El estallido fue un susto terrible que encendió la sospecha. Se cimbró el vidrio de la casa y después un sonido sordo y grave envolvió el ambiente. Estábamos sentados en el comedor, desayunando. Nos escabullimos de mi madre porque no pudo detenernos con la amenazante cuchara de los frijoles. Corrimos a la calle, descalzos, mi hermano y yo, y llegamos al boulevard con el morbo de quien quiere descubrir lo sucedido: vimos una inmensa nube de polvo en el cielo que se expandía como un algodón de azúcar pardo en un brillante azul. Nos quedamos atónitos, parados, mirando; y otros llegaron a contemplar; mi madre también. De pronto, una jauría de personas que emergieron de entre el lodo corrían despavoridas con el único fin de huir de ese monstruo desconocido que levantaba la tierra. Mi madre intentó hablar con una señora y preguntar qué sucedía. Fue arrollada. Supimos que ahí no obtendríamos información. Regresamos a casa y encendimos el radio: una explosión había levantado las calles. Más tarde imágenes en la televisión: un policía de tránsito había perdido la cabeza con una alcantarilla voladora; camiones de doble remolque estaban volcados en las azoteas. El ruido de la información recreaba el accidente. Ese día se hizo una herida no sanada, una imborrable cicatriz en mi ciudad natal. Era el 22 de Abril. Ésa fue la primera vez en que viví la tensión de lo desconocido y la manera en la que la humanidad se une frente a la tragedia. Conocí la ineptitud gubernamental, la solidaridad del vecino, la angustia y el amor por el otro. Pero al final fueron unos días de exilio en el cómodo privilegio: en una casa de campo de unos amigos. Mi madre regresaba a la ciudad a atender un centro cultural convertido en albergue. Sólo ella sabe lo que vivió ahí, pero sé, que como muchos otros, hizo una labor heroica.
El gran juego de la vida está dado por las tensiones y contradicciones. Hegel con su característica oscuridad narrativa brindó luz sobre las fuerzas de opuestos que gobiernan al mundo. La creación está dada por la contradicción. La transformación constante es producto de una lucha y una tensión que producen el movimiento. Ser es dejar de ser. La humanidad con su máquina de pensamiento develó el juego eterno; el uno-cero y binario de la programación cerebral se anuncia desde tiempos remotos en el ying-yang oriental. Los opuestos y las tensiones generan el sentido: paradójicamente, avanzarás al detenerte.
Somos seres de contradicción. Es sorprendente leer cómo que en las tinieblas de la humanidad se enciende la vida en destellos. Viktor Frankl y Edith Eger, ya nos han relatado cómo en los terroríficos campos de concentración brotaron desde las tinieblas de la humanidad las más vibrantes chispas de vida y esperanza. Kenzaburo Oé nos ha contado cómo desde el estruendo de Hiroshima, desde la sangre derramada por la gran tecnología, surgen de los escombros los misteriosos ídolos de la dignidad humana, nos dice: Vi cosas en Hiroshima que tenían mucha relación con la peor de las humillaciones, pero, por primera vez en mi vida conocí a la gente más digna.
La historia de grandes vidas, es la historia de esas heroínas y héroes que viven en el límite de lo posible y de sus posibilidades. A pesar de las circunstancias fueron capaces. La vida es un reto eterno, quien sabe vivir apuesta a no dejarse vencer por la tormenta que le presenta el juego de las probabilidades.
Luchamos al nacer y al nacer vivimos las primeras amenazas de muerte. En el medio de las contracciones la vida surge como una lucha de liberación. Nuestra madre también lucha para que salgamos vivos. Al salir de ese encierro primigenio, de sonidos fantásticos y calor uterino, somos arropados por los brazos maternos. El temor que nos da el no estar contenidos en su vientre nos lleva a una larga relación mejor relatada por ese hilo largo y palpitante que llamamos vida. Un hilo de tensiones que se desenvuelve entre lucha y dicha. Si se rompe: está la vida o está la muerte; si se troza, se vive una herida y con ella viene la lucha y el aprendizaje.
Con la metáfora de romper el cordón seguimos siempre haciendo alusión al encierro mágico que nos vio nacer. Rompimiento y contacto son palabras enigma que se unen como la articulación de un sonido. Se rompe la fuente e inicia la vida. Como una superficie que al acariciarla indica que eso otro no soy yo. Soy porque no soy el otro. El llanto, el contacto, el cambio de ambiente son hitos que demarcan ese momento. Salimos de un sistema en equilibrio para enfrentarnos a uno nuevo, caótico, en el que el juego está en encontrar nuevamente un equilibrio. Dicen muchos que veremos iniciada la vida sólo cuando salgamos de nuestra zona de confort. Nacer es la primera vez en que salimos de esa zona de confort.
En la historia de la humanidad, encierro y libertad siempre han jugado esa tensión que guarda una dialéctica mágica: los monjes, los claustros, los retiros se circundan en una semiótica sagrada de separación y sacrificio. El encierro se busca como un camino para encontrar la libertad del pensamiento, del alma, del espíritu humano. El acto de aislamiento, ese masoquismo ritual que nos lleva a los votos de silencio, a no movernos, a no ver a otros, a azotarnos con una vara es, a su vez, la unión con lo divino. Lo divino es develar la dignidad y la bondad en la oscura humanidad. Al encontrarlo, los ascetas, se encuentran a ellos mismos y se convierten en medios para expresar el gran espíritu que unirá la dividida humanidad. En el mundo moderno, ése de la banalidad del sacrificio: las empresas hacen retiros en bellos parajes para tener un nuevo inicio; los equipos deportivos hacen lo mismo. Jugamos a un juego en el que la separación aparente de los otros es la comunión con nosotros. En ese mundo de la apariencia y el simulacro, en el mundo de la virtualidad, hemos sido azotados con la fuerza un poderoso virus que nos lleva por primera vez a un offsite con un sabor real y crudo.
Hoy las redes sociales derraman un sufrimiento que parecería relatar la peor de las desdichas por un encierro sin cerveza. La modernidad nos ha hecho inmunes al sacrificio y al esfuerzo. Ya nos ha advertido Lipovetsky cómo en La era del vacío y El imperio de lo efímero lo que brilla es una personalidad narcisista. Detrás de esa cortina miles de médicos y pacientes se sacuden ante una pandemia real. La distancia del WhatsApp nos permite vivir el sufrimiento como un relato de ídolos a distancia. La desgracia, sin embargo, para algunos tocará la puerta. La pregunta es si esta ruptura del tiempo moderno será suficiente para bautizar al mundo antes del COVID y después del COVID. Muchos tenemos la esperanza de que este encierro nos muestre un nuevo rumbo.
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