Durante la década de los setenta, la economía mexicana basó su modelo de crecimiento en la explotación y venta de petróleo; cuando los precios internacionales cayeron y las tasas de interés aumentaron ante el surgimiento del fenómeno inflacionario a nivel mundial, inició en nuestro país una etapa de crisis y estancamiento que distinguió a la economía mexicana durante los ochenta, lapso que se conoce como la “década perdida”.
Hoy las cosas son diferentes gracias sobre todo a la entrada en vigor del TLC el 1 de enero de 1994. Las exportaciones del país son mucho más diversificadas, de manera tal que la venta de petróleo representó solo 6% de las ventas totales al exterior al cierre de 2019 y las manufactureras en 89%.
Esto último es muy importante ya que la reciente caída de los precios del petróleo hasta niveles negativos, fenómeno que no se había registrado nunca en la historia, en realidad no tuvo un impacto en la balanza de pagos. Es decir, México no enfrentó una currency crisis como en el pasado debido a una fuga de capitales o una caída en las reservas internacionales.
Es cierto que el peso ha observado una pérdida de valor recientemente que lo llevó de una cotización de 18 pd a 26 pd, no obstante, esta situación fue resultado más de un fenómeno global de aversión al riesgo por los impactos, aún desconocidos, sobre la economía de la pandemia que a un colapso de las cuentas externas.
Uno de los grandes problemas actualmente es que subsiste la dependencia de las finanzas públicas hacia los precios del petróleo. Como se comentó anteriormente, en 1982, los ingresos petroleros representaron 45% del total de ingresos del sector público, mientras que al cierre de 2019 esta cifra fue de 18%. A pesar de esta disminución, los ingresos públicos siguen siendo muy vulnerables a los vaivenes en los precios del petróleo.
El panorama luce poco alentador, ya que el otro gran rubro de ingresos del sector público, los ingresos tributarios, se han venido colapsando desde el año pasado ante la falta de actividad económica. En el marco de una economía boyante la caída en los precios del petróleo pudo tener un impacto limitado; no obstante, en una economía que se venía desacelerando desde 2019 por la falta de confianza y el desplome de la inversión, la caída en los precios del petróleo ha resultado lapidaria.
Ante este escenario, y siguiendo la acción de la Fed (Sistema de la Reserva Federal, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, Banco de México decidió continuar con una política monetaria altamente expansiva, buscando incentivar la economía mexicana. Efectivamente, en lo que va del año, el Banco Central ha disminuido la tasa de referencia consecutivamente, llevándola de 7.25 a 4.5%, buscando alentar en la medida de lo posible la demanda agregada.
De acuerdo con el Instituto Central, la pandemia COVID-19 originará un choque sin precedentes que impactará de manera negativa tanto la demanda como la oferta agregada, lo que contribuirá a que la brecha del producto se haga aún más negativa.
Esto último permite anticipar que el Banco Central seguirá por la ruta de instrumentar una política monetaria expansiva, por lo que la atención de los analistas hoy se centra en anticipar el momento y la cuantía de los siguientes recortes en las tasas de interés. En este sentido, el entorno y la falta de una acción gubernamental contundente hacen suponer que la tasa de interés se ubicará en 4.0% al cierre del presente año.
Es un hecho que Banxico tiene margen para recortar las tasas de interés, sobre todo porque la Fed ha llevado prácticamente a cero la tasa de los Fed Funds; no obstante, hay que tener presente que en las circunstancias actuales, la demanda es inelástica a la baja de las tasas de interés, fenómeno que se conoce como Trampa de la Liquidez.
En el contexto de la Trampa de la Liquidez, las tasas podrían bajar de igual forma a cero por ciento en México y la actividad económica simplemente no repuntaría, de manera tal que la baja en tasas está limitada a un nivel, cercano a 4%, después del cual por una evaluación de riesgo se podría presentar una salida de capitales, y esto presionar el tipo de cambio y, por lo tanto, los niveles inflacionarios.
La caída de los ingresos petroleros y los ingresos tributarios impiden que México cuente un programa de apoyo a la actividad económica contundente y agresiva como ha sucedido en otros países. Ante una política fiscal inexistente y una política monetaria insuficiente, el impacto de la pandemia en la economía será total, ocasionando una caída del PIB de 10% en este 2020, la segunda caída más profunda de la historia de México.
Desafortunadamente, la lección de las últimas décadas muestra que, ya sea que los precios del petróleo sean altos o bajos, nuestro país no ha podido encontrar la fórmula para crecer.
A diferencia de México, en donde el Gobierno no cuenta con espacio para instrumentar un paquete de ayuda económica que permita apoyar la acción de la política monetaria, y de esta forma evitar la contracción de la economía, en Estados Unidos se han detonado diferentes programas millonarios en apoyo a la actividad productiva lo que seguramente se traducirá en una recuperación mucho más rápida.
Así, se espera en la economía estadounidense tenga una recuperación en forma de “V”, es decir, que después de una profunda contracción, se presente un fenómeno similar a la tercera Ley de Newton, que establece que a toda acción corresponde una reacción con la misma fuerza pero en sentido inverso, lo que augura al mismo tiempo una pronta recuperación de los mercados financieros.
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