cuentos y narraciones

Los nombres de las calles

Lectura: 7 minutos

Él sabía que los nombres de las calles habían sido un gran debate histórico en el país. Se lo ponía un nombre a una calle, de alguna persona que había hecho algo, y ya saltaba el debate justo a veces sobre la disposición moral del personaje, y una contrapropuesta más justa. Rara vez los nombres se cambiaban. A veces se tapaban, a veces las personas las denominaban diferente, a veces se ignoraban. Era más fácil que las calles cambiaran el apellido con las modificaciones que se le veían hacer a la ciudad, que se agrandaba y se transformaba. A veces pasaban a ser avenidas, a veces boulevard, por ahí volvían a ser calles. Si les aparecía algo eran cortadas. Si no las consideraban muy importantes se volvían pasaje. Y si ya había mucha gente que caminaba en la ciudad y querían que no hubiera mucho tránsito, probaban con peatonal. Pero los nombres de las calles por nombres más justos, jamás se cambiaban

Pero esa mañana cuando se levantó e hizo su caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de nombres de las calles estaban vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos, debatidos, nombrados. Se paró en medio de la plaza principal, una plaza de árboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la ciudad le decían. Miró hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que había tenido un nombre y una identidad, sin nombre. Casi todos de hombres que para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban importante para el país, ¿a dónde habían ido los nombres? –se preguntó–.

calles en las ciudades, paraguas
Imagen: Genial Gurú.

¿Él seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de orientación? Para él no era un problema ése, porque él no se orientaba por los nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado, plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De hecho pensaba que quizás, los nombres de las calles obedecían a su conocimiento, y aquellos que él no conocía eran los que habían cambiado.

Se fue a dormir con una sensación de culpa y de ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como él era, ya había empezado a pensar cómo iba a hacerle para vivir en una ciudad sin nombre.

Cuando se despertó al otro día, y salió casi con miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acercó a mirar con cierto miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando, “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a todos lados”. La primera calle tenía nombre de gato, del gato de una vecina cualquiera. Esto sobrepasaba los límites de lo que habían buscado los revolucionarios más avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzó se llamaba “Calle El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina”. Pero mira vos, se dijo, al tito Marfati, lo conocía, había muerto el año pasado, pero que buen hombre que era.

ilustraciones en las calles
Imagen: Genial Gurú.

Enseguida empezaron sus especulaciones. Si al Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quién podía ser, uno si quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo, “Calle el Cucha Saavedra, el cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos”. Eso lo confundió un poco, conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a todos a mal traer. Sin pensar que el Cucha era difícil, también le ponían nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo desorientó un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de necesitar modus operandi generales para sentirse cómodo.

Mientras llegaba a la próxima cuadra caminando por la Cucha Saavedra, se puso a pensar que quizás le estaban poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban. Bueno, eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llegó, la de la esquina, una calle cortita de seis cuadras se llamó “Calle Mirta Marfeti, le gustan las tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y está tranquila si todas las tardecitas habla un ratito por teléfono con sus amigas”. Eso lo despistó totalmente, la cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…”. Y a la Mirta Mafei él la conocía, de hecho estaba caminando de frente por vaya uno a saber qué calle. Ella con una sonrisa pícara lo cruzó, lo saludó, y tomó por su calle, pero no dijo nada.

ilustraciones en las calles
Imagen: Genial Gurú.

Entonces pensó que le ponían los nombres de las calles por los nombres de los vecinos aún vivos. Más que enojarlo lo puso contento, cuántas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asustó, su propia calle, esperaba que no estuviera. Él era tímido, no quería de ninguna manera encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además, qué característica iban a destacar de él, si ni él mismo conocía lo que le gustaba. Pero la calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban varios, lo dejo mudo. Cuando llegó a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris bonita que está en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa”. Se acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces. Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.

Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzó el pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso”, que él cree haber visto más de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame, los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar”. Se alegró que el pepe también tuviera una calle, él conocía al pepe Ferrone. Y llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos”. Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida que se hacía ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba teniendo una calle.

calles en la ciudad
Imagen: Depositphotos.

Se fue a dormir contento de haber encontrado una lógica, se le ponía calle a todo porque más que liberar un país o descubrir una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro día, al salir a caminar, iba a poder caminar en la lógica más que en la incertidumbre, conocía los nombres de las calles.

Cuando llegó al otro día a la primera calle, la de la esquina, la calle de la pulga del  Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos, vino la primera sorpresa, cuando la calle ésa ya no se llamaba así sino que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que nos ha sacado la hinchazón a más de uno”. Los nombres de las calles habían cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo nombres de distintas cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico y las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el marianito que siempre nos alcanzaba la pelota.

calles con semáforos
Imagen: Freepik.

Sorprendiéndose y también tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban. Aunque todas las consideraciones eran positivas, él mismo era negativo. En el camino fue pensando cómo se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía igual. Su sorpresa mayor fue cuando llegó a la placita de su infancia, la del campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ése y todos los campitos de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugó de relleno acá con los equipos que le faltaban jugadores y como entregó en cada partido. Buen pie, buen compañero”.

Un nombre un poco largo para un campito, pero eso no le impidieron las lágrimas, Jorge Pérez era el que tantas veces había ido de relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Sí, pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosa en la ciudad estaba bastante bien.

“A las cosas por su nombre” se fue diciendo, y durmió tranquilo esa noche.


También puede interesarte: El número 2 que fabricaba haikus futbolísticos.

El número 2 que fabricaba haikus futbolísticos

Lectura: 6 minutos

El número 9 se quedó congelado con la pelota en los pies, no se movió un centímetro más como si el réferi le hubiese pitado un penal. El 2 sacó la pelota mansita de los pies, como quien saca una pelota que queda enganchada en un alambrado. La corrió muy despacio hacia atrás con la puntita del botín, la enderezó y empezó el ataque. El 9 se había encontrado con el defensor existencial, un particular 2 del futbol local que le hacía preguntas existenciales y filosóficas a los delanteros. Allá, casi contra el banderín del córner, cuando lo había ido a marcar, le había preguntado:

—¿Existe la realidad o es algo que se forma en la mente?

Muchos consideraban esa jugada un haiku futbolístico, una acción que desconcentraba a la mente, cortaba el flujo de los pensamientos, los detenía, y los obligada a encontrarse con el presente. Una especie de meditación japonesa, del budismo zen, pero adaptada al futbol. A todos los delanteros les pasaba lo mismo, dejaban de concentrarse en el partido y se quedaban pensando largos minutos en la pregunta.

Mucho habían hecho los técnicos de los equipos rivales para frenar la estrategia del defensor existencial, pero el que más se había ocupado de eso era el técnico del Atlas, un tipo también sabio, que había jugado la final del campeonato con Deportivo Archinda. Había estado meses preparándolos, había llevado a sus jugadores a los mejores filósofos, politólogos, sociólogos, para que les enseñaran las respuestas básicas a algunas preguntas filosóficas. Ante la pregunta del número 2, el delantero iba a responder de manera más o menos automática e iba a seguir la jugada.

futbol y haikus
Imagen: Ross Bruggink.

La primera oportunidad de esto se vio empezado el partido, cuando el 9 de Atlas se fue sólo contra el dos, y el 2 se le pegó cuerpo a cuerpo y le dijo:

—¿Hay matemática en el universo o es una creación de los hombres?

Esperando el detenimiento, el haiku, la maduración para el delantero, una ampliación de conciencia, y quitarle la pelota, como quien le quita un helado a un niño. Pero el 2 le respondió de manera automática.

—Todas las respuestas a esa pregunta son válidas.

Y después tiró la pelota por un costado del defensor y la fue a buscar el otro.

No entendió qué había pasado, primera vez que sus preguntas socráticas eran respondidas de manera automática y desactivadas. No había logrado generar un haiku en la mente del rival, sino todo lo contrario, el haiku se produjo en él, que se quedó quieto en el lugar, como si se hubiera lesionado. Algunos compañeros se acercaron a preguntarle si estaba bien. Asintió con la cabeza y se puso a pensar qué pudo haber pasado. Miró el banco de suplentes del equipo rival, vio a su técnico riendo y se dio cuenta que él estaba atrás de todo. No tuvo mucho tiempo de acomodarse, enseguida le tocó cruzar a la derecha a encerrar al número 7 que se le había escapado al 3.

—Lo que verdaderamente cambia la mente de las personas es la voluntad, está comprobado por neurólogos –dijo casi llegando a él y poniendo el pie para que la pelota le rebotara y estuviera afuera–.

—La neurología es el paradigma actual, ley de Kuhn. Todos los paradigmas se justifican solos y dominan el saber de una época. Los investigadores sólo seleccionan los datos que sirven al paradigma.

—Pensamos en paradigmas, pero ésa no es la realidad –le dijo el 7, después de levantarle la pelota y esquivarle el pie en toda la carrera que hizo hasta el arco, con el 2 “existencial” corriéndolo de atrás–. Después de escuchar el remate de la frase los paradigmas de Kuhn, escuchó el grito de “¡goool!” de todo el estadio.

futbol
Imagen: Tolga Akdogan.

Las sensaciones eran distintas, le molestaba que su método ya no funcionara, le molestaba ya no quitar pelotas, le molestaba más no poder fabricar haikus en las cabezas de los delanteros. Pero le gustaba que todo el equipo rival hubiese tenido que ir a estudiar epistemología para neutralizarlo.

Con un vendaval, de esos equipos que hacen todo enseguida, en los primeros 20 minutos, de inmediato le tocó salir a cubrir la subida al campo de juego del 5 que había rebasado la línea de los mediocampistas y avanzaba derecho a él. Probó con lo que prueban todos los sabios cuando se ven rebasados en su filosofía: el latín. Se le paró de frente y le dijo:

Vini vidi.

Vici –respondió el delantero y le empaló la pelota de sombrero, que le pasó por arriba de la cabeza y la mirada, le cayó adelante al 11 quien había tirado una diagonal al área, y la acarició ante la salida del arquero. Dos a cero. Mientras el griterío ensordecedor del estadio bajaba hasta los oídos de ellos. El 5 le completó.

Vini vidi vici es el mensaje que mandó Julio César en latín a Roma después de haber vencido en una de las batallas en tierra neutral. Quiere decir: Vine vi venci.

Y eso era lo que estaban haciendo los rivales con él, yendo, viendo y venciendo. Era un tipo demasiado inteligente para no darse cuenta de que iba a ser vencido en toda su extensión, y que su método, adaptado y con variantes, ya no iba a funcionar. Aun así, siguió probando.

A los 30 minutos del partido, en una esquina, contra el 8, probó la comprobadísima: “Te están llamando”. Señalándole a un costado de él, para buscar no ya un haiku sino una leve distracción que le permitiera pasarlo, pero el tipo ni se inmutó. Así fue cayendo en la calidad de sus métodos distractivos. A los 40 minutos probó la de atar los cordones para que todos pararan y él se fuera solo hacia el arco, método de campito que había dejado de funcionar, no por malo, sino por tanto usarse. Hacía de eso ya unos 50 años. Había tenido un leve éxito a los 42, el de honor, con un “dámela”, habiéndole gritado al 11 rival que sin mirar y pensando que era un compañero, le había pasado la pelota. Pero fue una tormenta de verano, se dio cuenta enseguida que ya no era su tiempo cuando el 10 le amagó para ir para un lado, se fue por el otro, y el agarrado del primer amague salió corriendo para el lado contrario en dirección contraria.

jugador
Imagen: Ahtapot.

“¿Vas al kiosco?”, le preguntó de pasado el 10. Y el colofón final de su debacle fue el final de esa misma jugada que terminó en penal, pero antes de tirarlo, como siempre se le acercó al pateador rival a distraerlo, cosa que hacía recurriendo a dichos de Lévi-Strauss, planteos de Freud, reformas de Gramsci. Él –y eso le encantaba– en ese momento del penal usaba portulanos de los pensadores reformistas de doctrinas para peguntar si estaban bien. Cosas como: ¿La revolución es cultural? ¿La economía decide las relaciones en la superestructura o la superestructura puede afectar a la base económica? O más simples para el pensamiento deportivo, pero no por eso no dotadas de una compleja profundidad: ¿Aristóteles o Platón? ¿Hobbes o Rousseau? Y algunos leves conocimientos del taoísmo, y palabras aisladas del chino mandarín.

Pero fue en ese penal en el que se dio cuenta de su decadencia, volvió a su más tierna infancia, a sus comienzos en las confusiones y las tretas de los campitos, a su esencia. Se le acercó y le dijo: “No vale fundir”. Le salió de adentro, eso significaba que había llegado hasta el fondo y no quedaba nada de todo lo otro que había ido descartando en el debacle, que se había ido despojando de todo lo aprendido, de todas sus ropas, de sí mismo, y que había llegado hasta volver a ser niño, a su más tierna infancia. Al engaño más dudoso y más llorón, pero más incomprendido de todos. Porque ése, no vale fundir, si bien escondía la mezquindad de que el delantero pateara despacio y errara el gol, también escondía el altruismo del cuidado de la humanidad del arquero rival, el gesto caballeresco del futbol. Y, hasta una enseñanza para el propio pateador; las cosas pueden ser más suaves, más simples. Cuando se escuchó decir eso, se le vino a la mente “No vale tomar carrera”, y que por suerte no lo había pronunciado, sobre todo porque la carrera que tomó el delantero fue exagerada para arriba. Se dio cuenta que había sido deconstruido totalmente, y que había sido, ya no lo era.

Él solo, sin mirar el penal, en silencio, pero tranquilo, se fue de la cancha, con el vaciamiento de lo que era empezó el lleno de lo nuevo. No se quedó a escuchar el penal, se fue pensando si, en la derrota, como le había escuchado decir a un técnico cierto día, era donde más aprendía uno.


También te puede interesar: Alegría del futbol para mitigar tensión pandémica.

El Gran Cronopio

Lectura: 5 minutos

La República de las Letras se alista para los fastos del 58 aniversario de Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar. Casi sin sentir, el tiempo se nos fue entre lecturas y ahora resulta que este manojo de cuentos cortazarianos que nació cuando yo me acercaba a la adolescencia es casi sesentón.

Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima, José Donoso y otros dieron nueva vida y razón a la forma de historiar la vida de América Latina. Encontraron la faceta cosmopolita del lenguaje de su tierra y ése fue su regalo al mundo y a la literatura universal.

El secreto de esa generación de escritores, que mostró una cara diferente del latinoamericanismo, fue descubrir una fórmula nueva y única de narrar.

julio cortazar
Ilustración: TeleSUR.

Sobre este fenómeno de la literatura que apareció hacia fines de los años cuarenta e irrumpió con todo su esplendor en los cincuenta, Emir Rodríguez Monegal dice que fue “un proceso de apropiación progresiva por parte de la literatura de un acervo cultural ya existente: la creación colectiva realizada por aportaciones constantes, injertos en el tronco de la lengua patrimonial. La pretendida ‘degeneración de la lengua’ –viejo mito colonialista– se revela así semilla fecundante”.

Este encuentro con un lenguaje propio volvió obsoletas las interpretaciones de los escritores latinoamericanos por las “influencias”. Las referencias allí estuvieron siempre porque forman parte del mosaico cultural latinoamericano, pero se invalidó el hábito de darle carta de naturalización a una literatura en razón de su ascendiente.

Sobre cómo se invalidaron estas tesis de las “posibles influencias”, hace años el ensayista inglés George Robert Coulthard propuso: “busquen ustedes, en la literatura europea de los últimos años, un autor comparable a Julio Cortázar, una novela de la calidad de El siglo de las luces, un poeta joven de voz tan profunda y subversiva como la del peruano Carlos Germán Belli: no aparecen por ninguna parte”.

Julio Cortazar
Ilustración: Tonica.

Es cierto, difícilmente se encuentra la frescura, la sorpresa, el torrente lingüístico y el ingenio que Cortázar –perdón por el lugar común– hace brotar de las piedras.

En Historias… uno de los textos más hilarantes e imaginativos lo encuentro en “Instrucciones para llorar”. Para quien no recuerde, va este pasaje:

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

historia de cronopios
Ilustración: El Marca Páginas.

El propio Cortázar abunda sobre el ejercicio estéril de asignar padrinazgos a la literatura. En el texto “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”, sobre el sentido del quehacer literario latinoamericano incluye un apartado al que denomina: “¡Muchachos, maten a papá!”, donde dice:

Así como freudianamente es necesario que un adolescente “mate” a sus padres para alcanzarse plenamente a sí mismo, de igual manera los escritores y los lectores jóvenes tienen que matar a sus modelos iniciales, a sus ídolos y sus fetiches. Matarlos piadosamente, en la práctica del oficio, guardándoles gratitud y ternura como yo se las guardo a Icaza y a Gallegos, asimilando su maná con un canibalismo espiritual necesario e inevitable.

Entre los escritores del “boom”, Cortázar fue el primero. En 1945 publicó La otra orilla y seis años después apareció Bestiario. Historias de cronopios y de famas vio la luz en 1962 y sólo un año después aparecería la novela más rica, admirable y polisémica: Rayuela.

cortazar, cuentos
Ilustración: Flickr.

Cortázar, al igual que García Márquez y Carlos Fuentes, es reconocido como novelista y tiene en este género su obra monumental. Sin embargo, sus cuentos o relatos cortos son de una factura impecable. La discusión sobre si es mejor novelista que cuentista o que si es novelista porque escribió cuentos largos es irrelevante, ya que una vez establecidos y puestos fuera de debate los aspectos formales, el tiempo transcurrido coloca a los relatos cortos de Julio Cortázar en un sitio especial dentro de la literatura latinoamericana.

Otro de los relatos que gozan de mi más alta consideración –y lo cito con un párrafo largo, porque con casi seis décadas de vida unos no lo conocen y otros ya no lo recuerdan y no quiero rendirle homenaje sin estar seguro de que el lector sabrá de qué hablo– es el del preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj:

instrucciones para un reloj, cortazar
Ilustración: El Espacio Posible.

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Por otra parte, la caracterización de los cronopios, las famas y las esperanzas son un refrescante ejercicio lúdico e irónico para describir tipos sociales sin embarcarse en una disertación científica. Pero el carácter juguetón no quiere decir irrelevante, porque la forma misma de esta literatura fue, como señala Emir Rodríguez, experimentar la ruptura como proceso permanente para implantar una nueva tradición. Este cambio era eminentemente estético pero no exento de una considerable carga social y política de la mayor relevancia para aquel momento de América Latina.

Juego de ojos.

También puede interesarte: Los paradigmas.