Joan Rega.
Después de medio año de creciente incertidumbre nacional, los malos augurios de crecimiento de la economía no dejan de emerger, tanto desde las instituciones financieras, nacionales como extranjeras. Ello a pesar de ser sistemáticamente negados y, a veces, ridiculizados desde la más alta tribuna política del país y de negar totalmente la relevancia de indicadores económicos, tales como el Producto Interno Bruto (PIB) y el empleo.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), en su World Economic Outlook de junio, redujo el crecimiento global previsto para 2020 en 1.8 puntos para estimar una tasa de (-) 4.9%. Obviamente en esta reducción México no queda exento. Después de los escenarios de decrecimiento adversos para 2020 presentados por el Banco de México (Banxico), siendo el de mediana severidad que “daría lugar a una caída del PIB de -8.8% en 2020 y un crecimiento de 4.1% en 2021”, el FMI estima una contracción (-) de 10.5% del PIB de México.
Contracción no muy lejana a la estimada para los países desarrollados, como Estados Unidos de Norteamérica (-8%), Francia (-12.5%), Italia (-12.8%), entre otros; siendo algunos de los de menor contracción, Japón (-5.8%) y Alemania (-7.8%). La pregunta es explicar por qué las contracciones de esos países desarrollados parecen no ser muy diferentes a la de México.
La explicación podría ser que en tanto en las economías desarrolladas la actividad del mercado es altamente formal, en México es significativamente informal. Por lo que los grandes esfuerzos de apoyos fiscales y monetarios en los países desarrollados han rendidos frutos, la ausencia de ellos en México ha hecho contraer profundamente la economía, el empleo y la ocupación.
Esta aseveración queda sustentada en el hecho de que la estimación del decrecimiento de la economía mexicana es una de las más altas dentro de economías emergentes y de los países en desarrollo, según las denominaciones del FMI. A guisa de ejemplo, mientras el promedio de decrecimiento en ese tipo de países en promedio será del (-) 3%, México se estima será de un poco más de tres veces. Será el decrecimiento por arriba de Brasil, India, Nigeria, Sudáfrica, entre otras manos.
Así, la realidad es muy necia y la contracción económica nacional continuará acelerándose en un entorno internacional adverso. Si se da lo estimado por el FMI y se alcanza la recuperación estimada de 3.3% para 2021, la economía mexicana quedaría abajo 7 puntos en relación al PIB de 2019. Lo cual haría prever que la recuperación plena sería alcanzable a fines del 2022 o en 2023. Lo más probable, en la perspectiva de los acontecimientos de las decisiones financieras y económicas nacionales palaciegas, apenas en 2024 alcanzaríamos a tener el PIB que se logró en 2019 en términos reales.
El costo político del desastre productivo y de empleo parece no importar políticamente a nadie. Ni al gobierno federal, ni a la oposición en ciernes. Pero su costo político puede estar manifiesto en 2021 y 2022. Después de que el COVID-19 es parte del devenir cotidiano de los mexicanos, vale la pena recordar que en la política como en la vida no hay torta gratis.
Bien podríamos decir que políticamente es la torta lo que ahora importa en México, como bien parece haberlo entendido ya desde hace tiempo el gobierno. Pero difícilmente los dineros públicos alcanzarán para todos. Mientras seguiremos entretenidos con los fuegos fatuos.
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