Al inicio de su libro sobre la psicología de la posesión, Philippe Rochat dice:
“…la psicología humana, a diferencia de cualquier otra psicología animal, es esencialmente autoconsciente, una psicología por la cual los sujetos reflexionan y elaboran sobre su propio valor y lugar en el mundo, particularmente en el mundo social.”
Si bien Rochat supone que la autoconciencia es en buena medida una construcción reflexiva del sitio e importancia que ocupa el sujeto en la sociedad, desde la segunda mitad del siglo XX surgieron varias teorías que otorgan al rol social una dimensión aún más extensa al integrar los aspectos corporal, conductual y el nicho público. Estas teorías cuestionan que la agencia (la capacidad de cada quien para actuar sobre el mundo) se explique únicamente en términos de reflexión y de decisiones pensadas y conscientes, pues muchas rutinas propias de un rol social son incorporadas por los sujetos. Uso el término incorporación en un sentido más literal que metafórico, pues el comportamiento social y sus causas psicológicas muchas veces se deben a cambios y modulaciones que se efectúan orgánicamente en la expresión corporal. Esto plantea que una parte indeterminada de la identidad personal y de la noción que tienen de sí mismos los individuos está dada por factores sociales y culturales asumidos y actuados. Algunas aportaciones de las ciencias sociales sobre este tema han sido particularmente incisivas y refiero someramente a tres de ellas que parecen indispensables: el rol actuado, el habitus y el auto-constructo.
Con base en estudios pioneros de las interacciones cara a cara en grupos pequeños, el sociólogo canadiense Erving Goffman propuso en 1952 que las personas adoptan y representan roles ante los demás. Muy de acuerdo con la noción de que las personas son actores o comediantes en el teatro del mundo –surgida con Shakespeare y Calderón de la Barca– la metáfora dramática supone un escenario público donde los individuos actúan sus papeles y un backstage tras bambalinas en el que se comportan de maneras privadas. Deriva de esta idea que, para representar los roles que asumen, las personas adoptan y esgrimen las máscaras, prendas, mímicas, voces y actitudes que ya vienen prescritas para cada papel. Ahora bien, si las personas actúan roles, surge una duda inquietante sobre la identidad: ¿hay un self o un yo genuino o verdadero detrás de esas actuaciones, o todo es simulacro? Goffman es tajante: el self o el yo es el conjunto de máscaras utilizadas por el sujeto. Antes de abordar esta disyuntiva, veamos otras dos teorías de las ciencias sociales y humanas que complementan la incómoda idea de las personas como actores de cara a un público.
El influyente sociólogo francés Pierre Bourdieu utilizó la noción aristotélica de habitus como el ejercicio y la regulación de la conducta humana dictados por las instancias y usanzas sociales en las que los sujetos están insertos. A través de asumir ciertas disposiciones o actitudes, estas configuraciones históricas y culturales constituyen esquemas “generativos” por su capacidad de conformar en los sujetos conductas tan específicas como posturas, acciones, movimientos o gestos y, desde luego, formas peculiares de expresión verbal. Son modos de actuar que se asumen sin que el sujeto tenga una clara conciencia de haberlos incorporado y constituyen una forma de conocimiento tácito o disposición interiorizada que resulta al asumir las reglas de actuación que se esperan de ciertos roles, sexos, clases sociales, ocupaciones o profesiones. De manera gráfica Bourdieu afirmaba que el habitus es la sociedad inscrita en el cuerpo, en el organismo biológico. Establece entonces un campo de fuerzas entre agentes e instituciones que luchan por dominar y legitimar sus posiciones, recursos y capitales, tanto tangibles como ideológicos, para mayor beneficio de sus integrantes. Es así que el habitus condiciona mucho de lo que individuos y clases sociales van a sentir como necesario y que plasman en su consumo. La propuesta constituye una teoría de la práctica según la cual las acciones individuales no siempre están mediadas o explicadas por el lenguaje, sino suelen ser reglas del juego que se mimetizan y perpetúan mediante prácticas sociales.
Sadiya Akram y Anthony Hogan de la Universidad de Canberra consideran que la reflexión consciente no necesariamente está contrapuesta al habitus de Bourdieu, sino que pude ocurrir en un marco de acciones rutinarias asumidas de acuerdo con el rol, pero atenidas a una evaluación crítica, lo cual permite la agencia y abre oportunidades de cambio. Esta disyuntiva de hasta dónde llegar en determinado papel o práctica, suele ser causa de ansiedad, pues coloca al individuo en el predicamento de aceptar el status quo por acomodarse mejor a sus intereses, o bien, desechar las conductas rutinarias y esperadas. Durante una estancia de investigación en la UNAM, el sociólogo de la educación Andreas Pöllmann también subrayó una mediación entre la reflexividad y el habitus en los procesos de realización de capital intercultural y su potencial ejercicio en la educación.
Finalmente, refiero que Hazel Markus y Shinobu Kitayama propusieron en 1991 la noción de auto-constructo (traducción literal del self–construal en inglés) para significar la manera como uno se ve y se piensa a sí mismo en relación con los otros. Al analizar las maneras en la que este yo social influye en la motivación, la emoción y la cognición, los autores afirman que las personas difieren en la manera como se conciben en relación a los demás, por ejemplo, como seres únicos y autónomos en las culturas europeas y sus derivadas americanas, o como elementos dependientes e integrantes de su comunidad y cultura, como ocurre en Asia oriental. Varios estudios relacionados a esta propuesta han mostrado que los humanos adultos valoran sus propias capacidades y personalidades mejor y consideran sus defectos menores que los de personas con perfiles y logros comparables a los suyos. Este fenómeno, denominado como “efecto arriba del promedio”, se ha demostrado en diversos ámbitos y culturas.
Según la perspectiva que se adopte, las disposiciones internas que constituyen el habitus y la actuación en público pueden ser tomadas como algo intrínseco o extrínseco al self o a la autoconciencia del sujeto. Si se prefiere una definición del ser o del self como el conjunto de conductas que expresa un individuo en el medio social, el habitus sería la parte adquirida pero determinante de su autovaloración y su conducta. Si se toma una perspectiva endógena, la representación que el sujeto tiene de sí mismo puede revestirse de diversos hábitos para desempeñarse en sociedad. Parece posible elaborar una noción corporizada del self que admita las influencias tanto de elementos biológicos como sociales en un autoconstructo diverso, dinámico y adaptativo.
El dicho el hábito no hace al monje[1] niega que la apariencia defina a la persona y exhorta que no hay que dejarse engañar por lo que los otros manifiestan por sus atuendos, maneras y discursos. El refrán advierte que el sujeto puede mentir y que suele asumir apariencias y roles que ocultan su verdadero ser o sus intenciones, lo cual es claramente valioso. Hemos revisado ahora otra perspectiva: las personas asumen o incorporan hábitos y roles establecidos que en alguna medida definen quienes son, aunque esto depende del grado de autoconciencia crítica que hayan logrado.
Notas:
[1] Junto con otros refranes: “las apariencias engañan” o bien “la mona, aunque vista de seda, mona se queda”.
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