Eres como el mezcal, nomás animas pero no ayudas.
Refrán mexicano.
Ninguna novela del siglo XX refleja mejor el descenso al infierno de la mano del alcohol como Bajo el Volcán (1947), reescrita infinidad de veces durante diez años por su sufrido autor y donde, ¡claro!, México es el ambiente perfecto que cobija la espeluznante caída en desgraciada de su protagonista.
Se trata de una novela compleja y difícil de leer, por lo que ha tenido más comentaristas que lectores. Aun así, su autor, el inglés Malcolm Lowry, se manifiesta como uno de los pocos escritores que supo darle a su agonía etílica una fuerza poética al ver entre el alcohol y la escritura una correspondencia casi chamánica, llena de coincidencias misteriosas:
“Bajo la influencia del mezcal —escribió—, aquellos que en la vida normal son los mejores amigos harán lo posible por asesinarse uno al otro; pero una amistad nacida del mezcal, lo sobrevive, sobrevivirá a cualquier cosa.”
Hijo de un acaudalado magnate de la industria algodonera (puritano y abstemio terco, un pesado), Malcolm fue un niño gordo, torpe y mimado. Pero al terminar la preparatoria puso como condición que si lo querían ver entrar a la Universidad de Cambridge lo debían dejar hacer un viaje como cualquier otra persona de a pie, sin lujos.
Para darle realismo a su aventura se reclutó a bordo de la fragata S.S. Phyrrhus en una travesía de seis meses por los mares de oriente. El día que zarpó, Malcolm llegó al muelle a bordo de la limusina Roll Royce de papá. Cuestión de imaginar la burla de la curtida pandilla marinera cuando vieron subir a bordo a un señorito rechoncho con su maleta y un instrumento un tanto ridículo al hombro: su inseparable ukulele, con el que componía foxtrots y charlestones.
Sin embargo, Malcolm no tardó en sorprenderlos: el chico bebía como náufrago y era poseedor de un aguante de fondo, por lo que comenzó a tumbarlos uno a uno. De esta experiencia, descrita en su libro Ultramarina (1933), obtuvo la sabiduría que le dio una sífilis galopante que cauterizó a tiempo y el certificado que lo avalaría el resto de sus días como un chupador democrático, pues el joven ukulelista bebía desde un finísimo Château Lafite Rothschild hasta tónico para el cabello (sin soda, por favor).
En la universidad Malcolm fue aplaudido como golfista (ganó varios torneos), un nadador imbatible (como su padre), nene maravilla en el pingpong, popular animador de fiestas con su alegre ukulele y un chico con un don especial para vaciar garrafas y garrafas, pero nunca como buen estudiante. A pesar de todo jamás se pudo negar su enorme talento y sensibilidad para la poesía y la escritura.
En ese tiempo sufrió un hecho que lo marcó profundamente: su compañero de cuarto, Paul Frite, estaba enamorado de él y al no ser correspondido se suicidó. Malcolm se responsabilizó de su muerte y el trauma, según sus biógrafos (que por cierto dos de ellos se suicidaron), le aguzó su obsesión por el alcohol. Durante toda su vida Malcolm ejerció una gran atracción sobre los homosexuales, hecho que su primera esposa, Jan Gabrial, no soportaba y de alguna manera se lo hacía saber a base de floreros y ceniceros que volaban en dirección de la cabeza del escritor en ciernes.
No obstante, las juergas del carismático y talentoso joven, promesa literaria, comenzaron a dejar de ser diversión: a los 27 años fue ingresado al hospital psiquiátrico de Bellevue a causa del exceso de trago y comportamiento errático. El vuelo al averno había comenzado.
Sería México el escenario mágico-infernal donde Lowry encuentra el nutrimiento etílico perfecto para su imaginación:
“(…) arena secular de conflictos raciales y políticos (…), donde un pintoresco pueblo indígena genial profesa una religión que podemos describir como de la muerte (…). Podemos considerarlo como un mundo mismo, o un jardín del Edén (…). Es paradisíaco; es indiscutiblemente infernal. Es México el lugar del pulque y de las chinches”.
Para darle un toque pesadillesco, Lowry llegó a nuestro país el Día de Muertos de 1936. Inmediatamente se identificó con el ethos mezcalero de esta tierra de extremos surrealistas (en una carta cuenta su encuentro con una mujer indígena jugando dominó con una gallina) y la afición de un pueblo que espera la muerte como los aztecas: bailando rocanrol a todo trapo.
La ironía hiriente de ese México lleno de contradicciones se le mete en la piel y le inspira comentarios sublimes como: “¿Qué belleza se puede comparar a la de una cantina en las primeras horas de la mañana?”. ¡Óle!
Durante los veinte meses que vivió en Cuernavaca con su primera esposa (noviembre 1936-junio 1938), Lowry no dejó de aprender sobre la maravillosa y excéntrica historia del país, y lo vemos en la novela, donde hay referencias al pasado precortesiano, al porfiriato, a la recién finalizada Revolución mexicana y a la expropiación petrolera, con la que el escritor inglés se solidarizaba:
“Gustaba de la comida mexicana; empero, curiosamente, en ningún pasaje de la novela habla de las botanas de las cantinas. Son las bebidas alcohólicas las que acapararon su atención; su leyenda está íntimamente ligada al mezcal. Alababa la belleza de la raza de bronce, en particular la de sus niños; encontraba a los indígenas dignos de admiración, al tiempo que advertía su pobreza, cometa”, narra el periodista Carlos Paul (aquí). Cosa curiosa, Lowry nunca se interesó ni en la literatura, ni en la pintura mexicana, y menos en sus autores.
Ya afincados en Cuernavaca (calle Humboldt), su esposa Jan comenzó a racionarle el alcohol a un litro al día. Pero al mes Malcolm deja la dieta y comienza el trajín de sus frecuentes “paseítos”, como él los llamaba, expediciones etílicas donde desaparecía por días sin saberse su paradero. Jan le pone un ultimátum: la bebida o yo… Risas. No hace falta decir la decisión de Lowry. Ella lo abandona, no sin antes sorrajarle nuevamente en la cabeza el florero en turno y de pasada embarrarle en la cara el amante que ya traía de tiempo atrás (cierto, la dama era más fácil que conquistar Polonia).
Solo y abandonado a su suerte, Lowry le da un empujón a su llameante aventura yéndose nada menos que a la cuna del mezcal y la hechicería milenaria: Oaxaca. Se ha hablado y comentado mucho de las andanzas borrachas en solitario de Lowry por aquellas tierras, en donde deambuló por las calles sucio, enajenado, con la mirada ensatanada, como quien busca un cielo perdido. Al verlo las autoridades lo primero que les vino a la cabeza fue “¡un comunista!”, la amenaza de moda. Así que lo refunden tras las rejas, donde pasa navidad con una temblorina de maraca epiléptica y tratando de evitar, como le escribe a un amigo, “ser castrado por los colegas de celda”.
Una vez más el padre tuvo que salir al rescate y lo saca de la cárcel y del país, si bien en calidad de deportado. De México pasa a Estados Unidos de donde también lo deportan por malportadés, por lo que termina en Canadá.
Para cuando se casa por segunda ocasión, en 1940, con Margerie Bonner, actriz y escritora, ángel protector cuyo soporte y consejos fueron clave para que Bajo el Volcán viera la luz, la preocupante autodestrucción de Malcolm comenzaba a mostrar tanto inclinaciones suicidas como criminales (trató de estrangular a Margerie en dos ocasiones). Para 1949 su dosis etílica era la increíble cantidad de tres litros de vino y dos de ron al día… ¡qué aguante!
Finalmente, el 26 de junio de 1957, después de otra riña violenta, Malcolm rompe una botella de ginebra y corretea a su esposa con la finalidad de degollarla. Margarie logra huir (no sin antes ser mordida en la calle por un perro feroz que le dejó graves heridas). Esa noche no regresó y el escritor, que no recordaba nada de lo sucedido, se hizo un coctelín de ginebra y barbitúricos, ahogándose más tarde en su propio vómito. Muere a los 48 años.
Eso sí, le dio tiempo para escribir su epitafio:
Malcolm Lowry
Difunto de Bowery
Su prosa era florida
Y a veces reñía
Vivió de noche
Bebió de día
Y murió tocando el ukulele.
Genio mal entendido de la literatura, Lowry provocó que muchos grandes escritores vinieran a conocer México para tratar de perderse en su mágica catástrofe. Uno de ellos fue García Márquez, quien era parte de esos seguidores del autor de Bajo el volcán que componían casi una secta:
“El autor de Cien años de soledad obtuvo de alguna manera influencia narrativa derivada de la obra de Malcolm Lowry, específicamente en elaboración de tramas, escenas o personajes de Macondo. Y la inquietud viene indudablemente de que este autor inglés influyó en muchos de los novelistas latinoamericanos y españoles, y hoy sigue siendo indiscutiblemente uno de los grandes escritores del siglo XX” (leer aquí).
Enrique Vila-Matas comentó en alguna ocasión: “Lowry escribía para no beber del mismo modo que bebía para no escribir”.
Moraleja: ¡no le sirvan otra!
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Extraordinaria historia! Tu ingenio es genial mi estimado Gerardo!
Mil gracias, querido Oscar!, por leer y tomarte el tiempo de escribirme….lo aprecio mucho.
Un gran abrazo
La historia de un bucanero, borracho, parrandero … y escritor.
Jajajaja, toda la razón!!….Mil gracias por leer y tomarse el tiempo de escribirme!
Un gran saludo
estas son las Historias, que rescata muy bien el Maestro Australia, que me provocan esperar con ansias la próxima publicación de temas y personas , que si no fuera por Maese Australia , yo no conocería , gracias por aportar a mi vida
¡Muchísimas gracias, maestro Pedro!, agradezco y aprecio mucho su comentario y el tiempo que se dio de escribirme!! Un caluroso abrazo!
Genial artículo Gerardo, felicidades. Un personaje sin duda mr Lowry. Viviendo intensamente como la gran mayoría los grandes artistas. Por un momento recordé BARFLY.
Muchísimas gracias por leer, Enrique!
Qué enorme película la de Barfly, con un Mickey Rourke genial!!!, y qué decir de la obra en que se baso la película, las vivencias de ese otro borracho magnánimo que fue Bukowsky!
Un abrazo
Escelente e interesante articulo, Felicidades y Muchas Gracias Gerardo