Juego de Ojos

Visita al palacio verde

Lectura: 7 minutos

Un felino enorme y metiche. Un sujeto duro y descorazonado que hace pareja con otro blandengue y pocoseso. Un diminuto can y una insufrible, sabihonda y parlanchina adolescente: tales son los integrantes de la improbable pandilla que viaja por un lejano país en busca de un palacio verde regenteado por un misterioso personaje quien, según la leyenda, tiene el poder para cumplir los más oscuros deseos y los medios para satisfacer los caprichos más desorbitados. En su aventura, la banda no duda en valerse del engaño, la traición y la hechicería para lograr su meta. Dos mujeres son asesinadas, numerosos seres exterminados y varios pueblos sometidos a los apetitos de la quinteta en el transcurso de la historia que culmina con el exilio del regente del palacio verde y la usurpación de su trono.

¿Es esta la síntesis de la próxima telenovela del Ajusco? ¿El resumen del guion para una nueva película de Schwarzenegger? ¿La encriptación del plan para invadir Irak y capturar a la dirigencia de Al Qaeda? ¿La conjura de los fifís contra los chairos?

Nada de eso. Es la síntesis de una obra apta para toda la familia, un ícono de la literatura infantil. Los menores de 40 años quizá no le encuentren un timbre conocido, pero los de mi generación ya habrán identificado la trama de El mago de Oz, la obra de Lyman Frank Baum que, publicada en 1900, se acerca a la respetable edad de 120 años –¡todo un hobbit de las letras!

Quinteto de Oz.
Ilustración: Charles Santore.

Confieso que siendo devoto de la literatura juvenil y fanático de la fantástica y de la ciencia ficción, el tal Mago de Oz y sus personajes nunca me han sido simpáticos. Tampoco encontré memorable la famosa película (salvo el tema musical del arcoíris). La historia no me parece mágica. Ingeniosa sí, pero sin encanto. Es un libro… ¿cómo decirlo?… sin sorpresas… predecible.

 Baum parafrasea Alicia en el país de las maravillas –aparecida 35 años antes de su obra, en 1865– con la idea, pienso, de cocinar su propio guiso infantil. Pero Baum y Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) fueron plumas de categorías muy dispares. Además de escritor, Carroll era un matemático que enseñaba en Oxford y publicaba textos eruditos (Euclides y sus rivales), mientras que Baum careció de una educación formal y a lo largo de su vida fue un multiusos soñador, romántico y nada práctico.

No hay que ser Vladímir Propp para encontrar el paralelismo narrativo entre estos libros. Baum imagina que un huracán levanta una casa y la deposita en un lejano país fantástico en donde una niña, Dorotea, vivirá una serie de aventuras. Carroll hace que una niña, Alicia, caiga en un pozo que la llevará a una tierra fantástica en donde vivirá una serie de aventuras. Las semejanzas hasta ahí llegan. Alguien me podría increpar que es injusto juzgar con criterios del 2019 un libro publicado hace 119 años y en principio tendría razón, pero sólo en principio. La citada Alicia […] y El viento entre los sauces, dos títulos que recuerdo en este momento, han resistido admirablemente el paso del tiempo y se dejan leer con magia y encanto, algo que no encuentro en el de Baum.

Hace tiempo que esto me inquieta. Es un problema mío, desde luego, porque en Estados Unidos, Oz es objeto de veneración –aunque no necesariamente de lectura– y personajes, frases y situaciones se han transfundido al idioma y a la cultura urbana. “Goodbye Yellow Brick Road” de Elton John o el apodo de la pequeña hija de Harrison Ford en “Vuelo presidencial”, son dos ejemplos entre muchos que podría citar. Que la obra de Baum goza de admiración extendida en la tierra del cavernícola del Potomac, se confirma en la edición conmemorativa del centenario del libro, publicada en el 2000 y prologada ni más ni menos que por John Updike, Daniel P. Mannix, Ray Bradbury, Gore Vidal y Nicholas von Hoffman.

Libros infantiles.

Me apena contradecir a estos gigantes desde la comarca de la 4T: desde el primer capítulo le encuentro peros (no sólo yo: la obra ha sido criticada y en algún momento los libros de Baum fueron vetados en las bibliotecas escolares gringas). Veamos.

En una árida planicie de Kansas vive la huérfana Dorotea con sus tíos y un perro en una casa de madera que un tornado eleva por los aires con la niña y el gozque en su interior. Eventualmente caen a tierra y aplastan a una poderosa bruja que tiene esclavizada a la comarca desde dios sabe cuándo. Dorotea sale intacta de las ruinas de la casa y se calza las sandalias de plata que toma del cadáver de la que era la Malvada Bruja del Este… y ahí comienzan sus aventuras.

Pues no me cuadra. Aplastar con tal facilidad a una arpía tan potente como se nos informa era la occisa, es como si Superman se bebiera inadvertidamente un licuado de kriptonita, o que Puk y Suk atraparan y guisaran en cañabar a Tsekub Baloyán, o que Regino Burrón se sacara la lotería, o que Avelino Pilongano trabajara medio día. ¡Y la trama! Sólo la de una columnista predecible y anodina puede ser más aburrida que la de ese libro.

El León, el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata, Dorotea y el propio Mago de Oz, abusan del hilo narrativo. El perro no, por que no habla. Una miríada de caracteres que chocan entre sí, desde monos alados hasta diminutos seres de porcelana, con un tutti fruti de horrendos monstruos que son puntualmente liquidados como si película de James Bond se tratara, entorpecen la historia. Cuando quiero saber más de Dorotea o de las cavilaciones del leñador de hojalata que antes fue hombre, puede aparecer un payaso de porcelana cuyo placer es romperse una y otra vez, o saltar a escena algún engendro con los ojos en la panza.

Monos alados.
Ilustración: W. W. Denslow.

En el libro se encuentran todos los elementos para una narración fantástica. ¿Por qué, por lo menos para mi, se diluyen? Mi explicación es que es un libro sin sorpresas, producto de la pluma de un escritor menor, con el perdón del Department of Homeland Security.

¿Y qué decir de la película? Francis Gumm –mejor conocida como Judy Garland– recibió un Oscar especial por su papel de Dorotea e inició una exitosa carrera cinematográfica que de alguna manera se prolongó en su hija, la talentosa Liza Minelli. Todos los especialistas dicen que El mago de Oz es uno de los íconos del cine sonoro y la literatura especializada la coloca al lado de clásicos como King Kong, Drácula, Frankenstein y La Momia. Pero… bueno, mejor alquílela en su videocentro favorito y luego hablamos.

Lyman Frank Baum nació el 15 de mayo de 1856 en Chittenango, Nueva York, hijo de un pequeño empresario y de una severa episcopaliana que manipulaba con mano más que firme a la familia. Fue el séptimo de nueve hermanos, un niño enfermizo y débil que no pudo asistir a la escuela y recibió clases particulares en casa. Muy pequeño aprendió a leer y pasaba días enteros en la biblioteca paterna, en donde sufrió ataques de miedo al encontrarse con las brujas y monstruos de los cuentos infantiles. Esto, dicen sus biógrafos, le hizo jurar que de grande escribiría historias que no asustaran a los niños.

Libros de Baum.
Imagen: Imaginaria.

Como regalo de catorce años recibió una pequeña prensa con la que él y su hermano iniciaron la publicación de un periódico que distribuían entre los vecinos del barrio. A los 17 fundó The Empire y una revista especializada en filatelia. A partir de entonces desempeñó una larga serie de oficios, entre otros, vendedor, reportero, impresor, director de una cadena de teatros y actor. En 1882 casó con Maud Gage, hija de una prominente feminista. Siguieron años de problemas económicos y de salud. En 1891 se establecieron en Chicago, en donde por las tardes leía los Cuentos de Mamá Ganso a los niños que se reunían en la sala de su casa. Y como los pequeños no atinaban a comprender por qué un ratón trepaba a un reloj o cómo una vaca podía saltar sobre la luna, Lyman comenzó a inventar sus propias historias y a escribirlas a insistencia de Maud. Así nació la serie de catorce libros sobre Oz que después de su muerte continuaron varios escritores produciendo veintenas de volúmenes.

Pero fue uno sólo, El mago de Oz, el que le consagró e inmortalizó su nombre y dio pie a la película musical (1939) convertida en un clásico, aunque ya antes, en 1901, el propio Baum había adaptado un espectáculo musical que fue muy popular y durante nueve años estuvo de gira por diversos estados. También intentó lo mismo con otras obras de la serie Oz, pero sin éxito.

Lyman Frank Baum murió de un infarto el 6 de mayo de 1919, unos días antes de su cumpleaños 63, debilitado por los problemas cardíacos que desde niño padecía. En su última época apenas tenía fuerzas para escribir un poco todos los días. Mandó guardar en una caja de seguridad dos manuscritos para ser publicados cuando la enfermedad lo postrase. Así, ese hombre melancólico y generoso, investido a su muerte con el título de “Real historiador de Oz”, se puso para siempre a salvo de los espantos de los cuentos infantiles.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Un ranchero cuentacuentos

Lectura: 6 minutos

Hace muchos años descubrí que puedo hablar con los muertos. Por eso me he instalado en el nicho sacramental en donde he resucitado a William para charlar un poco con él mientras los demás se aprestan a conmemorar los 122 años de su nacimiento.

Lo muerto no le ha disminuido lo hierático. No acepté compartir la pipa de tabaco curado de Luisiana que me ofreció pese a que sabe bien que detesto la hierba. Y como él dejó de beber, sólo lanzó una mirada de nostalgia a la botella de borbón que le presenté.

Hablamos del Condado de Yoknapatawpha. Siento que le aburre mi insistencia comparativa. No sabe y no le importa si José Emilio se inspiró en aquella tierra para para dar a Jim su territorio en el desierto de sus batallas. Porfío. Responde: “Una de las cosas más tristes es que lo único que un hombre puede hacer durante ocho horas, día tras día, es trabajar. No se puede comer ocho horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas… lo único que se puede hacer durante ocho horas es trabajar. ¡Y esa es la razón de que el hombre se haga tan desdichado e infeliz a sí mismo y a todos los demás!”

William Faulkner.
William Faulkner, narrador y poeta estadounidense, galardonado con el premio Nobel de literatura (Ilustración: Pinterest).

No entiendo qué tiene que ver esta homilía con mi pregunta, pero así es William. Reviro y le espeto que es un “big short man”… Él se atusa el bigote y casi en un suspiro dice que mi oxímoron es realmente patético. No está de humor. Creo que piensa en la señora Coldfiel y en Quentin. Sé, porque me lo ha dicho, que en realidad no quiso que éste la dejara, pero no pudo vencer el torrente de vida que habían cobrado sus criaturas. Insisto en el coloquio.

Pienso en voz alta y recuerdo que hace 57 años, un viernes 6 de julio, murió. Responde con una mirada midriática. Hace 57 años, ese mismo viernes, dice, hubo una explosión atómica en Nevada que contaminó a más seres humanos que en Hiroshima. William no está para charlas esta tarde. Le pido cortésmente que vuelva a su Mictlán literario y cierro de golpe el libro.

William Faulkner era bajo de estatura, elegante, no muy agraciado, desordenado, pendenciero y alcohólico. Probó muchos oficios antes de convencerse de que escribir era lo único en lo que realmente sobresalía. Escribía sin medida, casi sin aliento. Las páginas saltaban de su máquina cual conejos en celo. La palabra escrita, esa manera de hablarle a los que aún no han nacido, era su bálsamo. Crear mundos nuevos como un dios del Olimpo desatado y ebrio le daba sobriedad en su propia existencia.

Dice Richard Ellmann que, a lo largo de su vida, William evitó los discursos y nunca se vio como un hombre de letras, sino un campirano al que le gustaba contar historias. También detestaba a los entrevistadores. Cuando uno lo cuestionó sobre su “técnica”, respondió que no era ni albañil ni cirujano, profesionales que a diferencia de los escritores, sí debían dominar una “técnica”.

William Faulkner.

Y en su trato con las clases dominantes, Manuel Vicent nos recuerda que cuando John Kennedy coleccionaba trofeos para adornar sus cenas privadas, el escritor recibió una invitación del presidente para un piscolabis en la Casa Blanca. Por su mesa ya habían pasado los Mailer, los Bellow, los Miller y los Sinatra de costumbre. Incluso Pau Casals había amenizado con el violonchelo algunos de los postres más exquisitos. Faulkner respondió a vuelta de correo: “Señor presidente: yo no soy más que un ranchero y no tengo ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si usted tiene algún interés en cenar conmigo, con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi”.

Su conocida aversión a la tribuna despertó el morbo del mundillo literario cuando viajó a Estocolmo para recibir el Nobel de Literatura el 10 de diciembre de 1950. Era el primer gringo en recibirlo desde el fin de la segunda guerra y los glotones reflectores y los insaciables micrófonos aguardaban impacientes su discurso. Pero habló tan bajito y fue tan breve, que la oración pareció perderse entre la luz quebradiza del Stockholm Konserthuset. Sólo los más cercanos alcanzaron a escuchar la profesión de fe que hoy me ha permitido conversar con él: “Yo no creo en el fin del hombre”.

Para William Faulkner, cuya alma se liberó de la materia un viernes 6 de julio hace 57 años, la novela también era el ateneo de sus antepasados y el congreso de sus descendientes, tal como lo planteara otro día de julio, cincuenta años después, uno de sus epígonos: Carlos Fuentes.

William Faulkner, premio Nobel.
Fotografía: ABC.es.

Lo recuerdo hoy con las palabras, breves y casi tímidas –punta de un formidable iceberg como los diálogos interiores de sus personajes– que aquel lunes dirigiera a los miembros de la Academia:

 “Siento que este premio me ha sido otorgado, no a mí como persona, sino a mi trabajo: a una vida de trabajo en la agonía y el sudor del espíritu humano, no en procura de gloria y menos aún de dinero, sino de crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que no existía antes. Por eso, no soy más que un guardián de este premio. A su parte representada en dinero no será difícil encontrarle un destino acorde con el propósito y el significado que le dan origen. Pero querría hacer lo mismo con el reconocimiento, usando este momento como un pináculo desde donde me escuchen los hombres y las mujeres jóvenes que ya están dedicados a las mismas angustias y tribulaciones que yo, entre quienes está aquél que algún día ocupará el mismo lugar que ocupo ahora.

Nuestra tragedia de hoy es un miedo físico general y universal tan largamente padecido, que a duras penas lo podemos soportar. Ya no quedan problemas del espíritu; tan sólo una pregunta: ¿cuándo seré aniquilado? Es por eso que el hombre o la mujer joven que escribe actualmente ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, que solos bastarían para producir buena escritura porque son lo único sobre lo cual vale la pena escribir, lo único que justifica la agonía y el sudor. Debe aprenderlos de nuevo. Debe enseñarse a sí mismo que lo más despreciable de todo es tener miedo; y una vez aprendido, olvidarlo para siempre sin dejar espacio en su taller para nada distinto de las verdades y certezas del corazón, de las verdades universales sin las cuales cualquier relato es efímero y fatal: el amor, el honor, la piedad, el orgullo, la compasión, el sacrificio. Mientras no lo haga, su trabajo está bajo maldición. No escribe sobre amor sino sobre lujuria, sobre derrotas en las que nadie pierde nada valioso, sobre victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Su dolor no llora sobre fibras universales y no deja huella. No escribe con el corazón; escribe con las glándulas.

Nobel Faulkner.
Imagen: Letractor.

Mientras no aprenda estas cosas, escribirá como si estuviera viendo el final del hombre e inmerso en él. Me rehúso a aceptar el fin del hombre. Es demasiado fácil decir que el hombre es inmortal simplemente porque permanecerá; que cuando repique y se desvanezca el último campanazo del Apocalipsis con la última piedra insignificante que cuelgue inmóvil en la agonía del fulgor del último anochecer, que incluso entonces se oirá un sonido: el de su voz débil e inagotable, que seguirá hablando. Me niego a aceptarlo. Creo que el hombre no sólo perdurará, prevalecerá. Es inmortal, no por ser el único entre todas las criaturas que posee una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y fortaleza. El deber del poeta, del escritor, es escribir sobre estas cosas. Tiene el privilegio de ayudar al hombre a resistir aligerándole el corazón, recordándole el coraje, el honor, la esperanza, el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han enaltecido su pasado. La voz del poeta no debe ser solamente el recuerdo del hombre, también puede ser su sostén, el pilar que lo ayude a resistir y a prevalecer.”

Ésta es la voz de un muerto que no murió. Honor a William Faulkner. Amén.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

La risa, remedio infalible

Lectura: 4 minutos

Si usted es una persona de mi generación y creció en una familia de la clase media-baja aspiracional y gritona, el título de esta entrega le será familiar. Si a usted no le dice nada, entonces nunca tuvo entre sus manos un ejemplar de Selecciones y muy posiblemente sea un(a) fifí.

No voy a discutir si esa revistilla semanal fue buena o no para la cultura nacional o si desplazó del panorama educativo a textos de mayor sustancia, como por ejemplo el Quijote, pero creo, como me inculcó hasta el cansancio el llorado Severo Mirón, que todo instrumento que acerque a los jóvenes a la lectura es bueno por definición. Y esto lo dice alguien que se embebió de letras en La familia Burrón y Los supermachos.

La conseja de que la risa es buena para la salud es en realidad una verdad científica. Reír, dicen expertos muy reputados de varias universidades, ayuda al mejor funcionamiento de los vasos sanguíneos al estar asociado con la dilatación del tejido interno (endotelio) permitiendo un mejor flujo de sangre. Traducción: la risa facilita la circulación.

Familia Burrón.
Imagen: Quadratin.

Pero cómo se origina la risa es algo más complejo que involucra la función de las neuronas y situaciones emocionales con el control físico de los músculos pectorales. Parece que es el hipotálamo –que está abajo del tálamo y encima de la hipófisis– la zona cerebral que controla la risa junto con otras funciones como la sed, el hambre y la temperatura del cuerpo. Traducción: es algo endiabladamente enmarañado.

La sorpresa es que recientes estudios neurofisiológicos y de la conducta han mostrado que la risa puede ser algo más que una respuesta espontánea a un estímulo de humor. Explica uno de los antes citados expertos: “Hace alrededor de dos millones de años nuestros ancestros desarrollaron la capacidad de controlar a voluntad el sistema motor facial. Ello dio como resultado que la risa fuera una opción gestual asociada con distintos estímulos, incluido el de pausas y entonaciones estratégicas en una conversación.” Traducción: descendemos de los monos.

Para demostrar empíricamente que la risa no sólo es sana sino que además es una manera de entender las sutilezas de la conducta humana, voy a narrar dos cuentecillos de autor desconocido, cuyas moralejas son, o debieran ser, evidentes.

Risa, remedio inefable.
Ilustración: Timedotcom.

El primero refiere a la desolación de un ranchero que coleccionaba caballos y a quien sólo le faltaba cierta raza. Cuando por fin obtuvo el anhelado ejemplar, a precio altísimo, quiso natura que un feroz virus atacara al animal. El mejor veterinario de la comarca llegó presuroso, sólo para dictaminar que el infeliz cuaco debía ser sacrificado para no contagiar al resto de la cuadra. Pero he aquí que el cerdo, que había cobrado simpatía por aquel compañero, se propuso salvarlo y le suministró un brebaje secreto consignado en el Libro de Libros gorrino y sólo conocido en los más altos niveles de las piaras, en donde por fortuna nuestro amigo ocupaba un lugar de cierta relevancia.

¡Milagro! En unas horas el percherón se recuperó y salió corriendo al campo, ligero como el viento. Loco de contento al ver el prodigio, el ranchero exclamó: “¡Vamos a celebrar con una fiesta y una gran comilona. Maten al puerco!”

Cerdo.
Ilustración: Freepick.

La siguiente hablilla es más bien una fábula. Involucra a un genio y a una bella joven, ambos chicanos.

Caminaba la agraciada miss por un espléndido parque cercano a la zona de los shopping malls cuando entre los geranios vio brillar algo y levantó un extraño envase, mismo que procedió a limpiar. Y cuál no sería su sorpresa cuando de la labrada vasija apareció un genio que le dio las gracias por haberlo liberado de una prisión milenaria y le ofreció en recompensa un deseo.

But, mi prima told me que los genios conceden tres weeshes.

Sorry essa! Los genios de tres weeshes son from un cuento. Uno, no más. So… ¿qué quiere?

La chica cierra los ojos, mueve su cabecita y responde:

I want la paz in the Middle East. See este mapa? I want this países to stop fighting entre ellos, que los Arabs love the judíos and los gringos. Y que el mundo have peace.

Genio de la lámpara.
Ilustración: Pinterest.

El genio ve el mapa y exclama:

—Órale, be reasonable! This países have been at war por miles de years, and I’m out of forma porque he estado in the bottle por un rato. Soy good, pero not that bueno. I think que no puede be done. Please ask for otro weesh.

La chava piensa un minuto y responde:

Well, yo never find a bueno man. I want a Mexicano boyfriend, you know, uno que don’t drink cerveza, que sea fun, que le like la cumbia and helps to clean la casa. Yo quiero that him be greeaat in cama, and gets bien con mi familia, que has to be fiel y doesn’t throw fregadazos at me. That’s I weesh for, a good Mexicano man!

El genio, tras un largo suspiro, se rasca la cabeza y responde:

—¡Carajo! OK. Let me see ese mapa again!

El oficio de Manuel Buendía

Lectura: 7 minutos

Una mañana de primavera hace más de 30 años, coincidí en el vestíbulo de la Cancillería en la torre de Tlatelolco con Félix Fuentes, ya entonces un viejo reportero. Tomamos el elevador. En el trayecto hablamos de Manuel Buendía, asesinado unos años antes en circunstancias que hoy permanecen oscuras.

Félix, quien se formó en La Prensa, me confió que lamentaba haber estado en el bando de los cooperativistas que organizaron el golpe de mano que echó a Buendía de la dirección editorial del diario. Buendía había sacado al rotativo del cieno de la nota roja para llevarlo al ateneo de los grandes periódicos nacionales, hazaña no menor.

Recuerdo sus palabras: “No supe entender su proyecto. ¡Él hubiera hecho de mí el mejor de los periodistas!” Luego guardó silencio. Llegamos al piso de la conferencia y nunca lo volví a ver.

Recordé a don Félix porque hace unas semanas presentó un libro, titulado “¡Reportero!”, en donde imagino narra sus andanzas en el oficio y en las redacciones. En el evento, el columnista de 86 años reconoció en Buendía a su maestro en el oficio. “Me recibió como él era, con sus grandes gafas oscuras y un sarcasmo que sólo él tenía”, reporta El Universal.

Las notas no dicen si también reveló su participación en la conjura en contra de su director, pero habla bien de él que lo recuerde como mentor. Todavía andan por ahí exreporteros de La Prensa que en aquellos años se amotinaron contra el inflexible profesionalismo de Manuel Buendía. Ganaron y su recompensa fue un gris desempeño profesional.

Félix Fuentes.
Félix Fuentes, reportero y columnista político de El Universal (Fotografía: El Universal).

¿Qué tenía Manuel Buendía que tanto escozor levantaba en aquellos jóvenes? Como director, nunca cejó en su empeño por impulsar un periodismo sustentado en información investigada y comprobada, limpia prosa y ética inquebrantable. Era un jefe generoso, pero también implacable.

En interés de la historiografía y para refrescar la memoria de algunos viejos periodistas, recuperó porciones de comunicados con los que en 1963, acicateaba a los redactores de La Prensa para alcanzar la excelencia profesional. Pero como esto suponía trabajo, sudor y lágrimas, deberes no siempre bien recibidos, una asamblea de la cooperativa lo puso de patitas en la calle.

Jefatura de Información

La Jefatura de Información tiene la obligación básica, elemental, de echarse a la búsqueda de asuntos que resulten informaciones exclusivas para La Prensa. Esto todos los días. Pero, además, debe vigilar que los redactores que trabajan el domingo tengan para este día un asunto especial.

Resulta imposible “inventar” este asunto el mismo domingo o siquiera el sábado. Así no es posible escribir jamás algo que valga la pena. No señores. Todos los que estamos aquí hablamos el mismo lenguaje profesional y estamos perfectamente de acuerdo en que los asuntos especiales se pien­san, se trazan, y se trabajan con varios días de anticipación. Y tampoco nos vamos a leer, entre gitanos, las líneas de la mano unos a otros. Es decir: ningún redactor podrá engañar al Jefe de Información o, al Director, presentando notas de boletín como el “asunto especial” que se ordenó; y tampoco, la noticia –NOTICIA, insistopuede ser sustituida por un guiso casero… y peor aún cuando ese guiso ni siquiera es original sino tan sólo un refrito. Abandonemos, pues, el refugio de las disculpas o de las mañas del oficio y entre­guemos nuestro esfuerzo –nuestro permanente y gran esfuerzo– a mejorar la información de nuestro diario. Les ofrezco que la Dirección estará particularmente atenta al cumplimiento de los señores redactores que trabajan el domingo.

Reportero.
Ilustración: CDN.

Dimensiones y calidad de las notas

Más de una vez, y con vehemencia, les he pedido ayuda permanente para resolver los problemas de espacio. Desgraciadamente debo admitir que la mayoría sólo se preocupa de esto durante unos días, y después… vuelven a las andadas.

Hemos dicho: grandes notas, sí; notas grandes, no.

Todos saben cuáles son y por qué existen las presentes limitaciones de espacio. No voy a extenderme, pues, en este punto. Pero aun cuando no se dieran esas circunstancias, aun cuando el espacio nos sobrara, protesto a ustedes que jamás decidiría atiborrar el diario de notas descomunales, jamás resolvería yo sustituir la calidad por la cantidad.

He enviado a ustedes cartas en que se examina el aspecto de técnica de periodismo referente a la brevedad y a la concisión. He dicho con toda claridad que nadie les pedirá nunca que supriman los datos importantes de una información; vamos: ni siquiera los datos un tanto secundarios, pero que prestan vivacidad a la narración, o que dan el toque ágil, etcétera. Sería una monstruosa necedad la del que se atreviera a decir que, por acatar esta orden de la Dirección, su nota desmereció ante la de otros diarios. Repito: sólo un necio podría afirmar esto. Y no sólo merece ser llamado necio, sino incompetente, porque quien carezca del poder de síntesis no puede ser llamado periodista.

Periodismo.
Ilustración: The New York Times.

Formación profesional

Es preciso, señores, que cada uno de nosotros admita francamente lo que, por otra parte, es realidad ineludible de nuestra profesión: el periodista no termina de hacerse. Nuestro perfeccionamiento es brega cotidiana. Hasta el último día de nuestra existencia estaremos transformándonos. Es un mentiroso ególatra el que afirme que ya alcanzó la cumbre de su perfección y que desde ahí va a ejercer el magisterio sobre inferiores que lo rodean, o que a su torre de marfil no puede llegarle una sola amonestación, un solo señalamiento de imperfecciones.

¿Qué debemos hacer para transformarnos en buenos redactores, o de buenos en mejores? ¿Cuál es el camino para adquirir un estilo vigoroso y ágil? ¿En qué consiste el secreto para superar las imperfecciones –grandes o pequeñas– de nuestro estilo actual?

Bueno, la verdad es que todos conocemos el camino y el secreto. Partamos de que el estilo es, por un lado, imitación y, por otro, creación. En otras palabras: no hemos inventado nada; pero sobre cimientos que consideramos dignos de adoptar, hemos edificado lo propio, lo que lleva impreso el sello de nuestra personalidad.

Cuando empezamos a escribir, lo hicimos siguiendo –consciente o inconscientemente–un molde, a veces íntegro, a veces formado por fracciones de varios. Y a veces, con el transcurso del tiempo, es ya imposible precisar cuál fue la influencia dominante que recibimos, o las fuentes originales en las que abrevó nuestro estilo. Pero lo cierto es que esas fuentes, esas influencias, están ahí, inmersas en nuestro modo particular de manejar el lenguaje.

Creo que, si esto es así, debemos mantener el espíritu sensible y en contacto con los modelos que ahora –con la experiencia adquirida– podemos seleccionar mejor, a la luz de nuestros propios conocimientos, para tomar –no servilmente, sino con instinto creador– aquellos datos primarios, aquellos gérmenes, que se transformarán más tarde en frutos de nuestro propio árbol.

Prensa.
Ilustración: http://user-images.strikinglycdn.com.

Dominio de la técnica periodística

El sólo hecho de ser redactor de La Prensa presupone el conocimiento y dominio de la más depurada y moderna técnica periodística.

En efecto, ¿quién de ustedes ignora cómo debe redactarse la entrada de una nota?

Sin embargo, he venido observando que algunos de ustedes abandonan con frecuencia las normas bien sabidas de objetividad, concisión, fuerza expresiva, etcétera, para caer en formas o estilos fofos, desvaídos, y, en suma, totalmente impropios del tipo de periodismo que estamos obligados a practicar todos los días y en cada una de nuestras notas.

Este vicio del estilo determina un decaimiento general en las informaciones y coloca a nuestro gran diario en eventual desventaja frente a un competidor que publicó las mismas notas, pero cuidadosamente redactadas.

Además –y es lo que quiero destacar en esta ocasión–, ­tal deficiencia en la redacción representa un peligro constante. Una nota mal hecha, en la cual ni el primer párrafo ni el segundo expresa lo fundamental de la noticia, puede fácilmente inducir a error al encargado de determinar la importancia que debe darse a una nota en el formato del periódico.

Editor.
Ilustración: https://etc.usf.edu.

Expliquemos: el Director –que lógicamente no dispone de tiempo para leer hasta la última línea– examina el primer párrafo y acaso el segundo. Con esto, él cree haber captado la importancia de la nota y procede inmediatamente a señalar el sitio que ocupará: segunda plana, tercera, décima… o el cesto de la basura.

Pero, ¿qué sucede cuando un ingenioso redactor decide jugar a las escondidas? Puedo contestar relatándoles lo que me ocurrió hace un par de semanas; eché al cesto una información que al día siguiente –¡oh, vergüenza!– vi destacada en los demás periódicos. Y es que nuestro ingenioso redactor –según comprobé al revisar tardíamente la nota, de principio a fin– había escondido lo importante de la información… ¡en la segunda o tercera cuartillas!

Convengo en que a veces los redactores nos enfrentamos a verdaderos problemas de información. Llegamos al periódico con hojas y más hojas de apuntes y nos sentimos naufragar en un embravecido mar de datos a cuál más importante y llamativo. ¿Qué hacer en esos difíciles momentos? Una sola cosa: meditar antes de escribir nada.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

De aerolitos y pequeñas cosas

Lectura: 6 minutos

Es asombroso que esta humanidad nuestra haya logrado la hazaña de poner hombres en la luna y lanzar máquinas inteligentes a las profundidades del espacio mientras permanece con una ignorancia supina respecto de nuestro propio planeta.

Casi con la mano en la cintura se puso en órbita el telescopio Hubble para fisgonear en las galaxias más distantes, pero hasta hace unas cuantas décadas los geólogos debatían y se satanizaban entre sí por diferencias sobre la edad de la tierra.

Todavía resuenan en el imaginario colectivo aquellas palabras de “un pequeño paso para un hombre, un enorme salto para la humanidad” radiadas desde nuestro satélite a 390 mil kilómetros, pero acá abajo seguimos sin tecnología para rescatar a la tripulación de un submarino accidentado a 600 metros de profundidad en el mar.

Y no deja de ser una paradoja que mientras nuestro establishment científico-tecnológico pudo pegarle a un cometa distante como un millón de kilómetros, no se haya logrado vencer a los agentes microscópicos que causan el Sida.

Hombre en la luna.
Imagen: Sinc.

Asómbrese: apenas en 1991 se confirmó la teoría de que fue un meteorito el responsable de la aniquilación de los dinosaurios. Y para este México que anda de capa caída por razones de todos conocidas, me place informar que fue en Chicxulub, Yucatán, en donde hace 65 millones de años cayó la roca que eliminó a las grandes lagartijas y dejó libre el camino a los mamíferos, es decir, a nosotros… y de paso aplanó la península y la dejó lista para los paisajes maravillosos que hoy conocemos como la tierra del faisán y del venado. Lástima que no podamos atribuir este hecho a la raza de bronce.

Hoy amanecí pesimista, y como además acabo de releer la fascinante Breve historia de casi todas las cosas de Bill Bryson, permítame platicarle esta historia que no tiene nada de ciencia ficción.

En la península que dos veces se quizo separar de México y que padeció la revuelta de Chan Santa Cruz, un meteorito de diez kilómetros de diámetro hizo un cráter de 180 kilómetros de ancho y 45 kilómetros de profundidad (que ahí sigue, bajo tres mil metros de caliza). Pemex lo exploró en 1955 y dictaminó que era de origen volcánico. Pero después la comunidad geológica internacional echó las campanas a volar cuando se confirmó que precisamente ahí, ¡máre!, había tenido lugar el gran impacto y uno de los grandes enigmas de la historia quedó resuelto.

¿Qué sucedió? La explosión del golpe fue equivalente a varios miles de veces el arsenal termonuclear del que hoy disponen los países civilizados y levantó una nube de polvo que oscureció la atmósfera y alteró el clima durante más de diez mil años. Los pobres reptiles no sobrevivieron, pero nuestros peludos antepasados de sangre caliente sí.

Pensará que sesenta y cinco millones de años es muchísimo tiempo y que soy un insoportable catastrofista. Pues bien, le informo que unos dos mil asteroides como aquél regularmente se acercan a la trayectoria de la tierra. En 1991 una roca del tamaño de una casa, clasificada como “1991 BA”, pasó a tan sólo 160 mil kilómetros de nuestra canica, en términos espaciales el equivalente a una bala magnum calibre 357 que atravesara la manga de su camisa sin herirlo.

Dinosaurios.
Imagen: The New York Times.

¿Por qué un objeto tan pequeño en relación con el tamaño del planeta podría ahora terminar con nuestra especie? Porque al entrar en la atmósfera provocaría temperaturas de 60 mil grados Kelvin –diez veces el calor en la superficie solar– y todos los objetos en esa trayectoria –casas, autos, edificios, personas, perros, gatos, vacas, ratones, Trump, Johnson, Yeltsin, Maduro y otros políticos– se chamuscarían como papel celofán en un milisegundo. Al momento de la explosión una onda expansiva de casi la velocidad de la luz arrasaría instantáneamente un radio de 200 kilómetros y unos segundos después algunos miles más. Se cree que mil millones de seres humanos perecerían en los primeros segundos. Después, una reacción en cadena de temblores, explosiones volcánicas y tsunamis azotaría al planeta, mientras que nuevamente el polvo taparía la luz del sol durante algunos miles de años.

En definitiva, es una posibilidad terrible. La buena noticia es que la probabilidad de un impacto así es como de una en un millón de años… ¡santo cielo, la misma que tenía un segundo temblor de igual magnitud en la misma fecha con 32 años de diferencia!

Ahora bien, ¿una pequeña cosa es una cosa pequeña? No piense el lector que amanecí anfibológico. Creo que la pregunta tiene sentido en este mundo nuestro de las grandes hazañas y los aún mayores avances tecnológicos.

Ejemplos sobran y no necesito recurrir a demasiados para dar sentido a mi pregunta. Desde un acorazado a mil quinientos kilómetros en el Índico o el Mediterráneo, la gran armada pudo colocar una bomba inteligente justo en el búnker de Bagdad donde se ocultaban los cabecillas del eje del mal y además transmitir en vivo la hazaña al mundo, pero nuestra avanzada tecnología fue incapaz de salvar la vida a un puñado de ancianos en un asilo de Nueva Orleáns durante el huracán Katrina en el 2005.

Huracán.
Imagen: Pinterest.

Nos dejamos deslumbrar con demasiada facilidad por “lo grande” y por “lo portentoso” y dejamos de ver las pequeñas cosas que son las verdaderas maravillas de la vida.

Pensemos en nuestro cuerpo. Al pobre lo llevamos por la existencia como a un estuche necesario pero estorboso. Lo llenamos de toxinas y grasas que toman por asalto el hígado, las arterias y el corazón. Inyectamos gas venenoso a presión en los pulmones. Lo asfixiamos con la ropa de moda. Los elegantísimos tacones altos que tan bien resaltan el derrière de las damas son tortura china para la columna vertebral. La corbata de alegres colores que aprisiona el cuello y anuncia nuestra capacidad de compra, frena el flujo de sangre al cerebro.

Casi nunca nos detenemos a pensar en cómo funciona este maravilloso receptáculo del espíritu. Si nos cortamos en la afeitada matutina, en vez de maldecir por el qué dirán en la oficina, pensemos en el milagro de la coagulación. En el instante en que la navaja rasga la piel, unas veinte proteínas acuden en masa para tapar el molesto flujo de sangre. ¿Le parece una banalidad? Pues fíjese que si una sola de esas proteínas faltara, usted no llegaría a la oficina y lo encontrarían desangrado frente al espejo. Ésta es una de esas pequeñas cosas. Un hemofílico es alguien que no tiene completa su batería proteínica.

¿Y qué me dice de los fagocitos? Estos corpúsculos andan navegando plácidamente por el cuerpo, casi dormidos, al lado de los glóbulos rojos y los glóbulos blancos. Pero en el instante mismo en que una bacteria se introduce a la sangre, despiertan y se lanzan furiosos a combatir al agresor. ¡Y en ninguna parte hay un monumento a las proteínas o a los fagocitos!

Afeitarse.
Imagen: Pinterest.

Echemos un vistazo a nuestro alrededor y descubriremos otras pequeñas y maravillosas cosas. Una modesta hormiga es capaz de transportar objetos cientos de veces más pesados que ella; si fuese del tamaño de un perro sería más poderosa que el más potente de los bulldozers. Una mariposa monarca viaja miles de kilómetros y regresa al árbol familiar en Angangueo con mayor precisión que un rayo láser. El murciélago se guía en la oscuridad con un sonar que ya quisieran en la NASA para un día de fiesta. No hay en la naturaleza un tejido más resistente que la membrana del jitomate; si nuestra piel tuviese proporcionalmente la misma resistencia, el filoso cuchillo de un rufián de Ixtapalapa nos haría los mandados.

De la estrella más cercana a la tierra, Proxima Centauri, sabemos casi todo: que está a 4.3 años luz, que tiene una magnitud aparente de -0.3, que integra un sistema de tres cuerpos en donde dos giran uno alrededor del otro en un periodo de 80 años y el tercero en aproximadamente un millón de años… ¡Fantástico! Pero acá abajo, en el planeta de las pequeñas cosas, ¿realmente conocemos y comprendemos cómo funciona la clorofila, el insignificante pigmento verde gracias al cual podemos vivir? Sí, claro. Sabemos que está compuesto por grandes moléculas de carbono e hidrógeno y que en su núcleo tiene un único átomo de magnesio. O sea, que lo conocemos tan bien como a Proxima Centauri. Con la salvedad de que, a diferencia de aquélla, la clorofila posee la modesta habilidad de transformar la energía luminosa del sol en energía química, lo cual permite la vida vegetal, lo que a su vez sustenta la vida animal, la que por su parte posibilita que en la llamada tierra habite una especie que tiene conciencia de sí misma y se autoproclama humana. Apenas una pequeña cosa.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Septiembre

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Algo tiene de inquietante el mes de septiembre. Para los gringos en particular su onceavo día y para la raza de bronce el décimo noveno.

Un 11 de septiembre tuvo lugar la destrucción de las torres gemelas de Nueva York hace ya 18 años, fecha en la que, dice el filósofo, parió el verdadero siglo XXI. Hace 35 años, el 19 de septiembre un terremoto de 8.1 grados devastó la Ciudad de México. Y en la misma fecha, hace dos años, ocurrió lo que una cábala civil y un Pentateuco social habrían desechado como totalmente imposible: otro sismo de magnitud semejante puso de rodillas al altiplano mexicano. Las posibilidades eran más altas que las que yo tengo de sacarme el Melate ¡y sucedió!

Un repaso histórico revela acontecimientos de escalofrío sucedidos una y otra vez en este mes cuya etimología es “expiación” y “purificación”. Muchos dirán que fueron casualidades y otros sostendrán que no. Pero no siendo la parapsicología hagiográfica el fuerte de Juego de Ojos, permítaseme alguna reflexión ociosa en lugar de la esperada apología patriótica de la temporada.

Temblor 1985.
Ilustración: Nexos.

En la noche del 10 al 11 de septiembre de 1541 tuvo lugar en la hoy Guatemala, la tragedia en la que perdió la vida, doña Beatriz de la Cueva, viuda del conquistador Pedro de Alvarado, noticia que nos llegó con el título de “Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha sucedido en las Yndias…”. Un año después, las fuerzas de Michimalonco destruyeron la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura, en territorio que hoy llamamos Chile, y en 1649 Oliver Cromwell se cubrió de gloria con la masacre de Drogheda.

En 1943 los nazis iniciaron el exterminio de los judíos en los guetos de Minsk y Lida; en 1965 llegó a Vietnam la primera división de caballería del ejército yanqui y quedó sellado el destino de cientos de miles de jóvenes gringos y vietnamitas, peones en un tablero de ajedrez manipulado desde Washington, Moscú y Pekín. En 1972 el comando palestino “Septiembre Negro” secuestró a once israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich. En 1973 el general Augusto Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende. En 1982 Israel invadió Líbano y se dieron las masacres de Sabra y Shatila.

De todos esos acontecimientos, sólo uno, el de Guatemala en 1541, fue un desastre natural. Los demás tienen que ver con lo humano. Permítaseme el lugar común, “Homo lupus hominem”. Mas el tiempo, que todo pone en su lugar, un día levanta los velos y nos enteramos de las razones ruines, frecuentemente cobardes, casi siempre impunes, con que los poderosos siegan vidas y destruyen pueblos por “razones de Estado”, cuidando siempre que tales “razones” se cumplan puntualmente en los hijos del vecino y no en los propios.

Guerra de Vietnam.
Imagen: DC fandom.

Hay en el documental “Fahrenheit 9/11” de Michael Moore, una escena patética. El robusto director se apuesta a las afueras del Congreso en Washington e invita a los Padres de la Patria que votaron la invasión de Irak a que enlisten a sus hijos en la defensa de la tierra que los vio nacer. Todos sin excepción huyen con risas nerviosas. En mi rancho a eso le llamamos mariconería. Claro, en mi rancho somos unos pelados sin remedio, como le consta a G.

El Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad de Georgetown (NSA, por sus siglas en inglés), publicó las transcripciones de telefonemas entre el señor presidente Nixon, el señor profesor Kissinger, el señor secretario de Estado Rogers y el señor Helms, director de la CIA, que confirman lo que todos sabíamos: en 1973 el gobierno de Estados Unidos organizó y estuvo tras el golpe militar de Pinochet, tal como organizó y estuvo tras los asesinatos de Madero y Pino Suárez en 1913. Nixon murió hace 25 años, Rogers hace 13 y Helms hace 17. Pero don Henry –nacido en Alemania como Heinz– sigue vivito y coleando a los 96. ¿Pisará la cárcel por acciones que hubiesen tenido cabida en el tribunal de Núremberg? Apueste usted a que no.

Poco después de la asunción de Allende en 1973, este feroz retoño de Metternich gritaba a Helms: “¡No permitiremos que Chile se vaya por el caño!”

Dice el NSA: “Después de que Nixon habló personalmente con Rogers, Kissinger grabó una conversación en la que el Secretario de Estado estuvo de acuerdo en que, ‘como tú dices, deberíamos decidir a sangre fría qué hacer y después llevarlo a cabo’; mas aconsejó proceder ‘con prudencia para que no nos salga el tiro por la culata’. El secretario Rogers consideró que ‘después de lo que hemos dicho acerca de las elecciones, si la primera vez que un comunista gana los Estados Unidos, intentan impedir el proceso constitucional, nos vamos a ver muy mal’”.

Pinochet.
Ilustración: @fabiantodorovic.

Las transcripciones revelan que apenas nueve semanas antes del golpe de Pinochet y la CIA, el 4 de julio de 1973, Nixon llamó a Kissinger y le dijo: “Creo que el tipo chileno ése podría estar en problemas”. “Sí”, respondió Kissinger, “definitivamente está en dificultades”. Nixon, dice el NSA, procedió a culpar al director de la CIA y al antiguo embajador en Chile, Edward Korry, por no haber impedido la asunción de Allende tres años antes. “La regaron”, dijo el Presidente.

Demos gracias a la diosa Walpurga o a nuestra deidad favorita del Olimpo teutón, de que el señor profesor Kissinger, a imagen y semejanza de los represores de izquierda y derecha con los que seguramente no estaría dispuesto a convivir, haya grabado secretamente sus conversaciones telefónicas como la que tuvo el 16 de septiembre (¡de nuevo septiembre!) de 1973 con su jefe Nixon. Es posible que tenga efectos eméticos en algunos lectores, por lo que se recomienda precaución:

[box type=”shadow” align=”aligncenter” ](Saludos respetuosos. Nixon pregunta si hay novedades.)
K. No. Nada de importancia. El asunto chileno se está consolidando.
Claro que los periódicos están desgarrándose porque un gobierno pro-comunista fue derrocado.
N. Vaya, vaya. Qué cosas.
K. Digo, en vez de celebrar. En la administración de Eisenhower seríamos héroes.
N. Bueno, no lo hicimos –como sabes– no aparecimos en esto.
K. No lo hicimos. Quiero decir los ayudamos ______ generamos condiciones tan amplias como fue posible (¿?).
N. Así es. Y así es como se va a jugar. Pero escúchame, en lo que toca a la gente, déjame decir que no se van a tragar ninguna mierda de los liberales en esta.
K. De ninguna manera.
N. Saben que es un gobierno pro-comunista y eso es lo que es.
K. Exactamente. Y pro-Castro.
N. Bueno, lo principal fue… Olvidémonos de lo pro-comunista. Fue un gobierno totalmente anti estadounidense.
K. Ferozmente.
N. Y los fondos de que dispusiste. Vi el memorándum que giraste acerca de la plática confidencial _________ para una política de reembolsos para expropiaciones y cooperación con Estados Unidos y por romper relaciones con Castro. Bien; diablos, ese es un gran aliciente si lo piensan. No, de ninguna manera te fijes en las columnas y en los desgarres sobre eso.
K. Oh. No me molesta. Sólo se lo informo a usted.
N. Sí. Me lo informas porque es típico de la mierda a la que nos enfrentamos.
K. Y la increíblemente sucia hipocresía…
N. Eso lo sabemos.
K. De esa gente. Cuando se trata de Sudáfrica, si no los derrocamos arman un escándalo.
N. Sí. Tienes razón.
[/box]

Nixon y Kissinger.
Fotografía: Ecestaticos.

Hasta aquí la edificante conversación. Perdón por la necedad de citar continuamente a los grandes filósofos, pero realmente veo que pensadores como Jesús Hernández Toyo, en verdad conocieron el alma de los políticos y crearon una tipología universal para su análisis. Si bien nadie podría regatearle a Kissinger el mérito de una patológica obsesión por la imagen histórica que nos legará y que se ha traducido en gruesos volúmenes y en un matusalénico tiempo en las aulas, después de leer la anterior conversación tampoco nadie podría estar en desacuerdo con que la sentencia de nuestro llorado compatriota le va como anillo al dedo: “La política apendeja a los hombres inteligentes y enloquece a los pendejos. Amén.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

“Píntame angelitos negros”

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Érase un muchacho pueblerino, nacido en un rancho de 30 almas en los Altos de Jalisco, a quien el cielo dio el don de una exquisita habilidad para la pintura sacra. Era pobre, huérfano y el mayor de una prole numerosa, así que viajó a la cabecera municipal y se empleó como pintor de fachadas y ayudó en la decoración de templos.

Pero no ganaba lo suficiente para mantener a sus hermanos y a su madre, así que “la madrugada de un día de mayo salió a pie a la estación de Santa María para tomar un tren a la capital del país en donde se colocó como pintor de anuncios” en una empresa cervecera. Y como terminaba dos cuadros en lo que sus compañeros uno, pronto se granjeó enemistades y envidias.

Un día la caterva de díscolos urdió un plan para deshacerse del talentoso, ingenuo y molesto provinciano. Le dijeron que en Guadalajara, el Ayuntamiento había lanzado un bando para pintar las fachadas de todas las casas de la ciudad, pero nomás para pintores de Jalisco, y por lo tanto había trabajo de sobra. La oportunidad de regresar a su tierra, ganar dinero y ver a sus hermanos aceleró el corazón del joven y lleno de emoción dio las gracias a sus compañeros, quienes lo llevaron a la estación de Buenavista a tomar el tren. Y no sólo eso, le empacaron sus pocas pertenencias en una caja nueva de cartón atada con un mecate.

Muchacho.
‘Sowing the Field’, Mark Beard (1920).

El muchacho les dio las gracias con lágrimas en los ojos y partió a su tierra. En Guadalajara se enteró de que el bando era una mentira y en la caja de cartón encontró papeles y trapos viejos. Entonces comprendió la verdad. De la estación de ferrocarril partió a Jalostotitlán a pie, porque no llevaba ni un cobre en la bolsa, y por el camino pintó algunas fachadas y bardas para comer.

Nadie recuerda ya el nombre de aquellos jóvenes corroídos por la envidia que se deshicieron del chamaco provinciano, pero es muy probable que a ellos se deba la pintura sacra mexicana y la carrera de uno de sus más altos exponentes, Rosalío González Gutiérrez, “Chalío”, nacido el 30 de agosto de 1892 en el rancho La Mesa, “cercano al antiguo pueblo de indios de Teocaltitán de la municipalidad de Jalostotitlán”, en el estado de Jalisco.

Jalos, como le llaman con cariño los habitantes de aquella parte del país, fue fundado en 1544 por Fray Miguel de Bolonia. El nombre (con “jota” o con “equis”) proviene de las palabras nahuas xalli, que significa “arena”, ostotl, que significa “cueva” y tlan, que se traduce como “lugar donde abundan las cuevas de arena”.

En Jalos “se colocó como ayudante del pintor Federico de la Torre quien, con el alarife Ramón Pozos […] decoraba el santuario de Guadalupe y Templo del Sagrado Corazón”. De ahí salió a la capital en donde corrió la aventura que he relatado y ahí regresó para establecerse de por vida. En 1912 se casó con María Cornejo “quien fue la fiel compañera en su vida laboriosa y le cerraría los ojos en el momento de su muerte”. María y Chalío no tuvieron hijos y adoptaron a una niña, Francisca.

Chalio.
Retrato de Rosalío González Gutiérrez.

Ramiro González Martín, veracruzano e ingeniero civil de profesión, me recuperó la pista de este artista cuyo nombre conocí por mi abuelo Miguel, el menor de un clan de pintores y yeseros apodados “los pelícanos” por frentones, prognatos y rijosos. Eran también originarios de Los Altos y “con un compa” decoraban templos en todo el país.

Un compa. Ésa fue la clave. Un igual. Otro pobre. Un jodido más… pero tocado por la gracia, instrumento para plasmar en lienzos y muros delicadas imágenes de santos y vírgenes. Chalío aprendió a más o menos leer y por su mente nunca pasó la idea de que pudiera inscribirse en alguna academia de pintura, ni en Guadalajara y menos en la capital, en donde ya vimos cómo le fue.

Fue siempre modesto, generoso, incansable y profundamente religioso. Lo único que lo diferenciaba de sus “compas” era una habilidad superior a la de ellos para pintar. Y esa habilidad, como la vida de todos ellos, estaba al servicio de su fe. Chalío pudo haber sido el modelo del “Juan” de la canción “Tata Dios” de Valeriano Trejo cuando dice: “Voy a regalar la siembra / Tata Dios así lo quiere / Y con Tata nadie Juega”.

¿Eran parientes Chalío y mi abuelo? Es posible, aunque no seguro. Todos esos yeseros y pintores iban diario a misa de seis y comulgaban. Se confesaban dos veces a la semana (o pecadores fuera de serie, o poseedores de una vívida imaginación artística). Eran devotos incondicionales de la virgen y compartían un carácter digamos que disparejo.

Chalío.

Dicen sus biógrafos que podía estar días enteros sin salir de casa y no le gustaba que otros le ayudaran en la preparación de los lienzos. Tampoco utilizaba pinturas comerciales. En Guadalajara compraba la materia prima. Él mismo preparaba la tela y la colocaba en los bastidores; luego molía los pigmentos con una piedra de mano para que la pintura tuviera las tonalidades precisas.

“Gustó mucho de obtener sus modelos de gente del pueblo. En Tepa utilizó para uno de sus cuadros a un viejo limosnero. En la alegoría Ofrecimiento de la Parroquia de Jalostotitlán, la modelo de la entrega de la parroquia fue una joven de la localidad; y en el óleo La Asunción de la Virgen, los angelitos son niños de Jalos. Muchos modelos los inventaba. Chalío no sabía historia del arte, pero tuvo mucha facilidad para adaptar estampas imaginarias y reales, o que veía en las revistas que le proporcionaban”.

Su otra pasión fue la fotografía. En 1911 estableció Foto Lux, empresa que además de permitirle una vida cómoda, le sometió a un “aprendizaje lumínico, figurativo, objetual, compositivo, en una palabra, fotográfico”, que posteriormente, “trasladó a sus pinturas de diversos formatos para bien y para mal”, pues si bien en su pintura sobresale la perspectiva, algunas son como “fotografías de estudio largamente posadas”.

El de Jalos no fue sólo pintor de iglesias. También se dedicó a lo familiar, “desde el embellecimiento de los recintos familiares, tomando como modelo las formas del neoclasicismo, hasta la pintura de personajes de las familias”.

Pintura sacra.
Imagen: Pinterest.

Es un autor que pone su arte al servicio de la piedad familiar, reproduciendo imágenes que hasta la fecha tienen en exposición a la veneración familiar. Cada expresión de un Cristo, de la Santísima Virgen María, sobre todo bajo su advocación de nuestra Señora de la Asunción, muestran el espíritu del pintor. […] es el artista que rasga los cielos para que baje a la tierra lo divino”.

Chalío murió el 24 de noviembre de 1958 en Jalos, a la edad de 66 años “después de soportar con cristiana resignación […] una trombosis cerebral [sin que] ningún cuidado médico ni medicina [lograra] levantarlo de su postración”. Poco antes de rendir cuentas a su creador, y ya enfermo y cansado, el pintor decidió que no moriría sin dejar su huella en “su querido pueblo de Tecua y, con grandes trabajos, decoró su templo de oro falso y latón especial alemán y la capilla de Santa Ana”.

Además de los innumerables trabajos como el de Tecua, los “familiares” y la fotografía, “la obra mural y de gran formato del jalostotitlense incluye más de 130 piezas, algunas de excelente manufactura, realizadas entre 1932 y 1955, en veintitrés años de intenso trabajo”. Hay obra suya en recintos de Pegueros, Tepatitlán, Guadalajara, Tlacuitapan, Cd. Guzmán, Zamora, San Juan de los Lagos, Jacona, Tamazula, Tingüindín, Jalostotitlán, Briseñas, La Barca, San Pedro Caro, el Distrito Federal y Papantla, en cuyo templo de Nuestra Señora de la Asunción dejó una serie de cuatro grandes murales al óleo de 13 metros cuadrados cada uno con otras tantas escenas bíblicas: Las bodas de Caná; La muerte de Nuestro Señor San José; El Niño Jesús ante los sacerdotes del templo y el Taller de Nazareth. Fueron comisionados en 1949 por el párroco Pedro Honorico cuando Chalío González era ya uno de los más reconocidos pintores de arte sacro de México.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Medio pan y un libro

Lectura: 7 minutos

La lectura y los lectores son temas frecuentes en esta columna. Esto es lógico pues soy un escribidor que adquirió precozmente un vicio que ni castigos ni sangre han aliviado. Tendría siete u ocho años cuando, enviado a la tienda del pueblo, descubrí un estante con cuentos, me puse a hojear uno y ahí me encontró mi madre por la noche. Pagué con vara de membrillo la angustia que a la manera de Huckleberry Finn hice pasar a mi familia y a los vecinos.

Ya mayor conocí a Edmundo Valadés y él me dijo que leer es “nunca más volver a estar solo”. Supe que Gorki, igual que yo, encontraba que al recrear sus lecturas las distorsionaba y les agregaba cosas de su propia experiencia porque literatura y vida se le habían fundido en una sola esencia. Para él un libro era una realidad viviente y parlante. Menos “una cosa” que todas las “otras cosas” creadas o por crearse.

Por ello no me sorprendió enterarme que Goethe también creía que al leer no es que aprendamos, sino que nos transformamos, y alguna vez me pregunté cómo había sido que Vasconcelos hablara de libros que se leen de pie y libros que se leen sentados, estando seguro de que había sido yo el autor de esta máxima.

Pericolli.
Ilustración: Zendalibros.

Así como un tono de voz, un aroma o un roce de piel nos pueden cambiar la vida, también un párrafo, el resplandor de una frase o la melodía de una metáfora pueden tener ser como un rayo y poner de cabeza el mundo en el que hasta en ese momento vivíamos plácidamente.

Es curioso que el libro moderno –con la apariencia que hoy conocemos– tenga más de 560 años y la celebración mundial de su día tenga apenas 23, porque fue en 1996 cuando la UNESCO declaró el 23 de abril como la fecha para celebrar esta maravilla, lo mismo enaltecida que vilipendiada o temida. Al recordar el Holocausto no olvidemos que los nazis echaron a la hoguera a tantos volúmenes como seres humanos.

Los extremos de este timor libris van desde un alto funcionario mexicano de pena ajena que prohibió a su hija leer Aura de Fuentes, hasta la orden de arresto contra el “agitador revolucionario Matigari” por conspirar para derrocar al régimen librada por el gobierno de Nigeria cuando Ngũgĩ wa Thiong’o publicó con ese título una novela ¡basada en una leyenda kikuyo!

En apariencia inocente, el libro es un símbolo del saber y quizá por ello la relación entre libros y poder transita entre vicisitudes. Los libros encierran misterios, son objetos subversivos y desconcertantes para el poder. Desde el gran Galileo, condenado a cadena perpetua por el Santo Oficio en 1633 por apóstata, hasta los cientos de periodistas y escritores que hoy purgan condenas en muchas cárceles del mundo contemporáneo, cientos de obras han sido paridas tras barrotes.

Ngũgĩ wa Thiong'o.
Ngũgĩ wa Thiong’o, escritor de Kenia (Fotografía: UCI News).

En el caso de Galileo, a consecuencia de la condena que le fue impuesta, de 1633 a 1642, año de su muerte, su obra se desarrolló técnicamente bajo la condición de encarcelamiento, aunque se encontraba en lo que hoy llamaríamos arresto domiciliario. En esos nueve años el pisano escribió su Discursos sobre dos nuevas ciencias donde se ocupa de los fundamentos de la mecánica, piedra angular de los desarrollos posteriores en física.

La Inquisición también llevó a la cárcel a Fray Luis de León, poeta y humanista, por traducir a la lengua vulgar el Cantar de los Cantares, arrebatador relato que da ñáñaras a quienes no entienden por qué diosito permitió que la sensualidad se colara en las sagradas escrituras. Durante los años que Fray Luis de León estuvo encarcelado escribió De los nombres de Cristo y otros poemas.

Un caso emblemático es el de Antonio Gramsci, quien fue encarcelado en 1926, en la secuela de un atentado a Mussolini. Gramsci era periodista además de teórico y usaba la palabra para propalar sus ideas y alimentar el trabajo político. El gendarme que pidió 20 años de cárcel para él, dijo en el juicio que por lo menos ese tiempo se debía “impedir a ese cerebro funcionar”, así de peligrosos eran considerados sus escritos. Casi 24 meses tomó a Gramsci lograr que le dieran papel y pluma, con lo que el creador de conceptos como “bloque histórico” e “intelectuales orgánicos” pudo plasmar su legado a las ciencias sociales en los famosos Cuadernos de la cárcel.

Antonio Gramsci.
Antonio Gramsci, filósofo, teórico marxista, político y periodista italiano (Ilustración: Ricardo Figueroa).

Los 27 años de encarcelamiento de Nelson Mandela y su incansable lucha contra el apartheid lo convirtieron en un símbolo que lo condujo de expresidiario a presidente, a premio Nobel de la Paz. Su libro autobiográfico El largo camino a la libertad es otra faceta de su activismo. Isaak Bábel fue víctima de las purgas con las que el padrecito Stalin intentó acallar a intelectuales que ponían en tela de juicio su particular concepción revolucionaria.

Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe, estuvo encarcelado por sus actividades políticas y especialmente por haber escrito El camino más corto con los disidentes, un texto irónico, y por ello más leído, sobre el combate a la disidencia. Fue sentenciado a la picota –en la Pérfida Albión el equivalente de la guillotina francesa– pero lejos de arrepentirse escribió el poema “Himno a la picota”. Cuando estuvo expuesto en la plaza pública atado al artefacto, los curiosos le arrojaban flores en lugar de piedras como era la costumbre.

Cervantes comienza el Quijote en la prisión de Sevilla en 1597. Oscar Wilde escribe De profundis en su celda. Ezra Pound, quizá el mayor poeta en lengua inglesa del siglo XX, fue acusado de propagandista de Benito Mussolini y después de la guerra el U.S. Army lo tuvo seis meses encerrado en una jaula hecha de tiras de acero, con un foco permanentemente encendido, una cubeta en vez de W.C. y dos sábanas. Luego lo declararon peligroso y loco, y lo confinaron en el hospital psiquiátrico Saint Elizabeth de Washington D.C., durante 14 años. Es decir, igual que Aleksandr Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag, el mentor de James Joyce tuvo su propio archipiélago a orillas del Potomac, en donde ondea Old Glory.

Escritores.
De izquierda a derecha (arriba): Aleksandr Solzhenitsyn, James Joyce, Isaak Bábel, Oscar Wilde; (abajo): Miguel de Cervantes, Nelson Mandela y Ezra Pound.

La relación de lo humano con los libros fue magistralmente celebrada por Federico García Lorca en septiembre de 1931 al abrir la biblioteca de su pueblo, Fuente Vaqueros, en Granada, con la elegía Medio pan y un libro: 

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”.

Libros.
Imagen: Pinterest.

Termino con una idea de Los bárbaros de Alessandro Baricco, uno de los libros más sugerentes que he leído recientemente. Cito de memoria: “ningún libro puede llegar a estar cercano y ser apreciado por las nuevas generaciones si no adopta la lengua del mundo nuevo. Si no se alinea con la lógica, con las convenciones, con los principios de la lengua más fuerte producida por el mundo. Si no es un libro cuyas instrucciones de uso se hallan en lugares que NO son únicamente libros”.

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De mi libro Medio pan y un libro. Si desea recibir un ejemplar en PDF, solicítelo a juegodeojos@gmail.com.

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Miguel Ángel Sánchez de Armas