Nuestro País

¿Qué tan muertos estamos los vivos hoy?

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Imagina que un ser humano, que vivió hace 100 años, apareciera en medio de un lugar concurrido de personas el día de hoy ¿Qué observaría? ¿De qué se asombraría?

Sin duda le asombrarían las estructuras, los edificios, los colores, los autos y todo lo que tuviera que ver con la tecnología. Sin embargo descubriría como las personas están ensimismados viendo constantemente un aparato en sus manos, casi sin hablar con otros y embebidos en ese pequeño cuadrito con luces. En un restaurante, en la fila del cine, en la calle caminando, sentados en la plaza, la mayoría de las personas desconectadas de lo que sucede a su alrededor. Podría decirse que una especie de zombies acaparó el planeta Tierra.

La mayoría creemos que disfrutamos el tiempo que estamos frente a un celular, sin embargo lo que estamos haciendo es distraernos de lo importante que es VIVIR. Llenos de conceptos, chistes, chismes, tristezas y alegrías por lo que vemos, estamos creando una realidad de acuerdo a lo que cada momento nos comunican nuestros aparatos móviles. Las redes sociales se han convertido en el mejor panteón de muertos-vivos. No se diga Twitter, que se transformó de un medio informativo a un campo de guerra social. Y no se trata de criticar las redes sociales, si no de cómo nos hemos relacionado con ellas desvirtuando el fin original de las mismas.

Vivimos frente a un gran reto de conciencia para la sostenibilidad de la vida de los seres que hoy habitamos en este planeta. Sin embargo, constantemente nos distraemos luchando entre la razón y el juicio, por lo que nos «empodera» el ego. Esto sólo nos convierte en carceleros de nuestra propia libertad para disfrutar cada instante.

La muerte ha sido en todas las culturas, y a través de la historia, un evento que invita a la reflexión, a rituales, ceremonias, a la búsqueda de respuestas que causa temor, admiración e incertidumbre. Hoy la psicología nos comparte cómo la mayoría de nuestros temores vienen del miedo a morir, y no nos damos cuenta de que –por estar siempre distraídos–, lo que estamos haciendo es perder la oportunidad de vivir.

Epicuro, filósofo perteneciente a la época helenística, presentó en su ética una visión racional acerca de la muerte, criticando por ello el carácter irracional con que es vista por la mayoría de los hombres. En uno de sus escritos propone: “Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros. Porque todo bien y todo mal residen en la sensación, y la muerte es privación del sentir”.

Es sabido que nadie en este mundo puede sobrevivir a la muerte biológica; todos los hombres por su carácter finito deben terminar en algún momento con el sustrato vital, pero ello no implica que se deba vivir –mientras se tenga sensación–, con la duda y el temor a la muerte. La vida está en cada lugar del cuerpo y desaparecerá en la misma medida con él. La vida se siente en cada instante.

Hoy tenemos la oportunidad de observarnos en autoreferencia para conciliar la muerte en vida. Darle el verdadero honor a los que ya murieron físicamente, al disfrutar de nuestras vidas sin importar el cómo las estemos viviendo en este momento. No hay vidas buenas o malas, sino vidas conscientes e inconscientes.

Es momento de dejar a un lado nuestro disfraz de zombie y ponernos a vivir la experiencia de estar presentes ante todo lo que somos como seres humanos. Estamos llenos de potenciales que están dormidos por creer que la felicidad está afuera de nosotros. Sintámonos vivos para salir de nuestra muerte inconsciente. Este día de muertos hay que preguntarnos en lo individual ¿Estoy realmente viviendo con todo mi ser y sin miedo esta vida o la estoy desperdiciando en modo zombie?

LA CALAVERITA:

Sin querer poco a poco, los zombies se fueron creando,
haciendo una guerra inconsciente pues el ego iba ganando.
Estaba la Muerte ausente hasta que llegó el celular.
Ella se trepó a la redes y se llevó a todos en la ciudad.

Querida Parca te pedimos, danos otra oportunidad,
queremos hacernos conscientes y cada momento observar.
Reírnos, hablar, poder vernos y quizás hasta cantar,
que al hacernos autoreferentes siempre podemos ganar.

Días de muertos

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La muerte tiene una especial y añeja relación con la cultura nacional que se expresa cotidianamente en su folclor, en los rituales religiosos, en su comicidad y en sus conflictivos intercambios sociales.

El culto a la Parca tiene múltiples connotaciones que funden nuestro pasado precolombino con las tradiciones importadas durante la colonia y se traducen en nuevas expresiones que hoy trascienden las fronteras y son recibidas en otras geografías con extrañeza e incomprensión, aunque innegablemente con gran curiosidad, como algo surrealista o macabro.

A la tradición de los altares, las catrinas de Posadas, las pernoctas familiares en los cementerios, se suman ahora desfiles alegóricos, muestras pictóricas, espectáculos y parques de diversiones con temáticas alusivas a la temporada de los santos difuntos. Los mexicanísimos días de muertos parecen recuperar, paulatinamente, su espacio original que en décadas pasadas fue invadido silenciosamente por el importado Halloween, desplazando a la ancestral calaverita.

De una celebración religiosa popular, de reflexión, remembranza y culto a los que ya han partido, a quienes se ofrenda aquello que más gustaron en vida, se ha transformado en una fiesta periódica donde hacen gala el jocoso ingenio, la escenografía y la diversión.

Pero no todo es altar con cempasúchil, mole, tequila y pachanga en honor de los difuntos. La cultura de la muerte en México tiene, paradójicamente, una expresión terriblemente real, que aterra y sobrecoge, que dista diametral y dolorosamente de la tradición festiva de nuestra raza. La violencia que se desparrama desde hace más de una década en prácticamente todo el territorio nacional (incluido el corazón estratégico del país), nos ubica como uno de los lugares más peligrosos del planeta, en el que se suceden cotidianamente espectáculos macabros que evidencian una crueldad y un barbarismo inusitados y dan cuenta del nivel de vulnerabilidad y riesgo a que está expuesta la sociedad de la decimoquinta economía del mundo.

Según datos del INEGI, en los últimos 10 años (2009-2018) se registraron más de 255,000 homicidios, a los que deben sumarse, tentativamente, los miles de desaparecidos, de los cuales no hay datos certeros, así como la cifra negra que se antoja amplísima. Los datos oficiales son espeluznantes, sólo comparables con situaciones de conflicto bélico, escenarios de guerra en los que el empleo de armas e implementos diseñados para la destrucción del enemigo se estiman naturales, pero que en un país que se asume en paz, resultan dramáticamente preocupantes.

Escenas dantescas, cuerpos mutilados, cadáveres colgados, tumbas clandestinas multitudinarias descubiertas, asesinatos difundidos en redes sociales, forman parte de una cotidianidad a la que parece nos vamos ajustando como costumbre. El asombro y la indignación ante estas circunstancias es cada día menor.

La Santa Muerte se ha incorporado, informalmente claro, al santoral y su culto se extiende y consolida como característico de un segmento social identificado con la violencia y el crimen. Se ha dado personalidad a una condición inherente al ciclo natural de la vida y se ha erigido como una santa patrona protectora que va adquiriendo gran popularidad.

La fijación del mexicano por la muerte parece estar en su ADN, desde el Mictlán fusionado con el cristiano paraíso. En su evolución, el culto es ya no solo ritual, conmemoración o remembranza, la sociedad de hoy vive estrechamente conectada con la muerte, con la real, la cotidiana, la física, resultado de la crítica situación ante el crimen que parece no tener freno, limitación ni humanidad.

La ferocidad con que se expresan los delincuentes con hechos de sangre y fuego, haciendo amplia difusión de su crueldad, a manera de propaganda, raya en actos de terror, que también tienen alcance global en medios.

En fin, gran paradoja: por una parte, nuestras tradiciones, entre festejos y conmemoraciones a los muertos y por la otra una situación cotidiana de muerte, amenazante y caótica, que nos enfrenta, un día sí y otro también, a una realidad macabra.