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Remendar el viento: 7 palabras hacia la resiliencia y la creatividad en 2021

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Ningún año había puesto, a la vez, tantas capacidades de lo humano para comprender y construir formas de adaptación, como lo hizo 2020.

Nunca antes ningún flagelo había abarcado todos los confines del planeta. La categoría de “mundiales” utilizadas para conflagraciones u otros calamidades hoy parece corta.

El reciente reporte de un brote de coronavirus en la estación de la Antártida da cuenta del alcance inusitado del fenómeno. No hay punto del orbe libre de lo que hoy vive el resto.

A ese “no hay a dónde ir” se suma, en el plano de la vida inmediata de las personas, el desafío que ha supuesto la ruptura abrupta de su cotidianidad.

No se ha tratado solamente de “no salir de casa” sino del resquebrajamiento de las acciones, lugares, rutinas que daban forma al mapa individual de vida personal.

El esfuerzo psíquico que a todas las generaciones ha demandado la pandemia, y seguirá demandado, según se ve, ha sido colosal.

Aun los negacionistas, aun los irresponsables o los frívolos por conveniencia, se han visto tocados por la demanda que implica vivir en las condiciones que la pandemia ha impuesto.

resiliencia y creatividad
Imagen: Revista Comfama.

Todos los caminos desde todos los lugares conducen a todos los lugares del orbe. Todos los actos de todas las vidas en todos los lugares acabarán tocando todos los actos de todas las vidas en todo en el orbe.

¿Lo sabíamos? Algunos, quizá; quienes hacen de la reflexión su intento por comprender y el mundo que se habita y así transformarlo.

¿Estaban esas mentes preparadas para pasar la formulación del modelo, del traslado de la idea a los actos cotidianos y la constatación de que, ahora sí, “no hay a donde ir”?

Desde luego que no.

Y si no lo estaban quienes desde la reflexión y la conciencia del mundo, buscaban hacerlo sobre la vida en todos su ámbitos, muchos quienes simplemente son arrastrados (o se dejan arrastrar), por eso que Bauman llamó el caudal implacable de lo líquido.

 ¿Se puede quebrar el agua?

La experiencia inédita y de amplia envergadura que ha supuesto el 2020, parece indicar que sí. Que el torrente que con el que la sociedad líquida (Bauman) venía arrastrándolo todo, se ha quebrado.

El punto de ruptura ha sido, es, evidentemente la pandemia y su alcance, de consecuencias en todos los órdenes aún impredecibles a cabalidad.

Mas se ha roto, quebrado, el torrente; no necesariamente el río.

Esto es, de lo que hemos sido, somos, testigos, es de la fractura en la noción de lo imparable y fatal que acompañaba a la imagen de la sociedad de avance y consumo irracional.

El presente torrencial y su aprehensión en la vida cotidiana como vivencia en la sofocación, es a lo que, en medio de los condiciones y consecuencias fatales ha puesto freno la pandemia.

Zygmunt Bauman (1925 – 2017) (Foto: www.caninomag.es).

El restablecimiento de lo frenético y torrencial podrá serlo en cuanto a necesidad humana catártica una vez que pase la emergencia.

Podrá venir luego de que se supere la hora y actúe una especie de “alocados veintes” o “destape” a la española.

Poco probable resulta, sin embargo, una restauración sin fisuras de lo que fue el orden de vida anterior a la pandemia.

Tiempo éste que demanda sentido de lo intrépido tanto como de la capacidad para valorar lo mínimo, la vida después de la pandemia se abre a los alcances de lo que seamos capaces de hacer con ella.

Nos enfrentamos hoy a una experiencia que hasta hace un año resultaba del todo imprevisible: el gran torrente que parecía dominaría el sentido de la vida por muchos años más, se ha quebrado.

Y en su ruptura, observamos, vivimos, bajo un paisaje completamente nuevo. Se ha transformado en un extendido campo de veneros y deltas.

¿Desconcertante?, sí. ¿Oportunidad para detener el tropel y mirar el paisaje inesperado?, también.

En ese horizonte, el de restaurar el aire, renovarle sus naturales bríos para despejar nubes y transportar vientos de renovación, siete palabras que podrían, debería, a mi juicio, acompañar este inicio de ciclo.

resiliencia 2021
Imagen: Howitzer.

Imaginación. Innovación. Integración. Irrumpir. Insistir. Ímpetu. Inspiración

Sin el atrevimiento para imaginar, difícilmente seremos capaces de avizorar una manera distinta ya no digamos de resolver los problemas, sino de organizar la vida que venga de modo distinto.

La innovación, cuyo signo es agregar valor a lo que se hace de modo diferente, ha de encontrar la manera en que la integración de todo cuanto concurre en el planeta, sea valor de un nuevo modelo sustentable de soluciones.

Irrumpir e insistir, estar listos para dotar al pensamiento crítico y la constancia de espacios cada vez más amplios.

Avizorar lo que viene con la fuerza que les es propia al ímpetu, a la capacidad no tanto de ir hacia adelante por ir adelante, sino de comprender que ese adelante es hacia donde nuestros ojos miran y se encuentran con alguien.

Y finalmente, no dejar de recordar que en su origen más remoto la palabra inspirar está emparentada con inhalar, respirar. Una inspiración que sea un respirar con los demás, para los demás.

Respiro común.


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Memorias de números y números para la memoria

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Pensar números para muchos da escalofríos. La sociedad enseña a temerles. Son como esos alacranes ponzoñosos que si te pican te duermen: los números a casi todos apendejan. Sólo algunos (los elegidos al parecer), los inmunes a su veneno, traspasan el umbral. Dicen los que ya lo han cruzado que una vez pasando al otro lado te enamoras de ellos, y entonces siempre vivirás pensando a través de ellos. Es como si los números te poseyeran. Algunos sabios argumentan que así surgen las grandes mentes, mentes lógicas, mentes numéricas, LAS MENTES.

Mi padre fue ingeniero, se llamaba Werner Rettig Martorell e impartía cálculo diferencial e integral; sus alumnos le decían Piskunov. Se hizo conocido dentro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara no porque, en los años setenta, participó junto con el ingeniero José del Río Madrigal en la creación de la carrera de Ingeniería en comunicaciones y electrónica, ni porque tuvo un cargo dentro de ésta; no, su fama se debía a los números. Sus estudiantes lo llamaron Piskunov gracias al autor del libro que en aquel entonces la editorial Mir Moscú distribuía en México. Ese sobrenombre ruso hacía aún más ajena su persona a los estudiantes.  Fue como añadir una distancia extra a sus ya tan extraños apellidos y nombre.

Primera clase de biología, Preparatoria Vocacional de la UdeG. Nombran lista. “¿David Rettig?” dice sorprendido.Sí profesor”. “¿Qué es de ti Werner Rettig?”, “mi padre”, … “Salte, estás reprobado. Él sabrá por qué.”

Ésa fue la primera vez que me topé de frente con la fama de Piskunov. Nunca convencí al maestro de reintegrarme al curso, busqué a mi padre y le pregunté quién era y qué le había hecho. Sonrió y me dijo: “qué bueno que no te dará clase, te hice un favor. Busca otro maestro”.

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Imagen: La Covacha Matemática.

A partir de ahí quise conocer las historias de mi padre y su fama como maestro. Entonces trabajaba en la librería que mi madre tenía en esa misma Facultad, en ese espacio en el que conoció al ingeniero Rettig. Fue ahí donde aproveché para hurgar e hilvanar su historia. Yo no vivía con él desde los dos años y cuando lo veía no me alcanzaba ni la energía ni el ánimo para preguntarle mucho. Regularmente yo estaba nervioso, pues la primera pregunta era “¿cómo vas en la escuela?” (nunca fui un alumno ejemplar), y las visitas a mi padre, que había virado a ser homeópata, duraban igual que una consulta.

Piskunov paraba a sus estudiantes frente al pizarrón para hacerlos resolver problemas. Inquisitivo preguntaba y hacía que se reformularan tanto los problemas como sus propias vidas. Cálculo diferencial e integral los llevó a elegir varios caminos: muchos cayeron en crisis nerviosas y lloraron, otros se fueron; algunos otros, dicen, permanecían en la línea y se volvieron ingenieros. No sé cuántos biólogos, taxistas y comerciantes fueron producto de las drásticas maneras que mi padre tenía para enseñar matemáticas.

Pero mi padre no tuvo nada más mala fama. Sus historias eran de amor y odio. También en esa preparatoria y un par de años después, ya en último semestre, un maestro de química, al ver mi nombre, me preguntó qué era yo de Werner; pensé que sería sentenciado y junté al “es mi padre”, un nervioso y sentimental “pero no vivo con él, es más, acaba de morir”. Ese maestro me tomó del hombro y me dijo, “cuánto lo siento…era una persona espectacular”. Me contó cómo eran sus clases: si no razonabas estabas fuera.

Fue en la preparatoria que tomé gusto a las matemáticas, tanto que llegué a dar clases de álgebra a mis compañeros que se iban a extraordinario. Mi gusto inició con un maestro espigado, casi de figura quijotesca, que trataba los números con el candor que yo entonces quería tratar a mis compañeras. Además de tener a ese profesor, aprovechaba la librería de mi madre que siempre tenía algo que podría guiarme. Cuando le dije a mi madre que quería estudiar arqueología me visitó un ingeniero al día con el cometido de convencerme de no cometer tan fatal error. Desde entonces los números quedaron guardados en mi memoria como una historia y siempre asociados a mi padre y a un buen maestro. Claramente en la carrera pocas materias tenían números. En México y probablemente en el mundo existe una escisión entre las humanidades y las letras, así se han configurado las falsas fronteras del conocimiento.

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Imagen: Segredos do mundo.

Pero la vida y el tiempo dan lecciones y virajes inesperados. Desde hace un par de años colaboro en un grupo de investigación de una empresa (Lecto), que está empeñado en cambiar la noción social que venimos arrastrando sobre las matemáticas, la lectura y su enseñanza. El problema es de raíz, es cultural. Ni las matemáticas ni la lectura son para pocos, simplemente son mal enseñadas. Desde niños se nos enseña que los números son esos alacranes y en vez de admirarlos los queremos exterminar o simplemente alejar. Y de las letras qué decir, ya hasta la campaña de Librerías Gandhi nos muestra si estás del lado de los que aman y entienden las letras o si perteneces al Dark Side.

En la era del algoritmo el número es el código con el que se escribe el futuro. En ese contexto México está evaluado, según las pruebas PISA, como uno de los que están en el tercio inferior de evaluaciones. Estamos peor en matemáticas que en lectura, pero en ambos estamos muy mal. La razón es que esa semilla se siembra desde los fundamentos de la educación y si no se siembra bien, entonces el árbol crece torcido. Las pruebas PISA se hacen a estudiantes de quince años.

De los países miembros de la OCDE la media en el porcentaje de alumnos con bajo nivel de competencia en lectura es de veintitrés y México los supera casi al doble con cuarenta y cinco. En aprovechamiento de matemáticas el promedio de los miembros de la OCDE es del veinticuatro y México los supera con un cincuenta y seis. Aunado a ello sólo el uno por ciento de los estudiantes mexicanos se ubica en el tercio superior en competencias matemáticas. Economías asiáticas como China y Singapur tienen niveles del cuarenta por ciento en el primer tercio.[1]

Imagen: Publico.es.

Desconozco si los estudiantes en esas economías mantienen una relación emocional y positiva con los números. La base no sólo está en el conocimiento y la habilidad sino en la trama de significados que envuelven lo que uno siente por los números y las letras. En México mucho de ello, desafortunadamente, depende de la suerte: si te encontraste o no con un gran maestro que te abrió la perspectiva o si existe una política educativa adecuada tanto a nivel de país como a nivel de la escuela en donde van tus hijos. 

Hace un par de días escuché en el grupo de investigación de Lecto una ponencia de la Mtra. Iliana Valencia González que me dejó pensando a profundidad sobre la importancia de las políticas educativas. Ella describía las políticas educativas asociadas a los números y hacía un recorrido histórico, antes de los años sesenta[2] a las mujeres se les enseñaban las matemáticas necesarias para llevar a cabo sus labores del hogar: pesar, dividir, fraccionar. La política estaba dirigida a forjar amas de casa. Los contenidos para hombres y mujeres eran distintos.

En nuestra época reducir la desigualdad de género es una política internacional: es uno de los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU; las niñas mexicanas salen mejor evaluadas que los niños en lectura (11 puntos arriba), pero no así en matemáticas y ciencias (12 puntos abajo). Sin embargo, no es clara una política educativa dirigida a estimular STEM en niñas. Cuando trabajaba en la facultad de ingeniería había pocas mujeres. La mejor muestra era que al pasar alguna la rechifla de los monos numéricos era tal que ellas aprendieron a escabullirse con rapidez, con un estilo Ninja, entre los pasillos.

Tendencias del desempeño en lectura y matematicas

En el grupo en el que colaboro hemos logrado resultados inesperados. Un niño promedio es capaz de aprender las bases de la lectura, esto quiere decir, leer de corrido sin silabeos, a un ritmo de setenta palabras por minuto y con un entendimiento contextual del texto en tan sólo sesenta sesiones de veintisiete minutos. En matemáticas con cincuenta sesiones de media hora, una pequeña de tercer grado de primaria puede dominar los contenidos oficiales de toda la primaria y sobre todo con comprensión.

En los experimentos que estamos haciendo en Lecto, Jerónimo, mi hijo de siete años, en menos de cincuenta sesiones ha comprendido las operaciones básicas de suma, resta, multiplicación y división; además aprendió a hacer lo mismo, pero con quebrados. Lo más interesante fue verlo interactuar con Ricardo Vargas (quien inició la metodología y de quien ya escribí unas letras en Instrucción, lenguaje y resiliencia), que al inicio lo asustaba por sus formas “piskunianas” de aparente rigidez. Pero después de algunas sesiones Ricardo logra lo que los grandes maestros, crea una narrativa y mantiene la atención y el gusto de Jerónimo por aprender. 

Seguimos experimentando; yo estoy esperanzado en poder conjugar una fórmula de enseñanza eficaz con una memoria positiva, en la que nuestros hijos se relacionen con las letras y los números. Parece que esa tarea tiene que ser a pesar de que las políticas educativas no sean tan claras y que, aunado a ello, el COVID-19 nos ha traído una barrera más a las muchas que contamos en el aprendizaje: enseñar de forma virtual. La relación emocional es fundamental. Como escuché en algún lugar, no todo lo que se puede contar cuenta y no todo lo que cuenta se puede contar. Forjar memoria y estrechar vínculos positivos con cualquier materia es algo que posiblemente las estadísticas no pueden develar.  


Notas:
[1] Si deseas revisar un resumen del reporte de PISA: http://www.oecd.org/pisa/publications/PISA2018_CN_MEX_Spanish.pdf
[2] En 1953 la mujer votó por primera vez en México.


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Improvisando decisiones

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“Sólo alguien que está bien preparado tiene la oportunidad de improvisar “, escribe el gran Ingmar Bergman en La linterna mágica, su autobiografía.  

Aparentemente la improvisación surge del apremio, del acorralamiento. De pronto encontramos que el camino que transitábamos termina y, ante nosotros, aparece indistintamente el precipicio o el punto de partida de nuevas rutas. La percepción del lugar en el que nos encontramos dependerá de la forma en que interpretemos ese punto de inflexión. 

Por otra parte, los mecanismos con base a los cuales tomamos una opción en particular son diversos.  Los momentos de profunda decisión raramente surgen del azar.  Siempre hay algo previo en nosotros; una pulsión que se ha ido movilizando, a tientas, intuitiva e inconscientemente mucho antes del momento en que elegimos qué haremos.  

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Ilustración-Marco Melgrati.

La forma en que decidimos surge, a veces, desde la desesperación, no del conflicto mismo, sino de la falta de lucidez que nos podría haber permitido estar preparados para lo que nos ocurre.  En otras oportunidades la decisión se toma por descarte, por hastío incluso, sabemos cómo terminará aquello por lo que optamos, pero insistimos en seguir en la misma lógica, “más vale diablo conocido que diablo por conocer” nos decimos y nos mantenemos en la comodidad de la molestia cotidiana.

Decidimos por miedo, rabia y cansancio. También lo hacemos por la tentación de lo que se nos ofrece, por el entusiasmo del momento y porque confundimos deseo con necesidad. Decidimos porque lo que se nos presenta coincide con lo que creemos normal, natural y justo para nuestros intereses; actuamos en base a ello porque pensamos que el poder hacerlo es un acto de libertad e incluso de emancipación.   

Toda posibilidad es una oportunidad y toda decisión es un acto político.  Psicología y política conviven en nuestra cotidianidad de manera mucho más frecuente que la que aceptamos. 

improvisar, decisiones
Ilustración: Scientific American.

Desde siempre, hemos adaptado nuestra ideología a nuestras decisiones y las mismas han ido definiendo nuestro sistema de creencias. Votar, optar, definir, sufragar, elegir, todas las conjugaciones de esos verbos implican un teórico proceso reflexivo. El problema radica entonces, no en la ausencia de un proceso introspectivo y hasta analítico, no, el problema es otro. 

La dificultad mayor de nuestra forma de decidir es que lo hacemos sesgada e ideológicamente; confiamos en nuestra capacidad de objetivar el problema y olvidamos que todos nuestros mecanismos de juicio se sostienen en nuestra experiencia y formación cultural previa.  Pensamos con base a aquello a lo que nos dedicamos y terminamos creyendo que la forma correcta de entender un problema es utilizando los conceptos y herramientas comprensivas con las que enfrentamos nuestra cotidianidad. Es decir, querámoslo o no, estamos condicionados por el discurso que ha justificado todo aquello por lo que hemos optado antes.  

pescador, red
Ilustración: Marco Melgrati.

La ecuanimidad es un atributo muy complejo de alcanzar, es más, no está del todo claro que ello sea posible. Lo que sí se puede y se debería exigir de cada uno de nosotros es que desconfiáramos, ante todo, de todos nosotros mismos, de nuestras parcialidades, de nuestra zona de confort. Que avanzáramos hacia la responsabilidad que supone abrir el horizonte de nuestra experiencia y nos atreviéramos, antes de elegir, a integrar a nuestro discurso elementos que nos generarán duda y disconfort. No nos debería sorprender que lo optado fuera lo mismo que hubiéramos acometido sin el ejercicio previo.  Pero tal vez, sólo tal vez, integraríamos un pequeño matiz a nuestro análisis, el que permitiría abrir nuestra mente a nuevas ideas y perspectivas que podrían, con algo de necesario desasosiego, sacarnos de los habituales esquemas desiderativos que gobiernan nuestras decisiones.

Muchas veces creemos decidir, cuando en realidad lo que hacemos es improvisar.  Lo hacen nuestros gobiernos y lo hacemos los ciudadanos y, a diferencia de Bergman, rara vez estamos preparados.


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El aire está en la creatividad

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¿Cuándo terminó el siglo XX?, ¿el 31 de diciembre de 2000?, ¿y cuándo comenzó el nuevo milenio, al día siguiente? No sabemos bien qué dirá la historia más adelante, pero sin duda el COVID-19 marcará un antes y un después de nuestra noción de temporalidad, de seguridad y, sobre todo, de normalidad.

En estos días es tan fácil confundir estados de ánimo con ideas; si se está agobiado o triste, el futuro se transforma en una incertidumbre amenazante; si es la rabia lo que se instala en nosotros, la fantasía destructiva y refundacional se apropia de toda capacidad interpretativa. La alegría, la pena, el miedo, el optimismo, el enojo, el cansancio, como las sensaciones y las emociones pasajeras que siempre han sido, no deben confundirse con herramientas reflexivas. Y, sin embargo, lo hacemos. Tal vez sea porque la creatividad artística se nutre de la experiencia sensorial y psíquica que nuestros sentidos le otorgan a nuestra imaginación y, de ese modo, nuestra mente se potencia con nuestra afectividad y transforma en un obra plástica, literaria, musical, cinematográfica o kinestésica a nuestras pulsiones.

ascenso en la creatividad
Imagen: iStock.

Desde siempre el arte ha hablado por nosotros. De un modo u otro todo aquello que nos cuesta tanto definir o que se nos hace casi imposible delimitar o explicar, de pronto se “hace carne” con un lápiz, un pincel, una cámara, un cincel o un piano. En tiempos de agobio o éxtasis, la cultura aparece indistintamente como un refugio o como un camino para nuestro registro emocional.

Entonces, en estos días en que nos ahogamos en nuestra claustrofobia pandémica, en nuestro distanciamiento forzoso de la naturaleza; en que nos falta el aire del rostro cercano de nuestros amigos y seres queridos; en que extrañamos al desconocido que se sentaba a tomar un café junto a nosotros, días en que soñamos caminar por una calle en medio de la gente, vagar por el mundo, transitar entre los otros y poder mirar sus rostros sin mascarillas, la creatividad nos extiende su mano y nos invita a lanzar al universo todo aquello que hoy nos tiene estupefactos y atemorizados.

era de cambios
Ilustración: DNAnet.

Todo lo que necesitamos saber en estos días de incertidumbre está en la cultura. Todas las respuestas están en lo que hemos pintado, compuesto, filmado, esculpido, construido o escrito a lo largo de miles de años. Nuestro devenir evolutivo está en nuestras bibliotecas y museos, está en nuestras cinetecas y en nuestra arquitectura, está en nuestros ritos funerarios y en nuestras celebraciones. 

El camino, por lo tanto, hacia la normalidad del siglo XXI no es otro que el regreso a la creación, a seguir el camino de la imaginación y el asombro. Crear y aprender, no hay nada que haga más sentido hoy. En definitiva, todo lo que somos es lenguaje y cultura, no es poco lo que hemos logrado, siendo simples seres vivos bajo el sol y las estrellas.


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