La visita de AMLO a Trump no parece tener ventaja alguna para México y sí muchos inconvenientes. Ahí está el dilema y el desafío. ¿Puede convertirse en oportunidad un encuentro bajo presión de un presidente mexicano que no se interesa por la política exterior con el presidente del país más poderoso del mundo, amenazado en su reelección por sus actitudes racistas y recientes fracasos frente a la pandemia? Ahí está el detalle, diría Cantinflas.
La visita ha sido atinadamente criticada por diplomáticos, políticos e internacionalistas mexicanos y también de Estados Unidos.
La mayoría de los mexicanos –comenzando por el ex-canciller Bernardo Sepúlveda–considera con razón que Trump nos ha humillado, mal tratado y usado desde su primera campaña política a la presidencia y que se corre el riesgo de mayores denigraciones. No ve ventajas y en cambio muchos agravios y riesgos.
Los críticos estadounidenses, ya sea en el flanco político, diplomático, académico o de defensa de derechos humanos y del caucus hispánico, particularmente aquellos afines al Partido Demócrata, ven el encuentro como innecesario, poco afortunado y una señal inevitable de apoyo a Trump, a pesar de que AMLO declare que él no va con fines políticos, sino para celebrar la firma del T-MEC y agradecer los apoyos en la pandemia.
Viaje voluntario o cita obligada, la visita de trabajo es inoportuna pues ocurre en Washington (no en la frontera entre ambos países), en un momento de gran incertidumbre política en Estados Unidos, de recrudecimiento de la crisis sanitaria y económica. Difícil momento para diálogos reflexivos, encuentros entre diversos actores políticos, económicos y sociales y compromisos trascendentes de beneficio para los dos países.
Pero particularmente porque, a cuatro meses de las elecciones en Estados Unidos, lo único que resulta claro es el propósito de Trump en usar la presencia del presidente de México para conseguir votos de mexicano-norteamericanos en búsqueda de su reelección, que está en desventaja cada vez más notoria frente a su contrincante demócrata.
El equipo político de Biden, quien va 15 puntos arriba en las encuestas, no ve con buenos ojos el viaje de AMLO. En la visita de trabajo no se prevén reuniones con líderes o legisladores demócratas, el Congreso o el Caucus Hispánico. No está prevista hasta ahora reunión con representantes de las comunidades mexicanas o con los “Dreamers” –jóvenes mexicanos nacidos en Estados Unidos– que recientemente vieron confirmada favorablemente por la Suprema Corte de Justicia la legislación de Obama que permite su estancia en ese país, aunque no cuenten con la ciudadanía estadounidense.
El T-MEC, motivo de la visita, ya entró en vigor el jueves pasado y el encuentro –al que finalmente no asistirá Trudeau por dignas razones– no ofrece ganancia alguna para México. Sí muchos riesgos: exigencias de cumplimiento de disposiciones laborales; interés en que México compre granos transgénicos; reclamaciones de inversionistas estadounidenses del sector de infraestructura energética y otros asuntos más. Lighthizer, el Jefe de Negociaciones Comerciales de Trump ha destacado en fechas recientes que hay asuntos pendientes post-firma del T-MEC con México y Canadá. México también tiene sus cuitas.
El problema con Estados Unidos –decía Rodolfo Cruz Miramontes, experto del “cuarto de al lado” desde antes del TLCAN– es que, siguiendo el “dictum” beisbolero de Yogi Berra: “el juego nunca termina hasta que termina”, y en el caso de negociaciones comerciales y de inversiones, cuando ya creíste haber cerrado un acuerdo, siempre hay la posibilidad de que te saquen de la manga una bola rápida, una ley de 1885 o de 1921 para imponer una restricción, si así conviene a sus intereses políticos o económicos.
Esperemos que no surjan en esta visita. No lo acompañan legisladores mexicanos, ni empresarios involucrados con el T-MEC, ni expertos para asesorarlo y expresar nuestras correspondientes posiciones y reclamaciones atendiendo al interés nacional y a la posible evolución de las economías en un futuro previsible. Sólo, de última hora, magnates tradicionales mexicanos de los medios, el comercio y las finanzas han sido invitados a la cena oficial.
Juan González, experimentado consejero de Biden, quien es considerado por muchos observadores en Washington como clave en asuntos latinoamericanos en una futura Casa Blanca demócrata, declaró al Dallas Morning News (28-6-20) que “arreglar las declinantes economías de ambos países requiere algo más que un acuerdo comercial”, y “tristemente ninguno de los dos líderes ha estado a la altura del desafío”. Al mismo tiempo expresó sus esperanzas porque AMLO “busque a Nancy Pelosi, quien merece el verdadero crédito de haber logrado un mejor acuerdo final”.
Este punto es importante. En virtud de la acción de los congresistas demócratas, el T-MEC, ya aprobado por el Congreso mexicano y firmado por AMLO, fue enmendado en el Congreso de Estados Unidos para dar cabida a las exigencias laborales de los sindicatos, y también para eliminar diversas concesiones problemáticas, entre otras, en materia de propiedad industrial, que afectaban a los consumidores estadounidenses, mexicanos y canadienses, deseosos de contar con bienes y servicios a precios más bajos, en particular, medicamentos genéricos.
Irónicamente, hace una semana el Congreso mexicano vulneró una parte de esa ventana de oportunidad, al autorizar disposiciones en materia de derechos de autor y una parte del texto propuesto por los intereses de las grandes empresas farmacéuticas –la llamada cláusula de vinculación– que obligará a los innovadores mexicanos a trámites farragosos frente al Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial al vencimiento de los 20 años de una patente; y pueden llevar a rezagos de varios años para introducir medicamentos genéricos; condición que no exigen los europeos y otros países que dan prioridad a estimular la competencia y reducir drásticamente los precios. Nunca se escuchó a los empresarios y expertos mexicanos, ni al COFEPRIS. México se auto-impuso una obligación que puede costar 40 mil millones de pesos anuales al erario y a los mexicanos.
Quizás no está todo perdido en la visita. AMLO podría aprovechar la oportunidad para plantear y conseguir compromisos en temas urgentes para México en materia de continuidad de inversiones, trasiego de armas, ayuda a combatir crimen organizado mexicano y corrupción, y un mejor tratamiento a indocumentados mexicanos en tiempos de pandemia; y sobre todo podría intentar convencer a Trump y a Estados Unidos de la necesidad de recuperar la visión integral de desarrollo de América del Norte con beneficios para los tres países más allá del T-MEC: inversiones convergentes en infraestructura física, trabajadores migratorios, atención a la salud, la educación y el bienestar social de ciudadanos de los tres países, desarrollo sustentable de la zona fronteriza, usando el desperdiciado NADBANK; tarea frustrada desde la entrada en vigor del TLCAN.
En principio, claro está, no se ven buenas posibilidades de tener éxito en esta materia, menos con el presidente de “America First”. Sin embargo, podría recordársele a Trump que una visión integral que beneficie a los tres países y eventualmente a Centroamérica en el mundo post-coronavirus, puede ser políticamente rentable.
En conclusión, son evidentes muchos costos y riesgos de la visita y no se observan beneficios; pero reconociendo que la decisión está tomada de acudir a la cita, esperemos que se lleve una estrategia muy concreta de corto y mediano plazo, y una “carta bien fundada” de aspiraciones y demandas mexicanas, quien quita y en el balance del entorno pueden obtenerse algunos beneficios y no sólo costos. La foto es importante en ambos casos; pero el futuro que viene todavía más.
*Este artículo fue publicado por primera vez en el periódico El Financiero el 6 de julio de 2020.
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