Coordenadas de realidad

Cuando a las mujeres les crecieron alas

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En torno al Día Internacional de la Mujer es que ahora escribo la siguiente reflexión. En medio de la pandemia, las mujeres salen a las calles a manifestarse: la percepción sobre el riesgo de perder la vida a causa de la violencia de género sobrepasa el riesgo por contagiarse con el virus: “El machismo y el patriarcado son una pandemia en sí misma y para ello no hay vacuna”. Por eso se manifiestan ellas, por eso nos manifestamos todas las que deploramos la violencia contra las mujeres, la desigualdad, la injusticia. Las miles de mujeres que decidieron no salir de sus casas, saben que hay otras miles que salieron por ellas para extender el reclamo: “el cuerpo social se manifiesta por todas”.

Las manifestantes, como otros años, llevan tapabocas morados y pañuelos verdes, cantan consignas y muestran pancartas. Como hace un año, ahora las mujeres también se cubren el rostro. El año pasado muchas de las manifestantes también llevaban pañuelos en la cara, ahora, además se cubren como parte de las medidas sanitarias por la pandemia de Covid-19. El año pasado sólo se cubrían para protegerse de ser identificadas o para evitar que algún gas antimotines entrara en sus vías respiratorias; ahora, además, lo hacen para evitar un posible contagio del coronavirus.

manifestacion mujeres, dia internacional de la mujer
Imagen: Plumas Atómicas.

Las calles de las ciudades mexicanas y de varios países fueron tomadas por las mujeres en una lucha con la que quiere hacer visible la otra pandemia: la de la violencia contra las mujeres, la de los feminicidios, la de la desigualdad. Las mujeres gritan, no se cansan: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”. Madres, hijas, amigas, vecinas, alumnas, maestras, todas se dan cita en el espacio público para exigirle a la sociedad, al gobierno, a los medios de comunicación, a los varones y también a las otras mujeres.

La muralla de contención que se colocó en torno al Palacio Nacional de la Ciudad de México fue cubierta con nombres de mujeres desaparecidas; el metal se forró con el dolor de las madres, de los padres y de las familias de quienes han sido arrancadas de sus vidas. El gris metálico se llenó de color morado y de flores blancas para recordar a esas mujeres y para hacer un llamado público, para exigir que esto se detenga: ni una más, ni una menos. Esta muralla que puede representar la indiferencia, insensibilidad e incapacidad del gobierno se convirtió en un acto social para exigir, para evidenciar el problema, para manifestar la injusticia.

vallas en palacio nacional, 8M
Imagen: Gatopardo.

Las feministas, las manifestantes, las mujeres también están presentes en las redes sociodigitales. Graban y difunden videos para cantar, para expresar, para exigir a varias voces: “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles / Que teman los jueces y los judiciales / Hoy a las mujeres nos quitan la calma / Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”.

Todas ellas hacen ruido, todas tratamos de expresarnos, de gritar, de exigir desde nuestras trincheras a fin de ser escuchadas… y es que la violencia -física y simbólica- contra ellas, contra nosotras, contra nuestras hijas, contra nuestras hermanas, contra nuestras madres no cesa; la desigualdad no disminuye; el patriarcado sigue reproduciéndose en las interacciones familiares, en el trabajo, en la política, en la vida social. Debemos parar, debemos hacer ruido, debemos seguir exigiendo para que las cosas cambien, porque ya no pueden ser como siempre han sido, porque, además, a las mujeres nos crecieron alas.


De un México olvidado a un México al borde de la putrefacción

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En otras columnas de opinión ya había mencionado que con la pandemia del Covid-19 se evidenciaron y agudizaron las desigualdades y la marginación que padecen amplios sectores de nuestro país. Las recomendaciones hechas para tratar de prevenir contagios del virus parecen un contrasentido en ese México olvidado carente de servicios públicos y sociales, que malvive de la economía informal, o que sobrevive frente a la inseguridad y el crimen organizado. Comprar un tapabocas, lavarse las manos, no salir de casa y hasta cuidar la vida, son prácticas para muchos mexicanos imposibles de realizar.

En este marco de ideas es que escribo hoy la reflexión que me quedó a raíz de que, en fechas recientes, escuchara una historia que me paralizó. Después del pasmo en que me dejó la historia de horror que escuché, por fin pensé en la necesidad de escribir y compartir el pesar y la pesadilla que algunas familias vivieron producto del crimen organizado y la incapacidad del estado para atender tan aguda problemática. Esto nos habla, como intento mostrar en mi reflexión, de la transformación del México olvidado en un México que está al borde de la putrefacción.

Una historia de horror

A principios de febrero de 2021, en un poblado rural del centro del país, no muy lejano a la Ciudad de México, la vida amenazada por la pandemia se conmocionó aún más por la violencia del crimen organizado. En ese pequeño poblado, donde hay pocas posibilidades de recibir atención de salud, donde la gente debe salir a trabajar en los campos agroindustriales de los estados cercanos a cambio de salarios muy bajos, y donde la juventud no sigue estudiando porque eso no tiene sentido en sus vidas, el tejido social se descompone al grado de la putrefacción. Ahí ocurrió la siguiente historia de horror.

mexico violento
Imagen: Plumas Libres.

(Por obvias razones los nombres y referencias que pudieran dar con el poblado donde ocurrieron los hechos han sido cambiados. Así también algunos detalles que quedaban como lagunas o situaciones contradictorias de la historia que escuché).

Una tarde Margarita, una niña de doce años, salió a recoger leña para cocinar. Después de que sus abuelos escucharan un grito y un rechinido de llantas, salieron y vieron que había desaparecido. Jocelin, una joven de quince años, también desapareció. Los padres pensaban que se había ido con el novio, pero cuando él regresó de trabajar se dieron cuenta de su error. Josecito y Anita, hermanos de seis y ocho años, también desaparecieron. En la mañana estaban jugando en el traspatio. Al mediodía su madre se dio cuenta de que ya no estaban ahí.

Estas desapariciones alertaron a los padres y familiares de los menores. Semanas antes habían desaparecido un par de jovencitos, menores de 18 años, cuyos cuerpos descuartizados aparecieron días después. También un niño de nueve años que vendía paletas había desaparecido recientemente. Margarita, Jocelin, Josecito y Anita parecían sumarse a la creciente cifra de niños y jóvenes desaparecidos en ese pueblo. Pronto, padres, madres, familiares y vecinos comenzaron a movilizarse para buscarlos. Fueron a una fosa clandestina para ver si había cuerpos frescos. No encontraron nada. Se acercaron al “Líder”, un jefe del narco en el pueblo, para ver si podían obtener su apoyo. Acudieron a la policía local y a la Guardia Nacional para seguir su búsqueda. No queda claro, pero de alguno de estas dos fuentes obtuvieron información relevante: los niños y jóvenes podían estar en una de las cuevas.

Ya en la noche se internaron en el cerro y llegaron ahí donde alguna vez la mamá de Margarita había pasado –cuando ella trabajaba en un campo agrícola cercano– y donde en aquél entonces había notado un olor especial. Llegaron a un laboratorio o fábrica clandestina de cristal –esa droga que atrapa y mata a miles de personas al año en el mundo–. Escucharon gritos que decían “¡no despierta!”. Ahí estaban Margarita, Jocelin, Josecito y Anita. Jocelin era la que gritaba, refiriéndose a Margarita, quien estaba inconsciente. Josecito y Anita inmóviles en el suelo. Sus cuerpos varias horas de haber dado el último espasmo de vida. Rosa y Vicky, dos jóvenes de dieciséis años también estaban ahí, apenas con algunos movimientos en sus cuerpos. Ellas habían desparecido unos días antes que los demás.

cristal
Imagen: Rosario Lucas.

Todos habían sido abusados sexualmente y a todos los habían obligado a tomar la droga que estaban fabricando y con la que estaban experimentando. Los más pequeños no aguantaron. Josecito y Anita murieron. Sus órganos internos estaban destrozados. Los demás fueron llevados al hospital. Todos tenían daños por la droga y por la violación sexual.

En el lugar de los hechos encontraron el material y la maquinaria con que se preparaba la droga, pero no había ninguno de los perpetradores. No obstante, había grabaciones de las cámaras púbicas que recientemente se habían instalado. Con ello y con lo que poco a poco fueron diciendo los niños y jóvenes cuando despertaron, las familias se enteraron de que los responsables eran un grupo de jóvenes, también del pueblo, quienes eran conocidos y conocidas por haber formado una banda. Se autodenominaban “los tranzas”; comenzaron consumiendo y luego vendiendo droga. Algunos también estaban vinculados con las redes de huachicoleros.

La banda, conformada por hombres y mujeres adolescentes y jóvenes (de entre 14 y 21 años), parecía estar actuando sin apoyo de ningún adulto. Al menos ésa es la historia que se cuenta en el pueblo. Después de que un par de ellos habían sido identificados y detenidos, al final fueron puestos en libertad. Los habitantes del pueblo y, en particular, los familiares de las víctimas estaban indignados. Clamaban justicia y aseguraban que quemarían vivos a los jóvenes delincuentes. Padres, madres y familiares de las víctimas, además, también eran familiares (cercanos o lejanos) de los perpetradores. El pueblo está dividido, destrozado, a causa de la garra del narcotráfico y el crimen organizado.

Cuando narro estos hechos, unos días después de haber ocurrido la tragedia, los jóvenes perpetradores aún seguían vivos, en libertad; los padres y madres seguían consternados, enfurecidos, pero, al mismo tiempo, con miedo. Las autoridades parecían seguir rebasadas. Los narcos, huachicoleros y delincuentes siguen con sus actividades.

mexico olvidado
Imagen: Vanguardia.

El origen de la tragedia

Este terrible acontecimiento sucedió, como mencioné antes, en un poblado marginado donde hay pocas posibilidades de tener un empleo digno, donde hay poca o nula atención para el cuidado de la salud, donde las escasas instituciones educativas no logran sus objetivos, donde las viviendas son precarias, y donde no hay empleo u oportunidades de desarrollo local más allá de trabajar en las empresas agrícolas cercanas con bajos salarios y amplias jornadas de trabajo.

El escenario de esta tragedia, de esta historia de horror, es ese México olvidado por décadas donde, como muchos otros poblados de nuestro país, se ha convertido, con los años, en un terreno fértil para que germinaran actividades delictivas y para que el crimen organizado capturara el interés de los jóvenes.

Cuando la juventud no tiene expectativas de vida, cuando no hay oportunidades reales y duraderas para tener un futuro halagüeño, ellos y ellas buscan opciones y soluciones en lo que vislumbran como alternativas a su miserable presente. La venta y el consumo de drogas es una de éstas. Una vez que los jóvenes incursionan en este mundo es “fácil” que transiten hacia actividades atroces como las de la historia de horror que aquí narro. Es inconcebible que los perpetradores de tan atroz crimen sean jóvenes, conocidos y hasta familiares de las víctimas. Pero es cierto. Es parte de esta realidad que cada vez tenemos más cerca. Es parte de un México que ha quedado al olvido de políticas públicas eficaces; es parte de un México producido por la injusticia; por la marginación y la pobreza, pero, sobre todo, por la insultante desigualdad que vivimos.

El México olvidado se ha convertido en un México al borde de la putrefacción y ese México está cada vez más cerca, porque cada vez hay más Mexicos olvidados que, en algún momento, si no se logran transformaciones reales, se convertirán en un México cuyo estado de descomposición hará imposible si quiera pensar en un futuro promisorio. Ahí es donde estamos. Ahí es donde se cierra ésta y muchas historias de horror que nos laceran como país. Ahí nos encontramos, frente a la pandemia del nuevo coronavirus y frente a la epidemia del crimen y la inseguridad, pero también de la desigualdad y la falta de justicia social.


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Instantáneas del 2020. Afectaciones en la vida cotidiana y familiar a causa de la pandemia

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Este texto ha sido escrito a varias manos. Recoge la vivencia de jóvenes latinoamericanos estudiantes de posgrado que han coincidido en un espacio de formación-reflexión en la Universidad Nacional Autónoma de México– quienes nos relatan la forma en que sus vidas, sus rutinas y la vida en sus entornos más próximos y más lejanos se han visto afectados. Los autores son: Laura Andrea Ferro Higuera, César Armando Quintal Ortiz, Marissa González Ramírez, Aldo Iván Orozco Galván, Gloria García-Aguilar, José Andrés Villarroel López y Ana María Herrera Galeano. Mi papel ha sido tan sólo facilitar la coordinación de los relatos contados.    

Laura Beatriz Montes de Oca Barrera.


Los relatos que a continuación plasmamos reflejan “instantáneas” de nuestras vidas alrededor de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Como muchos jóvenes hemos sufrido, de manera directa o indirecta, la enfermedad y las repercusiones sociales, económicas y emocionales. El año 2020 ha quedado grabado en nuestras memorias y nuestra intención en este texto colaborativo es compartir vivencias que seguramente encuentran correlatos con las experiencias vividas por los lectores.

Al principio nos tomamos muy en serio las medidas sanitarias

Desde finales del mes de marzo de este año, como en diferentes países de la región, México comenzó a tomar medidas estrictas de confinamiento y distanciamiento social como estrategia para mitigar los contagios de la enfermedad Covid-19, esto conllevó que mi esposo y yo nos quedáramos en casa de manera permanente desde ese momento y hasta el mes de junio. Durante ese periodo, tratamos de salir lo menos posible, al punto de que ya ni siquiera durante varias semanas, particularmente yo, salía a la tienda más cercana. Creo que los dos nos tomamos muy en serio algunas de las medidas y recomendaciones que todos los días se publicaban en los periódicos, en las redes sociales o en la “hora de Gatell”.

Fueron instantes que, al recordarlos, creo que los dos nos tratábamos de informar continuamente para alimentar la esperanza de que en pocas semanas esto iba a terminar. Sin embargo, iban transcurriendo las semanas y las fechas tentativas de apertura se iban recorriendo: primero se tuvo contemplado regresar a una “nueva normalidad” en mayo, después a mediados de junio y, al ver que los niveles de contagios no cesaban, ya no se continuó estipulando una fecha del fin de la pandemia.

esperando fin de la pandemia
Imagen: Lisk Feng.

La necesidad económica y el encierro

A principios de la pandemia, durante los primeros días de abril, la comunicación con mi familia en Yucatán fue a través de llamadas telefónicas y videollamadas. Mi mamá decía que los comercios y los centros religiosos cerraron sus puertas y que las calles se percibían desoladas. El mercado, corazón de la ciudad, también clausuró sus entradas, en parte porque fue precisamente este lugar donde se avivaron los contagios. En ese tiempo, la mayoría de las personas acataron la regla de permanecer en casa, pero, la necesidad económica los forzó posteriormente a abandonar el encierro.

Los comerciantes ocuparon banquetas y las partes delanteras de las casas se adaptaron como espacios para ofrecer frutas y verduras. Otra característica notable en esa pequeña ciudad fue que las redes sociales jugaron un papel importante como plataforma para ofrecer alimentos u otros servicios. Los comerciantes, que antes del Covid-19 recurrían a relaciones convencionales de comercio, cara a cara, adoptaron las redes sociales, en especial Facebook, como mecanismo para ofrecer sus productos y servicios y disminuir los impactos negativos de la contingencia sanitaria en sus entornos familiares.

Espacio, vivienda y encierro

Vivir en un departamento de 65 m² con otras dos personas es todo un desafío a la capacidad de convivencia, al estado de ánimo y a la privacidad. La excusa que teníamos antes del Covid-19 resultó ingenua: el espacio es suficiente, pues nuestro día a día se desarrolla principalmente fuera del departamento. Con la contingencia sanitaria, el departamento, la vivienda y la casa se adaptaron como espacios óptimos para nuestras actividades económicamente remuneradas. Ello nos da una pista de qué tan importante son esas actividades, al fin y al cabo, son las que nos permiten pagar una renta y acceder a los alimentos, una suerte, debe decirse, que no muchos tienen. La estrechez del departamento se volvió mucho más obvia durante los meses de abril, mayo y junio, al grado que decidimos mudarnos a otro lugar. Nuestra decisión también se animó por la creciente oferta de departamentos que abandonaron las personas que retornaron a sus entidades de origen.

Septiembre y octubre fueron meses en que mis amigos y yo nos dedicamos a buscar un departamento. La experiencia fue cansada e interesante. Me sorprendió cómo la pandemia afectó la dinámica de rentas de departamentos y cuartos para estudiantes y trabajadores en Ciudad de México, muchas personas perdieron sus trabajos o se les recortó su salario, por lo que pagar una renta se volvió inviable. Los anuncios de “renta” o “venta” aumentaron en la colonia. En ese proceso encontramos arrendatarios flexibles y empáticos ante la situación económica que desencadenó la pandemia pero, también, arrendatarios inflexibles, desconsiderados y poco solidarios.

mudarse en cuarentena
Imagen: Grace Wu.

Saturación y organización del tiempo en el encierro

Durante este tiempo de pandemia, en el caso de mi entorno familiar, conformado por mi compañero, su hijo, nuestra perrita y yo, el estar insertas la mayor parte de nuestras actividades en los ámbitos académico y de docencia nos ha permitido, afortunadamente, permanecer más tiempo en casa y salir únicamente a lo indispensable, continuando con nuestras tareas desde casa haciendo uso de la tecnología. Sin embargo, esto ha devenido también en una serie de situaciones a las que nos hemos ido adaptando los miembros del hogar. Uno de los mayores problemas que enfrentamos en casa diariamente es lo relativo a la organización y administración de nuestro tiempo. Contrario a lo que pensamos al inicio del confinamiento, que tendríamos más oportunidades para realizar actividades lúdicas dentro de casa, esto no ha sido así.

Hemos vuelto a realizar las labores que hacíamos antes de la pandemia, pero ahora desde casa y en condiciones más complejas, las cuales implican la necesidad de dominar las herramientas tecnológicas, por lo que demandan más tiempo para llevarlas a cabo. Vivimos pues en una saturación constante de actividades a distancia que nos ha llevado a una acumulación de tareas y trabajo, sin mencionar el aumento de los quehaceres domésticos, como sucede en toda casa en la que todos sus miembros permanecen más tiempo en ella.

Vivir desde el miedo, la nostalgia y la incertidumbre

Poder estar encerrado es un privilegio cuando otras personas se ven obligadas a salir de casa para poder sobrevivir, ya que deben exponerse continuamente a un contagio al viajar diario en transportes atestados. Así, por extraño que suene, tengo el privilegio de poder estar encerrado. Pero mi pareja no. Ella, enfermera, ha vivido desde el miedo: a estar expuesta a la enfermedad en su trabajo, a que sus compañeros y compañeras enfermen, a trasladar la enfermedad a casa. De mi parte, el miedo a la infección disminuyó un poco al reducir mi exposición a noticias e información sobre el desarrollo de la pandemia, sin embargo, es imposible que se vaya del todo cuando me enfrento a la imposibilidad de abrazarla cuando llega a casa. Su exhaustivo proceso de limpieza y desinfección antes de poder saludar es un recordatorio diario de que el problema es real.

Por lo tanto, en mi vida familiar, el mayor impacto del Covid ha sido a nivel emocional: miedo, de ver las cifras cada vez mayores de contagios y decesos, de salir a la calle, de desconfiar de cada persona al verla como potencial fuente de contagio; nostalgia, por estar alejado de personas queridas, por la pérdida de un estilo de vida, por no poder volver a mi ciudad natal; incertidumbre, por no poder saber qué tan cerca está el final; pesar, por el alejamiento de las personas, por tener que estar a la distancia, porque un abrazo, antes una muestra de afecto, es ahora un factor de riesgo.

encierro y pandemia
Imagen: Nate Kitch.

Consecuencias del encierro en adultos mayores

La parte de la familia que yo integro inició la cuarentena reportando desde cuatro ciudades diferentes: Pereira y Bogotá, Colombia; Ciudad de México, México; y Los Ángeles, California. Por la edad avanzada de mis tíos, ejes de la familia, la cuarentena comenzó con los achaques y padecimientos propios de su adultez y con la noticia de que todos eran población de riesgo. Las medidas de aislamiento iniciaron con las restricciones de movilidad severas impuestas a las personas adultas mayores, en contra de las cuales mis familiares se quejaban y protestaban. Manifestaban su resistencia desobedeciendo cotidianamente las imposiciones con alguna salida, algún encuentro.

Después de esta etapa de alarma y control a los adultos mayores, vino el momento de acompañar las consecuencias del encierro, el deterioro en la salud de mis padres y tíos. La falta de movilidad hizo aún más lentos sus movimientos, sus cuerpos más pesados y menos flexibles, acentuando su edad en cada paso para transformar las actividades de la casa en retos cotidianos, que los jóvenes muchas veces no vemos: subir las escaleras, bañarse, calentar el agua para el café, tender la cama. Movimientos anodinos que cobraron especial importancia y que evidenciaron su vejez y el desgaste físico y emocional que esta provoca.

Duelo familiar y retos tecnológicos

Una de mis tías paternas falleció, junto a mi tío político y mi primo mayor por Covid. Una familiar de la infancia de mi madre falleció y varios hoy se encuentran hospitalizados. Debido a la enfermedad, los cuerpos no son entregados a los familiares tras casi 20 días, ninguno de los ellos recibió visitas en los hospitales y las ceremonias fúnebres se reservaron para los hijos y personas que se encontraban en Bogotá. Además, mis padres son positivos de Covid y mi padre está hospitalizado en un pabellón de medicina interna en aislamiento, donde lleva alrededor de 10 días.

Todo este nuevo momento ha conducido a un reto enorme: la virtualidad fue el mecanismo para expresar el cariño y el duelo, a pesar de ser ajena a las maneras de comunicar de mis familiares. Mi madre lideró la formación digital en mi casa en Bogotá. Ella aprendió a usar Zoom para entrar a los rosarios y grupos de oración en favor de mi primo; aprendió a usar y comentar en YouTube para poder ver la transmisión de las misas fúnebres y la ceremonia de entierro de mis familiares; y extendió su uso del WhatsApp para comunicarse; actualmente recibe llamadas de parte de mis amigos y primos de diferentes ciudades para conocer el estado de salud de mi padre.

El nuevo coronavirus ha puesto a temblar esta estructura familiar. Seguro un nuevo momento vendrá que implicará recuperación y elaboración del duelo. A la distancia, ver los quiebres y grietas que han provocado estos meses no ha sido sencillo. Sin embargo, la mirada más amplia sobre las consecuencias de este temblor ha permitido ver la existencia de una red invisible que apoya a mis familiares, y la construcción de vínculos de familia que sobrepasan los lazos consanguíneos.

velorios en cuarentena
Imagen: The Economist.

El reto de ser madre durante la Pandemia del Covid-19

Después de diez meses comenzada la pandemia por Covid-19, como integrante de una nueva estructura familiar, los retos y oportunidades han sido significativos en la convivencia de 24 x 7. Por primera vez, durante estos escasos 5 años de matrimonio, fui madre, esposa y ama de casa al 100 por ciento. Nunca había tenido la responsabilidad total de mi hogar; esto gracias a la ayuda de manos amigas como mi madre, suegra y personal del hogar que me había apoyado para aligerar este extenuante trabajo.

Uno de los temas más complejos ante esta crisis sanitaria ha sido el desafío de poder ofrecerle a mi hija continuar con su tratamiento médico sin interrupciones. Ella sufrió un accidente cerebrovascular al momento de su nacimiento, lo que le ocasionó una “hemiparesia del lado izquierdo de su cuerpo” esto es, una disminución motora que le afecta tanto en su brazo y pierna como en su desarrollo cognitivo, por lo que tiene que tomar terapia física, ocupacional y de lenguaje obligatoria para su recuperación. El problema radica en que las instituciones de atención en donde acudíamos para su rehabilitación fueron cerradas.

De esta forma, niñas y niños que viven con alguna discapacidad como mi hija han quedado invisibilizados y su tratamiento recayó en los familiares que, muchas ocasiones, no tenemos la capacitación ni los recursos adecuados para brindarle la atención requerida. Ante este escenario yo no podía quedarme de brazos cruzados y dejar que el tiempo pasara. Busqué ayuda, con todo el miedo y estrés ante lo que estaba aconteciendo. Afortunadamente, tuve la suerte de encontrar a tres especialistas que han ayudado a que mi pequeña tenga un avance significativo en estos meses de encierro, y a los que de una forma humilde y sincera reconozco en este texto: Lulú, Joelito y Vero, como les nombra mi pequeña. Su trabajo, literalmente, trasforma vidas: inciden de forma positiva en los hogares en los que trabajan. En nuestro caso nos enseñaron el valor del trabajo en equipo y la importancia de la constancia para una pronta recuperación.

Unión y apoyo familiar durante la pandemia

Si bien, dentro de todas las familias la pandemia provocó desajustes, creo que lo importante es mantenerse unidos y brindarse un apoyo constante. El estar confinado me permitió reflexionar y pasar más tiempo junto a mi familia, porque si bien en tiempos pre-pandémicos estos espacios familiares existían, en diversas ocasiones se veían interrumpidos por compromisos personales y académicos, que lamentablemente eran ineludibles. Así, la pandemia me ayudó a replantearme una serie de preguntas: ¿quién soy?, ¿qué quiero? y ¿de dónde vengo?, las cuales muchas veces en nuestro cotidiano de “tiempos normales” desaparecen o son poco cuestionables.

La convivencia familiar: reto y apoyo

Comencé el confinamiento en familia, platicamos sobre nuestros planes a seguir para los cuidados que se nos indicaba por todos los medios, es decir: no salir a no ser que fuera primordial, el uso de cubrebocas y de gel antibacterial, guardar la distancia si estábamos en público, restringir o evitar las visitas, desinfectar superficies y todo lo proveniente del exterior antes de entrar a la alacena, desinfectar el efectivo y tener un plan de emergencia por si alguien resultaba infectado.

Todo esto fue un poco complicado al principio, puesto que hacía algunos años que no vivíamos todos juntos, además de que nos quedábamos en casa todo el día por varios días. No obstante, me percaté de que la convivencia familiar, a pesar de las diferencias propias de vivir juntos, me ayudaba a sobrellevar la incertidumbre de la situación y los sentimientos negativos que desarrollé como la ansiedad y el estrés ante un hecho que era ajeno a mi control y del cual sólo me quedaba aceptar y adaptarme.


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Desinformación, falsos remedios y teorías conspirativas sobre la pandemia

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Es innegable la preocupación que nos suscita –o debería suscitar– el incremento en las cifras sobre contagios y muertes relacionadas con la enfermedad del Covid-19. De manera particular –aunque no exclusiva– nuevamente en México estamos en cifras rojas; y es que, además de la agravación por la temporada otoño-invierno en el hemisferio norte del planeta, la desinformación, el hartazgo sobre el encierro, la disminución de controles sanitarios y la creencia en teorías conspirativas y falsos remedios, son algunos de los factores que están empeorando la situación. Un caso notoriamente alarmante sobre este último factor lo vimos hace unos días cuando nos enteramos de que un alcalde en Coahuila dará tratamiento de dióxido de cloro a pacientes con Covid.

Dentro del espectro de teorías conspirativas para explicar la existencia/inexistencia del virus y la pandemia, así como de falsos remedios para atender, prevenir o, incluso, curar la enfermedad está la ingesta de sustancias como el dióxido de cloro. Desde que a inicios de año comenzamos a tener noticias sobre la enfermedad y el nuevo coronavirus, circularon en redes sociodigitales “explicaciones” sobre el origen y las causas de lo que entonces aún no se configuraba como una pandemia, pero sí como una epidemia localizada. También proliferaron mensajes sobre posibles curas y remedios. Esas narrativas comparten argumentos –a veces contradictorios– sobre la inexistencia de la enfermedad y del coronavirus, sobre su falsa gravedad epidemiológica, o bien, sobre la existencia de un grupo de personas poderosas que crearon –de manera ficticia o real– la enfermedad o el virus y que, con ello, se verán beneficiados.

teorias conspirativas covid
Imagen: David Robles.

Haciendo una búsqueda en distintos portales de Internet podemos ubicar, al menos, dos tipos de teorías conspirativas: aquellas que identifican al coronavirus y la pandemia como un instrumento para favorecer intereses políticos; o también, como un invento del gran capital o la élite política para favorecer sus intereses económicos. Recordemos que, en términos generales, una teoría conspirativa es aquella que refiere a la existencia de complots o acciones secretas y malintencionadas gestadas por dos o más actores poderosos. Bajo estas premisas, desde distintas latitudes se han esgrimido las más bizarras interpretaciones sobre el virus, la pandemia, las medidas sanitarias y las formas de “cuidarnos” o “atendernos” frente a un posible contagio.

Considerando la tipología referida, en distintas modalidades encontramos teorías conspirativas que caracterizan al virus como un invento de las grandes farmacéuticas o de otros “villanos” corporativos, como Bill Gates, o bien como consecuencia del uso de la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil (Red 5G). Todo ello para favorecer interese económicos particulares. También hay otras teorías que ven en la pandemia un medio para ampliar el control político de ciertas élites o ciertos países. Ahí están las argumentaciones que culpan, por ejemplo, al gobierno chino o, en el otro espectro, al gobierno estadounidense por crear un arma biológica para combatir a sus enemigos y controlar al mundo. Asimismo, están las argumentaciones que ven el uso de tapabocas, ahora, o de vacunas, después, como una forma de control -y no de cuidado- sobre la sociedad.

Además de las teorías conspirativas, también encontramos “remedios” que van desde lo más inocuo, ingenuo y poco peligroso, hasta los que pueden ocasionar daños importantes en la salud. Ahí están remedios que hablan de las bondades en la ingesta de vitamina C o de potasio, por lo que se sugiere consumir cítricos y plátanos; pero ahí también se hallan aquellos que sugieren el consumo de plata coloidal, solución mineral milagrosa, dióxido de cloro o hidroxicloroquina.

Entre un gran etcétera de teorías conspirativas y supuestos remedios, es importante reflexionar sobre sus posibles causas y las consecuencias que esto está teniendo. Tanto las teorías conspirativas como la difusión de falsos remedios tienen alcances importantes en la realidad. Un caso lo vemos con el alcalde que quiere dar tratamiento de dióxido de cloro a los enfermos. En otros países la creencia en estas teorías también ha generado agresiones contra la infraestructura de telecomunicaciones o actos de violencia hacia personal de esas compañías; así como resistencia por usar tapabocas en espacios públicos e, incluso, agresiones contra quienes lo usan o piden hacerlo.

bil gates covid
Imagen: GettyImages.

Pero ¿cuál es el anclaje de la proliferación de estas teorías y de los falsos remedios? Una posible interpretación podría decirnos que estas narrativas forman parte de una actitud generalizada de desconfianza hacia las instituciones políticas y económicas; es decir, hacia los gobernantes, hacia las grandes empresas y, en suma, hacia esa élite mundial a la que se le ve como un Leviatán que busca obtener ganancias y satisfacer sus propios intereses a costa de lo que sea. También forma parte de la desinformación o la falta de información precisa que hemos vivido desde que empezaron a conocerse los primeros contagios.

En un ambiente de desconfianza, incertidumbre, miedo y falta de control sobre nuestras vidas, las teorías conspirativas y los falsos remedios encuentran su “caldo de cultivo”. La gente busca explicaciones y soluciones a lo que está viviendo. Eso difícilmente lo vamos a encontrar en las explicaciones científicas. Los hallazgos basados en investigación científica generan conocimiento de manera gradual y en el camino hay errores, falsos diagnósticos y explicaciones parciales que no dan soluciones inmediatas. Por ello es entendible –aunque no justificable– que estas narrativas tengan tantos adeptos. Pero una cosa es que haya “consumidores” ávidos de tener explicaciones que les den tranquilidad a sus vidas, pero otra es que haya personas que, desde intereses muy particulares, crean este tipo de narrativas. Ahí la motivación pasa, incluso, por la cuestión económica o política.

Quienes producen, difunden y reproducen estas narrativas, tienen intereses o motivaciones particulares que pueden ir desde aspectos psicológicos (narcisistas), la búsqueda de una ganancia económica (con la comercialización de ciertos productos), y hasta el interés por obtener un beneficio político (electoral o gubernamental) frente a los posibles votantes o a los gobernados. Por ello es importante tener consciencia de la complejidad de un fenómeno social del que nadie está a salvo: todos podemos ser “víctimas” de estas teorías y falsos remedios.


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“Aquí muy poca es la gente que tiene información sobre la pandemia. Muy poco, ¿por qué? pues porque no todos tenemos la posibilidad de tener un teléfono, una tele. Y de verdad pues sí, en muchas familias están así como que: ‘si existe o no existe’. Cuando uno pregunta pues se le da la poca información que se adquiere en la red. Y a veces pues en las redes sociales son muy confusas las informaciones. (…) En cuanto al gobierno, pues el gobierno su labor debería de ser venir a vocear a las comunidades, informar a las comunidades de todo el proceso que lleva la pandemia. Pero, prácticamente sus informaciones sólo las tienen en el municipio, me imagino, pero en las comunidades, en las agencias más retiradas pues no se ve nada de ellos”.
(Entrevista, agosto, 2020).

Éste es el testimonio de una mujer que, como muchas tantas, vive en alguna de las serranías del país; en ese “México profundo” donde las fuentes de información tienen poca calidad o donde lo que reina es la desinformación. Ya sabemos que nuestro país se caracteriza por tener una geografía sociopolítica y económica donde hay vastas regiones, no sólo rurales, también urbanas, marginadas de servicios e infraestructura pública, lo cual entorpece la comunicación, la creación de capacidades y, ya no digamos, la formación de gobiernos y ciudadanías informadas y responsables, cuya acción e interacción pública esté orientada a garantizar el bien común.

Sociedades marginadas
Imagen: México Nueva Era.

En esta columna quisiera hacer una reflexión general sobre los retos que tenemos como sociedad, frente a situaciones de desinformación y falta de información, las cuales agravan problemas como el que actualmente estamos viviendo con la pandemia. ¿Qué se espera que hagan las poblaciones alejadas, marginadas, para cuidar su salud, si no cuentan con las mínimas condiciones de información? En una geografía con tales características los relatos que desinforman, que dan soluciones poco probadas, que generan alarma, o que minimizan (o niegan) el problema, no ayudan a enfrentar la crisis sanitaria que enfrentamos.

Eso tal vez explique que, en nuestro país, al igual que otros tantos con características sociales, políticas y económicas similares (con grandes índices de marginación y bajo desarrollo humano) y en contraste con otros países con economías más sólidas, las cifras de contagios y defunciones por Covid-19 no han variado mucho desde el inicio de la emergencia sanitaria. Nos mantenemos en cifras rojas, aunque eufemísticamente se nos dice que pasamos a semáforo naranja. La gente sigue contagiándose, la gente sigue muriendo, la gente continúa saliendo de sus casas por desinformación, por mala calidad de la información o porque necesita hacerlo -simplemente porque muchos no se pueden dar el “lujo” de no trabajar–.

Frente a ello es importante crear alternativas organizativas desde la ciudadanía. Porque las lógicas gubernamentales difícilmente van a cambiar si no hay un impulso externo que las pueda sacar de la inercia que las mueve desde hace muchas décadas. En México existen pocas Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), en 2018 apenas había 40 mil registradas en la base de datos de la extinta Secretaría de Desarrollo Social; y si bien son muy diversas –por lo que difícilmente podemos generalizar su labor–, existen múltiples casos exitosos desde donde se ha promovido el desarrollo de proyectos productivos, la lucha por los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social, la formación de ciudadanías activas, la democratización político-electoral, el fomento de gobiernos responsables o la transparencia en la información pública. Las acciones de estas OSC muchas veces se anclan en aquellas regiones marginadas donde, como lo muestra la cita inicial de esta columna, las condiciones de vida se dificultan en situaciones excepcionales como la que vivimos desde hace ya ocho meses y, la cual, parece que va a continuar varios meses más.

regiones marginadas
Imagen: Otras Voces.

Aquí quisiera mencionar, a manera de ejemplo, el quehacer de una OSC que trabaja en regiones marginadas con población indígena y, desde hace diez años, ha impulsado proyectos de desarrollo comunitario para mejorar las condiciones de vida de las familias, así como fomentar ciudadanías activas. En particular, entre 2017 y 2018, impulsaron una escuela municipal para formar líderes, hombres y mujeres, que ayudaran a potenciar el desarrollo desde las necesidades y condiciones de las propias comunidades. Uno de los resultados de ese ejercicio está impactando ahora positivamente entre la gente que habita en esa geografía marginada. En palabras de un hombre:

“Con la experiencia de la escuela, lo que vi y aprendí, ahorita puedo comunicar más con la gente, en algo que la gente me pregunte. Lo que está pasando en cuestión de la pandemia, por ejemplo, si no tuviéramos ese conocimiento y si no supiéramos también que nosotros tenemos que buscar información y ver lo que realmente está pasando porque hay muchos comentarios, muchos rumores por lo que está pasando y hay gente que sigue en no creer lo que está pasando. Además, pues a nuestros gobiernos no les interesa, no están difundiendo esta información de lo que está pasando; entonces nosotros, en mi experiencia, lo que yo he investigado y lo que yo he estado viendo de la pandemia pues es lo que yo comunico. Y he estado haciendo algunas acciones, por ejemplo, hacer los letreros para que la gente se quede en casa y ver la manera de buscar más información”.
(Entrevista, agosto, 2020).

Este caso nos muestra que el trabajo desde la sociedad civil organizada puede gestar cambios mediante la construcción de capacidades entre la población más desfavorecida a fin de que sean ellos mismos agentes del cambio en sus propias comunidades. Ésta es la esencia del trabajo de muchas organizaciones: sembrar la semilla del cambio en los grupos sociales. A veces esa semilla cae en terreno fértil y crece, a veces no. Pero, lo importante es que las organizaciones sigan haciendo este trabajo para contribuir a generar bien común en aquellas poblaciones que siguen viviendo al margen.


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Desde una nueva mentalidad económica. Ideas para reflexionar después de la pandemia

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Sin duda la pandemia de Covid-19 ha significado un cambio importante para buena parte de los habitantes del planeta. De alguna u otra manera hemos modificado nuestras vidas. Ya sea por las medidas implementadas públicamente para disminuir el riesgo sanitario (mediante el encierro social obligado o voluntario y la disminución o cierre temporal de actividades económicas); o bien por las adaptaciones que en el ámbito privado hemos estado haciendo para seguir con nuestras vidas (a través de la educación a distancia, el trabajo desde casa, o las compras en línea). Aunque es cierto que también hay amplios sectores sociales que, por su situación de precariedad o marginación socioeconómica, no han modificado en mayor medida sus vidas (por ejemplo, la gente que vive en las calles, quienes dependen de la economía informal o las poblaciones que viven alejadas de los centros urbanos). No obstante, para todos, en alguna medida, se ha trastocado la vida como la teníamos antes de la pandemia.

Estos cambios pueden ser pasajeros. Hace unos días escuchaba una mujer que clamaba estar ansiosa por regresar a sus actividades tal cual eran antes de la crisis sanitaria: “daría cualquier cosa porque mi vida fuera como antes”. ¿En serio? -Pregunté en silencio. ¿Realmente queremos regresar a la vida que teníamos antes de la pandemia? Acaso el momento actual no nos ha hecho reflexionar sobre lo que teníamos, lo que no teníamos y lo que quisiéramos o deberíamos tener. Frente a los momentos difíciles actuales, con más de 20 millones de personas infectadas y casi ochocientos mil decesos en el mundo, no podemos dejar de hacer un alto para replantearnos la forma en que estamos caminando como especie. Desde mi perspectiva, no podemos regresar a nuestra vida como si nada hubiera pasado. Tenemos que anclar los cambios que actualmente estamos experimentando en modelos de vida más sustentables, menos nocivos, más reflexivos, menos invasivos, más armónicos, menos destructivos.

Los cambios pueden ser a nivel micro, meso y macro. Pueden impactar en la vida de los individuos, de las comunidades, de los países, de las regiones y de todo el planeta. Los cambios también pueden ser duraderos. Pueden ser transformaciones significativas, tanto en el ámbito público como en el privado. Por mencionar un ejemplo, pensemos en la transformación que, en algunas ciudades europeas como Ámsterdam, ya están contemplando para reactivar sus economías.

nueva mentalidad economica
Ilustración: Nexos.

La propuesta se conoce como “el modelo de la dona” y consiste en prosperar como sociedad de forma justa. Para ello se plantean dos tipos de límites. Los límites planetarios o externos para mantener la estabilidad del sistema tierra y los límites internos para garantizar las necesidades básicas e irrenunciables del ser humano (comida, agua, sanidad, energía y educación, así como igualdad y representatividad política). Entre ambos límites (interno y externo) se genera una franja de confort, de bienestar social y ambiental (gráficamente esto se ve como una dona, de ahí su nombre). El objetivo de este modelo es evitar la autodestrucción actual y para ello la economía debe fundamentarse en el bienestar y no en el progreso. En otras palabras, esto implica incorporar los derechos humanos en el sistema económico para generar acciones y estrategias basadas en un bienestar compartido y limitado y no en un crecimiento ilimitado e inviable (SWC, 2020).

Este modelo fue presentado como un documento de trabajo de Oxfam internacional en 2012. Posteriormente tomó protagonismo en la Asamblea General de la ONU y fue un referente para el movimiento social Occupy London. Su creadora, la economista británica Kate Raworth (Londres, 1970) del Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford, plantea necesario retomar la idea de la economía como “el arte de gestionar el hogar”. Para ello se tiene que transformar la mentalidad económica a fin de advertir la interdependencia que existe, por ejemplo, entre el sistema de producción y de distribución, esto es, entre la economía, la salud y los recursos del planeta: “Todos los economistas deberían repensar los indicadores del mundo en el que vivimos y plantearse cómo manejamos nuestros recursos planetarios. Este debería ser el punto de partida: la naturaliza es inherente a la economía […] Hay que plantearse qué tipo de mentalidad económica, instituciones, políticas y estructuras hacen falta para ello”. Esto implica “poner por delante el bienestar humano y planetario y la salud de ambos” (palabras de la economista en una entrevista realizada por Belén Kayser para la revista Ballena Blanca).

Uno de los puntos básicos de esta propuesta es cambiar la medición de crecimiento económico del PIB: “El Producto Interior Bruto pertenece a lo que yo llamo economía del siglo XX, es una forma de medir la producción con la que [economistas y gobernantes] llevan obsesionados desde 1930. Aquel indicador de progreso resultó útil [en su momento]: sirvió para compararse con otros países […] para incentivar la competitividad y seguir creciendo”. Pero, esta medición, en palabras de Raworth, también se ha utilizado “para justificar desigualdades extremas de renta y la destrucción del medio natural. Hay muchos aspectos limitantes en esta forma de pensar”. En lugar de ello, la economista británica propone medir no el crecimiento económico, sino la prosperidad humana (Kayser, 2020).

nueva mentalidad economica
Ilustración: Irene Rinaldi.

Para lograrlo, dice, “Hay que pre-distribuir las fuentes del crecimiento y de conocimiento”. Por ejemplo, ayudar a que la propiedad de energías renovables sea compartida para que las comunidades sean copropietarias. “El crecimiento de las licencias de código abierto son conocimiento de forma distributiva; en cuanto a la vivienda, apoyar un modelo más distributivo, por ejemplo, mediante cooperativas”. Otra forma de alcanzar los objetivos que establece el modelo de la dona implica que los agentes económicos (empresas) se transformen, lo cual “va a ser costoso”. Por ejemplo, “el rediseño que plantea el donut consiste en que las compañías podrían empezar a vender servicios en vez de productos: iluminación en lugar de bombillas” (Kayser, 2020). Esto implica modificar la mentalidad económica centrada en la ganancia de la empresa en el corto plazo; en el extractivismo y la obsolescencia para dar paso a una mentalidad que contemple esfuerzos sostenibles y regeneradores. En otras palabras: “Obtener el mayor retorno y beneficios posibles debe dejar de ser la meta. Y la base debe ser la protección ambiental, [esto] no puede ser algo accesorio”.

El modelo implica, en suma, una “reforma profunda”. El objetivo de la economía basada en el modelo de la dona gira en torno a revertir la diferencia en el acceso a los recursos planetarios y a la riqueza. Ése es uno de los principales propósitos del modelo: “crear una economía regeneradora” que contribuya a “reducir la brecha” de desigualdad para “eliminar los extremos en el bienestar”. Tal como se está planteando en la capital holandesa, el momento actual parece ser una oportunidad para replantearnos la forma en que hemos estado haciendo las cosas como sociedad.

El ejemplo que aquí he reseñado representa es una muestra de que sí podemos promover cambios más duraderos, más significativos; que nos lleven por un sendero de bienestar compartido y nos aleje de aquél que hemos ido transitando hasta ahora, donde los privilegios de unos se traducen en desventajas y violación de derechos de una gran mayoría. Dejemos de ansiar regresar a la otrora normalidad para que juntos, ciudadanos, empresas, académicos, gobernantes, medios de comunicación, todos, contribuyamos para plasmar cambios duraderos y significativos en nuestras vidas y en las vidas de las generaciones futuras.


Referencias:
· Kayser, Belén (16 de abril de 2020), “Kate Raworth, economista: «La ‘economía del donut’ satisface las necesidades de todas las personas, pero dentro de los límites del planeta»”, elDiario.es.
· SWC – Sustainability Worldwide Center (abril, 2020), “Ámsterdam adoptará el modelo ‘donut’ para reparar la economía posterior al coronavirus”, Sustainability Programme.


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¿Afrenta a la masculinidad? Paternidad durante la pandemia

Lectura: 5 minutos

Para todos los varones que, transformando su masculinidad
frente al reto que nos presenta la actual pandemia,
asumen nuevos roles en su paternidad confinada.

La crisis sanitaria que padecemos ha modificado la vida de las familias en el mundo. La cuarentena vivida en varios países ha hecho que padres, madres e hijos se mantengan dentro de casa. Esto ha repercutido en la transformación de roles en el núcleo doméstico. En una contribución anterior a esta columna comentaba cómo las madres trabajadoras, además de su jornada laboral fuera o desde casa, deben hacerse cargo del trabajo doméstico, así como de la crianza y enseñanza de los pequeños que no van a la escuela.

En mayor o menor medida, estos cambios también han impactado la vida de los padres. En esta ocasión, y como parte de la celebración del día del padre, quisiera hacer una reflexión sobre el ser padre durante la crisis sanitaria y lo que esto significa para la masculinidad. Mi reflexión se basa en lo que he visto, vivido y oído en mi cotidianidad confinada.

Transformación de la masculinidad

Un padre, producto de la crisis económica generada por la pandemia, se ha quedado sin empleo. Desde hace unas semanas él y su hija de tres años dependen del ingreso de la esposa, quien tiene que trabajar desde casa. Ella debe atender múltiples reuniones virtuales y preparar documentos de trabajo para ser discutidos con sus colegas y jefes. Tiene poco tiempo para cocinar, limpiar y cuidar a su hija. Entonces él es quien debe cubrir estas responsabilidades. Ante la falta de apoyo externo, el padre debe levantar a la niña, hacerle el desayuno, prepararla para que tenga su clase virtual, jugar con ella, hacer la comida para los tres. Después de comer, nuevamente, debe entretener a la pequeña debido a que la mamá tiene que seguir con su jornada de trabajo hasta las seis de la tarde.

paternidad durante la pandemia
Ilustración: Janna Morton.

Otro padre tiene que modificar su dinámica de trabajo para ayudar a su esposa en la crianza y el cuidado de los dos pequeños que tienen, un recién nacido y una niña de dos años. Él ya no tiene tiempo para hacer ejercicio, leer el periódico o hacer una jornada laboral de ocho horas. Ahora debe sortear el trabajo no asalariado con su trabajo asalariado. Papá y mamá intercambian días y horas, entre el cuidado de los niños y el trabajo de ambos. La madre también trabaja desde casa o, al menos, eso intenta. Un par de horas, por el día o la tarde, él cuida a los niños mientras la mamá trabaja. A la hora de comer él alimenta a la niña mientras la mamá hace lo propio con el más pequeño. En la noche él se encarga de dormir a la pequeña mientras la mamá se ocupa del bebé.

En otra familia, ambos padres han quedado desempleados por la crisis generada a causa de la pandemia. Mientras la madre se encarga del cuidado y la crianza de sus dos hijos, un niño de cinco y una niña de dos, el papá ha estado buscando opciones para generar ingresos. Es buen cocinero, así es que se ha lanzado a hacer conservas y encurtidos para ofrecer en el vecindario. Parece que la estrategia económica está resultando exitosa, ya tiene los primeros pedidos.

Una escena más nos muestra una familia donde el otrora padre ausente ahora está, al menos físicamente, presente en el hogar. En esa familia el padre diario salía a trabajar desde temprano, regresando a altas horas de la noche, por lo que sólo interactuaba con sus dos hijos –uno de seis y uno de tres– los fines de semana. No obstante, ahora, con el confinamiento social, este padre debe trabajar desde casa. Esto ha hecho que su rutina se transforme. Si antes consumía tres o cuatro horas en total para trasladarse a su oficina, ahora ocupa ese tiempo para convivir con sus dos hijos. Asimismo, ahora él desayuna, come y cena con ellos y su esposa. Esto, sin duda, ha transformado su rutina, sus hábitos, sus gustos y disgustos. El padre ausente se ha vuelto un padre presente. Si antes era fácil “escapar” de su dinámica familiar con el trabajo, ahora no hay pretexto para no convivir con sus hijos.

Estas ilustraciones de la vida cotidiana nos muestran cómo se modifica la masculinidad de éstos y otros tantos padres en México y el mundo. Debido a que los que aquí retrato son hombres de entre 40 y 50 años, ellos no fueron educados para cuidar y criar niños. Lamentablemente, los tradicionales roles de género aún marcaron su masculinidad: no jugaron nunca con muñecas, pero ahora deben hacerlo para entretener a sus hijas; y, además, deben asumir las tareas de cuidado y crianza que a las niñas se les suele inculcar desde pequeñas. Para ellos, sin duda, es un reto no menor. Su masculinidad se ve comprometida, amenazada… pero están aprendiendo a que siguen siendo “igual de hombres” si no son ellos los proveedores del hogar, si son ellos los que deben cuidar a los hijos, si son ellos los que han de cambiar pañales, si son ellos los que deben jugar a las muñecas.

paternidad
Ilustración: Sua Balac.

Obviamente estas situaciones dejan fuera aquellas familias donde, lamentablemente, los varones no están interesados en transformar su masculinidad para asumir nuevos roles de paternidad. Ahí están los miles de varones que se tornan en una amenaza para las esposas, los hijos y demás familiares que comparten el hogar. Frente al estrés que puede traer el confinamiento, así como al mal manejo de las emociones, estos varones son el enemigo en casa. De ahí que en esta cuarentena hemos visto de manera alarmante la forma en que, en México y América Latina, han crecido las denuncias por violencia intrafamiliar.

Criando nuevas masculinidades

En suma, estas experiencias nos deben dejar una lección para quienes ahora estamos criando hijos e hijas. No podemos seguir reproduciendo estereotipos de género donde los varones no se hagan cargo de labores domésticas, de la crianza de los niños o el cuidado de adultos mayores y enfermos. No podemos seguir pretendiendo que éstas son labores exclusivamente de las mujeres. Además, debemos trabajar con las emociones de nuestros hijos varones a fin de que en un futuro puedan controlar sus miedos, enojos, angustias. Crisis como la que estamos viviendo nos muestran cuán vulnerable somos como especie. La separación de roles y el encapsulamiento de las emociones no nos sirve cuando nos vemos amenazados por situaciones de riesgo y vulnerabilidad como la actual.

No podría asegurar que los padres que ahora están asumiendo estas labores las disfruten. Lo que debemos asegurar para el futuro es que los varones estén preparados para disfrutar tanto el cuidado de los niños como el trabajo en una oficina. Tendremos que enseñar a nuestros hijos e hijas el valor de ambas tareas: aquellas que se hacen fuera de la casa y aquellas que se hacen dentro. No podemos seguir descalificando el trabajo doméstico –aquel que incluye mantener una casa en orden y también el que se hace con la crianza y cuidado de hijos y otros familiares– a expensas del trabajo profesional o de algún otro oficio extradoméstico. Tenemos que inculcar en las niñas y los niños el valor que tienen ambos esfuerzos.

De esta forma estaremos criando mujeres y hombres más plenos, más completos, capaces de afrontar crisis como la que vivimos.


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