La tierra de los espejos

En la Puerta del Sol

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Este año, o más bien este cierre de año, el champagne y el espumante, las uvas y los fuegos artificiales serán distintos.  Testigos de nuestro tiempo, cuando el reloj marque la medianoche, nos abrazaremos con distancia, sonreiremos bajo los cubrebocas y soñaremos con una nueva vuelta al Sol más “normal” que la última que hemos dado.

Prometeremos hacer las cosas mejor, disfrutar, viajar, revalorizar todo aquello que dábamos por sentado y seguro. Tendremos esperanzas renovadas y recordaremos a los que ya no están con nosotros.

Una cascada de imágenes, los recuerdos de un año imborrable se nos vendrán encima,  pensaremos en todo lo que perdimos, en aquello que aprendimos y, sobre todo, en todo lo que volveremos a hacer, en cuánto nos sea posible. 

Algunos estaremos solos, otros en pareja o en familia, los menos con amigos; pero todos sentiremos que algo se cierra y que un nuevo ciclo se inicia. 

fiesta desde casa, pandemia
Imagen: Los Angeles Times.

Es que casi sin darnos cuenta, estamos entrando a la tercera década del siglo XXI; la infancia y la adolescencia del mismo fueron tiempos de deslumbramiento, revolución tecnológica, profundos cambios culturales, transformaciones sociales e hiperconectividad. Los restos de las utopías del siglo XX se terminaron por esfumar, la responsabilidad ecología y el calentamiento global se instalaron como prioridades, las religiones cayeron y, representándose de distintas maneras, el miedo y la incertidumbre se transformaron en una constante en nuestras vidas. 

¿Cómo entrará en la adultez la nueva centuria?  No lo sabemos, pero el cataclismo que el 2020 significó en nuestras vidas será difícil de olvidar. ¿Vale la pena tener esperanzas?, desde luego que sí.  Los dolores del crecimiento son necesarios, nos permiten aprender, entender e impulsarnos a nuevos horizontes, nuevos caminos que recorrer y sueños que hacer realidad:

“Y a ver si nos espabilamos los que estamos vivos.

Y en el año que viene nos reímos”.


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Un año para no olvidar

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Hay enseñanzas que toman un instante y otros la vida entera.

Aristóteles en su Poética, definió a la “anagnórisis” como el punto de la “revelación” en que la ignorancia da paso al conocimiento. Darse cuenta, entender, comprender; hay tantos términos para tratar de definir y describir el momento del destello, ése en que las piezas encajan, en que finalmente la verdad aparece frente a nosotros con todo su peso y fuerza. No se trata de un saber técnico o profesional, ni tampoco de una cognición biológica, matemática o humanista; es mucho más profundo que eso, se trata del descubrimiento primordial: encontrarle sentido a la propia existencia.

Muchas veces las diversas contingencias y urgencias que debemos enfrentar en nuestro respectivo día a día nos impiden dar cuenta de lo que en verdad nos importa, de lo que nos es, no sólo necesario, sino que, fundamental. Trabajo, reconocimiento, justicia, familia, trascendencia, poder, dinero, dignidad, comunidad, salud, utopías y, desde luego, el amor; cada persona tiene su propia escala de prioridades.

olvidar el ano
Imagen: Gilde.

Un año se cierra y otro se abre frente a nosotros. Pero ¿qué es una fecha sino un punto en la línea imaginaria con la que cada uno intenta atrapar un momento? 

No la tenemos fácil los seres humanos, somos capaces de transformar nuestro entorno material; hacemos ciencia; pintamos, esculpimos, componemos y escribimos; de tanto en tanto le torcemos la mano a la naturaleza, creemos domesticarla y entonces ella se encarga de hacernos volver a tomar consciencia de nuestras limitaciones. Luego, volvemos a la carga y damos un nuevo paso que expande nuestra mirada, nuestro saber y vamos por más, siempre por más. No la tenemos fácil los seres humanos, cargamos siempre con nuestra consciencia de muerte y aunque tratamos de no pensar en ello, maquillando con fe e ideologías nuestra temporalidad y, sobre todo, la inevitable pérdida de todo lo que amamos, sabemos, en el fondo, que todos somos siempre perdedores. Y es por eso mismo que no nos rendimos. Nunca lo hemos hecho y ahora al cierre de este 2020 tan áspero, tan duro, nos prometemos que seguiremos adelante, que nada nos detendrá.

olvidar y seguir
Imagen: Duoergun.

Éste es un año que muchos quieren olvidar, que esperan se cierre y termine pronto y que el próximo nos sea más leve. Pero por ahora, el camino aún se ve cuesta arriba; tenemos vacunas y esperanzas que nos hacen creer en un cambio de ciclo, perdió Donald Trump, la democracia tiene nuevas oportunidades en diversos lugares del mundo; hay algunos destellos en lo que parece ser el final del túnel, pero todos sabemos que nos falta un buen trecho por caminar.  

Entonces, ¿valdrá la pena todo esto, tendrá un sentido?, ¿seremos mejores cuando todo haya pasado? Quien sabe, pero una cosa es cierta, el “héroe” u “heroína” que vive en cada uno de nosotros aparecerá cuando la revelación ocurra, cuando la anagnórisis nos ponga frente a nuestro propio “espejo”, con toda nuestra humanidad, dolores y contradicciones. Y allí, desde ese lugar, podremos elegir nuevas rutas y perspectivas para seguir adelante y seguir apostando a vivir, vivir como el sol, y no perder nunca los colores.


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Perdidos en el espacio

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Sabemos que el tiempo es una variable objetiva en su cuantificación, pero subjetiva en la experiencia personal. ¿Cuál ha sido el ritmo del reloj con el que cada uno de nosotros ha vivido este 2020? ¿Ha sido vertiginoso, pausado a ratos, oscilante, se ha congelado a momentos? Más allá de la respuesta que demos, seguramente, todos tenemos una percepción, recuerdo, sensación y noción en común: ha sido raro.

Estamos cerrando un año ondulante, no lineal, un año mucho más parecido a una “montaña rusa” que a una autopista claramente delimitada. A momentos nos hemos sentido perdidos en el espacio, desorientados, sin brújula; hemos tenido dificultades para distinguir el norte del sur, los días de la semana de los sábados y domingos, ni qué decir de los feriados. Las horas de teletrabajo y teleducación han difuminados nuestros horarios; las citas y reuniones de amigos virtuales que al principio nos parecían divertidas terminaron agotándonos. El e-commerce y la comida a domicilio se han vuelto parte de nuestra cotidianidad.  Hemos extrañado las reuniones con amigos, las idas al teatro y al cine, ¡la naturaleza! y, desde luego viajar, viajar sin rumbo. 

Nos ha costado reconocer la lógica del momento histórico que habitamos; hemos buscado respuestas en “teorías conspirativas”, libros de historia, explicaciones epidemiológicas, económicas y políticas. Hemos reproducido e intercambiado noticias sobre cada promesa científica que ha aparecido como posibilidad cierta de cura o control de la pandemia, y, mientras tanto, el tiempo lineal ha seguido transcurriendo.

espacio y pandemia
Imagen: Assets.

Se han sucedido segundos, horas, días, semanas y meses; las estaciones del año han continuado su ciclicidad y nosotros, por nuestra parte, hemos insistido en buscar herramientas y esperanzas que permitan volver las cosas a la “normalidad”. 

Pero estamos aprendiendo, poco a poco todos hemos ido entendiendo que estamos frente a un nuevo despertar, que un ciclo nuevo se abre frente a nosotros, que es cierto, que no sabemos cuándo ni cómo esto terminará, pero que nada volverá a ser lo que había sido, y que está bien que así sea.

Estamos perdidos en el espacio, pero ¿cuándo no ha sido así? 

Recordemos, la Tierra, nuestra “nave espacial” no es más que un diminuto, un ínfimo punto de energía que se desplaza por el océano del universo infinito, un lugar con leyes y lógicas que no terminamos de asir. Pues bien, esta micronanopartícula de materia que consideramos nuestro hogar, de vez en cuando nos da unos buenos sacudones, a veces telúricos, otras climáticos y unos tantos otros biológicos. ¿Será que lo hace para recordarnos que lo único real es el aquí y el ahora?


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Una ola de suposiciones

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Supongamos que hace un poco más de un año, en un mercado de algún país del mundo, mientras una epidemia de influenza estacional asola la ciudad donde está emplazado, los habituales comensales de éste devoran sopas y guisos de murciélagos, cocodrilos pequeños, gatos, puercoespines, perros, ratas de bambú, crías de lobo, patos, carne de camello, marmotas, conejo y pollo. Los pueblos que conocen lo que son las hambrunas, saben, desde siempre, que todo lo que se mueve se come, y la nación en cuestión, bien sabe de ello.

Supongamos que la fórmula influenza estacional, sumada al virus de la gripe animal presente en alguno de los platillos que se consumen traspasan fronteras fisiológicas y, potenciándose, dan origen a una nueva cepa de coronavirus el que comienza a contagiar a velocidad exponencial a los habitantes de la ciudad, de la región y del país.

Supongamos que las autoridades políticas de esa nación deciden ocultar lo que está ocurriendo, forzando a autoridades locales y sanitarias a callar. Supongamos que una cadena de muertes “accidentales” ocurre en esos mismos días, afectando al equipo médico que ha dado la alarma de la nueva enfermedad. Supongamos que el jefe de ellos –el que primero que dio cuenta de un virus que se parecía al SARS, otro coronavirus mortal–, aquel que la policía le dijo que “dejara de hacer comentarios falsos” y fue investigado por “propagar rumores”, muere de la nueva enfermedad a pesar de su juventud.

supongamos el origen del covid
Imagen: Nature.

Supongamos, ahora, que la organización de salud internacional, que agrupa a 193 países, decide acoger las peticiones del Estado donde ha nacido el, ahora llamado, Covid-19, y evita declarar inconveniente viajar y salir de éste, permitiendo que la infección se propague en aviones y barcos por todo el orbe.

Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la “pandemia”. Supongamos que lo hacen por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.

Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que sólo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos meses y años. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.

Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.

supongamos el regreso a la normalidad
Imagen: The Guardian.

Supongamos que se gastan miles de millones de litros de tinta y neuronas tratando de decidir si vale la pena o no implementar el uso de mascarillas. Supongamos que hay naciones latinoamericanas que declaran cuarentenas totales de más de nueve meses y supongamos que hay otras que nunca lo hacen.

Supongamos que hay Jefes de Estado que “compiten” a través de masivas ruedas de prensa con otros primeros mandatarios para ver cuál de sus naciones tiene mayor o menor cantidad de fallecidos.

Supongamos que el presidente de la primera potencia del mundo decide abandonar la principal organización de salud internacional en plena pandemia y que, además, ridiculiza todo el gigantesco trabajo que hace el personal sanitario de su país y del planeta, exponiendo su salud a diario, por salvar a los millones que enferman, declarando que la pandemia es una exageración construida por la prensa. Supongamos que ese mismo sujeto cree y fomenta la creencia en “teorías conspirativas”.

Supongamos que se desata una monumental crisis económica, supongamos que millones de puestos de trabajo se pierden, supongamos que la industria aeronáutica y del turismo se paraliza. Supongamos que los Estados, para paliar la crisis, generan la mayor deuda pública de la historia; en el caso de Latinoamérica dejando a sus principales economías con deudas en torno al 62% del PIB.

crisis economica
Imagen: The New Yorker.

Supongamos que el verano del hemisferio norte del 2020 transmite una falsa sensación de confianza y, por ello, la segunda ola es mucho peor que la primera, en términos de tasa de contagios y letalidad. Supongamos que, además, durante el curso de la pandemia las muertes asociadas al Covid-19 es muchísima más alta que lo que las cifras oficiales admiten.  

Supongamos que creemos que por el hecho de contar con vacunas a fines de 2020 el problema está resuelto. Supongamos que el invierno de 2021 del norte del planeta y el verano del hemisferio sur resultan ser uno de los períodos más complejos, desde el punto de vista sanitario, de los últimos 100 años.

Supongamos que las fronteras se abren antes de tiempo potenciando rebrotes del virus por doquier. Supongamos que la producción y distribución de las vacunas toma mucho más tiempo del imaginado, supongamos, entonces, que muchos países viven una tercera ola de la enfermedad.

Supongamos que, debido a todo lo descrito, la tecnología se transforma, en forma vertiginosa, y nuestro modo de vida cambia como no lo habíamos soñado. Supongamos que surgen múltiples focos de conflicto de origen político, social y económico y, con ello, que los ejes del poder se alteran en forma dramática. Supongamos que nuevos códigos culturales dan inicio a una profunda transformación societaria. Supongamos que el siglo XXI ha llegado definitivamente y que nos espera una nueva era desde todo punto de vista.

Supongamos que aprendemos algo de todo esto.


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Maradona: pies y mente de barro

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En la antigua Babilonia Nabucodonosor soñó con una enorme estatua, con cabeza de oro, torso de plata, caderas de bronce, piernas de hierro y pies de barro cocido. De pronto, una piedra cae rodando hacia la escultura, chocando contra los pies y la hace desmoronarse debido a la fragilidad del elemento con la que se había hecho la base, por muy fuertes y sólidas que fueran las del resto del cuerpo.   

Maradona tuvo pies de oro, piernas de plata y tronco de bronce. Su mente más que de barro, estaba formada de narcisismo, grandilocuencia e irresponsabilidad. El oportunismo, la viveza y, por qué no decirlo, la trampa, también habitaban esa cabeza. 

¿Se puede ser contradictorio y hasta ruin en la vida privada y genial en otros ámbitos?, desde luego que sí. La historia está llena de ejemplos de héroes imperfectos, crueles y ególatras. ¿Exculpan el talento y la genialidad los errores e incluso los delitos?, para nada.

El ser humano es por naturaleza un animal con caras múltiples, las zonas grises de cada uno de nosotros no evitan que tengamos polos negros y otros luminosos.

Ser incoherente no es una anormalidad, es un hecho cierto de nuestra psique.

muerte de maradona
Imagen: Malena Guerrero.

En tiempos en que lo políticamente correcto se ciñe como un manto autoritario que busca en el purismo y las verdades ciertas redimir los abusos, discriminaciones y horrores que se han cometido desde siempre, resulta fácil derribar al héroe con pies de barro o enjuiciar la mente del jugador habilidoso.

Maradona fue un magnífico deportista, también fue drogadicto y alcohólico, un populista de punta a cabo, un personaje funcional a intereses políticos y financieros. También fue el ídolo de niños y el sueño de multitudes, el símbolo de que se podía salir de la pobreza con un balón y valentía. En definitiva el vivo retrato del caudillo latinoamericano.

La verdad es que había muerto hace ya varios años, el sujeto que pululaba por programas de televisión y estadios de futbol en el último tiempo era la sombra, el lastre de lo que alguna vez había sido: un niño corriendo detrás de una pelota, en una cancha de tierra, queriendo devorarse el mundo. 

Esta imagen no salva al gigante caído, pero le sigue dando esperanzas a millones para soñar y, ojalá, no sólo aprovechar el talento que se tiene, sino que también, a ser mejores personas y hacer del mundo un buen lugar para los niños y niñas que siempre seguirán jugando con un balón.


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La utilidad de los fracasos

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El aprendizaje es un largo camino de ensayos, pruebas, hipótesis, expectativas, errores, fallos, frustraciones, creatividad, cansancio y fracasos, muchos fracasos.

Desde pequeños se nos ha enseñado que la meta y el triunfo son aquello que debemos siempre poner en primer lugar al momento de iniciar cualquier camino. Nada más lejos que el goce que supone transitar de un lugar a otro.

Hace unos años, el gran físico chileno Andrés Gomberoff me dio una lección de la importancia de los procesos de aprendizaje. Hacía un tiempo que no lo veía cuando me lo encontré en un café en Santiago; me contó que venía llegando de Japón, donde había pasado unos pocos días; un viaje que toma cerca de 36 horas desde Chile.  El motivo de su periplo al otro lado del planeta fue la invitación de un colega suyo quien lo había desafiado a trabajar en un problema de física teórica que lo tenía complicado. ¿Y cómo les fue?, pregunté. —No llegamos a nada –me dijo–, pasamos cerca de una semana encerrados desarrollando fórmulas y no lógranos resolver el acertijo. ¡Qué frustración más grande!, exclamé. —¡No! –me contestó con firmeza–, la mayor parte de las veces, los físicos no somos capaces de probar nuestras hipótesis, y eso es lo que, justamente, hace que, el hacer ciencia valga la pena. Porque es difícil, porque casi siempre nada resulta, eso es lo que permite que, cada problema inconcluso abra nuevas preguntas y posibilidades para seguir avanzando, para ir más allá, mucho más allá de lo que imaginábamos cuando nos preguntamos por primera vez aquello que intentamos entender.

aprender del fracaso
Imagen: Red Badget.

De alguna manera esa noción de aprendizaje desde el fracaso y la frustración se puede equiparar a otro ámbito, muy distinto, de la condición humana: el amor.

¿No es ese también uno de los campos más lleno de ilusión y dolor por los que transitamos a lo largo de nuestras vidas? ¿Quién no ha perdido en el amor? ¿Quién no se ha sentido derrotado y no se ha prometido que nunca más lo volverá a intentar, que nunca más volverá a confiar, para estar, al poco tiempo, nuevamente deslumbrado por la posibilidad que esta vez sí resulte la apuesta? 

Es importante el fracaso porque gracias a él celebramos los triunfos. Agradecemos la salud porque conocemos la enfermedad y amamos porque sabemos lo que es el desamor.  La derrota nos es necesaria, nos alimenta, da fuerza y coraje, bien lo escribió Teresa de Ávila hace 500 años:

Tengo una grande y determinada determinación,
de no parar hasta llegar,
venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere,
trabaje lo que trabajare,
murmure quien murmurare,
siquiera me muera en el camino,
siquiera se hunda el mundo.


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Esplendor y espanto del narcisismo maligno

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Deshumaniza todo lo que está en torno a sí; aplasta a quien se encuentre en su camino, crea enemigos imaginarios, arrasa con ellos, sin importar las consecuencias. No se detiene, persiste en la ideación paranoide de que nadie lo entiende, que los demás son sólo aprendices en comparación con él. Valida su comportamiento grandilocuente, antisocial y hostil en base a hipótesis alucinatorias, rebuscadas, carentes de todo fundamento lógico. Construye círculos de confianza funcionales, manipula y empodera a admiradores serviles, los hace sentir importantes, les otorga un falso poder, los utiliza y exprime, para luego dejarlos caer. Se autoengrandece, se insufla halagos, se llena de adjetivos calificativos que reafirman, hasta el infinito, justamente todo lo que no es.

Vive en modo complot, todo lo que se opone a sus deseos es una conspiración, una amalgama de teorías que justifican su odio y su profundo desprecio por todo y por todos. Si no es capaz de comprender algo, lo degrada, lo ridiculiza; jamás admitirá que no sabe. Antes que asumir un fracaso o una derrota se victimiza, él no ha perdido, ha sido vencido por una conjura. Sus distorsiones cognitivas dan forma y sustento a un discurso carente de toda empatía. Las palabras son funcionales a sus propósitos. Todo acto, todo gesto, hasta el menor detalle en su comportamiento opera siempre en su propio beneficio. La generosidad y la compasión se exhiben en la medida que refuerzan la estrategia comunicacional de turno.

narciso maligno
Imagen: Pinterest.

Parejas, amigos, familiares y hasta los hijos, desfilan por su vida. El afecto por ellos oscila, como estados de ánimo; nada es permanente, los vínculos se construyen sobre su entusiasmo, el cual es siempre transitorio. Su único compromiso es con sí mismo. La incondicionalidad y la lealtad son, en su caso, caminos unidireccionales, es decir, apuntan a su propio interés. Crea dependencia, le fascina que le deban; genera culpa en todos sus cercanos y cobra con intereses usureros cualquier favor o ayuda que haya dado. No hay sentido de justicia, equidad, ni ecuanimidad en ninguna de sus acciones, o más bien la hay, siempre y cuando él sea el juez y determine cómo la disputa en cuestión puede favorecerlo de mejor manera. Frente a cualquier reproche, echa a mano a cualquier detalle para desviar el foco de atención, buscando justificar sus errores con argumentos infantiles. 

Tuerce la realidad, la distorsiona, la amolda, la manipula y la pervierte. Su discurso divide y genera miedo, azuza al rencor y la envidia; invita a la discriminación, al odio y a la aniquilación. Construye muros y segrega; no tolera la diferencia, persigue las ideas y seduce a sus seguidores con promesas de redención y validación social. 

mentiras
Imagen: Pinterest.

El narciso maligno hipnotiza a millones en el planeta. Boquiabiertos lo ven como un iluminado, un sabio, el conductor hacia un tiempo nuevo, un horizonte mejor en que los elegidos gobiernen y se vuelva al “orden natural”, al del racismo, el de las capuchas blancas y las antorchas encendidas, al de los hornos crematorios, machismo recalcitrante, misas en latín, partido único y campos de concentración. Él se deja querer y ojalá venerar, potenciando los dolores y miserias de sus seguidores. Les promete lo que ellos quieren escuchar, los amenaza si lo abandonan. La estrategia es primaria, pero efectiva: la culpa. Hagan lo que hagan, nada será nunca suficiente, lo “decepcionarán, desilusionarán y harán sufrir”; entonces, luego de humillarlos y hacerlos sentir miserables, les dará una nueva oportunidad, en la medida que hagan lo que él sabe que es mejor para ellos: servirle.

Una democracia fracasa cuando permite que una psicopatología se legitime.


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La ciclicidad de los cambios

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Muchos estudiosos han planteado la historia como una suma de ciclos, eminentemente repetitivos, una especie de viaje por múltiples espejos que se repiten una y otra vez. Una ciclicidad cuyas ondas azotan y van conformando el devenir humano a través del tiempo.

Hoy estamos en un momento en que diversas placas tectónicas de nuestra forma de vida chocan, en forma aleatoria, transformando toda la idea de “normalidad” que habíamos construido durante las últimas décadas. Es así como, el orden europeo, post Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, se encuentra cuestionado, por nacionalismos, movimientos independentistas y desconfianzas mutuas. Los nostálgicos del fascismo, nazismo y comunismo, han encontrado, indistintamente, en migrantes subsaharianos, latinoamericanos y ciudadanos de países de Europa del Este, argumentos y eco para alimentar sus distintas visiones totalitarias. Los grupos terroristas islámicos, por otra parte, nos recuerdan, cada cierto tiempo, que Dios sigue siendo un gran argumento para el horror.

En Latinoamérica seguimos entrampados en encontrar fórmulas que posibiliten, de una buena vez, que nuestras naciones salgan del subdesarrollo. De tiempo en tiempo, algunos países parecieran estar listos para el despegue, pero allí se quedan, en la cornisa y, en forma patética, vuelven a caer en viejas prácticas, donde caudillismo, populismo, improvisación e irresponsabilidad política hacen de las suyas. En muchos sentidos, somos un continente que da siempre dos pasos hacia delante e, inevitablemente, uno hacia atrás; todo esto, desde luego bien maquillado de “buenas intenciones”. 

ciclicidad en america latina
Imagen: Diario de Paz.

Mientras todo esto ocurre, o más bien se ha venido manteniendo en el tiempo, el narcotráfico y la violencia han capturado policías, ejércitos, jueces y políticos. Sociedades enteras ceden frente a su poder; sin importar el color político, año a año el pulso de la droga late con más y más fuerza entre nosotros. Los grandes consumidores de ésta, Estados Unidos, y como ya se señaló Europa, viven sus propios cataclismos. La primera potencia del mundo decide en estas horas su destino para los próximos años; algunos piensan que incluso se está jugando la suerte de la democracia occidental. ¿Y qué pasa mientras tanto con los hindúes y los chinos? Occidente pareciera insistir en evitar mirar la ola, el tsunami, que los gigantes asiáticos surfean, o más bien galopan hace años. El pragmatismo de Oriente, nacido de pavorosas hambrunas y crueles guerras, ha sido capaz de, en apariencia al menos, adaptarse a la revolución tecnológica de la que son constructores y protagonistas y al orden político-autoritario de sus gobernantes. ¿Estarán siendo felices podría alguien preguntarse? No lo sabemos, o más bien no lo entendemos los occidentales. Hay lógicas que aun no tienen una buena traducción.

Todo esto, mientras el calentamiento global y el cambio climático han desaparecido de la agenda pública, dejando toda la atención al Coronavirus, que más allá de los buenos deseos, con toda claridad, nos “acompañará” durante todo el 2021. Si el primer movimiento de ese terremoto sanitario-económico fue duro, la réplica amenaza con ser aún peor.

cambio climatico
Imagen: This is Colossal.

¿Está todo perdido? Para nada. ¿Cuántas veces no nos ha pasado esto a lo largo de la historia del ser humano? La diferencia esencial, es que hoy la simultaneidad y la rapidez de la información parecen dotar de un angustioso vértigo a la ciclicidad de los cambios.  Psicológicamente estamos viviendo un cambio de era en el que el tiempo lineal fuerza al tiempo psíquico a pensar y actuar al mismo tiempo. La creatividad, el desarrollo de nuevas ideas y formas de entender la realidad hacen de estas primeras décadas del siglo XXI un momento único en el desarrollo humano. En el futuro muchos nos encontraran enormemente valientes al hacer sido capaces de soportar este embudo del tiempo; pero sobre todo nos envidiaran. 

Con todas nuestras precariedades psíquicas y económicas, pese a nuestra cercanía con el desamparo y el dolor; con todos nuestros temores, aprendiendo a convivir con la tecnología como nunca antes lo habíamos hecho; con nuestras drogas, nuestra violencia, e inestabilidad política; con profundas diferencias culturales, con enormes desigualdades a todo nivel, habremos fundado una nueva forma de habitar nuestro planeta. El futuro será lo que llegue a ser, en buena parte, gracias a nuestra resiliencia e imaginación.

En definitiva, porque habremos sentido que podíamos perderlo todo es que decidimos luchar y lograrlo todo.


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