En la psiquiatría actual, la personalidad múltiple se denomina trastorno disociativo de identidad y se caracteriza por la expresión de dos o más identidades en un individuo. Se describe que cada una de estas personalidades vive una historia diferente y con nombres distintos de tal manera que, cuando una de ellas aflora, controla la conducta y no guarda memoria de la otra, un punto muy debatido. Las personalidades pueden ser diferentes u opuestas, como una rebelde, traviesa e irresponsable, en oposición a otra madura y convencional. La naturaleza de este trastorno no está clara; en una revisión se dice que afecta a un 1% de la población general, se presenta como una emergencia psiquiátrica y se asocia a traumas intensos durante la infancia y a estrés postraumático. Sin embargo, otros especialistas opinan que no es una patología definida que se vea en la práctica, sino una actuación más o menos deliberada. Para la neurociencia, también resulta difícil asimilar y demostrar que varias identidades psicológicamente distintas puedan aflorar en el mismo cerebro.
A pesar de esta incertidumbre, la personalidad múltiple ha sido un tema frecuente en la novela y aún más en el cine. Aparece inicialmente en El doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), célebre novela gótica del escocés Robert Louis Stevenson que relata la disociación entre Jekyll, afamado y respetable médico inglés, y su alter ego, Hyde, siniestro personaje cuyo deterioro moral lo lleva hasta el crimen. La novela ha dado lugar a más de una docena de adaptaciones cinematográficas, entre las que destaca la protagonizada por John Barrymore en 1925, lo cual habla del hechizo que ejerce un alter ego oculto y siniestro, el arquetipo de la sombra postulado por Carl Jung como una faceta oscura de la personalidad.
Muchas de las películas sobre personalidad múltiple están bien elaboradas pero presentan el trastorno de manera errónea y confusa, como lo detalla Beatriz Vera Poseck, psicóloga clínica de la Universidad Complutense de Madrid en una detallada revisión del tema. Por ejemplo, a pesar de que hay muy pocos casos de asesinatos cometidos por pacientes, la mayoría de las películas suelen desplegar personajes violentos, lúgubres o criminales. Además, el cine no permite representar los estados subjetivos de la doble personalidad, la esquizofrenia, la psicopatía o la epilepsia del lóbulo temporal, aunque una buena película sí puede sugerir en los actos visibles de los personajes algo de sus mundos interiores.
Dada mi larga afición al cine y a la neuropsiquiatría, recuerdo y comento ahora varias películas sobre personalidad múltiple. La primera es Las tres caras de Eva (1957), escrita por su director Nunnally Johnson, con la colaboración de dos psiquiatras que conocieron el padecimiento de Chris Sizemore, una tímida joven que acudió a consulta por dolores de cabeza. Dado que en las sesiones y en su vida cotidiana surgía otra personalidad muy distinta, revoltosa y descarada, los terapeutas indujeron una tercera para intentar la curación de la paciente. La excelente actriz Joanne Woodward encarnó a la enferma en esta película que se elaboró sin inventar o explotar semblantes tétricos o actos patibularios.
La personalidad múltiple no se restringió al thriller o al terror, sino que pronto incluyó una ingeniosa comedia escrita, producida, dirigida y actuada por Jerry Lewis, desaforado y talentoso comediante norteamericano. El profesor chiflado (1963) trata de un maestro de química torpe y ridículo pero bondadoso, quien, harto de ser objeto de exclusión y burla, desarrolla un brebaje mágico. Al revés de lo que acontece con Jekyll y Hyde, al beber la pócima el profesor se convierte en un guapo, asertivo y aclamado seductor que canta como un forzado crooner, pero resulta un ególatra e insoportable patán. La película contiene gags surrealistas que, a diferencia de los thrillers que supuestamente presentan historias basadas en hechos clínicos, subrayan la naturaleza tan absurda como emblemática de la doble personalidad.
El caso más famoso de personalidad múltiple en la cultura estadounidense fue el de la joven Shirley Mason, quien en 1954 acudió a la consulta de la psicoanalista freudiana Cornelia Wilbur por padecer pesadillas y alucinaciones. Durante una década de terapia, que incluyó hipnosis y pentotal, la paciente desarrolló una docena de personalidades de diferentes sexos y razas y recordó que su madre la sometió a humillaciones y abusos sexuales. En 1973 la escritora Flora Schreiber publicó el libro Sybil basado en esta terapia relatada por la doctora Wilbur que llegó a ser un best seller y fue filmado en 1976 con Sally Field como la paciente y Joanne Woodward como la terapeuta. La personalidad múltiple, un trastorno muy raro, pasó a ser una moda de consulta en Estados Unidos. Posteriormente, el diagnóstico fue puesto en duda por algunos especialistas arguyendo que la paciente no había presentado otras personalidades antes de entrar en tratamiento y que la terapeuta y la autora exageraron o inventaron incidentes de manera sensacionalista.
Una disociación espectacular de la personalidad se representó en una de las películas más aclamadas del cine, Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, donde el protagonista Norman Bates (Anthony Perkins) es un enfermo mental que adquiere el atuendo y la personalidad de su madre muerta para apuñalar en la ducha a una aterrada Marion Crane (Janet Leigh). La película es una fantasía gótica fascinante, cuya trama se aclara hasta las últimas escenas, pero no constituye una representación realista de doble personalidad o de esquizofrenia. Algo más enrevesado sucede con Vestida para matar (1980) de Brian de Palma, director hábil y efectista que recarga el estilo de Hitchcock. Trata de un psicoanalista neoyorkino (Michael Caine) que asesina vestido como una de sus pacientes, una mujer transexual que al final ¡resulta ser la otra personalidad del propio psicoanalista! En estas dos películas se ofrece una rebuscada explicación psicoanalítica para darle credibilidad al relato, pero que difícilmente resulta verosímil.
El género cinematográfico de la múltiple personalidad culminó de forma genial en Zelig (1983) de Woody Allen, un falso documental convincentemente situado en los años 20 y 30 donde se explotan y caricaturizan los elementos del género. Muestra y relata que Leonard Zelig (Woody Allen), no sólo manifestaba diferentes personalidades, sino era un “camaleón humano” que se metamorfoseaba física y mentalmente en imitación de quienes tenía al lado y podía resultar un nazi o un rabino, un mafioso o un profesor universitario, un republicano o un demócrata, hablar diferentes lenguas y con distintos acentos. No falta la psicoanalista freudiana Eudora Fletcher (Mia Farrow) que lo trata, lo hipnotiza, lo cura al demostrarle que no es quien dice ser, se vuelve famosa con el caso y… termina como su pareja en un final pseudo-feliz. Tampoco faltan escenas de una supuesta película sobre el caso de Zelig y entrevistas a intelectuales conocidos de la “vida real”.
Más allá de esta polémica patología, las personas nos comportamos en diversas medidas de acuerdo con quienes tratamos, en un afán de pertenecer y ser aceptados por los otros, y mantenemos tras bambalinas aspectos que nos pondrían en vergüenza si se hicieran públicos.
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