La hegemonía política del hoy Partido Revolucionario Institucional, desde su inicio con el presidente Plutarco Elías Calles en 1929, fue abollada en el periodo de Carlos Salinas de Gortari, al reconocer el triunfo del PAN en las elecciones de Baja California en 1989, que a la gubernatura a Ernesto Ruffo Appel, entidad en que los panistas permanecieron hasta la victoria del hoy controvertido gobernador Jaime Bonilla en 2019, electo por sólo dos años, bajo el patrocinio de Movimiento Regeneración Nacional (MRN). El trayecto ha sido largo hasta llegar a la decadencia o, mejor dicho, a la desconfiguración de aquel poder presidencial omnímodo en las entidades de todo el país, donde actualmente hay gobiernos estatales y municipales de diferentes partidos.
En las elecciones de primero de julio de 2018 el MRN se hace de la presidencia de la República, y de un plumazo electoral borra el llamado prianísmo –combinación del PRI y el PAN que cogobernaron desde principios del actual siglo–. Veamos pues al nuevo mapa que llevó a una desconfiguración histórica en los anales del México moderno. La Presidencia de la República es ocupada hoy por Andrés López Obrador, antiguo militante el Partido Revolucionario Institucional, posteriormente del Partido de la Revolución Democrática –una mezcla de izquierdas híbridas en su origen–, y posteriormente como fundador del partido Movimiento Regeneración Nacional –sin la preposición “de” que muchos comentócratas acostumbran– que en sólo cinco años alcanzó, no sólo el Poder Ejecutivo, sino la mayoría en el Congreso de la Unión, mayoría en diecinueve congresos de los Estados y cinco gubernaturas. En el 2019 se hizo de Baja California y Puebla.
Este nuevo panorama político determina la actual configuración del poder político. Por una parte, producto de democracia en ciernes, y por otra, de una ciudadanía con decisiones discordantes expresadas en manifestaciones públicas contra el poder político y otras mediáticas de operadores situados en su diaria y tenaz impugnación. Derivado de lo anterior, la actitud de algunos gobernadores estatales, generalmente de partidos de oposición al actual régimen, en sus constantes desacuerdos con el presidente de la República, forman bloques en lo relativo a la crisis sanitaria actual y en materia fiscal. Dos asuntos graves, porque en el primero toman medidas privativas, justificadas en algunos casos en virtud de sus condiciones regionales peculiares, pero otras que llegan a transgredir las libertades constitucionales –entre otras la libertad de tránsito– con penas extremas como multas, sanciones, azotes y arrestos; y en el segundo, el reclamo de derechos fiscales que les fueron expropiadas a la autonomía de los estados durante la larga hegemonía priista, y confirmadas en el gobierno de José López Portillo (1976-1981) con los llamados Convenios de Coordinación Fiscal, dócilmente aceptados por los gobernadores, porque al presidente no se le contradecía en lo más mínimo por ser la cumbre del poder al que estaban sometidos tanto el Poder Legislativo como el Judicial. Era, como alguien ha dicho certeramente, el país de un solo hombre.
Hay, entre los comentócratas afiliados a la oposición, quienes incitan a soñar con “otra República” mediante el rompimiento del Pacto Federal que constituye la base de la Unión que mantiene México desde 1821, en el cual se logró la Independencia. El asunto no es nuevo. En tiempos del presidente Benito Juárez, el gobernador de Nuevo León, Santiago Vidaurri, liberal converso al Imperio de Maximiliano de Habsburgo propuso la República de la Sierra Madre, junto con los estados de Tamaulipas y Coahuila. Una vez restaurada la República, Juárez mismo ordenó la ejecución del traidor en forma ignominiosa, hincado y frente a un montón de excrementos.
La diversidad de gobernadores de partidos políticos de oposición, no pugna por otra República, sino por la revisión de los convenios fiscales y las diferencias de metodología para enfrentar la crisis del coronavirus, pero no llegan a plantear el desmembramiento del país que nadie, en su sano juicio, deseamos como mexicanos. Hoy, la unidad nacional es distinta para todos. Como dice T. S. Elliot, “un montón de figuras rotas”.
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