Noticieros, prensa escrita, redes sociales, no dejan de hablar de esta conmemoración que año tras año se viene celebrando en el mundo entero. Debates, manifestaciones, reivindicaciones y hasta grupos violentos hacen de este día un tiempo para reflexionar y entrarle a un tema que muy poco se ha hecho para buscar la tan “cacarea igualdad” de la que nos gusta alardear.
Se critica a las Instituciones que en su mayoría están regidas por varones y concretamente a la Iglesia católica porque siempre ha relegado a la mujer a un papel secundario en las funciones fundamentales que la Institución lleva a cabo. Es cierto y parece olvidarse que Jesús siempre le concedió la misma dignidad al hombre que a la mujer, pero no nos hemos atrevido a dar el paso definitivo para que esto suceda.
Me viene a la mente un texto bíblico del Evangelio de Juan donde Jesús con suma delicadeza le da un espaldarazo a la mujer que era condenada por adulterio en una sociedad “machista” –como la nuestra– y de paso “condena” al hombre por su falta de sensibilidad y prepotencia. El relato aludido menciona que una mujer fue sorprendida en adulterio, humillada públicamente, condenada por los varones respetables y sin defensa posible ante la sociedad y la religión. Jesús, sin embargo, desenmascara la hipocresía de aquella sociedad, defiende a la mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una vida más digna.
La actitud de Jesús ante la mujer fue tan “revolucionaria” que, después de veinte siglos, seguimos en buena parte sin querer entenderla ni asumirla. ¿Qué podemos hacer en nuestra sociedad y en la Iglesia? Mencionaré algunos aspectos que considero de gran importancia para mí, como creyente y sacerdote católico.
En primer lugar y haciendo una referencia a la Iglesia católica, necesitamos actuar con voluntad de transformarla. El papa Francisco lo viene haciendo, aunque no con la rapidez que muchos quisieran. Sin embargo, los hechos hablan por sí solos. El cambio es posible. No debemos de dejar de soñar con una Iglesia diferente, comprometida como nadie en promover una vida más digna, justa e igualitaria entre varones y mujeres.
Debemos ser conscientes de que nuestra manera de entender, vivir e imaginar las relaciones entre varón y mujer no proviene siempre del evangelio. Somos prisioneros de costumbres, esquemas y tradiciones que no tienen su origen en Jesús, pues conducen al domino del varón y la subordinación de la mujer.
En la enseñanza religiosa estábamos acostumbrados a escuchar expresiones como ésta: “ocasión de pecado”, “origen del mal” o “tentadora del varón”. Hemos de eliminar estas visiones negativas de la mujer y desenmascarar teologías, predicaciones y actitudes que favorecen la discriminación o descalificación de la mujer. Sinceramente, esta manera de pensar no es evangélica.
Llama también la atención dentro de las comunidades cristianas el silencio absoluto que hay ante la violencia doméstica que hiere los cuerpos y la dignidad de tantas mujeres. Como creyentes no podemos vivir de espaldas ante una realidad tan dolorosa y frecuente, que se da muchas latitudes de nuestro país y del mundo entero. Feminicidios, violaciones, acoso… ¿Qué gritaría Jesús hoy ante esta realidad?
¡Basta ya! Tenemos que reaccionar contra la “ceguera” generalizada de los varones, incapaces de captar el sufrimiento injusto al que se ve sometida la mujer sólo por el hecho de serlo. En muchos ámbitos es un sufrimiento “invisible” que no se sabe o no se quiere reconocer. En el Evangelio de Jesús hay un mensaje especial, dirigido a los varones, que todavía no hemos escuchado ni anunciado con fidelidad.
La mujer, no necesita de planes y normas, sino una mano amiga que la comprenda y le ayude a levantarse de tanta postración. Jesús lo hizo con la mujer adúltera y con muchas otras que se acercaron a él.
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