Ser como…
El otro día hablaban unos vecinos sobre las personas. Son como luciérnagas, decía una vecina. Somos como luciérnagas, afirmaba otra, andamos volando en lo oscuro y de vez en cuando prendemos nuestra luz interior y nos ubicamos un tiempo hasta que volvemos a andar en oscuro. Las personas son un campo de luciérnagas. No, decía una que estaba más allá, somos peces de los abismos en los abismos, nos tapó el agua, estamos en la zona más oscura donde no llega el sol, pero tenemos luz propia y con eso nos alumbramos y alumbramos a los otros. Pero ¡no!, decía una que había llegado hacia poco a la charla. Somos los pájaros cuando recién amanecen. La luz está, se ve por todos lados, porque el mundo vive amanecido, pero nosotros recién nos encontramos con él y gritamos y volamos por todos lados como cotorras. De poco a poco nos vamos a ir volviendo los pájaros al atardecer que vuelan y regresan tranquilos al nido y es tan armónico verlos.
Pero ¡no!, querido, nosotros somos cóndores en la cordillera. El mundo es una cordillera y cada uno de nosotros es un cóndor, y estamos mirando para abajo, porque estamos recordando lo que hemos sido para no olvidarlo. En el fondo, en el fondo –comentó otro hombre que había ahí–, somos como árboles, con muchos años de existencia, mucho tiempo de vida, erguidos, derechos, con raíces bien profundas, y ramas que puedan dar sombra a los que se saben ubicar cerca nuestro, que formamos parte de un sistema de bosques, pero no lo sabemos. ¿Y qué hacemos con la frase? Preguntó uno que justo pasaba por ahí y pescó un pedazo de la conversación: “no dejes que el árbol tape el bosque”. “Ningún árbol tapa el bosque” le dijo la primera vecina que había hablado, el árbol es el bosque.
Árboles en la cabeza
A Alberto se le presentó ante su vista una ciudad llena de árboles, altos, de varios metros, verdes, hermosos, uno al lado del otro en hileras, gigantescos y silenciosos seres vivos ordenados. Siempre habían estado ahí, desde que era chico, pero por primera vez los veía. Se había ampliado su cabeza y se había ampliado su mundo. Su cabeza se había llenado de árboles. ¿Qué te pasa? Le preguntó Sara. “Tengo árboles en la cabeza, desde esta mañana. La cabeza llena de árboles”. ¿Y cómo te aparecieron? Le preguntó. “De golpe, vi uno de ellos, y después los vi todos, y una vez que los vi a todos entraron en la cabeza y ahora están ahí”. Pero si los árboles siempre estaban, le dijo ella. “Pero ahora los veo”, aclaro él. Se amplió tu conciencia, le dijo Sara. “Calculo”, dijo él. Lleno, lleno la cabeza por todos lados de árboles. ¿Y ahora qué vas a hacer con las otras cosas que tenés en la cabeza?, preguntó Sara. “¿Qué otras cosas?” preguntó Alberto. “Los problemas de la oficina, de los que me hablas siempre, que era más o menos lo único que tenías en la cabeza siempre”.
Ahora voy a tener dos cosas en la cabeza, los problemas de la oficina y árboles. “Acá”, se señaló la parte del medio de la frente, “acá tengo unos fresnos”. Luego se tocó la parte de atrás, “acá tengo pinos, y acá uno de esos bosques frondosos del norte”. ¿Y las cosas de la oficina? preguntó Sara. “No sé”, dijo Alberto. “¿Van a entrar?”. Claro, dijo Sara, entra todo lo que quieras ahí, y deja de entrar todo lo que quieras también. Ese lugar, la conciencia, es inmenso. Tenés árboles y cosas de oficina en la cabeza, antes tenías sólo cosas de oficina. Bueno, estás creciendo. “Yo me veo más complicado, con más cosas”, renegó él. No, no, se equivoca mi amigo, usted no tiene más cosas, usted tiene más espacio, que es otra cosa.
Luciérnagas en la oscuridad
Es como una luciérnaga, decía mi abuela, refiriéndose a un vecino que comentaba que venía mal con sus cosas, es como una luciérnaga en la oscuridad, casi todo el tiempo anda tanteando en el oscuro, sin ver a dónde va, pero de vez en cuando prende su luz interior y se ubica. Claro que sí, es una luciérnaga, se daba la razón, porque cuando prende la luz se ubica él, pero nos ubicamos todos. Todos podemos ver por dónde vamos y dónde va, pero mientras no prende la luz interior no sabemos dónde está y no sabe tampoco él. Y después amplió, refiriéndose a todos nosotros. Todos somos luciérnagas en este mundo, andamos tanteando en oscuro sin poder ver, y de golpe, cuando nos cansamos, prendemos un poco la luz que tenemos y encontramos el rumbo de nuevo, hasta que la volvemos a apagar, y así, vamos poniendo luces de posición en el mundo, titilando entre luces y oscuro. Y cuando más de nosotros prenden la luz, más veces, más vamos a ver todos.
“¿Es como cuando nos llega una idea, que se prende una lamparita?”, preguntó un niño que había por ahí. Eso mismo, dijo mi abuela, cuando las luciérnagas titilan son las lamparitas de ellas que se prenden de las ideas que van teniendo.
Y lo mismo nos pasa a nosotros. Cuando nos llega una buena idea, nos volvemos una luciérnaga y prendemos todo alrededor.
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