El viejo José fue viejo desde chico, esos chicos que son ancianos desde que nacen. Cuando los chicos jugaban él los miraba. Cuando empezaron a comprar juegos, él no jugaba pero los guardaba. Y de vez en cuando les cambiaba uno por otro, o les compraba alguno. Era el dueño de las cosas, pero no por riqueza, sino por actitud. Cuando las cosas se fueron perdiendo en el crecimiento de la infancia, en el salto de etapas, que son como superficies superiores en una montaña, a todos les iban quedando las cosas de la etapa anterior en la etapa anterior, José, las guardaba todas. Se metía en las etapas bien vividas, porque una etapa para ser saltada tiene que ser bien vivida, y recogía el bochinche de cosas que habían dejado los que acababan de pasarla.
Así fue que el viejo José llegó a viejo y se quedó ahí, en la vejez con que había nacido, y en la etapa de guardar etapas. Andaba el viejo José con un guardapolvos por las plazas, en una época había sido placero, cosa que también desapareció, y también ayudante de una carpintería, y andaba con sus guardapolvos de trabajo, con los bolsillos gigantes de los costados. Y los bolsillos del viejo José estaban vivos, se movían, como si tuvieran un ratón adentro, una pequeña lagartija. Y cuando uno le preguntaba “José, ¿qué tiene en el bolsillo?” Nada importante, decía, unas bolitas. Y sacaba unas cuantas bolitas. Y si le preguntaban “¿cuántas tiene?”, José se ponía a sacar, sacar y sacar, haciendo una pila de bolitas delante de él, como si estuviese trayendo algunas bolitas del pasado.
Sí, se decía que el viejo José tenía un bolsillo mágico que guardaba todo lo que añorábamos. “José, ¿tiene pelotitas saltarinas?”, le preguntaban. Y él sacaba diez, veinte, miles de pelotitas saltarinas, haciendo desaparecer en el bolsillo el brazo hasta el hombro. Se decía que el viejo José tenía un bolsillo mágico, pero además tenía cierto ritmo lento que le permitía no dejarse llevar por lo urgente que se iba presentando, y quedarse en el ritmo normal de las cosas. Eso decía José, en el ritmo normal de las cosas sigue habiendo bolitas, bomberos locos, bucaneros, sólo que en la velocidad con la que vamos, no la vemos. No se ve nada de los costados a esa velocidad, sólo el frente de un mundo que se hace más pequeño.
Frenen un poco y van a ver que todo lo que buscan está en algún lugar, decía José, y metía la mano en el bolsillo y sacaba un TEG, un Ludo Matic, una Pileta Pelopincho tres veces más grande que él, y hasta un día lo vieron sacar un metegol completo, del pequeño bolsillo de centímetros. Eso sí, revolviendo y buscando con la mano en el pequeño bolsillo, y pegando unos cuantos tirones hasta que salió.
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