¿Qué pasaría si las organizaciones y personas cumplieran lo que dicen?, ¿qué pasaría si no hubiera discursos fingidos con dobles agendas para lograr un mismo objetivo? En tiempos de guerra se suele anteponer la diplomacia y la política por delante, precisamente para evitar llegar a el enfrentamiento, aunque a veces, como en los negocios, a la vez que se entablan reuniones se ejercen “operativos” para desestabilizar o presionar el alcance de su objetivo, siempre con la condicionante de ocultar el origen y mantenerse en la clandestinidad.
La realidad es que no hay mucha diferencia con el mundo actual, específicamente en el ámbito de comunicación corporativa. Solía haber una marcada tendencia institucional a tratar de diferente forma una información o postura, tanto en el ámbito público o en la comunicación externa, como en las relaciones con el gobierno o en la estrategia de cabildeo. La organización solía ser “prudente”, propositiva y evitaba debates, mientras que en el ámbito uno a uno, los equipos de cabildeo ejercían férrea presión en los puntos de contacto elegidos.
La misma labor la ejercían o ejercen las asociaciones gremiales, las cámaras empresariales están hechas para ser el brazo fuerte y a veces duro de las organizaciones que representan y que “no pueden o deben” entablar ese tipo de pronunciamientos en lo individual, por el “alto costo reputacional u operacional” que podría suponerles hacerlo en lo individual. Eso generaba no sólo dobles discursos, sino dobles agendas.
Sin embargo, vivimos tiempos nuevos en todos los sentidos, claramente en el aspecto social las personas nos informamos más; no necesariamente mejor, pero estamos más en contacto con diferentes puntos de vista, y sin duda, cuestionamos más todo. En este sentido, vale la pena reflexionar sobre el uso y efectividad real de esas fórmulas que buscaban generar comunicación branded y comunicación unbranded.
La realidad parece imponer una innegable reutilización de la honorabilidad y la transparencia, conceptos que solía –en otros tiempos–, darle sentido a la manera en la que como sociedad construíamos alianzas, acuerdos, treguas y hasta contratos. Eran los tiempos del valor de la palabra.
Eso significa otorgarle un sentido único a que, lo que decimos, encausará nuestro actuar porque no hay dobles intenciones y porque de otra forma corremos el riesgo de ser expuestos con consecuencias difíciles de asumir. Por ejemplo, podrá ser del gusto de unos y de otros no tanto, pero el actual Gobierno de la República está llevando a cabo –en amplia medida– lo que prometió a sus votantes; mientras tanto muchas organizaciones de la iniciativa privada se mantienen a la expectativa para lograr entender, si existe alguna agenda oculta o cuál será la que revelará sus verdaderas intenciones. En el intermedio, se está perdiendo tiempo y mucha incertidumbre se está generando.
¿Qué pasaría si promoviéramos una agenda de comunicación, en todos niveles, basada en un sólo discurso y una sola línea de actuación? No quiero ser ingenuo, pero me parece que ahorraríamos mucho tiempo; siendo más eficientes, confiaríamos más el uno en el otro, lograríamos asociaciones más efectivas y también combatiríamos más rápido, y hasta dejaríamos sin cabida a las fake news. Es interesante analizar qué organizaciones y personas así lo hacen y cómo les va en su desempeño. Si hace el ejercicio, le aseguro que se llevará grandes respuestas.
La disrupción puede venir de lo más esencial.