De Qué Se Trata

El comercio digital en el T-MEC, arma de doble filo

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… la integración por medios digitales [en el T-MEC] impulsará la democratización de nuestro comercio. La tecnología ofrece a las MIPYMES, mujeres, comunidades indígenas, jóvenes, […], entre otros, oportunidades para comerciar en los mercados de los tres países integrantes del T-MEC (Graciela Márquez).

El T-MEC cuenta con un capítulo sobre el comercio digital (Capítulo 19, Comercio Digital) que contiene el más completo conjunto de provisiones que se haya negociado hasta ahora sobre esta actividad en un acuerdo comercial. En medio de la presente revolución digital e inmersos ahora en una pandemia que ha convertido los medios virtuales en instrumentos esenciales, es de celebrar, en principio, que el tratado original –el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN– se haya modernizado en este sentido.

El capítulo sobre comercio digital (e-commerce) tiene como propósito facilitar e incentivar el intercambio virtual entre los tres socios comerciales de América del Norte. Este comercio evidentemente ya ocurre en grandes cantidades, pero sin un marco regulatorio claro. El capítulo en cuestión –que contiene 16 disposiciones– pretende poner las reglas del juego en esta actividad.

Muchas de estas disposiciones tienen la finalidad de agilizar, facilitar y abaratar el comercio digital. El primer punto del Capítulo 19 justamente tiene el propósito de prohibir la aplicación de aranceles sobre el comercio de productos enteramente digitales, tales como música, juegos, videos, películas, libros electrónicos entre otros (aunque cada país puede cobrar impuestos específicos sobre ellos si así lo dispone).

comercio digital T MEC
Ilustración: Yuliia Dobrokhod.

También se apoya al comercio digital que involucra el intercambio de mercancías y que se ordenan vía Internet. Para ello este capítulo de e-commerce se complementa con el Capítulo 7 del acuerdo (Administración Aduanera y Facilitación del Comercio), que mediante lo dispuesto en el apartado “Envíos de Entrega Rápida” allana todos los procedimientos aduanales para este tipo de transacciones y permite que un mayor número de bienes de poco valor se comercien libres de aranceles al elevar el monto mínimo (de minimis) de valor de la mercancía sobre el que se puede cobrar un arancel, estimulando así el comercio minorista entre países. Todo ello facilitaría a más empresas, especialmente las pequeñas y medianas, el tomar parte en este comercio transfronterizo regional.

Otras facilidades prestadas a este tipo de comercio es que las empresas que proveen el servicio comercial no necesitan estar instaladas en el país de entrega, de manera que se puede realizar desde cualquiera de los tres países.

Asimismo, la disposición por la cual se reconoce el uso de la autenticación y la firma electrónicas, que son indispensables para este tipo de transacciones, también está incluida en el Capítulo 19. La protección a la información confidencial de consumidores y empresas y la protección al consumidor contra prácticas fraudulentas o engañosas así como la privacidad de sus datos también están contempladas. Del mismo modo, se impide la comunicación “no solicitada” por los usuarios en el mercado digital, con el fin de que los usuarios de Internet no reciban lo que comúnmente se denominan comunicados “spam”.

Hay una serie de disposiciones adicionales que dan una enorme libertad a las empresas digitales, como el que las empresas no estén obligadas a revelar dónde almacenan sus datos, ni siquiera los financieros. De requerirse esta información, habría un efecto proteccionista porque les significaría un costo adicional considerable a las compañías extranjeras (Council on Foreign Relations). 

Hay que notar que las disposiciones que se incluyen en este Capítulo 19 del T-MEC van más allá del comercio mismo, ya que asegura también el cruce de información digital entre fronteras y promueve el libre acceso a información pública generada por los gobiernos. Estas disposiciones, en principio, pueden ayudar en la cooperación entre países en materia de salud, descubrimientos científicos conjuntos, seguridad, educación; si bien no podemos anticipar todos los usos que se harán de esta facilidad y que pueden ser menos positivos.De hecho, la transferencia de información entre empresas instaladas en distintos países es un tema muy polémico en este momento y hay, por ejemplo, una fuerte disputa al respecto entre la Unión Europea y Estados Unidos (NYT).  

t mec y comercio digital
Ilustración: DAN Gartman.

Una de las normas contenidas en este capítulo, aunque facilita la transmisión de información, resulta preocupante, pues exime a las plataformas digitales de la responsabilidad de los contenidos transmitidos a los usuarios. Éste es un tema candente en este momento en que Facebook y otras plataformas que han permitido transmitir información o mensajes considerados falsos, manipuladores o incluso peligrosos por diversos sectores de la opinión pública, han estado en tela de juicio. Sin embargo, en el T-MEC se excusa a las plataformas de los mensajes de sus contenidos, a menos que contravengan algunas pautas extremas de decencia.

¿A quiénes favorecen estas disposiciones de comercio digital del T-MEC?

La libertad de transferencia de información digital entre países a raíz del T-MEC puede favorecer a todas las empresas que comercian productos digitales o físicos (si éstos se ordenan digitalmente). Hay una serie de nuevas facilidades que en principio pueden ayudar incluso a pequeñas y medianas empresas (PYMEs) a participar más activamente en el comercio regional gracias a las nuevas disposiciones y al uso cada vez más extendido de los medios electrónicos para realizar transacciones.

En México, la Secretaría de Economía ha manifestado que el T-MEC da una importante oportunidad a las PYMEs –que constituyen la gran mayoría de las empresas en México– para comerciar digitalmente sus productos en un mercado de alrededor de 500 millones de habitantes. El nuevo T-MEC reduce costos y agiliza el intercambio entre los tres países, lo que puede ampliar considerablemente el comercio que realizan las PYMEs.

Sin embargo, para que México pueda aprovechar esta oportunidad tendría que haber programas masivos para dotar a las PYMEs mexicanas de los instrumentos requeridos. Las PYMEs necesitan innovar y desarrollar capacidades para realizar transacciones regionales de bienes y servicios a través de dispositivos electrónicos, pues sólo el 27% de estas empresas cuentan con acceso a Internet de acuerdo a Google México, de manera que para el resto es prácticamente imposible acceder a dicho mercado digital y están en seria desventaja con las PYMEs de Estados Unidos y Canadá en donde casi 100% de ellas cuentan con esta vía de comunicación. Es decir, el primer paso para el aprovechamiento de las oportunidades de e-commerce provistas por el T-MEC para las PYMEs requeriría el acceso a computadoras, tabletas o, mínimo, un teléfono celular inteligente con acceso a banda ancha de buena calidad.

e commerce t mec
Ilustración: Raúl Zuleta.

Corea del Sur, que hace cuarenta años era un país sumamente pobre, siguió una política de desarrollo muy exitosa en la que la digitalización ha jugado un papel central. Hace alrededor de 30 años repartió computadoras gratuitamente a buena parte de la población que carecía de ella, lo que ayudó mucho a esa economía a ingresar a la era digital. También se creó en ese país una agencia específicamente para superar la desigualdad en el acceso y manejo de Internet –Agencia Coreana para la Oportunidad y Promoción (KADO, por sus siglas en inglés)– desde fines de los años noventa y, entre otras cosas, se propuso proveer el entrenamiento necesario para que 10 millones de personas pudieran usar adecuadamente el Internet (Forbes). Sin este tipo de esfuerzos es muy difícil, si es que no imposible, cerrar la brecha entre las capacidades de empresas al margen de la economía del conocimiento y las que ya están inmersas en ella.

No sólo existe una barrera para la digitalización de las PYMEs en México debido a las dificultades materiales y la falta de conocimientos para operar Internet, sino además, las PYMEs que sí tienen tal acceso difícilmente saben como promocionar sus productos dentro y, más aún, fuera del país a través una tienda online y a menudo tampoco manejan los sistemas digitales de pago. Asimismo, las empresas necesitan promocionar sus productos a través de las grandes plataformas digitales como Amazon y Mercado Libre para poder distribuir sus bienes físicos, servicios, o productos digitales en forma más amplia de lo que pueden hacerlo individualmente a través de la web. Y todo lo anterior no habla de todos los trámites aduanales y paso de frontera para exportar productos que también necesitan hacerse digitalmente y requiere de estas destrezas por parte del exportador.

Si no hay un apoyo acelerado para las PYMEs con el fin de aprovechar el nuevo T-MEC, éstas podrían salir perdiendo en lugar de ganar con el nuevo acuerdo. Las facilidades para el comercio a baja escala sería aprovechado sobre todo por las PYMEs estadounidenses y canadienses, que podrán acceder al mercado mexicano con menos barreras que antes. Los verdaderos ganadores serán los gigantes tecnológicos como Amazon, que aprovecharán todas las nuevas facilidades para reducir sus costos y competir con productores locales con mercancías que vienen de fuera de México. Eso no quiere decir que no haya PYMEs mexicanas que no promuevan sus productos vía Amazon, Mercado Libre, Linio, etc… pero, como ya se dijo, es una proporción menor. La Secretaría de Economía que, por cierto, en estos días ha sacrificado buena parte de sus propias computadoras, necesita hacer un esfuerzo titánico en conjunto con otras dependencias públicas, incluyendo las de educación, para que el T-MEC sea verdaderamente una promesa cumplida para las PYMEs en cuanto a sus posibilidades de mejorar su inserción en el mercado más grande del mundo –el de Norteamérica– antes de que el nuevo tratado se convierta más bien en su tumba.


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COVID-19 aceleró el uso de robots

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El uso de robots en los procesos de producción y en una serie de servicios iba al alza desde mucho antes de la aparición del COVID-19, como es de amplio conocimiento y se esperaba que la tendencia sólo se profundizara. En un estudio de 2017 de McKinsey, estimaba que la mitad de los trabajadores en Estados Unidos eran reemplazables por la automatización y los robots (y en México esta proporción era similar según la misma fuente).

La actual pandemia ha estado acelerando enormemente la incorporación de robots y la automatización en muy diversas labores. El hecho de que estas máquinas no estén expuestas al contagio y, por tanto, no necesiten hacer cuarentena ni mantener distanciamiento preventivo los hace muy atractivos en estos momentos. Ello sumado a las ventajas que ya ostentaban antes de la pandemia: la posibilidad de programarlos y supervisarlos digitalmente, de autocorregirse, de tener una alta productividad, además de poder trabajar 24 horas sin descanso ni vacaciones, de no requerir el pago de seguro social y todo ello facilitado por el hecho de que su costo se había reducido considerablemente. A lo anterior hay que agregar que con el uso de inteligencia artificial los robots han ampliado mucho sus posibilidades, por ejemplo, para realizar un aprendizaje profundo, con lo cual sus funciones se multiplican (reconocimiento facial, diagnósticos médicos, etcétera.).

En estos momentos de pandemia, los robots están realizando labores esenciales y al mismo tiempo de alto riesgo como la limpieza en los hospitales, tomar la temperatura de personas (a tres metros de distancia), así como la presión sanguínea y la saturación de oxígeno de los pacientes. Los robots UVD, desarrollados por los daneses desde 2014 (que desinfectan con luz ultravioleta y eliminan 99.99 de los virus, bacterias y hongos), han tenido una alta demanda internacionalmente en este período (NYT y BBC). En México el Instituto Politécnico Nacional (IPN) también está desarrollando un robot similar a los descritos que desinfectará con luz ultravioleta hospitales de México. De igual modo existen robots y drones para llevar muestras potencialmente infecciosas de pacientes a los laboratorios, evitando el contacto directo.

robots en covid
Fotografía: Energía Hoy.

Los nuevos robots que se están incorporando aceleradamente a algunas funciones en la emergencia actual seguramente serán conservados en forma permanente especialmente si se trata de los que ayudan a la desinfección. Si consideramos que antes de esta pandemia había numerosas muertes ocasionadas por infecciones contraidas por pacientes en los propios hospitales y que el problema de higiene se vuelve agudo en una pandemia, el contar con un mucho mejor instrumento para desinfectar los nosocomios será un incentivo para mantener la práctica de limpieza con robots en forma permanente. La probabilidad se refuerza, considerando que el COVID-19 es una de tres pandemias de coronavirus experimentada en los últimos 20 años (siendo las otras dos SARS y MERs) y que hay perspectivas de que estos episodios reaparezcan en el futuro. Con esto en mente y viéndose profundamente perjudicados a raíz de la paralización de sus actividades por el posible contagio, o porque la aglomeración de personas que en algunos lugares es inevitable, muchos otros establecimientos, además de los hospitales, están incorporando este tipo de robots para asegurar un medio más saludable como es el caso de aeropuertos, hoteles, prisiones, entre otros (NYT).

El uso de los robots ha resultado muy útil también para ayudar al distanciamiento social en los lugares de trabajo al ser usados, por ejemplo, en las fábricas o en bodegas de almacenamiento para transportar material entre un humano y otro, evitando el contacto directo entre ellos (Fetch Robotics HMIShelf). Asimismo, hay perros robots que pueden monitorear el correcto distanciamiento social en los parques (Singapur).

Los robots están siendo incorporados en áreas en que eran muy poco frecuentes, pero que con el distanciamiento social son capaces de resolver problemas urgentes, como en la actividad de comidas y su distribución. Este tipo de automatización tiene la ventaja adicional de dar confianza a los consumidores porque no sólo no necesitan entrar en contacto con otros humanos para obtener un servicio, evitando así la posibilidad de contagio, sino también saben que en la cadena de producción no hubo mayor intervención de personas. Existen ya robots que pueden ubicar los productos en una tienda de comida de acuerdo con el pedido de un cliente y los puede empacar para ser despachados. Empresas como Walmart y Amazon ya tienen robots móviles en sus tiendas y bodegas que pueden manejar funciones esenciales como manipulación de materiales, evaluación de inventarios y limpieza.

En la actividad de envío y entrega de productos también se están incorporando robots. Es el caso de un plan piloto de Rappi y KiwiBot que están siendo probados en Medellín, Colombia, para despachar alimentos a domicilio, con el fin de evitar el contacto de persona a persona. Estos tipos de robots se crearon antes de esta pandemia. Por ejemplo, Starship Technologies, una compañía de San Francisco, Estados Unidos, pero con su oficina de ingeniería en Estonia, diseñó robots para entrega a domicilio en 2014 y ya funciona en diversas ciudades y ha visto su demanda crecer significativamente con la pandemia. Estos son sólo dos ejemplos entre muchos que están impulsando la entrega a domicilio de esta manera.

robots repartidores
Fotografía: El Tiempo.

En los restaurantes la presencia de robots va a intensificarse considerablemente a medida que empiece a relajarse la cuarentena. Por ejemplo, la cadena McDonald’s ha estado probando robots cocineros y despachadores (BBC). En Dinamarca, uno de los primeros países en comenzar a regularizar sus actividades tras superarse en gran medida la pandemia, los robots comienzan a ser parte de los integrantes de los restaurantes y bares. Estos incluyen meseros, que toman la temperatura a los comensales y los sientan en las mesas con el distanciamiento requerido. Los humanos aún toman las órdenes con un distanciamiento apropiado y la comida la trae nuevamente el robot a la mesa, mismo que posteriormente aparece para recoger los platos.

Como observado al principio, mucho antes de la pandemia ya había un proceso en marcha muy acelerado para automatizar múltiples tareas. Destaca el sector automotriz por ser el que absorbe alrededor de la tercera parte de los robots producidos anualmente en el mundo (le sigue la industria eléctrica/electrónica), aunque aún requiere del trabajo humano, pero cada vez en menor medida. Además, en la medida en que esta industria ha ido creciendo y ha habido nuevas inversiones, la demanda por robots ha ido cambiando hacia máquinas más modernas, más colaborativas y más flexibles. Acompañan a este proceso una progresiva sustitución de mano de obra humana por la robótica y de inteligencia artificial. La industria automotriz ha sido fuertemente afectada por el COVID-19 y su actividad probablemente baje a la mitad durante 2020. Miles de trabajadores han sido suspendidos o despedidos de las plantas automotrices y se espera que la demanda de robots en este sector disminuya considerablemente este año.

Hay otros sectores que, en contraste, apenas han notado los efectos paralizadores de la pandemia debido a que la robótica y la IA dominan totalmente el proceso productivo de forma que no han tenido que detener su actividad ni tomar precauciones especiales. Éste es el caso de las actividades manufactureras más complejas actualmente, es decir, las que producen los semiconductores más avanzados. Las empresas involucradas operan a una escala nanométrica y producen millones de transistores que no podrían ser elaborados por las manos humanas, de manera que no hay presencia de personas en el proceso productivo. De hecho, en la empresa líder en esta rama –TSMC de Taiwán, la mayor productora de semiconductores en el mundo– se controla la producción remotamente por ingenieros y no hay trabajadores en la planta. Este tipo de empresas ha seguido produciendo durante la pandemia sin interrupción aunque estén ubicadas en lugares tan afectados por el virus como Wuhan, China, como es el caso de la empresa Yangtze Memory Technologies, productora de chips (The Economist).

robots y coronavirus
Fotografía: Reuters.

Tras la pandemia, muchas cosas habrán cambiado, como la automatización y robotización de las actividades productivas de bienes y servicios. El temor, por tanto, no es sólo el efecto que está teniendo y tendrá esta pandemia sobre la actividad económica de todos los países, sino también cómo cambiará la demanda y estructura del empleo. La automatización del sector manufacturero ha sido un factor palpable desde hace al menos una década, pero la sustitución –posiblemente masiva– en los servicios por la digitalización, como en el comercio (por el e-commerce), la posible robotización en sectores de servicios de restaurantes y turismo, así como la sustitución de personal de limpieza en hospitales y muchos establecimientos, si llega a países en desarrollo como México, puede ser catastrófico, dado que una parte importante del empleo se da en estos últimos sectores.

En enero de 2020, antes de haberse generalizado la pandemia, el Foro Económico Mundial estimaba que existirá la posibilidad de crear 6.1 millones de empleos globalmente entre 2020 y 2022 en profesiones emergentes a partir de la automatización y otras modalidades tecnológicas. Con las transformaciones tecnológicas en marcha y aceleradas por el COVID-19, la importancia de prepararse para esta transición pasa a primer plano. Particularmente relevante es adaptar el proceso de educación de la población desde primaria hasta la universidad inclusive, además de impulsar la educación continua para la reorientación de capacidades hacia mayores destreza. Sin una alfabetización digital las personas no podrán desempeñarse en un mundo en el que la digitalización se presentará en todos los campos de la actividad humana.


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En noviembre de 2018, Mark Zuckerberg anunció la creación de un Consejo de Supervisión de los contenidos de Facebook. El propósito de esta entidad será el de defender el principio de darle una voz a la gente al mismo tiempo que se reconozca la realidad de [tener que] preservar la seguridad de las personas (traducción propia, Facebook).

Un artículo publicado por cuatro miembros de este Consejo explica sus funciones: se enfocará en los contenidos más problemáticos para Facebook incluyendo aspectos como discursos de odio, acoso, y la protección de la seguridad y la privacidad de las personas. También decidirá si algunos contenidos deben o no mantenerse a la vista del público (NYT).

Ya era hora…. Pero ¿será suficiente?

Si Facebook junto con Instagram, WhatsApp y Messenger, que también son de su propiedad, eran utilizados por alrededor de dos mil millones de personas en el mundo antes de la pandemia, en este último período su uso se ha intensificado aún más especialmente en las zonas más afectadas por ella, donde el confinamiento ha sido la norma. Su rol en estas circunstancias como medio de comunicación, acercamiento social en el distanciamiento, entretenimiento, educación, entre otros, los han vuelto indispensables, pero también nos ha expuesto más que nunca a información falsa.

facebook y desinformacion
Ilustración: ARTky6.

Facebook, que ha provisto a la humanidad de una forma invaluable de estar en contacto, ha tenido problemas severos para garantizar la veracidad y honestidad de los contenidos que se comparten a través de su plataforma, además de una incapacidad o falta de voluntad para proteger los datos privados de los usuarios –sobre este último tema véase un artículo en esta misma columna–.

Al principio, Facebook –lo mismo que las demás empresas mencionadas que se crearon posteriormente y que fueron absorbidas por ella– parecía un instrumento bastante inocente para mantener contacto e intercambiar fotos y comentarios con amigos, y encontrar nuevas relaciones. En poco tiempo, sus funciones se fueron ampliando de manera vertiginosa, facilitando intercambio de textos, millones de videos, facilitando la organización de conferencias, campañas electorales, entre otros. Pero el mal uso de este medio ha ido creciendo y se ha convertido en un instrumento de intervención externa de campañas políticas  a través de la inserción de publicidad falsa –Rusia en las elecciones de Estados Unidos de 2016–; de la transmisión de ideologías fanáticas que terminan en masacres –de los supremacistas blancos o de yihadistas–; y de tráfico de personas.

No existe una regulación internacional que pueda actuar para detener este tipo de problemas. En el tema de protección de datos personales se han hecho algunos avances como la iniciativa de Regulación General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR, por sus siglas en inglés) de hace dos años, y muchos países han dictado regulaciones respecto del acceso y uso indebido de estos datos, aunque los resultados han sido insatisfactorios.

Los problemas para filtrar contenidos son múltiples, empezando por la ambivalencia de estas empresas como Facebook para hacerlo, pues enfrentan el dilema de cuánto se puede estar transgrediendo derechos democráticos al censurar la comunicación –tema muy polémico, especialmente cuando se trata de grupos de odio–, y los costos de marginar de sus redes a estos grupos poderosos.

provacidad de datos facebook
Ilustración: Techcrucnh.

Los problemas técnicos no son menos desafiantes. La tarea de filtrar contenidos no puede aún ser resuelto exclusivamente por algoritmos, sino que requiere la intervención de seres humanos. La empresa tenía contratados más de 7,500 revisores de contenido en 40 idiomas en 2018, según un informe de Facebook. La compañía sostiene que tiene vínculos con 60 organizaciones que revisan la veracidad de los datos y hechos que se transmiten a través de su plataforma, y su esfuerzo se ha intensificado ante la situación del coronavirus para evitar la desinformación sobre este tema en particular (Facebook).

El problema es que muchos de los “revisores” de contenido contratados por Facebook no son especialistas en realizar lo que llaman “moderación de contenidos” ilegales o inmorales al público. Muchos de los trabajadores contratados para analizar y filtrar una enorme cantidad de imágenes, videos y textos que se muestran en el sitio de Facebook, de acuerdo con criterios predefinidos, lo hacen individualmente en la esfera gig del empleo, sin capacitación adecuada para esta labor ni apoyo psicológico para hacerlo, y la cantidad de datos o imágenes que deben procesar es enorme. Es decir, están sometidos a un gran estrés –véase artículo sobre las condiciones de trabajos en las plataformas digitales en esta columna–, por lo que el resultado de este esfuerzo es mucho menos que satisfactorio.

Por otra parte, el desarrollo de la tecnología para producir información falsa es muy acelerado, lo que hace aún más difícil detectar las tergiversaciones y manipulación de fotos, videos, discursos, etc. La forma más avanzada de manipulación es la técnica del deepfake –que en sí progresa a gran velocidad–, basada en el “aprendizaje profundo” de una persona a través de la inteligencia artificial –véase artículo en esta columna– y puede transformar su imagen y su voz de manera que en apariencia expresa verbal y gráficamente ideas o discursos falsos que engañan a cualquier observador, a menos que éste sea uno de los escasos profesionales especializados en estas técnicas digitales. En septiembre del año pasado, Facebook decidió contribuir con 10 millones de dólares a un fondo que estudia formas nuevas de detectar el deepfake, y a principios de este año la compañía decidió prohibir la transmisión de contenidos con esta tecnología –eso es, si es que los pueden detectar–.

En la práctica, Facebook ha hecho progresos en manejar contenidos, ya sea porque han ido tomando conciencia espontáneamente o bajo presión. Por ejemplo, en abril de 2018, Facebook publicó los Lineamientos Internos que determinan los estándares de la compañía para censurar contenidos, lo que ayuda a los revisores a eliminar aquellos que se consideran inaceptables. Por ejemplo, respecto a la violencia señala que eliminamos el lenguaje que incita o da lugar a actos graves de violencia. En los casos en los que consideramos que existe riesgo real de daños físicos o amenazas directas a la seguridad pública, eliminamos el contenido, inhabilitamos las cuentas y colaboramos con las autoridades competentes (Facebook).

deepfake
Imagen: Axios.

También se han tomado medidas, especialmente cuando se acercan las elecciones en algún país o localidad, pues son los lapsos de tiempo en los que se carga más la web de mensajes falsos para influir sobre los resultados. Por ejemplo, Facebook removió 2.19 mil millones de informes falsos en el primer trimestre de 2019 y actuó específicamente contra 1,574 páginas no europeas y 168 páginas originadas en la UE –véase artículo en esta columna–, con vistas a reducir las manipulaciones virtuales antes de las elecciones parlamentarias europeas que tuvieron lugar en mayo de 2019. Durante la pandemia también se han tomado medidas especiales. En marzo del presente año, Facebook puso advertencias a unas 40 millones de comunicaciones relacionadas con el COVID-19, basándose en alrededor de 4,000 artículos provistos por los socios especializados en revisión de contenidos (Facebook).

Pero Facebook ahora ha dado un paso más importante. Después de sostener seis talleres y 22 mesas redondas con la participación de 650 personas de 88 países a lo largo del último año y medio, con el propósito de discutir la política que necesitaría la empresa para ser efectivos en la revisión y filtro de contenidos, ha anunciado la creación del Comité Supervisor independiente. Zuckerberg ha nombrado ya a los 20 primeros miembros de este comité y el próximo año se unirían otras 20 personalidades más, todas ellas muy destacadas en diversas disciplinas.

La finalidad del Consejo es proteger la libertad de expresión y formular recomendaciones sobre la política de contenido relevante de la empresa Facebook. Esta nueva entidad podrá escoger algunos casos de contenido que considere importantes de revisar y podrá ratificar o revertir la decisión de ser transmitido por Facebook. Su finalidad es revisar un número limitado de casos muy emblemáticos y determinar si las decisiones se tomaron de acuerdo con las políticas y los valores establecidos de Facebook (Oversight Board).

privacidad facebook
Ilustración: Cointelegraph.

Las opiniones sobre la creación del Comité de Supervisión de Facebook ya es tema de debate. Para algunos es un atentado a la libertad de expresión, mientras que para otros se queda muy corto respecto a lo que pueden realmente hacer para limitar el daño que hacen algunas de sus divulgaciones.

Bajo cualquier enfoque, la tarea de revisar contenidos de las publicaciones o mensajes de más de dos mil millones de personas es colosal, especialmente si los métodos que se quieren seguir son democráticos, es decir, que no trasgredan la libertad de expresión de las personas bien intencionadas. El Consejo conformado por 40 personas difícilmente podrá responder al desafío que se les presenta. Es quizás un primer paso para establecer criterios o una especie de gobernanza de las propias empresas, a falta de acuerdos y reglas internacionales.

Pero las grandes plataformas digitales tendrán que ingeniárselas de alguna manera, pues las exigencias sobre ellas son cada vez mayores. Por ejemplo, Francia acaba de aprobar una ley que da sólo una hora para que se retiren de las redes los mensajes que las autoridades consideren que están relacionadas con terrorismo o abuso sexual infantil. De no cumplirse esta regla, la multa aplicada podría llegar a ser el 4% de los ingresos globales de la empresa transgresora –miles de millones de dólares para una empresa como Facebook– (BBC).


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De los 50 millones de dólares reunidos para apoyar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el concierto One World Together at Home –“Un mundo Juntos desde Casa”–, e incluso antes de su transmisión por streaming el sábado 18 de abril, “…la mitad de esa cantidad provino de voltear y sacudir a Jeff Bezos para recoger el cambio [que traía en sus bolsillos]”, bromeó Jimmy Fallon, uno de los anfitriones del concierto. Posteriormente se alcanzó más del doble de esa cantidad gracias a muchas otras contribuciones.

En medio de la proliferación del COVID-19 en el mundo es indispensable saber con quiénes contamos para sobrevivir no sólo en términos de salud sino también económica y socialmente.

Nuestra primera reacción, como ciudadanos de un determinado país, es ver qué está haciendo la nación para salvaguardar a su población y evitar la sobrecarga de sus hospitales y servicios básicos de salud, además de apoyar a las empresas y a la población que está perdiendo masivamente sus empleos. Más allá de las fronteras esperamos que organismos internacionales, especialmente la OMS, acudan a nuestro rescate. Pero cada día está más claro que todo ello es insuficiente incluso para países industrializados como Estados Unidos, Italia o España. Demás está decir que la máxima vulnerabilidad la encontramos en los países en desarrollo.

Jeff Bezos, gigantes tecnologicos
Jeff Bezos (Imagen: The Street).

Los países están realizando esfuerzos importantes, con paquetes económicos notables como en Estados Unidos, con más de dos billones de dólares de ayuda y la Unión Europea con una cantidad de más del doble para la región, y los países en desarrollo con apoyos infinitamente más modestos.

En paralelo se encuentran las empresas tecnológicas gigantes a las que no se les pide entrar con todo su poderío económico a ayudar, debido a que no están sujetas a normas nacionales porque operan en el ámbito supranacional donde prevalece la ausencia de reglas. Está claro que cumplen una función esencial en la cuarentena mundial, pues la población depende como nunca de las comunicaciones a través de las redes digitales. Casi la vida entera, empezando por el simple contacto con los seres queridos, trabajar, estudiar, hacer teleconsultas médicas, realizar transacciones bancarias, conseguir esparcimiento y entretenimiento, entre muchas otras actividades capitales por medio de Internet. Para el propio combate al coronavirus, el Internet está siendo indispensable, por ejemplo, al propiciar una enorme colaboración a nivel mundial para acceder a fuentes abiertas de información sobre el COVID-19 como la base de datos de la Universidad John Hopkins, de las más grandes de su tipo; para rastrear la enfermedad, como el proyecto Covid Tracking Project en Estados Unidos; y para realizar investigación colaborativa sobre medicamentos y vacunas para combatir el virus, lo que es importantísimo para encontrar una solución que erradique la pandemia.

El valioso rol que tienen estas grandes compañías –sin duda esencial– no justifica los ingresos desmedidos que obtienen y que les proporcionan un poder económico que las sitúa individualmente en un nivel equivalente a un país. Hay 25 compañías gigantes que son más grandes que países enteros. Por ejemplo, los ingresos de Walmart eran mayores que el Producto Interno Bruto (PIB) de Bélgica y lo ubicaban como el “país” Nº 24 en el mundo en 2017 (Business Insider). Algunas otras compañías tenían ingresos superiores al PIB de Chile, de Portugal o de Kuwait, según la misma fuente.

Estas empresas no solamente se han vuelto jugadores formidables en el mundo, sino además están ganando como nunca en esta pandemia, pues la humanidad entera depende de ellos para comunicarse con el resto del mundo desde su aislamiento y para que la ciencia avance en su control. A modo de ejemplo, la actividad de Facebook ha aumentado 50% en los países más afectados por el virus, y Amazon no se da abasto y está contratando 100,000 empleados adicionales para responder a la solicitud de pedidos (The Economist).

zoom, videoconferencia

Hay nuevos jugadores dentro de este terreno, como Zoom que ofrece el servicio de videoconferencias a través de la web. Eric Yuan, fundador de esta empresa en San José, California, entró en la lista de multimillonarios de Forbes este año (The Guardian). La empresa ni siquiera cuenta con las medidas de seguridad para salvaguardar la privacidad de sus clientes. Esto ha sido puesto en evidencia por más de 500,000 cuentas de Zoom que han sido vendidas en foros de hackers, por lo que empleados del Pentágono, de Google y otras entidades tienen prohibido el uso de este software.

Si nos enfocamos a las compañías de Silicon Valley más tradicionales (Amazon, Apple, Facebook, Google, Microsoft y Netflix) vemos que su forma de operar limita la contribución económica que deberían hacer. Estas seis grandes empresas pagaban entre 10 y 17% de sus ganancias en impuestos en 2018. De acuerdo a una entidad sin finalidades de lucro, Fair Tax Mark (citado por Fortune), entre 2010 y 2019, estas compañías evadieron el pago de impuestos por alrededor de 155 mil millones de dólares en sus transacciones globales, utilizando para ello estrategias legales que se han vuelto prácticas comunes en este tipo de corporaciones. Frecuentemente se declaran las ganancias como obtenidas en sus sucursales fuera de Estados Unidos y donde se cobran bajos o nulos impuestos, evitando así pagar lo que realmente tendrían que contribuir al fisco del país al que pertenecen y de otros países donde hacen negocio.

Varias de estas grandes compañías están haciendo donaciones millonarias para el combate del COVID-19. Sin embargo, los montos son mínimos si se comparan sus ganancias con los impuestos que deberían haber pagado y que podrían haber mejorado las condiciones sanitarias, así como los cuidados médicos en los países donde operan con anterioridad al estallido sanitario. Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo –con una fortuna de 113 mil millones de dólares– donó recientemente 100 millones de dólares a los bancos de alimentos en Estados Unidos, pero eso es lo que él gana en 11 días de trabajo, según Robert Reich, exministro del trabajo en Estados Unidos –The Guardian–. La compañía ha hecho otras donaciones. Por ejemplo, Amazon Web Services (AWS) lanzó una iniciativa global de desarrollo de diagnóstico (Diagnostic Development Initiative) para acelerar la investigación sobre diagnósticos, así como la comprensión y detección del COVID-19, lo que está muy bien, pero para ello aportó 20 millones de dólares, que contra la fortuna que tienen es insignificante.

gigantes tecnologicos Microsoft, Facebook, Google, Amazon
Imagen: The New York Times.

Amazon también ha hecho donaciones que casi dan ternura por alrededor de 300,000 dólares americanos para el Book Trade Charity (Beneficencia en Comercio de Libros), que se ocupa de apoyar a librerías y personas vinculadas a la preservación de libros. Alguna culpa le surgió a Bezos, en medio de la pandemia, quince años después de haber lanzado Kindle. Y con razón, pues si bien Amazon hizo una innovación verdaderamente revolucionaria para la humanidad con la introducción del libro electrónico, que puso la lectura al alcance masivo, las campañas desleales para borrar del mapa a millones de librerías y muchas editoriales no se justificaban, pues esta nueva tecnología le garantizaba un mercado propio sin tener que usar tales métodos.

Por mucho, es Google la empresa tecnológica que ha hecho las mayores aportaciones para hacer frente al COVID-19 –alrededor de 850 millones de dólares–. Es importante notar, sin embargo, que la gran mayoría de estos aportes –y eso es verdad también para los demás gigantes tecnológicos– consisten en descuentos a instituciones o empresas que se anuncian en sus páginas web.

Las cinco grandes de Silicon Valley –Alphabet (Google), Facebook, Amazon, Microsoft y Apple– hasta el 12 de abril habían aportado 1.3 mil millones de dólares en apoyo al combate del COVID-19. Este total se distribuía así (Visual Capitalist):

a). La mitad para apoyar, a través de subsidios o créditos, los anuncios que las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) hacen usualmente en estas plataformas para vender sus productos o servicios;

b). La cuarta parte estaba destinada al apoyo a la salud, la mayor parte de la cual consiste en difundir anuncios de la OMS referentes al COVID-19 –y otros organismos de salud– gratuitamente a través de sus plataformas;

c). Sólo el 9% de total consistió en donaciones a grupos vulnerables, trabajadores de la salud y fondos de creados por la OMS para combatir la pandemia;

d). Finalmente, un monto menor fue destinado a los medios de comunicación, para revisar la veracidad de la información, al apoyo del periodismo local y a ayudar a los medios que ven fuertemente reducidos sus ingresos por el recorte de los anuncios.

Puede deducirse de lo anterior que el apoyo de las grandes empresas tecnológicas al combate al COVID-19 y al alivio de la crisis económica y social, es bastante mezquino y, como menciona Robert Reich en el artículo ya citado, varias de sus acciones son en apoyo a sus propios intereses. Por ejemplo, el otorgar anuncios gratuitos o de pago diferido para las PyMEs les conviene, pues el negocio de varios de los gigantes tecnológicos existe gracias a la compra-venta de servicios y productos de terceros a través de sus plataformas.

Bill Gates, Melinda y Warren Buffett
Bill Gates, Warren Buffett y Melinda Gates (Imagen: El País).

Bill Gates, fundador de Microsoft y segunda persona más rica del mundo en 2020, según Forbes –98 mil millones de dólares–, presenta una historia bastante distinta que la de los CEOs de otras grandes empresas tecnológicas, aunque ciertamente sería esperable que hiciera aun mucho más con la fortuna que tiene. Sin embargo, es destacable que él, su esposa Melinda y Warren Buffett, hayan montado la Fundación Gates en 2006 –aunque sus antecesoras se crearon desde los años noventa– haciendo uso, en gran parte, de sus fortunas personales. Con un fideicomiso de cerca de 47 mil millones de dólares, la Fundación Gates realiza un trabajo muy importante en la siguientes áreas: reducción de desigualdades a nivel mundial en el área de salud, con enfoque específico en la reducción de enfermedades infecciosas y de las causas de la mortalidad infantil en países en desarrollo; la distribución de productos y servicios de salud a las comunidades más pobres internacionalmente; impulso a innovaciones para alcanzar un crecimiento económico inclusivo y sostenible; y un programa de educación dentro de Estados Unidos.

Es decir, la contribución Gates ha hecho un aporte a la humanidad, incluyendo la gran prioridad de hoy: reducir o amortiguar el impacto de una pandemia como la que se ha presentado. De hecho, Bill Gates en un Ted Talk en 2015 alertó sobre el gran peligro que corría el mundo ante una pandemia. Equiparó la amenaza de la dispersión del virus de la influenza en nuestra época con aquella que predominó en los años 50 y 60, es decir, la bomba atómica. Gates estimaba que con una epidemia como la que él describía podía llegar a perderse 3 billones de dólares –trillones en el formato inglés– de riqueza económica mundial y millones de vidas. Pero nos dijo que estábamos a tiempo de prepararnos para una pandemia, lo cual habría que hacer como si se tratase de una guerra: ejércitos de personal de salud listos para ello, equipo, simulaciones de dispersión de la enfermedad, investigación científica, entre otros esfuerzos.

vacuna covid-19
Imagen: Alliance DPA-Geisler-Fotopress.

Lamentablemente no se hizo lo aconsejado por los epidemiólogos y por Bill Gates, este último haciendo eco en ellos, y ahora estamos sufriendo las consecuencias. No estamos preparados para esta guerra y debemos combatir a marchas forzadas y sin armamento suficiente. Está claro que los países a partir de lo que ha sucedido reorientarán sus recursos –ya lo están haciendo–, y con ayuda de la revolución tecnológica actual estarán más preparados. Pero nada de lo que están realizando es suficiente con una caída económica casi sin precedentes, y un mundo en desarrollo que entrará en una fase cataclísmica, por lo que se necesitan mayores apoyos. Es indispensable que la población más rica del mundo, el 1% formado por los más adinerados –los CEOs de las grandes compañías, entre otros–, y los gigantes tecnológicos, creen fundaciones y aportes como los de Melinda y Bill Gates y pongan sus fortunas al servicio de la humanidad, riquezas que irónicamente están incrementándose gracias a la propia pandemia.

En ausencia de gobernanza supranacional, los países tendrán que poner condiciones para que dichas empresas operen en sus territorios exigiendo pagos de impuestos realmente proporcionales a las ganancias que hacen en ellos, y contribuciones adicionales a la ciencia y tecnología, especialmente la vinculada a la salud y en tiempos normales a otras necesidades extremas.


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La Inteligencia Artificial y el COVID-19

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En medio de la presente pandemia del COVID-19, es difícil saber cuál será el saldo final de víctimas y cuánto tardará en encontrarse una vacuna o una medicina efectiva para este mal. Encerrados a piedra y lodo, podemos pensar que nada ha cambiado entre las medidas tomadas en la Edad Media contra la peste –mediados del siglo XIV– en Europa, y lo que hoy estamos haciendo para evitar el contagio. No podríamos estar más lejos del Homo Deus predicho por Yuval Noah Harari.

Sin embargo, podemos afirmar que si hubieran existido las herramientas digitales, de Inteligencia Artificial (IA) y otros avances científicos de hoy en la Edad Media o incluso en la época de la gripe española (1918), el número de muertos hubiera sido considerablemente menor –en el primer caso se estima que diezmó a la mitad de la población europea, mientras en la última se piensa que fallecieron entre 20 y 40 millones de personas–. También los esfuerzos por crear una vacuna –aunque tomará entre 12 y 18 meses en dar resultados– tendrán frutos mucho más rápidos que los procesos que se seguían tradicionalmente para producir una vacuna, que tardaba entre 10 y 20 años. La mayor rapidez con que se podrá obtener la vacuna obedece a la capacidad de mapear la secuencia del ADN del virus, misma que China hizo pública a principios de enero de este año y que propició la recreación del virus y la experimentación para encontrar la vacuna en muchas partes del mundo simultáneamente, de manera que hay varias versiones de ésta que ya se está experimentando en animales. La cooperación en este sentido es esencial, como manifiesta Harari en un artículo reciente.

Actualmente existe, en primer lugar, la disponibilidad de celulares por parte de buena parte de la población mundial que permite transmitir información, recibir y dar consejos de cómo protegerse del mal, cómo distinguir los síntomas, consultar médicos, etc., lo que era impensable hace algunos años. Gracias a la geolocalización y varios indicadores sobre la salud de una persona como la temperatura, los celulares son un medio invaluable de información en estas circunstancias. Es el instrumento más eficaz para ubicar nuevos grupos de personas que serán susceptibles de infectarse y que necesitarán entrar en cuarentena y/o que requerirán atenderse en hospitales cercanos a su ubicación. No es el único mecanismo que hay, pues también existen softwares como el HealthMap, diseñado en el Hospital Infantil de Boston, que usa información de distintas fuentes para prever la diseminación de enfermedades en tiempo real, pero los datos provistos por los celulares y la posibilidad de interactuar con sus portadores no está disponible a través de otros medios.

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Imagen: Getty Images.

Sabemos que el teléfono celular es un arma de doble filo porque puede proveer un gran apoyo al combate al COVID-19 de las formas descritas pero, a la vez, invade la privacidad de las personas y se puede convertir en un instrumento de control y represión, como lo han señalado un gran número de autores especialmente al analizar la experiencia de China. Nótese, sin embargo, que los gobiernos de Italia, Alemania y Austria también han estado pidiendo los datos celulares de sus ciudadanos a sus compañías de telecomunicaciones porque parece ser la mejor forma de rastrear a los afectados por la pandemia. En Estados Unidos el gobierno ha estado en contacto con los gigantes tecnológicos Facebook, Google, y otros, además de expertos en salud para explorar cómo se podría usar la información de geolocalización de los celulares inteligentes para combatir el nuevo coronavirus. El sector salud de ese país tiene interés en que empresas del sector privado reúnan información anónima y agregada que pudiera usar para mapear la dispersión del COVID 19. Con este tipo de información, se pueden construir modelos epidemiológicos que estiman la propagación de la epidemia y hacer diversas simulaciones bajo distintas posibles medidas de reducción de la movilidad. La discusión de la relación entre democracia, celulares y pandemia amerita un artículo en sí y por ahora sólo tocamos los aportes que están haciendo los celulares para superar el problema de la pandemia.

Tan importante como el papel de los celulares es el repertorio de numerosos recursos tecnológicos disponibles que se comparten con gran espíritu de colaboración en la comunidad científica global. Estas técnicas están ayudando a esclarecer las características del virus, y sobre esa base están haciendo cuantiosos estudios para desarrollar vacunas y otros medios para neutralizar o eliminar el virus. Asimismo, se estudian maneras en que la IA puede ayudar a diagnosticar en forma expedita la enfermedad y detener su propagación.

De acuerdo a un artículo recientemente escrito por Oren Etzioni y Nicole DeCario del Allen Institute for Artificial Intelligence, la IA está jugando dos importantes roles en esta lucha contra el coronavirus: con base en la comprensión de las estructuras de las proteínas virales, se pueden sugerir los componentes de una vacuna, y puede ayudar a los investigadores médicos a rastrear decenas de miles de importantes documentos de investigación a una velocidad sin precedentes (traducción propia). Muchas universidades y centros de investigación han colaborado para reconstruir el mapa del virus a escala atómica y descubrir su forma. La Unidad de IA de Google Deep Mind, por ejemplo, está tratando de descubrir la estructura completa de las proteínas existentes en la estructura del virus, lo que puede crear nuevas proteínas para neutralizar el coronavirus. Aunque alentador, todavía no hay certeza. DeepMind de Google expresa lo siguiente en su página web enfatizamos que las predicciones sobre estas estructuras no han sido verificadas experimentalmente, pero esperamos que puedan contribuir a responder la pregunta de la comunidad científica de cómo funciona el virus y servir como plataforma de generación de hipótesis para el trabajo experimental futuro que contribuya al desarrollo terapéutico.

ia en covid
Ilustración: ICT works.

En este momento es crucial el intercambio de información entre los distintos laboratorios, centros de investigación y universidades en el mundo para compartir los progresos hechos en múltiples aspectos relacionados al COVID-19, incluyendo el descubrimiento de una vacuna. En este sentido, es de máxima prioridad poder dar a conocer trabajos ya publicados o incluso antes de que salgan a la luz relativos al virus –hay sitios especiales donde se dan a conocer artículos pre-publicados, como bioRxiv y medRxiv–. Etzioni y DeCario destacan que el Instituto Allen y varias otras instituciones se han asociado con otros centros de investigación para crear la Base de Datos de Investigación Abierta para el COVID-19 –COVID-19 Open Research Dataset o CORD 19– que reúne más de 44,000 artículos académicos relativos al COVID-19, SARS-CoV-2, y otros coronavirus. Esto es invaluable por sí solo. Pero ¿quien puede leer y procesar decenas de miles de artículos bajo la presión de hallar elementos útiles que sirvan para combatir el virus? Las máquinas (o robots) a través de algoritmos ideados para procesar lenguaje natural podrían acelerar la revisión de este material y contribuir al descubrimiento de curas para esta enfermedad. De hecho, se está haciendo un llamado a los expertos para que desarrollen instrumentos que sirvan a la minería de datos y de texto que puedan ayudar a la comunidad médica a responder preguntas específicas en torno al coronavirus.

La colaboración entre empresas es fundamental. Entre los recursos tecnológicos cruciales, está el Big Data y el aprendizaje de máquinas (machine learning) que contribuye a analizar el comportamiento del virus SARS-CoV-2, lo que ayuda a los epidemiólogos a entender como actúa el virus y sus posibles mutaciones futuras. Con base en estos datos, mediante Big Data, la IA podría encontrarse posibles tratamientos para este coronavirus. Por ejemplo, las empresas AbCellera y Eli Lilly acaban de anunciar que han alcanzado un acuerdo para desarrollar conjuntamente productos con anticuerpos para el tratamiento de COVID-19. Esta colaboración reforzará la plataforma de respuesta rápida a pandemias de AbCellera –desarrollada con el apoyo de la plataforma de DARPA, la agencia de investigación de defensa en Estados Unidos–, y aprovechará la capacidad de la empresa Lilly para su desarrollo acelerado, fabricación y distribución a nivel global de estos anticuerpos. La empresa de biotecnología AbCellera está usando la IA para analizar más de cinco millones de células de pacientes que se han vuelto inmunes a la enfermedad y ya han descubierto 500 de ellas que pueden producir anticuerpos que ayudarían a la recuperación de los pacientes.

Lo que hemos mencionado hasta ahora es sólo una pequeña parte de los esfuerzos que se están haciendo desde la Inteligencia Artificial y la digitalización en el combate al COVID-19, pero en la práctica hay muchísimo más. Al mismo tiempo, hay que considerar que, como señala Wim Naudé en Towards Data Science, hay todavía muchos problemas para que la IA funcione perfectamente al analizar el coronavirus. Se tiene insuficiente información para algunas cosas –y quizás demasiada para otras por la desinformación, que abunda–. Se sabe que para entrenar a los robots –mediante aprendizaje profundo– con el fin de que hagan un diagnóstico de la presencia de este virus, se necesita una enorme cantidad de información para descubrir los patrones que se repiten. Por ejemplo, se podría hacer un diagnóstico de las personas que tienen coronavirus a través de una radiografía de los pulmones. Pero para que el robot haga un diagnóstico exacto, tendría que haber revisado y aprendido de quizás cientos de miles de radiografías de pacientes que han tenido la enfermedad y cuyas radiografías lo revelan a través de patrones que se repiten en todas ellas. Pero el coronavirus no ha producido tantos estudios médicos para nutrir el aprendizaje de los robots y con frecuencia no es fácil obtener este material de los hospitales en parte por reglas de protección a la privacidad de los pacientes. Por ahora aplicar los exámenes de laboratorios es lo único confiable para detectar el virus, pero eventualmente puede haber otras formas alcanzadas mediante la IA. 

ia y medicina
Imagen: Rebots.net.

La IA también se está utilizando para explorar la posibilidad de emplear medicamentos ya existentes, con algunos rasgos específicos, que han sido eficaces para combatir ciertas enfermedades y que podrían eliminar el COVID-19. Se está recurriendo a mecanismos muy sofisticados de aprendizaje profundo, llamadas redes neuronales profundas (DNN) para clasificar diversos medicamentos en distintas categorías terapéuticas. Esto tendría la ventaja de lograr la disponibilidad del medicamento mucho más rápidamente que si se elaboran fármacos totalmente nuevos, ya que se utilizan pequeñas moléculas ya conocidas y estudiadas. Los esfuerzos son múltiples, entre ellos destaca el Laboratorio Nacional de Oag Ridge, perteneciente al Departamento de Energía de Estados Unidos donde un grupo de investigadores está utilizando Summit, la computadora más potente del mundo, desarrollada por IBM, mediante la cual ayuda a identificar y estudiar compuestos de medicamentos que puedan curar a los enfermos de COVID-19.

Estas investigaciones aún están en curso y no existe suficiente información todavía sobre COVID-19 para saber si un fármaco que dio resultados positivos contra, por ejemplo el SARS, también lo dé para COVID-19. Sin todos los experimentos previos al uso de un medicamento sobre una enfermedad específica, es sumamente peligroso utilizarlo, aunque la desesperación está llevando a recetar algunos fármacos saltándose todos los pasos. Por ejemplo, el 7 de abril se anunció que se utilizarían medicinas preexistentes con el fin de prevenir –no curar, que sería más arriesgado– el contagio en 4,000 trabajadores de la salud en 62 hospitales en España (El País, 08/04/20).

Lo que hemos revisado a vuelo de pájaro es una revolución científica en ciernes para combatir el COVID-19 y que allana el camino para tratar otras enfermedades, sobre todo con la IA como instrumento para ello. Sin embargo, no puede haber resultados inmediatos de todo lo que se está observando, de la información que se está reuniendo, de los análisis que se están realizando y de los resultados que se están compartiendo sobre la marcha a nivel internacional. Esperemos que pronto haya buenas noticias. Si así ocurre se habrá dado un salto muy importante en el uso de la tecnología para la salud.


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Las Cadenas de Valor Global al desnudo con el COVID-19

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Alrededor de la mitad de las mascarillas sanitarias que hay en el mundo son fabricadas en China, es decir, cerca de 20 millones diarias o más de 7000 millones al año (NYT). Con China como epicentro de la epidemia del COVID-19, se retuvieron las exportaciones de los cubrebocas que se necesitaban en cantidades masivas en ese país, lo que explica en parte la escasez aguda de este producto en muchos países en estos días. Alrededor del 90 por ciento de los cubrebocas médicos vendidos en Estados Unidos provienen del extranjero, de acuerdo con el Departamento de Salud y Servicios Humanos de ese país. Respecto de México, el dirigente de Careintra en México informó que se importa alrededor del 60 a 70% de las mascarillas en el mercado mexicano y el producto está agotado en todo el país.

El abastecimiento de mascarillas está trastornado también por la forma en que buena parte de ellas se producen a nivel mundial. Éstas, al igual que millones de otros productos, ya no se fabrican en un solo país, sino en distintas localidades y luego se ensamblan en alguna nación y desde ahí se exportan al resto del mundo. Pero si hay alguna disrupción en alguna parte de esta cadena productiva, se interrumpe la producción completa de estas mascarillas. La cadena podría incluir a China, Taiwán, Japón, Vietnam, Colombia e incluso México (NYT).

Más grave que el asunto de los cubrebocas es el de las medicinas y los reactivos para detectar el virus en una epidemia como la actual. La apertura comercial, la relocalización de la producción en lugares lejanos donde se pueden producir más económicamente, significa que nos hemos hecho dependientes de la importación de medicamentos y sustancias esenciales. El epidemiólogo Michael Osterholm, quien escribió el libro Deadliest Enemy: Our War Against Killer Germs (“El Enemigo más Mortal: nuestra guerra contra los gérmenes asesinos”), sostiene que hay 153 medicamentos que se requieren en forma inmediata en Estados Unidos pero son difíciles de conseguir, y eran ya insuficientes antes de la presente crisis. Estos son 100% genéricos y la mayor parte provienen de China e India. En el caso de México, la industria farmacéutica en 1987 fabricaba el 67% de los principios activos que necesitaba la industria farmacéutica en el país, pero con la apertura comercial, la competencia de activos provenientes de países asiáticos desplazó a los nacionales y actualmente se depende mucho de su importación para fabricar medicamentos –véase artículo reciente de Mauricio de María y Campos sobre política industrial para el sector farmacéutico–.

industria farmaceurtica
Ilustración: Freepik.

La República de Corea, que pudo controlar en forma muy rápida la epidemia de COVID-19, tiene la ventaja de tener algunas de las compañías que producen los reactivos para detectar el virus (El País). Eso les permitió aplicar las pruebas para saber si los ciudadanos estaban infectados o no con el apoyo de más de cien laboratorios para dar los resultados. Los contagios pudieron detectarse en la población en general –inclusive acudiendo a los hogares–lo que resultó en una tasa de mortalidad a causa del virus menor que la registrada en otros países como China, Italia o España.

El acceso a los productos farmacéuticos es esencial para los países en estas circunstancias y es un derecho humano reconocido a nivel internacional, pero la lógica de los costos de producción ha debilitado el acceso de los médicos y de la población a estos productos esenciales para la vida.

Lo dicho hasta ahora es sólo una parte, un fragmento menor, del descalabro ocurrido a raíz del COVID-19. La historia más amplia se origina con la revolución en el transporte y en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones (TIC), además de una política mundial de apertura comercial que hicieron posible la dispersión geográfica de los eslabones de muchas cadenas productivas a partir de los años setenta y ochenta. Esta segmentación de la producción se hizo económicamente atractiva para las empresas internacionales, pues pudieron bajar considerablemente los costos de producción gracias a la mano de obra barata en terceros países, comenzando por China, pero hay muchos otros países involucrados, como México. Un supuesto de esta apertura fue que las cadenas de intercambio no podían sufrir interrupciones severas, lo que ha resultado completamente falso.

Es vox populi que China se ha convertido en la “fábrica del mundo” de bienes finales y una infinidad de componentes. A lo largo de las últimas cuatro décadas, el crecimiento exponencial del comercio internacional refleja, además del comercio de productos terminados, el movimiento internacional de crecientes cantidades de insumos que alimentan el proceso de producción intermedia o final en muchas partes del mundo. De hecho, el Informe sobre el Desarrollo de las Cadenas Globales de Valor de 2019 (de la OMC) estima que dos terceras partes del comercio mundial ocurre a través de las Cadenas Globales de Valor (CGV), en que la producción cruza al menos una frontera, pero más frecuentemente cruza varias antes de convertirse en producto final. En la medida en que los bienes elaborados son más intensivos en tecnología, más complejas se han vuelto las CGV.

china y covid
Imagen: Shuttersotck.

La participación de China en ellas ha ido aumentando, pero sus productos, ya sea terminados o intermedios pueden contener una infinidad de componentes de muchos otros países. Por ejemplo, para la producción en China de bienes TIC, se usan partes que provienen de Japón, República de Corea, e incluso otros que se originan en Estados Unidos y Europa. La CGV descrita es la que sigue dominando, aunque se vislumbran nuevos tipos de ellas, como la manufactura “distribuida” que consiste sobre todo en acercar la producción al consumidor para que éste pueda influir más directamente en los procesos productivos, transmitiendo las características personalizadas que esperan del producto. Sin embargo, la producción a gran escala de muchos productos tales como farmacéuticos, maquinaria, sector automotriz, productos de metal, entre muchos otros, se mantendrán.

La irrupción del COVID-19 en China y, luego, en el resto del mundo, ha mostrado cuán vulnerables son las cadenas de producción y proveeduría ante eventos de este tipo.

El epicentro de la epidemia COVID-19 fue inicialmente en Wuhan, en China, y de ahí se extendió a varios otros lugares dentro de ese país y posteriormente a 146 países. Wuhan es de suma importancia en las Cadenas Globales de Valor. Como indica un estudio hecho muy recientemente por Deloitte, más de 200 empresas de la lista de las 500 de Fortune tienen presencia directa en esa ciudad. Más aún, 938 de las 1000 empresas más importantes de Fortune tenían proveedores Tier-1 (proveedores directos) o Tier-2 (proveedores de los suministradores directos) en la región de Wuhan, según un informe de Dun & Bradsteet. Además, Wuhan tiene el mayor puerto en tierra firme del país, por lo que la situación afecta al transporte de muchos más productos que los elaborados allí.

Una encuesta levantada entre el 22 de febrero y el 5 de marzo por el Institute for Supply Management de Estados Unidos que obtuvo 628 respuestas, mayormente de representantes de la manufactura de ese país, mostró que cerca del 75% de esas compañías en Estados Unidos reportaron disrupciones en sus cadenas de proveedores, y un porcentaje mayor prevee que esas dificultades se agudizarán en los meses que vienen. Ello se debió tanto a la caída en alrededor de 50% de la producción en China, con el 57% del personal trabajando, como a las restricciones al transporte impuestas para detener la epidemia del coronavirus. Así, según esta encuesta, los tiempos de entrega de insumos de China requeridos directamente en la producción de empresas en Estados Unidos, se duplicaron para muchas empresas y eso se vio también agravado por la escasez de transporte para llevar los productos a Estados Unidos.

covid-19 geopolitica
Ilustración: El Colombiano.

Las afectaciones ocurren a lo largo de prácticamente toda la cadena, empezando por el hecho de que la mitad de las empresas estadounidenses encuestadas no cuentan con información certera de cómo evolucionará la producción en China en los próximos meses ni dónde están las empresas que son sus proveedoras; casi la mitad de las empresas tenían problemas para transportar productos dentro de China; y casi la mitad reportaban tener dificultades para cargar los productos en puertos.

Ante una emergencia como la actual sería deseable que las empresas tuvieran un mapa claro de cuál es su cadena de proveedores y ver cuáles son sus eslabones más débiles. Pero en la práctica muchas empresas no saben quiénes son los proveedores de sus proveedores. Sin embargo, estas dificultades son lógicas. Un ejemplo dado por Michael Essig, un profesor de la administración de suministro de la Universidad Bundeswehr en Munich, y mencionado por Foreign Policy, estimaba que una empresa multinacional como Volkswagen tiene alrededor de 5,000 proveedores directos (Tier 1), cada uno de ellos, tiene un promedio de 250 proveedores propios (Tier 2), es decir, la compañía tiene alrededor de 1.25 millones de proveedores dispersos en el mundo, la mayoría de los cuales no conoce ni sabe dónde están.

En México, a raíz del COVID-19, ha habido afectaciones serias en líneas de producción de la industria automotriz, autopartes, eléctrica-electrónica, de la confección (textil y vestido), equipo médico, aeroespacial, electrodomésticos, metal-mecánico, muebles y remanufactura debido a la falta de insumos provenientes de Asia. En algunos contados casos, México se ha beneficiado por mayores inversiones realizadas en el país para suplir la caída en la producción en China, pero en la medida en que se extienda la pandemia en México, esto también puede cambiar.

El hecho de que el COVID-19 se haya ahora esparcido hacia el resto del mundo desde China, teniendo 146 países una mayor o menor presencia del virus, la disrupción de las CGV es mucho mayor que lo previsto inicialmente.

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Ilustración: Freepik.

La acción conjunta de todos los actores de la CGV debería resultar en un aprovisionamiento cada vez más perfecto para los productores y su distribución y comercialización expedita. Es más, esta perfecta coordinación entre los muy numerosos participantes en las cadenas productivas hacen supuestamente innecesario el almacenamiento de los componentes a lo largo de la cadena e incluso del producto final, ya que todo está diseñado para que la entrega de los bienes “justo a tiempo”, lo que reduce los costos de la producción y almacenamiento al hacerse más expedito el vínculo entre oferta y demanda.

Pero en realidad, el COVID-19 nos muestra que todo este diseño ideal de una producción compartida a nivel mundial encierra tremendos riesgos. Y no sólo es la pandemia, sino una serie de eventos cada vez más frecuentes, producto del cambio climático, como grandes incendios, inundaciones, huracanes, entre otros, que dificultan el transporte, las comunicaciones y la producción misma, desarticulando las CGV.

Si se ha aprendido alguna lección del COVID-19 es que todos los países, sin excepción, necesitan proveer bienes y servicios esenciales a su población, aun cuando les signifique un costo algo mayor que si se producen a miles de kilómetros de distancia. También se necesita integrar más las cadenas de valor con mayor contenido nacional para dar mayor seguridad y calidad a los empleos. Medicamentos, mascarillas, alimentos, artículos de higiene, son sólo algunos de los productos indispensables. Una política industrial que promueva el aprovechamiento de las nuevas tecnologías y software abierto pueden crear una base productiva más acorde con las nuevas condiciones mencionadas.


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Falso profundo (deepfake), lo bueno, lo malo y lo feo

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Hao Li, científico en computación y gran innovador tecnológico, dio una charla hace unos pocos días en el Foro Económico Mundial en Davos sobre deepfake, del que es creador.

Muestra orgullo y preocupación sobre lo ideado. Es que con esta tecnología se puede poner en la boca de alguien en forma absolutamente convincente algo que nunca dijeron y con lo que probablemente ni siquiera estén de acuerdo, pero también da gran flexibilidad y agrega nuevas dimensiones a las posibilidades en producción fílmica, así como en el terreno de la medicina, entre otros.

Deepfake es una tecnología que usa la inteligencia artificial (IA) para alcanzar un “aprendizaje profundo” de una persona. Sobre la base de una enorme cantidad de información, es decir, innumerables fotos, grabaciones y videos, que incluyan todas las expresiones faciales posibles y las entonaciones de voz de la persona a la que se quiere falsificar, la IA puede hacer una síntesis de estas características y visualmente mostrar a la persona señalada expresándose en forma verosímil pero falsa. La precisión del deepfake avanza a una velocidad impresionante, de manera que un video elaborado con esta tecnología ahora es mucho más creíble que uno producido hace seis meses con el mismo fin. Es más, la última generación de esta tecnología puede distorsionar lo dicho por una persona en tiempo real, como explica Hao Li. Esto puede tener un uso muy positivo, como la traducción simultánea en diversos idiomas ¡pero también puede haber una sustitución del contenido de un discurso simultáneo a su transmisión!

Hao Li
Hao Li (Fotografía: USC News).

Entre los usos positivos de esta nueva tecnología puede mencionarse la posibilidad de crear videos, películas y grabaciones en forma ágil y a menor costo que por los medios tradicionales, o incluso resolver problemas que hasta hace poco eran irremediables. Este último fue el caso de la película Rogue One una historia de Star Wars (2016), cuya actriz principal Carrie Fisher, que representaba a la Princesa Leia, falleciera antes de que se terminara el rodaje de la cinta. Gracias a la adopción de la técnica deepfake, la actriz Ingvild Deila pudo desempeñarse en el rol de Carrie, aparentando ser esta última en algunas escenas, lo que permitió completar la producción.

En el mundo de la medicina, la inteligencia artificial puede ayudar a pronosticar una serie de enfermedades como, por ejemplo, distintos tipos de tumores. Para ello se requiere una enorme cantidad de información, como tomografías computarizadas, imágenes de resonancia magnética y placas de rayos-X. Pero normalmente no se dispone de ésta en cantidades suficientes (por respeto a la privacidad de los pacientes), de forma que el deepfake puede proporcionar las imágenes faltantes, creadas artificialmente, para alimentar los algoritmos de aprendizaje profundo, complementando así la información existente y contribuyendo a mejorar los diagnósticos.

carrie fisher y Ingvild Deila
Carrie Fisher y Ingvild Deila (Imagen: MCAI).

La mayor atención sobre el deepfake está puesta actualmente en las redes sociales y otros medios de comunicación. Cuanta más información visual y sonora exista sobre una persona, más posibilidades hay de hacer un video profundamente falso sobre él/ella. Por este motivo, los políticos y las celebridades del mundo artístico son el mayor objeto de este tipo de producción. Con ello puede fácilmente destruirse la reputación de un individuo difundiendo algún video falso por las redes sociales. Deeptrace, una empresa creada en 2018 y dedicada a detectar videos generados artificialmente, muestra en un estudio reciente que 96% del total de ellos –que tuvieron 134 millones de observaciones en línea– son pornográficos e involucran en su casi totalidad a celebridades femeninas en el mundo. En el aspecto social y político, esta tecnología puede influir sobre el actuar o el pensar de millones de personas. Es un instrumento más con el que la prensa puede manipular la opinión pública, práctica que siempre ha existido, pero de una manera mucho más peligrosa que hoy en día, pues el público tiene mayores dificultades para distinguir entre la verdad y la falsedad. Además, al poderse imitar la voz, las expresiones, y la manera de hablar de una persona específica, puede ponerse en serio riesgo a empresas y personas que reciben llamadas telefónicas u otras formas de comunicaciones sonoras de supuestos conocidos, amigos o familiares que en realidad no lo son. Existe el peligro de que sean inducidos a hacer negocios que no son seguros o pueden ser extorsionados haciéndoles pensar que han secuestrado a uno de sus seres queridos, sin que ello haya ocurrido.

Al mismo tiempo, esta tecnología se ha vuelto un instrumento para poner en duda la evidencia de algo verdadero. Por ejemplo, si alguien es incriminado por robo o por difamación o delitos más serios, el o la acusada pueden esgrimir el argumento de que han sido inculpados con base en videos falsos, aunque éstos sean auténticos. Se dificulta, así, la aplicación de la ley.

deepfake
Imagen: El Confidencial.

Y como suele ocurrir, la tecnología misma está atrasada para crear los antídotos de este peligroso instrumento y las regulaciones para su uso prácticamente no existen.

Comienza a haber medidas dispersas para limitar o controlar el uso de deepfake, pero hay mucho camino por andar aún. California prohibió crear o distribuir deepfakes desde dos meses antes de una elección para proteger a los votantes contra la desinformación y también permite al candidato afectado demandar ante la justicia a aquellos que producen este tipo de videos. Sin embargo, por la gran protección que existe al libre discurso y de expresión, al menos en Estados Unidos, es difícil aplicar la nueva ley. También se está considerando el uso de derechos de propiedad de cada individuo sobre su cara (similar a los derechos de autor o de propiedad intelectual). Pero esto sólo es aplicable después de que el daño ha sido hecho.

Algunos esperarían que las propias plataformas digitales se auto-regularan para evitar el uso de videos falsos y en la práctica esto ha comenzado a suceder pero en forma muy limitada. Hace unos días Sundar Pichai, Ejecutivo en Jefe de Alphabet y Google, manifestó que: Compañías como la nuestra no pueden simplemente generar nueva tecnología prometedora y dejar a las fuerzas del mercado que decidan como se usará. Es igualmente importante para nosotros asegurarnos que la tecnología se use para el bien y esté disponible para todos (traducción propia, Financial Times).

Sundar Pichai
Sundar Pichai (Fotografía: iProUP).

Facebook anunció en septiembre de 2019 que estaba contribuyendo con 10 millones de dólares a un fondo para mejorar la tecnología que detecta el deepfake y además anunciaron en enero de este año que prohibirían la exhibición de videos de este tipo, lo que es un paso importante pero aún insuficiente.

Ante la proximidad de las elecciones parlamentarias en Europa, llevadas a cabo en mayo de 2019, la Unión Europea adoptó iniciativas sugerentes y logró avances en sus esfuerzos por reducir la desinformación, apelando con energía a la cooperación de las grandes empresas tecnológicas. Sus esfuerzos se dirigieron a limitar los contenidos distorsionados de los medios de comunicación y redes, usualmente introducidos antes de las elecciones para sesgar los resultados. Dentro del Plan de Acción contra la Desinformación, la UE trabajó con las plataformas digitales y la industria para crear un Código Voluntario de Prácticas respecto a la desinformación con el fin de “aumentar la transparencia de la comunicaciones políticas y prevenir el uso manipulado de sus servicios”. Este Código incluía todo tipo de desinformación, no sólo deepfakes.

Entre enero y mayo de 2019, según un  informe de la UE, las plataformas en línea adoptaron medidas para evitar la desinformación virtual a nivel mundial. Algunas de las acciones seguidas incluyeron la eliminación de 3.39 millones de canales de YouTube por parte de Google, por la violación de su política de spam (o correos no deseados) y políticas de interpretación distorsionantes. Facebook removió 2.19 mil millones informes falsos en el primer trimestre de 2019 y actuó específicamente contra 1,574 páginas no europeas y 168 páginas originadas en la UE. Twitter también actuó contra 77 millones de cuentas falsas o cuestionables a nivel mundial. Posteriormente Microsoft también se adhirió a la iniciativa.

cara falsa
Imagen: deeptrace.

Pero un estudio realizado por Avaaz y ISD (Institute for Strategic Dialogue), publicado en mayo de 2019, muestra que las grandes empresas tecnológicas se quedaron muy cortas respecto a lo que se habían comprometido a hacer en el Código de Conducta suscrito, cuyo objetivo era defender la democracia en Europa. El estudio dice, además, que las enormes irregularidades detectadas son probablemente sólo la punta del iceberg de toda la sensible desinformación que se manejó a través de dichas plataformas en el período pre-electoral.

Estamos, por tanto, ante un reto tecnológico y regulatorio sin precedentes. El deepfake está marcando un hito en la era de la post-verdad. Por el momento, al parecer, somos nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, los que necesitamos defendernos de la manipulación que se realiza a través de mecanismos que nuestros sentidos tienen cada vez menos posibilidades de diferenciar y discriminar. Pero el peligro va más allá, pues la forma en que se construye el entendimiento sobre lo que es público y común a todos puede ser manipulada por quienes controlan estas tecnologías por encima de nuestra voluntad.

El uso y abuso de los gigantes tecnológicos y sus límites

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“Nuestro software es tan poderoso que separa familias” expresaba una manta puesta por estudiantes de la Universidad de Stanford en el verano de 2019 en la entrada de la empresa Palantir Technologies, dedicada al diseño de software para el análisis de big data (Palo Alto, California). Ese lema aludía al trabajo que ha hecho Palantir para proveer tecnología al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) que facilita la ubicación de familiares o tutores de los niños que llegan solos a  Estados Unidos. Una vez que localizan a estos adultos, el ICE puede arrestarlos y deportarlos, teniendo como resultado la separación de padres e hijos. También se ha usado la tecnología de Palantir para hacer allanamientos y detenciones masivas, como las ocurridas en el Distrito del Mississipi en agosto de 2019, durante las cuales arrestaron aproximadamente a 680 personas, que en muchos casos tenían hijos en la escuela que no pudieron ir a recoger, por lo que se generó una situación crítica para varias de estas personas. Los contratos entre Palantir e ICE alcanzaban más de US$90 millones en contratos activos en 2019, según Recode (sept/2019).

Estudiantes de las universidades de Berkeley, de Brown y de Yale hicieron sendas manifestaciones durante los últimos meses del 2019 para protestar contra este papel de la mencionada empresa, obligándolos a cancelar numerosos eventos, o su presencia en algunos de ellos debido al malestar causado por su actividad, considerada éticamente inaceptable. En la práctica, por el motivo descrito y muchos otros, hay un desencanto creciente entre los jóvenes respecto a trabajar en algunos de estos gigantes tecnológicos (NYT, 11/01/2020). Por esta razón, Palantir no ha podido recientemente reclutar estudiantes en algunas de las universidades aledañas para trabajar con ellos, lo que puede dificultarle contar con titulados en ciencias de computación.

De hecho, hay organizaciones de estudiantes que expresamente promueven que los estudiantes no se involucren en ésta y otras empresas tecnológicas. Estudiantes de al menos 25 universidades a nivel nacional se han unido a la campaña “#NoTechforICE” de Mijente, haciendo peticiones para que Palantir y otras compañías que apoyan a ICE, dejen de hacerlo. Entre éstas se encuentra Amazon, que alberga información de Palantir en sus servidores.

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Ilustración: Nine Jumbo.

Pero el descontento con lo que Palantir hace no sólo proviene de los estudiantes sino de los propios trabajadores de la empresa, 200 de los cuales mandaron una carta a los ejecutivos de la compañía expresando su inconformidad con el lamentable papel que está jugando la firma en la que trabajan.

La situación que se presenta entre las empresas como Palantir y sus empleados no es la primera de este tipo. Ello también ocurrió con Google, que a raíz de una inconformidad similar, tomó la decisión en 2019 de terminar un contrato con el Pentágono, causándole  problemas con el gobierno de Estados Unidos. Anteriormente, los trabajadores de Microsoft también presentaron una petición firmada por 300,000 personas (incluyendo 500 empleados de la empresa) para que cancelara su contrato con el ICE en 2018. En septiembre de 2019 1,550 empleados de Amazon planearon hacer una huelga por la huella de carbono de la empresa, en el momento en que hubo una huelga mundial para reclamar sobre el cambio climático, a lo que Jeff Bezos, su Director Ejecutivo, respondió con un compromiso de eliminar la huella de carbono de la empresa para 2030.

Las respuestas por parte de estas grandes empresas son variadas: Palantir no canceló sus propios contratos con ICE, pero Google sí con el Pentágono, a la vez que varias de ellas como Amazon, Google, Microsoft y Salesforce, han ofrecido algunas soluciones a los reclamos y han dado la opción a sus empleados de no trabajar en proyectos con los cuales no están de acuerdo, por ejemplo, en los militares, aunque normalmente no cancelan sus contratos con el gobierno de Estados Unidos. En todo caso, hay una tensión entre la sociedad y estas empresas, en la que la primera está desafiando a las segundas, mostrando el desencanto bastante generalizado respecto al papel de las grandes compañías tecnológicas en términos sociales y políticos, como vemos a continuación.

En realidad, es Facebook la compañía tecnológica que posiblemente aglutine el mayor número de críticas respecto de su rol en las redes sociales por permitir la publicación de noticias e informaciones falsas que expresamente ayudaron a influir sobre la opinión pública de manera sesgada en momentos cruciales. Los escándalos de Cambridge Analytica y su rol en manipular la opinión pública favoreciendo la elección de Donald Trump y el Brexit, entre otros, son ampliamente conocidos. Este tema resurge con mucha fuerza en estos días (NYT), pues las distintas empresas tecnológicas que manejan redes sociales se están pronunciando acerca de la política que seguirán ante las próximas campañas electorales en Estados Unidos en 2020. La pregunta es cómo manejarán las plataformas sociales ante estas delicadas circunstancias. Algunas de ellas, como Google y Twitter, muestran un cambio de reglas respecto de la publicidad política.

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Ilustración: New York Times.

Google (que, a su vez, es dueña de YouTube, empresa que también ha sido responsable de influir en elecciones como la de Bolsonaro en Brasil), anunció en noviembre de 2019 que restringiría la posibilidad de que los anuncios publicitarios se dirijan específicamente a sus clientes de acuerdo a su afiliación política o a sus antecedentes como votantes, aunque aún podrán enfocarse diferenciadamente a las personas según su edad, su género o su código de área.

Twitter va mucho más allá, al haber decidido no admitir ningún anuncio de propaganda política. En un tweet (CEO, Jack Dorsey) @jack expresó “Hemos tomado la decisión de parar toda publicidad política en Twitter a nivel global. Creemos que el alcance del mensaje político debería ganarse, no comprarse…”. Pero también Twitter hace sus importantes excepciones. Tiene una cláusula de valor informativo (newsworthiness) que justifica el transmitir los tweets del presidente Trump y otros líderes mundiales que, en principio, violaría esa norma de la empresa. El Director Ejecutivo de Snapchat, Evan Spiegel, también ha dicho que su compañía hará un análisis factual de la publicidad política en su plataforma.

Facebook ha tomado una postura bastante indiferente ante las presiones que ha recibido después del caso Cambridge Analytica. De hecho, a fines de 2019 la empresa rescindió una política, adoptada anteriormente, prohibiendo declaraciones falsas en su anuncios. Con ello creó una excepción para la propaganda política, cuya veracidad no tendrá que ser verificada. Así, “el resultado último es que cualquier declaración de un candidato o campaña que promueve un candidato no puede ser analizada factualmente y por tanto está automáticamente exenta de las políticas que tratan de evitar la desinformación” (The Guardian, traducción propia). En esta línea, Mark Zuckerberg ha dicho “no pensamos que las decisiones sobre publicidad política debieran ser hechas por compañías privadas, razón por la cual estamos a favor de una regulación que se aplique en todo el país” (CNBC).

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Ilustración: Mr. Online.

La compañía ha tomado algunas medidas para evitar sólo la manipulación extrema (“deepfakes” o falsedades profundas). Se enfoca especialmente en los videos editados o sintetizados sin que el público sea capaz de percibirlo (a menos que sea sólo para mejorar su claridad y calidad), y aquellos producidos por la Inteligencia Artificial que pueden fusionar, reemplazar o superponer contenido sobre un video, aparentando ser auténtico. Por lo demás, Mark Zuckerberg ha decidido no intervenir en la publicidad político-electoral, aun cuando pueda contener información no apegada a la verdad, pues de hacerlo considera que podría incurrir en la censura (The Guardian).

Pero esta postura de Facebook y los escándalos de la desinformación que transmite están teniendo, al igual que en el caso de Palantir y otros mencionados anteriormente, una reacción de la sociedad civil. Por ejemplo, 250 empleados de Facebook escribieron una carta a Zuckerberg pidiéndole que reconsidere su política pues “el libre discurso y el discurso pagado no son lo mismo.”

La imagen de la compañía también ha sido afectada. Hace 10 años para los jóvenes era un sueño trabajar en Facebook, al igual que trabajar en varias de estas compañías tecnológicas, que ofrecían buenos sueldos, un ambiente apto para la creatividad y mucho prestigio. Pero últimamente, ha habido una caída notable en la aceptación de empleos por parte de potenciales talentos tecnológicos recién egresados de las universidades de prestigio. La aceptación por parte de esos recién graduados ha caído de un promedio de 85% para el año escolar 2017-2018, a entre 35% y 55% en diciembre de 2019 (CNBC). Los reclutadores de Facebook han dicho que ahora los candidatos hacen preguntas mucho más agudas sobre la política de privacidad de la compañía. La opinión de muchos jóvenes es que el trabajar en Facebook ya no es admirado socialmente ni tan bueno tenerlo en el curriculum vitae. Más bien necesitan justificar por qué trabajan allí y no en otra parte, lo que hubiera sido impensable hace años.

Es alentador ver que, aunque en forma incipiente, la sociedad civil está contribuyendo a poner algunos límites a la falta de ética de las grandes compañías en muy diversos ámbitos: políticos, ambientales, laborales, y otros. Sin embargo, a pesar de que las presiones aumentan hacia las compañías, aún es un campo ignoto el hecho de que muchas de las labores que hoy desempeñan seres humanos están siendo crecientemente asumidas por robots/algoritmos sin capacidad para evaluar las acciones que adoptan las compañías para las que trabajan. ¿Cuál será entonces el límite que se podría anteponer a la acción de estas empresas tecnológicas?