Empleo.
Imagen: Observatorio Educativa.

Muchas de las pequeñas tareas asignadas a grandes grupos de personas son aquellas que la inteligencia artificial no está aún en condiciones de hacer. Entre otras actividades, de acuerdo al mismo estudio, están la categorización de imágenes y productos, etiquetado, análisis de opinión, moderación de contenidos, encuestas de investigación, reacciones a campañas de marketing, datos para la capacitación de inteligencia artificial, investigaciones en Internet, evaluaciones sobre la calidad de videos, transcripción de documentos, de videos y audios, responder a encuestas, entre otros.

Del listado anterior, hay actividades cuya finalidad es muy clara, como etiquetar miles de fotografías en un lapso muy corto de tiempo, pero hay otras microtareas cuya legitimidad es dudosa y que no pasarían fácilmente las normas o leyes de un país en particular. Estas pueden hacerse sin mayor problema a nivel supranacional, porque no hay legislación que les aplique límites. Por ejemplo, lo que se llama “consulta de contenidos” está explícitamente diseñado para generar un tráfico artificial a ciertos sitios web para promover algunos productos y servicios. Lo mismo puede ocurrir con las investigaciones de mercado, pues a los trabajadores se les puede solicitar su opinión sobre la calidad de productos o servicios recibidos sin que sean realmente usuarios de ellos. También pueden ser contratados para escribir reseñas imaginarias, según los lineamientos recibidos, sobre lugares diversos como restaurantes u hoteles que nunca han visitado. Es decir, se contrata a gente, en principio honesta, para realizar microtareas cuya ética es muy cuestionable.

La actividad de “moderación de contenidos” también presenta serios problemas pues requiere que los trabajadores analicen y filtren una gran cantidad de textos, imágenes y videos que se exhiben en sitios web, de acuerdo a criterios predefinidos para eliminar aquellos que pueden ser ilegales o inmorales en los lugares geográficos donde se muestran. Ésta no es una actividad cuestionable en sí, pero somete a los trabajadores contratados a un gran estrés. Los contratados no tienen entrenamiento para realizar esta labor, ni soporte psicológico, por lo que, además, la calidad de su intervención da resultados muy pobres.

Una vez concluida la tarea asignada, las personas contratadas en estas diversas microtareas son evaluadas por un algoritmo. Si la evaluación es negativa, no se le paga y queda registrado su mal desempeño que eventualmente puede impedirle acceder a otros trabajos de este tipo. Las posibilidades de discutir estas circunstancias y obtener una revisión de la evaluación es prácticamente nula. El trabajo de la OIT señala que “Casi nueve de cada diez encuestados señalaron que su trabajo había sido rechazado o que algún cliente se había negado a pagarles. De este grupo, apenas el 12 por ciento afirmó que estos rechazos eran justificados”.

Alogaritmos
Fotografía: Adecco Institute.

Otro problema que presenta este tipo de trabajo es que no paga realmente todo el tiempo que le dedica el trabajador para una completar una tarea (por ejemplo, necesita prepararse para ella leyendo instructivos, tomar breves descansos, revisar). Entonces, el trabajador realiza un trabajo remunerado y otro no remunerado. Los salarios son bajos en el universo de la encuesta: en 2017, la tarifa horaria promedio era de US$4,43 dólares considerando únicamente el trabajo remunerado pero se reducía a US$3,31 si se tomaba en cuenta también el trabajo no remunerado. En general, ni siquiera se paga el salario mínimo nacional, que es el caso de dos tercios de los trabajadores de la plataforma de Amazon Turk de Estados Unidos. La situación de los trabajadores alemanes en Clickworker era similar. La remuneración promedio a los trabajadores de los países en desarrollo contratados a través de las mismas plataformas es considerablemente menor para hacer iguales tareas y hay actividades como revisión y creación de contenido, mejor pagadas, que sólo se ofrecen a personal en Estados Unidos. Es decir, este sistema laboral reproduce las desigualdades salariales a nivel mundial que existen. La falta de regulación laboral a nivel supranacional permite a las empresas contratistas pagar menos de lo debido, pero también el costo adicional de la intermediación por parte de las plataformas debe incidir sobre estos bajos salarios.

Los reducidos niveles de ingreso descritos para el promedio de los trabajadores de plataformas digitales son preocupantes porque para 56% de los encuestados el principal ingreso individual provenía de esta actividad (en 2017). Considerando el panorama presentado anteriormente, sorprenden los altos niveles de preparación de los trabajadores de las plataformas estudiadas por la OIT. La cuarta parte de estos trabajadores contaban con certificado técnico o tenían alguna educación universitaria, mientras el 57% tenían título universitario o de posgrado. Un agravante del cuadro presentado es que las personas dedicadas a las microtareas no sólo no tienen ninguna garantía de continuidad en el trabajo, sino que no pueden progresar profesionalmente por esta vía pues no hay posibilidades de ascenso, de capacitación para mejores trabajos, de mejorar su currículum, etcétera.

Plataformas de empleo.

Por lo pronto hay que considerar que estamos en la etapa más incipiente de la adopción de medidas para reducir la vulnerabilidad y subvaloración de los empleos descritos. La Unión Europea acaba de aprobar nuevas reglas para proteger a los trabajadores de la economía gig y otras muy vulnerables (16/04/2019). Esta ley exige a los contratistas informar los aspectos esenciales del trabajo al empleado desde el primer día, incluyendo: fecha de inicio y pago; cuál será el estándar de trabajo diario; monto de compensación si se cancela el trabajo a última hora; compromiso de exigir sólo un período de prueba de máximo seis meses; y permitir al empleado tener otros trabajos, prohibiendo, por tanto, las cláusulas de exclusividad (https://bbc.in/2GUdmtN). Éste debería ser un punto de referencia importante para todos los países, incluyendo México. Hay iniciativas importantes que están ayudando a los trabajadores de la economía gig a conocer mejor a sus contratistas y evaluarlos, entre otros, Turkopticon vinculado a AMT; o bien, establecen códigos de conducta voluntarios, como en Crowdsourcing de Alemania; incluso algunas plataformas junto con IG Metall, han creado instancias de defensorías donde los afectados pueden llevar casos de disputas con operadores de plataformas.

Ya existen reacciones de inconformidad manifiesta a las plataformas digitales. Google reaccionó a fines de marzo de 2019 anunciando que requerirá a las empresas que contratan personal a través de su plataforma que paguen por lo menos US$15 por hora y que den protección de salud a los trabajadores. Asimismo, las nuevas reglas de Google exigirán a terceras compañías que usan su plataforma laboral, dar 12 semanas de permiso de maternidad o paternidad y US$5,000 de reembolso al año de matrícula para estudios que permitan a los trabajadores adquirir nuevas destrezas.

En un país como México donde sólo 17 de cada 100 jóvenes que no estudian tienen un salario suficiente para vivir (BID) y donde está creciendo la economía gig, aunque se desconoce su tamaño, es muy importante que se establezcan derechos básicos para estos trabajadores.

Facebook: la caja negra de la privacidad

Lectura: 8 minutosEntrar al Aviso de Privacidad de cualquier página web causa tedio anticipado pues queremos obtener lo antes posible lo que estamos buscando: un producto de Amazon, o bajar una película de Netflix, hacer un pedido al supermercado por Internet para preparar la cena, asegurar una reservación en Airbnb para un viaje próximo, o incluso apartar un lugar en clases de pilates.

Y para entrar y realizar estas consultas o transacciones rápidamente nos saltamos todos los obstáculos posibles proporcionando lo que nos piden sin preocuparnos si esta información se protegerá o se compartirá con terceros, que es lo que nos informa el Aviso de Privacidad. Marcamos el casillero “Sí, estoy de acuerdo” sin más.

No podemos negar las grandes ventajas que obtenemos del Internet y el costo de exponernos un poco puede parecer intrascendente: nos proporciona correo electrónico gratuito, contacto de voz directo, navegación con múltiples buscadores sin costo alguno, acceso a documentos, periódicos, mercados, conocimientos que pueden mejorar nuestra salud, nuestra educación, nuestro esparcimiento, o bien asegurarnos la comida a través de Uber Eats cuando sólo tenemos media hora de tiempo para comer en la oficina.

Aviso de privacidad.
Imagen: Beartai.

El problema está en que con sólo proporcionar nuestro número de celular o nuestro correo electrónico abrimos un canal expedito para que pueda reunirse una cantidad inverosímil de información personal de la que uno no está consciente. Y eso sólo es parte de lo que recaban las empresas, pues una vez adentro de las páginas como Facebook, todas las expresiones de “me gusta” o la propia navegación que uno realiza en Google, arroja una enorme cantidad de información sobre nuestros intereses y necesidades. El perfil nuestro que emana de estos inocentes actos, fáciles y rápidos, si es compartida entre la empresa que la capta y otras, que pueden usarlos comercialmente o de otras formas, se convierte en un búmeran. La información que proporcionamos tiene valor y es la materia prima de la existencia misma de Internet y ésta se nos regresa en forma de una metralla de publicidad cada vez más personalizada, pues conocen nuestras preferencias (y de ella derivan muchos de sus ingresos los gigantes tecnológicos como Google, Amazon, Facebook, y otros). Pero el uso de nuestra información personal para nutrir la publicidad que recibimos es sólo una parte del búmeran, en realidad es la más inocua. En cambio, el uso de nuestra información puede ir en nuestra contra en formas mucho más peligrosas.

Prueba de ello es el escándalo de Cambridge Analytica (CA), ya conocido por muchos, que terminará en la imposición de una multa de 5 mil millones de dólares a Facebook por parte del Comisión Federal de Comercio (FTC) de Estados Unidos, si es ratificado por el Departamento de Justicia, por la violación a la privacidad de los datos personales de ¡87 millones de personas! Estos datos fueron utilizados para influir sobre las preferencias electorales en Estados Unidos (las que favorecieron a Donald Trump). La minería de datos de esa enorme fuente de información permitió a CA enviar mensajes personalizados y distorsionantes a los votantes americanos, haciendo uso de información muy delicada, incluyendo el perfil psicológico de la población meta. Este tipo de manejo puede poner en peligro el sistema democrático mismo de los países que lo tienen, o bien puede reforzar el control que ejercen gobiernos autoritarios sobre su población, como es el caso de China. Considerando el avance acelerado de la inteligencia artificial, el control de la mentalidad de la humanidad puede llegar a hacer realidad la ciencia-ficción si no se llega a acuerdos globales sobre estos delicados asuntos (véase el libro de Max Tegmark, Life 3.0, por ejemplo).

Trump y aviso de privacidad.
Imagen: El Comercio/ Perú.

Se necesita, por tanto, una vigilancia mucho mayor, un marco legal adecuado y acciones más fuertes contra el abuso de los datos personales de estas grandes compañías. La pregunta es si estamos a tiempo o no de parar la transgresión de la privacidad. El poder de estas empresas es inmenso; cada día más de dos mil millones de personas utilizan Facebook o alguna de las otras empresas que posee, Instagram, WhatsApp o Messenger, es decir, ¡la cuarta parte de la humanidad, y sigue creciendo! (CNBC, https://cnb.cx/2Z0EQ8s).

Por ello Facebook no se esmera en cumplir con sus acuerdos de protección de datos. La FTC ya había sancionado a Facebook en 2012 por engañar a sus usuarios sobre el uso de su información privada, tras lo cual la empresa se comprometió a proteger mejor la privacidad de sus clientes, cosa que evidentemente no cumplió, según la nueva investigación de la FTC.

La multa impuesta, la más grande que se haya aplicado a una compañía de este tipo, si bien parece enorme, en opinión de muchos es inocua, dado que los ingresos en 2018 de Facebook fueron de casi 56 mil millones de dólares. Además, el acuerdo negociado al que llegó la empresa con la FTC no limita mayormente su capacidad de seguir captando la información de los usuarios ni de compartirla con otras empresas. La debilidad de la sanción se percibe claramente en que el precio de las acciones de Facebook subió en más de 1% cuando la inminente multa se hizo pública (The Guardian, bit.ly/2JKIYmn).

FTC.
Imagen: Político.

Sin embargo, el escándalo de CA que salió a la luz pública en 2016 prendió los focos rojos en una buena parte del mundo y ha habido una oleada de investigaciones específicas dirigidas a la forma de operar de Facebook y de otros gigantes tecnológicos, así como numerosas nuevas legislaciones que tratan de evitar el abuso en el uso de la información personal.

Una de las iniciativas más importantes fue la Regulación General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR, por sus siglas en inglés), que el 25 de mayo cumplió un año en vigor. Ésta es una disposición que se aplica uniformemente en los 28 países de la Unión Europea (UE). Todas las compañías que operan en esa región deben cumplir con la normativa, independientemente de dónde esté su base geográfica.

Las nuevas regulaciones son considerablemente mejores que las que existían y las autoridades tienen la potestad de aplicar multas de hasta 20 millones de euros a una empresa o hasta el 4% de sus ingresos mundiales. Los usuarios tendrán mucho más control de su información, pudiendo saber cuál es la que maneja cada empresa, trasladándola de una red social a otra si lo desean, o bien decidiendo borrar toda su información, entre otras facultades. Además, las políticas de privacidad tendrán que ser escritas en un lenguaje claro y directo para que todos puedan entenderlas y los robos o filtraciones de información tendrán que ser informadas a los usuarios afectados en un máximo de 72 horas desde que se descubran (Comisión Europea, http://bit.ly/2LpbY6E).

Facebook.
Ilustración: Dave Simonds.

A un año de haberse firmado el GDPR, los resultados parecen inciertos. La Unión Europea ya tiene bastante experiencia en los desacatos de las empresas del Silicon Valley. Las autoridades habían aplicado anteriormente diversas sanciones a esas compañías por violar las leyes antimonopolio y las de impuestos, entre otras. Pero el abuso en el uso de información privada por parte de estas compañías significa un desafío muy grande. Ello especialmente para Irlanda, donde está la sede en Europa de compañías como Airbnb, Apple, Facebook, Google, Twitter y Microsoft (NYT, https://nyti.ms/2YQaSnn). Helen Dixon, la comisionada para la protección de datos en ese país tiene toda la intención de hacer valer las nuevas normas, pero está a la cabeza de una agencia que maneja un presupuesto anual de sólo 7.5 millones de euros. “Eso es aproximadamente el ingreso que el conjunto de las compañías que ella supervisa genera en 10 minutos” (NYT, https://nyti.ms/2YQaSnn). Es claro que los recursos que manejan empresas como Facebook, para contratar equipos de abogados especializados en protección de datos para defenderse ante las nuevas leyes, constituyen un verdadero reto para estas autoridades.

Es innegable que las nuevas disposiciones han surtido cierto efecto. En este primer año, más de 375,000 empresas han registrado un Delegado de Protección de Datos (DPO, por sus siglas en inglés) en cinco países europeos, especialmente Alemania, los cuales se ocuparán de la protección de datos personales que se manejan en sus respectivas entidades; hubo también 89,000 notificaciones de transgresión de datos a las agencias de protección de datos en toda la UE; y una aplicación de multas por 56 millones de euros en la región (cifra muy modesta comparado a la multa a Facebook de la FTC), entre otras medidas (International Association of Privacy Professionals, IAPP, http://bit.ly/2YWInnW).

A nivel global, desde 2016, alrededor de 43 naciones han legislado o regulado el uso de información privada en las redes sociales. En Estados Unidos no existe una ley federal de protección de la información (aunque ya se habla de esa posibilidad), pero hay iniciativas muy importantes como la California Consumer Privacy Act de junio de 2018 que, al igual que el GDPR, dará el derecho a las personas de conocer la información que sobre ellas tienen las empresas y qué uso hacen de ésta, además de que a partir de 2020 podrán pedir que se borren sus datos y que se prohíba la venta de ellos a otras compañías.

Protección de datos.
Imagen: Revista Savia.

Cuando se toma en cuenta esta nueva ola de disposiciones en muchos países, incluyendo varios en vías de desarrollo como la India o Brasil, algunos analistas perciben que lo que enfrenta Facebook es sólo el comienzo de una gran batalla contra el abuso de datos y que la multitud de demandas que ya comienza a enfrentar puede inhibir su forma de proceder actual.

México cuenta con la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de Particulares (LFPDPPP) desde 2010 y el INAI (Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos) es la encargada de su aplicación. Este marco es considerado más débil que aquel que tienen Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y Brasil (GLA Piper, http://bit.ly/2JDaFP2). El IFAI tiene la facultad de aplicar multas (no significativas para los gigantes tecnológicos) e incluso hay penas de cárcel para aquellos que vendan bases de datos. Si bien no puede seguirse procedimientos en contra de empresas internacionales que no tengan filiales en México, sí puede hacerlo para las que las tienen. Ése es el caso del procedimiento iniciado por dicha institución contra la filial mexicana de Google Inc., en enero de 2015 por no responder a la solicitud legítima de un usuario de cancelación de sus datos personales, y también otro contra el propio Facebook en 2018 por la posible afectación de CA sobre los usuarios de Facebook en México. El potencial de la protección de datos en México es importante, aunque los recursos del INAI para ello son pocos y no hay conciencia aún de la importancia de este tema entre los ciudadanos.

Como hemos visto, los instrumentos de los que dispone el público para defenderse del mal uso de la información que se recaba vía electrónica, aunque aún muy insuficiente, se han multiplicado y afinado. Pero, al final de cuentas, somos los ciudadanos los que tenemos que hacer uso de ellas para asegurarnos que podemos seguir siendo nosotros mismos, sin ser utilizados, manipulados o abrumados por la avalancha de información, desinformación y publicidad de la que somos blanco.