Aprender en tiempos de la COVID-19. ¿Telenovela con final feliz?

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¿Quiénes? ¿Dos, tres? No, somos todos. Unos más y otros menos. Pero en el transcurso de estas semanas varios hemos sido testigos de cómo se cancelan o posponen eventos que teníamos programados para el segundo semestre del año. Sí, señores, estamos en agosto y esto no cambia. Los que habíamos programado cosas presenciales para el segundo semestre, las tendremos que hacer en línea o no hacerlas. Quienes teníamos aspiraciones de viajar por eventos internacionales, pues mejor las dejamos ya de un lado.

Más allá de los viajes frustrados, como recientemente dijo García Canclini, hay que desprendernos del autismo del lector enfrascado.

¿A qué se refiere? A las nuevas formas de consumo cultural que impone la pandemia y que no sólo se debe a ella, sino que se ha venido perfilando en ese consumo ávido y fragmentario que implica Internet. Resulta que, más allá de los compromisos académicos que adquirimos si somos estudiantes o profesores, la asistencia a eventos es un ritual de socialización, de paso, de continuidad en una comunidad dada. Asistir a simposios, coloquios, conferencias, ciclos organizados por museos, centros culturales o universidades es una actividad que recrea varios mitos que explican el origen de muchas inquietudes en cada uno.

Para los niños en edad de ir a la escuela, esto todavía no es un ritual quizá, pues se simbolizará más tarde en sus vidas, pero sí es una experiencia cotidiana. O era. Después del anuncio del secretario de Educación, Esteban Moctezuma, el pasado 3 de agosto, las familias mexicanas se encuentran ante muchos dilemas: ¿será suficiente el modelo propuesto por la Presidencia? ¿Quién resolverá las dudas de los niños? El ansiado semáforo verde es una promesa para chicos y grandes… pero sólo eso. La Organización Panamericana de la Salud manifestó que el pico de la pandemia en nuestro país será en agosto, lo que convierte en un escenario prácticamente imposible la vuelta a clases presenciales en este ciclo escolar. Y claro que no es posible ni prudente plantearse volver a ningún modelo presencial ahora. ¿Cómo se medirá el aprendizaje, si quienes no tienen señal de TV tendrán que habérselas con los contenidos que encuentren en la radio y en los libros de texto que el Estado distribuirá?

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Ilustración: Verónica Montón Alegre (blogs.publico).

Las innovaciones no sólo se darán en el terreno de la forma, gracias a las herramientas que a algunos nos ofrece la tecnología, sino en el del fondo, en el de lo conceptual (García Canclini). Si bien, en muchas regiones del país no hay condiciones garantizadas ni siquiera para que opere el nuevo modelo propuesto por la SEP, los más jóvenes siguen manifestando el deseo de interactuar con compañeros y maestros. Varios artículos hablan ya del impacto que esta crisis originada por la pandemia tendrá en las generaciones afectadas y a varios años. No obstante el deseo de convivencia física, estas circunstancias nos han obligado a pensar en la institucionalidad arcaica que privilegia los procesos administrativos presenciales. Ahí el caso de los estudiantes de Ciencias Políticas de la UNAM, quienes han tocado todas las puertas posibles para saber cómo se llevarán a cabo sus trámites de titulación.

A pesar de que el acuerdo logrado con las televisoras para el nuevo ciclo escolar público en México es “único”, a decir de la presidencia, hay maestros que ya han manifestado su recelo por sentirse excluidos. Si la educación en línea planteaba el desafío de la distancia, la desigualdad de oportunidades tecnológicas (disponibilidad de equipos y anchos de banda), con todo, era el maestro quien estaba a cargo de sus alumnos (en grupos, en ocasiones, inmanejables). Con la propuesta televisiva y radiofónica, los maestros se desvinculan de sus grupos. De los contenidos, mejor no hablamos todavía, pero la tarea titánica de producirlos puede arrojar resultados no tan satisfactorios. La gestión en casa no representa menos complejidad para los padres: si bien a finales del ciclo anterior el confinamiento voluntario todavía implicaba el cierre de muchas actividades no esenciales, en agosto la mayoría de los padres con empleo o actividad económica informal ya salen a las calles para buscarse la vida. Los pocos afortunados que pueden trabajar desde casa tendrán la computadora para ellos y a los hijos viendo TV. ¿Cuánto tiempo? ¿Con cuánta efectividad en el aprendizaje? De nuevo, ¿cómo se evaluará la interiorización de los contenidos? Son muchos los desafíos que representa la pandemia y un sinfín de condiciones sociales que ponderar.

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Ilustracion: Expansión Política.

La avidez de un consumidor cultural regular (citadino, con acceso a internet y a equipos de cómputo, TV por cable) lo hace pasar varias horas poniendo atención a eso que desea consumir (García Canclini, https://youtu.be/N0X4_e1MRmI). Pero un niño promedio diversifica su avidez: no quiere sólo aprender, quiere convivir, ser retroalimentado, estar entretenido, socializar su aprendizaje, ser una figura reconocible para sus maestros y compañeros y encontrar en la escuela un espacio de posibilidades que no encuentra en casa. Cierto: como país tenemos experiencia en educación por radio y TV, pero habrá que generar acuerdos e indicadores (más allá del presunto indicador de la “felicidad” que le importa tanto a López Obrador) para evaluar la competitividad con la que saldrán estas generaciones que tratan de aprender en tiempos de la COVID-19. No sabemos si esta telenovela tendrá un final feliz.


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Xochipilli Rossell

Panorama incierto, no dejo de pensar en que una posible forma de llevarlo es flotar en el 2020. Suspender la actividad escolar que lleve la calificación como indicador. Que los niños aprendan a estar con ellos, con su entorno, con su familia y la familia con ellos. Siempre y cuando haya familia y entorno.
Difícil e incierto, viene una gran ola que implica el revolcón y por supuesto la piel rapada.

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