El empleo generalizado del término “ego” tiene una génesis relativamente reciente, pues data de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud que se inició con el siglo XX. Como hemos revisado, el ego freudiano corresponde al yo: la actividad consciente sometida a la influencia tanto de contenidos inconscientes del id o ello, como a restricciones y condicionantes sociales, morales y culturales asumidos por el superego o superyó. La función del ego sería el articular, conciliar y procesar las normas morales y los impulsos o instintos inconscientes de orden fundamentalmente sexual. Freud y sus seguidores postularon un desarrollo del ego a lo largo de la infancia para eventualmente adquirir una adecuada y sana identificación sexual y social.
El término ego fue incorporándose al léxico y al ideario occidental con una acepción distinta que es importante reconocer y ponderar en el contexto de la autoconciencia. Es así que, a diferencia de la doctrina freudiana, el Diccionario Cambridge del inglés define “ego” como “la idea u opinión que tienes de ti mismo, en especial el sentimiento de tu propia importancia y habilidad.” En el lenguaje coloquial contemporáneo la palabra ego usualmente significa una forma distorsionada y exagerada de autoestima: la atención e interés excesivos hacia uno mismo y la apremiante necesidad de ser reconocido. Se dice que alguien tiene “mucho ego” cuando muestra una actitud arrogante, soberbia y desconsiderada por interesarse sólo en su bienestar, promoción y reputación. Diversos estudios han revelado que en efecto, la mayoría de las personas sobrestiman su relevancia y sus conocimientos.
En esta acepción popular, el ego adquiere una connotación negativa al designar la parte o aspecto de la personalidad que se forja mediante condicionamientos adquiridos, como serían las identificaciones, prejuicios, apegos o dependencias que tienden a fortalecerse en detrimento de un self más propio y auténtico. Es posible denominar a esta noción más reciente y generalizada como un ego apócrifo, es decir, inauténtico y falso que tiene cierta relación con la idea del falso yo propuesta por Donald Winnicott hacia 1965 y que se mantuvo dentro del ámbito psicoanalítico como una creación defensiva del infante a su verdadero yo.
Una de las razones de la notoriedad del ego apócrifo fue que, a partir de la década de 1960, esta acepción vino a coincidir con ciertas interpretaciones de doctrinas espirituales incorporadas o adaptadas a la cultura occidental. Por ejemplo, las tradiciones hindúes y budistas toman al ego como una ilusión que es necesario desmontar para llegar a un verdadero autoconocimiento. Lo que las personas creen que son sería un espejismo emanado de la necesidad de definirse en términos aceptables de acuerdo a tendencias propias y a necesidades colectivas. Es así que el planteamiento de un ego ilusorio estructurado por necesidades biológicas básicas y condicionantes sociales, se concibe como una resistencia opositora cuando el individuo emprende el camino de depurar su conciencia y personalidad. De esta forma, el potencial desarrollo de la personalidad dependería de la creciente desarticulación del ego condicionado e ilusorio, una tarea necesaria no sólo en lo que respecta a encarar y desenraizar al ego falso, sino también porque el camino para lograrlo será el tomar conciencia crítica de las motivaciones, deseos, rasgos de carácter, virtudes y defectos de uno mismo.
Me parece detectar que a mediados del siglo pasado surgieron algunos antecedentes de este ego falso y del posible desarrollo de un adecuado autoconocimiento, los cuales pudieron ser factores de su difusión. Por ejemplo, la idea fue expresamente formulada por el matemático y maestro espiritual ruso Peter Ouspensky en su libro “Psicología de la posible evolución del hombre” publicado póstumamente en 1947. Esta obra no tuvo mayor impacto en la psicología académica, pero se difundió entre seguidores e interesados en su doctrina, conocida eventualmente como Cuarto Camino. Una noción semejante se reconoce poco después en la psicología humanista de Abraham Maslow basada en el estudio de personas supuestamente “autorrealizadas.” Su pirámide de necesidades y motivaciones humanas que culmina con la autorrealización sigue siendo popular, aunque ha sido objeto de críticas metodológicas. Maslow propone que esta autorrealización suele alcanzarse o consolidarse mediante “experiencias cumbre” o estados de conciencia ampliada, que revelan a quien las experimenta su verdadera identidad en detrimento de aquella creada por las necesidades fisiológicas, de seguridad y sociales. Diversas aproximaciones subsecuentes, en especial la llamada psicología transpersonal, subrayaron los beneficios trascender la usual sensación de identidad personal para acceder a una realidad de orden superior más significativa, usualmente a través de estados ampliados de conciencia que supuestamente proporcionan un insight a la verdadera naturaleza del ser humano.
En una tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid presentada en 1995, el ego se conceptúa como un conglomerado psíquico compuesto de instintos de origen biológico y de condicionantes sociales que cristaliza en una estructura compleja de orden afectivo, cognitivo y volitivo, la cual en buena medida determina las formas en las que las personas razonan, deciden y actúan. Esta tesis plantea que tanto las tendencias instintivas como las adquiridas se contraponen a un verdadero autoconocimiento, a la libertad y desarrollo del ser humano, pues los instintos y demás tendencias biológicas serían pautas rígidas y estereotipadas para la especie y los condicionantes sociales aprendidos serían identificaciones, apegos, dependencias o ataduras a programas, dogmas y expectativas del entorno que se han incorporado al individuo sin haber sido adecuadamente ponderadas y suscritas.
En el capítulo previo hemos revisado la posibilidad de que una labor introspectiva sistemática pueda tener como resultado un conocimiento válido y verdadero de uno mismo. Vimos que si bien el instrumento y la evaluación de tal pretensión es difícil desde el punto de vista del método científico usual, el postulado tiene validez existencial y personal. Al ir descubriendo lo que no es, el sujeto va desentrañando su verdadero yo o su verdadero self. La incorporación al castellano del término Self como una esencia verdadera de la persona, ha sido paralela a la expansión del ego ilusorio como lo hemos definido. Estos dos arquetipos, el Ego y el Self, vendrían a constituir antagonistas enfrentados en una lucha interna entre dos tendencias personificadas.
Develar información pertinente a uno mismo tiene ciertamente un aspecto cognitivo, el que se refiere al autoconocimiento, pero también requiere de motivaciones, emociones y de insight como actos de comprensión integradores que sobrevienen en el ámbito de la indagación humana. El teólogo jesuita Bernard Lonergan propuso que, además de una autobservación introspectiva sistemática, el autoconocimiento resulta de una articulación de experiencias procesadas por un proyecto personal de desarrollo que se plasma como formas de autorregulación. Más que encontrar su yo verdadero guardado en la profundidad de sí mismo, la persona embarcada en un proyecto de autoconocimiento, va realizando nociones apropiadas de sí misma; va forjando un self en evolución, una apropiación de su autoconciencia.
También te puede interesar: Conceptos de auto-referencia: yo, ego, self, alma
Sobre el ego yo opino que…
El mismo Freud lo dijo en el “yo y el ello ” :”Todo nuestro conocimiento se halla ligado a la conciencia (…)pero nos preguntamos : como es esto posible? Y .que quiere decir cerca concierto te de algo ?”.
Y asi el “Yo” solo es un símbolo maleable.
Quiza debamos ver a Nieztche y su super hombre para crear nuestra mejor versión de el “Yo”