Mi Palabra

A propósito del Día Internacional de la Mujer

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Noticieros, prensa escrita, redes sociales, no dejan de hablar de esta conmemoración que año tras año se viene celebrando en el mundo entero. Debates, manifestaciones, reivindicaciones y hasta grupos violentos hacen de este día un tiempo para reflexionar y entrarle a un tema que muy poco se ha hecho para buscar la tan “cacarea igualdad” de la que nos gusta alardear.

Se critica a las Instituciones que en su mayoría están regidas por varones y concretamente a la Iglesia católica porque siempre ha relegado a la mujer a un papel secundario en las funciones fundamentales que la Institución lleva a cabo. Es cierto y parece olvidarse que Jesús siempre le concedió la misma dignidad al hombre que a la mujer, pero no nos hemos atrevido a dar el paso definitivo para que esto suceda.

Me viene a la mente un texto bíblico del Evangelio de Juan donde Jesús con suma delicadeza le da un espaldarazo a la mujer que era condenada por adulterio en una sociedad “machista” –como la nuestra– y de paso “condena” al hombre por su falta de sensibilidad y prepotencia. El relato aludido menciona que una mujer fue sorprendida en adulterio, humillada públicamente, condenada por los varones respetables y sin defensa posible ante la sociedad y la religión. Jesús, sin embargo, desenmascara la hipocresía de aquella sociedad, defiende a la mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una vida más digna.

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Imagen: James Clark.

La actitud de Jesús ante la mujer fue tan “revolucionaria” que, después de veinte siglos, seguimos en buena parte sin querer entenderla ni asumirla. ¿Qué podemos hacer en nuestra sociedad y en la Iglesia? Mencionaré algunos aspectos que considero de gran importancia para mí, como creyente y sacerdote católico.

En primer lugar y haciendo una referencia a la Iglesia católica, necesitamos actuar con voluntad de transformarla. El papa Francisco lo viene haciendo, aunque no con la rapidez que muchos quisieran. Sin embargo, los hechos hablan por sí solos. El cambio es posible. No debemos de dejar de soñar con una Iglesia diferente, comprometida como nadie en promover una vida más digna, justa e igualitaria entre varones y mujeres.

Debemos ser conscientes de que nuestra manera de entender, vivir e imaginar las relaciones entre varón y mujer no proviene siempre del evangelio. Somos prisioneros de costumbres, esquemas y tradiciones que no tienen su origen en Jesús, pues conducen al domino del varón y la subordinación de la mujer.

En la enseñanza religiosa estábamos acostumbrados a escuchar expresiones como ésta: “ocasión de pecado”, “origen del mal” o “tentadora del varón”. Hemos de eliminar estas visiones negativas de la mujer y desenmascarar teologías, predicaciones y actitudes que favorecen la discriminación o descalificación de la mujer. Sinceramente, esta manera de pensar no es evangélica.

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Imagen: De Agostini.

Llama también la atención dentro de las comunidades cristianas el silencio absoluto que hay ante la violencia doméstica que hiere los cuerpos y la dignidad de tantas mujeres. Como creyentes no podemos vivir de espaldas ante una realidad tan dolorosa y frecuente, que se da muchas latitudes de nuestro país y del mundo entero. Feminicidios, violaciones, acoso… ¿Qué gritaría Jesús hoy ante esta realidad?

¡Basta ya! Tenemos que reaccionar contra la “ceguera” generalizada de los varones, incapaces de captar el sufrimiento injusto al que se ve sometida la mujer sólo por el hecho de serlo. En muchos ámbitos es un sufrimiento “invisible” que no se sabe o no se quiere reconocer. En el Evangelio de Jesús hay un mensaje especial, dirigido a los varones, que todavía no hemos escuchado ni anunciado con fidelidad.

La mujer, no necesita de planes y normas, sino una mano amiga que la comprenda y le ayude a levantarse de tanta postración. Jesús lo hizo con la mujer adúltera y con muchas otras que se acercaron a él.


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Cardenal Carlos Aguiar Retes y sus retos

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Hace tres años, el 5 de febrero, un día especial para la Iglesia en México y, especialmente, para la Arquidiócesis Primada. En esta fecha se celebra al primer mártir mexicano, San Felipe de Jesús, martirizado en Japón con un gran grupo de sacerdotes y fieles laicos. En una fecha como ésta, también el Cardenal Aguiar comenzó su ministerio en esta gran ciudad como Arzobispo Primado de México.

D. Carlos, después de haber estado en Texcoco y luego en Tlalnepantla, llega a la Arquidiócesis de México siendo una de las más pobladas de la cristiandad. Los retos no eran pocos después de haber sido gobernada durante 22 años por el Cardenal Norberto Rivera con su estilo propio de gobierno y con no pocos problemas, tanto en el clero como en la misma administración.

La Arquidiócesis estaba dividida en ocho zonas pastorales o vicarías como se le conoce a la jerga clerical. Al frente de cada Vicaría estaba encargado un obispo auxiliar que prácticamente fungía como autónomo en su propio territorio y con el consiguiente aparato burocrático y administrativo. Si bien este modelo administrativo daba ciertas ventajas al obispo encargado de la zona y al mismo clero, también creaba una falta de identidad dentro de la Arquidiócesis. Con la llegada de Carlos Aguiar, muy pronto se dio a la tarea de hacer consultas entre los mismos obispos auxiliares, el clero, vida consagrada, así como organizaciones eclesiales y civiles. Todo ello con la finalidad de crear tres nuevas diócesis y reestructurar los órganos administrativos para una mejor atención de los files y evitar una burocracia innecesaria.

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Imagen: Cuartoscuro.

Con el consentimiento casi unánime de los consultados y después de pedir la anuencia del Episcopado Mexicano, el Santo Padre, el papa Francisco dio el consentimiento de crear las diócesis de Xochimilco, Iztapalapa y Azcapotzalco. Con ello, se pretendía que las familias, jóvenes, niños y adultos mayores tuvieran una mejor atención espiritual y pastoral. Creadas estas nuevas diócesis, la Arquidiócesis Primada queda con una población de cerca de cinco millones de habitantes. De este modo, se podía administrar y dirigir los destinos de la Iglesia acorde con los postulados del papa Francisco.

Las prioridades del Cardenal han sido la formación de los futuros sacerdotes, por lo que los primeros cambios significativos los hizo en el Seminario Conciliar de México, buscando que los jóvenes, que sienten la llamada a ser sacerdotes, tengan  un ambiente donde no sólo aprendan Filosofía y Teología, sino que aprendan a ser pastores según el corazón de Dios, mediante una formación integral, en donde desarrollen su crecimiento humano y espiritual y aprendan una aplicación de la Teología en la vida de la Iglesia. Por lo que los seminaristas que cursan la última etapa, ahora llamada Etapa de Configuración con Cristo Buen Pastor, viven en parroquias acompañados por un párroco y un sacerdote formador; pero no sólo por ellos, sino por la comunidad parroquial, en donde comiencen a vivir y participar de los procesos pastorales, participen y acompañen los grupos parroquiales y el consejo pastoral, toquen la iglesia viva de un modo constante y  no sólo en apostolados o actividades de un fin de semana.

También la implementación de un año donde los jóvenes que concluyen sus estudios de filosofía, etapa de Discipulado, después de vivir la experiencia de la comunidad del seminario por tres años, donde se adquieren convicciones propias, salen y viven con sus familias, buscando un trabajo para mirar y vivir la experiencia de la vida cotidiana de todo hombre o mujer que se tiene que ganar su propio pan para vivir. No es un año de prueba o un receso de formación, sino un momento personal donde el joven seminarista debe de entrar en un discernimiento profundo de su vocación, confrontando su propia vida con las exigencias de la vida sacerdotal.

En la formación sacerdotal, D. Carlos ha puesto mucho énfasis tanto en la formación del clero como en el seminario, subrayando la “tolerancia cero”. Es decir, erradicar y en su caso denunciar todo abuso que algún sacerdote pudiera cometer con menores. Así mismo, se creó una comisión diocesana interdisciplinaria para atender a las víctimas de abuso sexual y a sus familias.

Las parroquias en las grandes ciudades se enfrentan a muchos retos para que los laicos participen en las actividades parroquiales y se identifiquen con su comunidad y puedan recibir una sólida formación bíblico-teológica. Para facilitar todo esto ha propuesto la creación de unidades pastorales, o sea, agrupar tres o cuatro parroquias vecinas, con identidad social, donde la feligresía desarrolle su conciencia de pertenencia a la iglesia, se facilite su participación; unificando fuerzas con agentes de pastoral suficientes para atender las diferentes áreas y servicios con mayor facilidad y eficacia.

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Imagen: Cuartoscuro.

Ante los desplazamientos constantes de las familias, las largas jornadas de trabajo, etc., hacen casi imposible que muchas familias acudan a su parroquia. Por eso ha creado las así llamadas “parroquias personales” en algunas empresas para atender a los empleados en su lugar de trabajo.

Para que una diócesis funcione bien, es necesario tener una administración transparente y una economía solidaria. Por eso desde su llegada, D. Carlos se dio a la tarea de reorganizar las dimensiones de la administración. Tarea nada fácil en el ambiente clerical pero que con constancia y perseverancia, poco a poco, se puede crear una estructura que, si bien los frutos son lentos, en un futuro cercano se verán los beneficios para que los sacerdotes tengan una jubilación adecuada a las circunstancias, atención médica y otras prestaciones que les ayuden a tener seguridad en su futuro tanto personal como pastoral.

La pandemia que estamos viviendo por COVID-19 también en la iglesia ha causado muchos estragos. Iglesias cerradas y sacerdotes contagiados. No por ello, D. Carlos estuvo ajeno a los problemas de las familias y ordenó prestar asistencia social en las zonas más pobres de la diócesis. Asimismo, se crearon también centros de escucha para ayudar  a las personas que habían caído en situaciones de depresión y desánimo.

El Cardenal Aguiar no es un hombre de “reflectores”, al contrario, prefiere el anonimato y lo que busca es que, tanto los sacerdotes como los fieles laicos, den lo mejor de sí buscando siempre la espiritualidad de la comunión para que con su servicio contribuyan a hacer de esta sociedad un mundo más humano y justo.

En estos tres primeros años de su ministerio episcopal en la Arquidiócesis de México, además de felicitarlo, queremos que todas sus iniciativas de evangelización contribuyan a hacer un modelo de vida pastoral, espiritual y humana.

Que el Señor lo bendiga en su labor.


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¡Ya basta de mentiras!

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Cualquiera podría decir que esta pandemia que estamos viviendo, nos ha vuelto un poco “locos” a todos. Los sociólogos y estudiosos de la ciencia tendrán mucha “tela” donde cortar para hacer estudios y análisis de esta situación que nos ha cambiado la vida y nos ha afectado en la mente y el corazón. Noticias de todo tipo pululan por las redes sociales y no importa si son verdad o mentira. El caso es “dar nota” de la manera que sea y como sea. Si hay que embarrar a personas de probada honestidad y de buenas intenciones,  se hace, con tal de llamar la atención y sacar provecho de la misma.

Días pasados supimos del contagio del cardenal Rivera por Covid. Según información recibida, ni la familia ni él mismo quisieron que la noticia saltara a los medios. Pero tratándose de un personaje como él, era imposible que no se supiera. Pero todo cambió de repente cuando su ex-vocero, P. Hugo Valdemar comenzó a decir que al cardenal Norberto Rivera se le había informado que el seguro médico del cual disponía la Arquidiócesis y en el que estaba inscrito, no cubría los gastos que se pudieran originar por Covid.  Hasta aquí no hay ninguna mentira. Sin embargo, el cardenal Rivera, por su investidura, nunca hubiera tenido problemas de ser atendido en un hospital de tercer nivel, o sea, de primera categoría, de los que cuenta el Estado mexicano. Pero él decidió por su propia cuenta, ser atendido en uno privado costeándose él mismo sus propios gastos.

Cardenal Norberto Rivera Carrera
Cardenal Norberto Rivera Carrera (Foto: Milenio).

Decir que la Arquidiócesis, al frente del cardenal Carlos Aguiar, no pagó el seguro al Sr. Norberto Rivera, es una mentira y los hechos lo demuestran. A principios de diciembre del año pasado, el cardenal Rivera fue sometido a una operación en el hospital Mocel de la Ciudad de México. El seguro médico de la Arquidiócesis pagó su operación. Otros casos de sacerdotes que han sido intervenidos por alguna dolencia, el seguro sacerdotal se ha hecho cargo de los gastos originados. Por eso, decir que el cardenal Aguiar ha abandonado a sus sacerdotes en tales circunstancias, además de ser una mentira, también ronda la calumnia.

Sucede que algunos Prelados, no sabemos si es el caso del cardenal Rivera, a veces contratan seguros privados para tener una cobertura más amplia que el seguro de una mutual sacerdotal, como es el caso de la Arquidiócesis de México, donde quedan excluidos ciertos nosocomios de los beneficios de un seguro médico de “línea dorada”. Es decir, hospitales de tercer nivel, como se les suele llamar, cuya atención es de VIP.  Hospitales de esta categoría son para gente pudiente y de muchos recursos que podrán pagar su estancia sin mayor problema. Hoy, las finanzas de la Arquidiócesis de México están en números rojos y lo que se trata, según nos informan, es salvar el seguro médico y las pensiones a los sacerdotes jubilados. Desde la llegada de Carlos Aguiar Retes cambió la estructura financiera. El seguro médico de los sacerdotes, lo paga íntegramente la economía diocesana así como otros gastos que antes los cubría cada sacerdote.

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Imagen: John Pritchett.

Pero, ¿qué puede haber detrás de toda esta vendetta que ha estado dando vueltas en los medios con una cobertura inusitada? Los análisis pueden ser muchos y muy variados. Desde la llegada de Carlos Aguiar a la diócesis Primada de México, se comenzaron a tener muchas expectativas de cambio después de una larga duración del cardenal Rivera. Van a ser tres años de la llegada de Carlos Aguiar y mucha gente se pregunta, ¿cuáles han sido los cambios? ¿En qué se diferencia del anterior? Carlos Aguiar no necesita defensores, sus mismos hechos lo avalan. Es un hombre sencillo, sobrio, que no le gustan los reflectores y que gusta de rodearse de un equipo al cual le da facultades para operar en su nombre dentro de los objetivos trazados en el grupo. En el equipo del Cardenal no encajan los protagonismos ni los francotiradores. Una de las características de la administración anterior, era el protagonismo de algunas personas que a veces  obnubilaban al mismo Jefe. Con la llegada de Carlos Aguiar, esto fue cambiando por una mayor sinodalidad, es decir, darle juego a una serie de actores en sus respectivos campos de trabajo. Como es lógico, esto no gustó a los que antes ocuparon puestos de cierta relevancia. De ahí que ayer y hoy se hayan desatado unas reacciones viscerales ensuciando toda acción pastoral y administrativa del Primado actual.

 Deseamos una pronta recuperación al cardenal Norberto.


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La gracia de la Navidad

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La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran “algo” sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia. Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas sobre el sufrimiento, la frustración, la muerte… Ante estas y otras muchas preguntas, parece que Dios guarda un silencio impenetrable.

Sin embargo, en Navidad, Dios ha hablado. Y no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas, sino para decirnos: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia. Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.

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Imagen: Mc Dermott.

Eso lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Por eso Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.

La Navidad nos obliga a revisar ideas e imágenes que habitualmente tenemos de Dios, pero que nos impiden acercarnos a su verdadero rostro. Dios no se deja aprisionar en nuestros esquemas y moldes de pensamiento. No sigue los caminos que nosotros le marcamos. Dios es imprevisible. Lo imaginamos fuerte y poderoso, majestuoso y omnipotente, pero él se nos ofrece en la fragilidad de un niño débil, nacido en la más absoluta sencillez y pobreza. Lo colocamos casi siempre en lo extraordinario, prodigioso y sorprendente, pero él se nos presenta en lo cotidiano, en lo normal y ordinario. Lo imaginamos grande y lejano, y él se nos hace pequeño y cercano.

La Navidad nos recuerda que la presencia de Dios no responde siempre a nuestras expectativas, pues se nos ofrece donde nosotros menos lo esperamos. Ciertamente hemos de buscarlo en la oración y el silencio, en la superación del egoísmo, en la vida fiel y obediente a su voluntad, pero Dios se nos puede ofrecer cuando quiere y como quiere incluso en lo más ordinario y común de la vida.

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Imagen: Outdoors.

Ésta es la fe revolucionaria de Navidad, el escándalo más grande del cristianismo, expresado de manera lapidaria por Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como simple hombre” (Filipenses 2,6-7).

El Dios cristiano no es un Dios desencarnado, lejano e inaccesible. Es un Dios encarnado, próximo, cercano. Un Dios al que podemos tocar de alguna manera siempre que tocamos lo humano. Por eso Jesús no nació en un Templo, ni en un lugar sagrado y, menos aún, en un palacio. Así nos está diciendo que lo que él trajo al mundo se tiene que vivir, no sólo desde lo humilde y lo sencillo, sino además desde lo laico, lo profano, desde lo más vulgar y cotidiano. Desde la vulgaridad sublime de un establo. Esta es la señal: “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Con esto está dicho todo.

De todo corazón, amigo, amiga, les deseo que este Dios que nace cada día en tu corazón, lo hagas presente en tu vida y en la de los que te rodean.

Santa María de Guadalupe, ayer y hoy

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Era el mes de diciembre de 1531, diez años solamente después de la conquistada Tenochtitlan por los españoles, cuando la santísima Virgen se apareció al indígena Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Lo nombró su embajador ante el obispo, fray Juan de Zumárraga, para que le construyeran un templo, o mejor, como le dijo ella: “una casita”. La prueba de que las palabras de Juan Diego eran ciertas fueron las rosas que llevó en su tilma y la preciosa imagen que apareció dibujada en ella. La santísima Virgen es nuestra Madre. Toda la historia de Juan Diego y de las apariciones de la Virgen están fundadas en una constante y sólida tradición.

Mucha tinta ha corrido en los últimos siglos sobre este tema tan fascinante del acontecimiento guadalupano, como muchos así le llaman. Unos a favor y otros en contra. Unos “aparicionistas” y otros “antiaparicionistas”. Lo que nadie duda es que Guadalupe ha significado un antes y un después para la nación mexicana. Prácticamente aniquilados los poderes de los pueblos indígenas por el conquistador español, poco o casi nada quedaba de las expresiones que los pueblos originarios mantenían en sus comunidades. Sus dioses, ritos y demás ceremonias habían pasado, en caso de practicarlas, a la clandestinidad. La religión del conquistador se imponía por doquier. Los ritos religiosos ancestrales pasaban a un segundo término, dando lugar a la religión oficial traída por los conquistadores. Sin embargo, los planes de Dios eran otros para este pueblo que como bien dicen los textos litúrgicos invocando la misericordia de Dios: “has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de la siempre Virgen María de Guadalupe”.

maria y juan diego
Imagen: Pinterest.

Si bien el culto a la santísima Virgen de Guadalupe entre los pueblos originarios se va haciendo extensivo a lo largo de los años, antes de que así fuera, había surgido una nueva raza: la criolla. No cabe la menor duda de que esta nueva raza difícilmente se podía identificar con sus ancestros indígenas y menos con los conquistadores. Entonces, ¿con quién se podría identificar? Y es ahí donde entra María de Guadalupe, la nueva Tonantzin. No es el momento de hacer aquí una explicación de los rasgos y características de la imagen plasmada en la tilma de Juan Diego, pero de sobra son conocidos todos los elementos y símbolos de la cultura indígena que se hallan plasmados en la bella imagen. María de Guadalupe les da nueva identidad a aquellos surgidos del encuentro de dos razas. De ahí que no es difícil escuchar a muchos mexicanos decir: “aunque no soy católico, soy guadalupano”. Guadalupe es más que una “religión”. Es una síntesis del surgimiento de un nuevo pueblo.

Hay un texto en el evangelio de Lucas que siempre es bueno reflexionar porque resume el sentido de los inicios de nuestro caminar en la fe (Lucas 1,39-48). María, después de haber recibido el anuncio del ángel de que sería la madre del “Salvador” y enterándose de que su prima Isabel estaba esperando un hijo, se encamina presurosa a visitarla y ayudarla. El encuentro entre las dos mujeres es maravilloso y la escena conmovedora. Dos mujeres que conversan sobre lo que están viviendo en lo íntimo de su corazón. No cabe duda de que la vida cambia cuando es vivida desde la fe. María “saluda” a Isabel y su saludo llena de paz y de gozo a toda la casa. Hay muchas maneras de “saludar” a las personas. María trae paz, alegría y bendición de Dios, como lo hizo con Juan Diego, aunque en un primer momento tuviera dudas, algo normal en toda condición humana.

María e Isabel llamadas a colaborar en el plan de Dios. Las dos van a ser madres. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Son ellas las que ocupan toda la escena. Algo nos quiere decir todo esto en una sociedad “patriarcal” donde la mujer ha sido orillada y en muchos casos, esclava de tradiciones y culturas que nada tienen que ver con lo más sagrado de la persona: su dignidad. La imagen de María brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos a lo largo de los siglos a partir de invocaciones y títulos alejados de los evangelios. Señalamos algunos de estos rasgos.

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Visitación de María a su prima Santa Isabel, Rafael en el Museo del Prado (1517).

María, “la madre de mi Señor”. Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Los primeros cristianos nunca separaron a María de Jesús. Son inseparables. De ahí arranca toda su grandeza. Dios viene a nosotros como uno más, se encarna en el seno de una mujer porque nos ama y quiere enseñarnos a vivir una vida plena (Juan 1,14).

María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque ha “creído”.  María no es grande simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Dios por quien se vive, como le dice a Juan Diego. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es madre creyente.

María, la evangelizadora. Cuando hablamos de evangelización muchas veces pensamos en catecismo y doctrinas de la Iglesia. Pero no es eso únicamente. Evangelizar es llevar el proyecto de Jesús a los que más nos necesitan, es decir, los pobres, los desheredados del sistema, los parias de la sociedad. En otras palabras, evangelizar es humanizar. Donde María va se convierte en portadora de humanidad al llevar a su Hijo Jesús.

María, portadora de alegría. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: “Alégrate… el Señor está contigo”. El hombre y la mujer de fe son portadores de alegría. María comunica la alegría que brota de su Hijo Jesús. En una sociedad marcada por el desencanto y la frustración, hoy más que nunca, María nos invita a ser testigos gozosos en un mundo ensombrecido por el miedo y el dolor de la enfermedad que padecemos.

A veces pensamos que ser hombres o mujeres de fe es afirmar que uno cree en Dios y que cumple las normas que las religiones imponen, pero poco nos preguntamos en qué Dios creemos. Porque la fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y amor a cada ser humano. De ahí que una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días consiste en “acompañar a vivir” a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.