Música y Arte Sonoro

Repensar la música en vivo durante la crisis sanitaria global

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18 de mayo de 2020.  El bajo operístico Günther Groissböck y la pianista Alexandra Goloubitskaia entran al escenario para interpretar un recital con obras de Schubert y Mahler. En el Teatro Estatal de Hesse, con capacidad para 1,000 personas, el público de aquella noche estaba conformado por menos de 200 espectadores, todos usando mascarillas y esparcidos puntillísticamente en las butacas. Después de tener su temporada oficial de conciertos cancelada por la crisis del COVID-19, éste sería uno de los primeros experimentos orientados a retomar las actividades musicales con la presencia del público en Alemania. El regreso a las presentaciones ocurre bajo un estricto protocolo sanitario,  que incluye desde limitaciones en la circulación de los asistentes en el espacio común y rígidas normas de distanciamiento social, hasta el requerimiento de datos personales y de contacto como condicionantes para la compra de boletos, con vistas a la detección y control de posibles contagios.

musica en pandemia
Audiencia del Teatro de Hesse en Wiesbaden, Alemania. Fotografía: The New York Times/ Gordon Welters.

La pandemia ha impuesto un punto de inflexión para el mundo de la música. Todas las músicas. Especialmente el acto de musicar en vivo, el que implica acercamientos, encuentros y una serie de intercambios físicos y afectivos, se ha estremecido. Las cuarentenas impuestas alrededor del mundo para mitigar el avance del coronavirus han roto amplias e interconectadas redes de creación, producción y distribución musicales, tanto locales como internacionales. En acciones remediales, instituciones, empresas y músicos se han apropiado de manera contundente de las redes sociales en un intento de no perder el contacto con sus públicos y rescatar parte de sus actividades. Una sobre oferta de videos y live streamings con interpretaciones musicales inundan las plataformas digitales. Algunos conciertos cuentan con excelente trabajo de producción y transmisión de audio y video, como el de Daniel Barenboim con un poco más de una decena de los músicos –cada uno con propio atril y manteniendo la distancia recomendada entre ellos– de la Ópera Estatal de Berlín, realizado a puertas cerradas con transmisión en vivo el pasado 8 de mayo.

Daniel Barenboim
Fotograma del concierto con Daniel Barenboim dirigiendo los músicos de la Ópera Estatal de Berlín (08/05/2020).

No obstante, la gran mayoría de las transmisiones son generadas desde el confinamiento, con baja producción técnica y limitada calidad de sonido. Aunque por otra parte, quizás  uno de los aspectos más atractivos de estos ejercicios alternativos de comunicación con el público, ha sido su capacidad para permitir que los artistas se muestren más reales y humanos. Este reinventarse en las redes sociales también ha propiciado a los músicos una interlocución mucho más directa con sus fans y seguidores, estrechando lazos afectivos, aunque virtuales. Mientras el lo-fi está en alta, en la medida que revela el mundo sin glamour, simple y cotidiano del músico, este acercamiento instiga a la vez una mirada voyerista sobre sus prácticas musicales, rutinas y espacio creativo.

A pesar de la conmoción inicial que estas transmisiones caseras ocasionaran al principio de la pandemia –como la de Chris Martin, músico de la agrupación inglesa Coldplay, el pasado 16 de marzo por Instagram–, la aparente saturación de la oferta de contenidos musicales en las redes no ha sido un paliativo suficiente para subsanar las pérdidas económicas en el sector, ocasionada por la cancelación de eventos, el cierre de espacios y por la poca perspectiva a corto plazo para la reprogramación de actividades artísticas presenciales. Aún más importante, además de su falta de efectividad para mantener a la extensa cadena de profesionales vinculada a los espectáculos musicales en vivo, los conciertos virtuales transmitidos a través de las redes sociales o plataformas digitales no parecen ser capaces de ofrecer una experiencia sensorial equiparable a la experiencia musical en vivo. Tanto artistas como públicos todavía buscan en el ritual colectivo el sentido mismo del fluir de lo sonoro en la retroalimentación del contacto entre sus cuerpos –y una infinidad de gestos y afectos– compartidos de manera presencial.

Éste es un tiempo sin precedentes para las artes escénicas en general y para la música en particular. El COVID-19 ha impuesto la necesidad de repensar los formatos de conciertos, shows, festivales y eventos masivos, lo que seguramente marcará un hito en la vida cultural y las prácticas artísticas del siglo XXI. Se impone un gran desafío que a la vez abre nuevas áreas de oportunidad para la transformación e innovación del sector. Y la dimensión de los cambios por venir y su impacto apenas empiezan a vislumbrarse.


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La escucha en tiempos de pandemia

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Me despierto más tarde que de costumbre. El canturreo matutino de los pájaros se ha intensificado en las últimas semanas. Miro por la ventana. Afuera, ni un alma viva. Los perros ladran a lo lejos. Una brisa sopla suave haciendo bailar las copas de los árboles en el horizonte. En el trasfondo de estos sonidos hay un vacío inquietante. La presencia de un ente submicroscópico ha cambiado la marcha del planeta. Su invisible presencia se ha materializado ante nuestros ojos a través de las imágenes de miles de muertes  bombardeadas constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales en los meses recientes. La pandemia ocasionada por el COVID-19 ha puesto a casi un tercio de la población mundial en cuarentena, revelando la fragilidad de lo que habíamos entendido como “nuestras vidas” dentro de las complejas estructuras del mundo occidentalizado.

sonidos vacios
Cierre de calle del Centro Histórico de la CDMX.

El confinamiento, medida adoptada por parte de diferentes naciones para frenar la curva de contagio del virus, ha llevado a que millones de personas cambien sus rutinas diarias. Distanciamiento social. Cancelación de actividades no esenciales. Cierre de fronteras. Reducción drástica en los desplazamientos de contingentes humanos. Mientras nosotros enfrentamos la ansiedad por los inciertos desdoblamientos que suscitará la pandemia, la Tierra está en pausa. Esta abrupta ruptura en el ritmo frenético de la vida contemporánea es un hecho sin precedentes, cuyas consecuencias apenas se comienza a dimensionar. Empiezan a aparecer los primeros reportes sobre la reducción en China y Estados Unidos de emisiones de gases contaminantes en la atmósfera.[1] Todavía queda por averiguar cómo afectará la ausencia de presión humana a la fauna urbana y silvestre. Con una mínima o casi nula circulación de personas, algunas ciudades han podido observar el incremento en la presencia de determinadas especies en ciertas zonas, ya sea por la búsqueda de alimento o por el reclamo de sus territorios originales, o ambas cosas. De igual manera, la ausencia de coches, camiones, trenes, navíos y aviones, así como la reducción en el uso de maquinaria industrial, han permitido que los sismógrafos en diferentes latitudes puedan detectar de manera más clara las vibraciones generadas por los movimientos tectónicos.  Desde Bélgica, Francia, Inglaterra, Ecuador, Nueva Zelanda y Estados Unidos llegan relatos sobre la disminución de los patrones de ruido de fondo en las mediciones sísmicas, ocasionada por la menor actividad humana en la corteza terrestre.

(Channel 4 News: Before and after coronavirus – scenes from the world’s biggest cities)

Así como algunos sonidos han desaparecido o disminuido en intensidad, otros han tomado lugares protagónicos en los espacios de las ciudades. Con innumerables comunidades entrando en encierro sanitario, el mundo se reconfigura como una entidad sónica distinta. La abrumadora ola sonora en la que estábamos inmersos de manera casi continua ha bajado su intensidad, tornando más profunda, particularmente para los habitantes citadinos, la escucha del espacio urbano. Calles vacías. Centros comerciales cerrados. Coches estacionados. Nuestros entornos más inmediatos adquieren características que empezamos a percibir de manera más clara y delineada a través de los oídos. Y por otra parte, el recogimiento ha limitado a la mirada. Los vestigios visuales ya no se encuentran en el centro de la audición para asegurarle sentido a lo escuchado. Oír lo invisible puede configurarle resignificaciones dentro de un extenso espectro, pasando de lo poético a lo trágico, de lo sutil a lo estridente. En estos días de clausura. Frecuencias. Intensidades. Texturas. Fondo y superficie. Todo se ha amplificado en el pabellón auditivo.

Las transformaciones experimentadas en los paisajes sonoros y en nuestra sensibilidad no han pasado desapercibidas para muchos alrededor del planeta. Testimonios personales e informes periodísticos en este sentido abundan en las redes sociales y en los medios digitales, respectivamente. Distintos colectivos e instituciones han lanzado convocatorias solicitando contribuciones para el mapeo de nichos acústicos o la documentación de las recientes metamorfosis en diferentes entornos sonoros.[2] Algunas llamadas invitan a colaborar con el envío de grabaciones, desde sonidos generados en el mismo espacio de confinamiento y relatos autoetnográficos de la experiencia vivida durante esta contingencia sanitaria, hasta improvisaciones sónico-musicales y recopilación de datos y mediciones de niveles de ruido en el medio ambiente, antes y después del evento del coronavirus. Estas iniciativas de alguna manera registrarán, a través del trazo sonoro, el álgido momento del Antropoceno que estamos viviendo. Representan una oportunidad de resignificar la temporalidad y mutabilidad de lo vivido por mucho de nosotros durante la pandemia, así como las múltiples transformaciones planetarias por venir. Los sonidos hablarán y contarán historias. Las de la Tierra. Y las nuestras.

sonidos de la tierra

Notas:
[1]  “NASA Satellite Data Show 30 Percent Drop In Air Pollution Over Northeast U.S.”, NASA (09/04/2020).
Así ha bajado la contaminación durante el estado de alarma por el coronavirus”, Greenpeace (19/03/2020).
Airborne Nitrogen Dioxide Plummets Over China”, NASA-Earth Observatory (26/02/2020).

[2]Historias Sonoras del COVID19”, Paisaje Sensorial.
Urban Soundscapes of the World.
Record the Earth.
Quarantine Soundscapes 2020 – 1 minute & 1 second  Silent Soundscapes”, Theodoros Lotis.
#EscuchandoGijon | Un mar de sonidos.


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El año Beethoven y la sombra del patriarcado

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Suena la tercera llamada. La puerta lateral se abre. Sosteniendo su violín, parsimoniosamente, entra al escenario el concertino de la orquesta. Entre los aplausos del público indica a los demás músicos, sus subalternos inmediatos en la jerarquía orquestal, que se levanten. Una vez dispensado el saludo colectivo a su fiel audiencia dominical, procede con la afinación de los instrumentos de las distintas secciones de la agrupación que encabeza. Una vez terminada la tarea, toma asiento. Silencio expectante. La puerta lateral se abre nuevamente. Más aplausos. Esta vez, más intensos. El director entra estrepitosamente. Con su paso veloz y seguro alcanza rápidamente el pódium. Su traje de corte moderno, la ausencia de corbata y la camisa ligeramente abierta, parecen desafiar el imaginario del típico músico de orquesta. Sin dudarlo, con gesto certero y sentido de urgencia evidente, su batuta ataca la Obertura Coriolano Op. 62 (1807), que conforma, junto con la Obertura Leonora III Op. 72 (1806), la Sinfonía No. 5 en do menor Op. 67 (1808) –todas obras del compositor Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 – Viena, 1827)– y Lord, Have Mercy on the 21st Century, de la joven compositora mexicana Cristina García (México, 1983), el primer programa de la temporada 2020 de la Orquesta Filarmónica de la UNAM.

Como ha sido difundido a través de diferentes medios, el pasado 16 de diciembre de 2019 dieron inicio en Bonn y Viena –su ciudad natal y ciudad de residencia durante su vida profesional y hasta su muerte, respectivamente– los festejos por el 250 aniversario del natalicio de Beethoven, los cuales se llevarán a cabo a lo largo de 2020 en toda Alemania y Austria. Además de una intensa programación de conciertos en torno a su vida y obra, se ofrecerán también distintas actividades que van desde circuitos turísticos para reconstruir sus pasos por estas ciudades, así como exposiciones, festivales, óperas, ballet, teatro, estrenos de obras, ediciones musicales, pláticas y congresos, hasta diversas ofertas gastronómicas, todo esto enmarcado bajo la figura de uno de los compositores más venerados de todos los tiempos y considerado la quintaesencia de la alta cultura europea.

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Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (Fotografía: Gaceta UNAM).

El hecho de que la música de Beethoven sea de manera incuestionable una de las más frecuentemente interpretadas alrededor del mundo, no constituirá un obstáculo para que este panorama se vea exponenciado durante 2020, dado que muchos países, tal y como era de esperarse, se han adherido a la celebración de esta efeméride. México no es la excepción. Una breve mirada a la programación de las más representativas agrupaciones sinfónicas de la CDMX, por ejemplo, podría revelar mucho más que una simple iniciativa de sumarse a la fiesta beethoveniana global. La audición de sus sinfonías, oberturas, conciertos para instrumentos solistas, entre otras creaciones, estará conformada por una selección musical que hace circular prácticamente las mismas obras en las diferentes carteleras de las orquestas de nuestra ciudad. La temporada sinfónica ha arrancado al unánime tono dictado por el aniversario del maestro de Bonn.

Entre otros repertorios, el punto alto del tan celebrado festejo en la programación anual de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, se tradujo en la interpretación de la Sinfonía No. 9 en re menor Op. 125 (1824), el pasado domingo 2 de febrero, en un magno concierto en la Arena Ciudad de México, que buscó alcanzar a un público multitudinario de aproximadamente 10 mil personas. Por otra parte, Beethoven, 250 años de creatividad musicales el título de la primera temporada de la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional que, entre otras obras del compositor, también ha programado sus 9 sinfonías. Del mismo modo, la Orquesta Sinfónica Nacional se ha unido al jubileo, pero quizás con un ímpetu menos germánico dada la limitada selección de las obras del compositor alemán incluidas en su primera temporada.

En el diseño de la programación musical de diferentes cuerpos artísticos sinfónicos, no deja de llamar la atención la propuesta de una de las más prestigiadas agrupaciones sinfónicas del mundo, la Orquesta Filarmónica de Nueva York, la cual abre mano de su adhesión a los festejos por el 250 aniversario del natalicio de Beethoven para proponer una programación en torno a una efeméride local: la conmemoración de los 100 años del derecho al voto de las mujeres estadounidenses, de acuerdo con la decimonovena enmienda constitucional de ese país. Esta conquista de las mujeres será celebrada por la orquesta a través de la comisión de 19 obras de diferentes compositoras, las cuales serán estrenadas a lo largo de su temporada 2020.

Alice Paul
Alice Paul cosiendo una estrella en la bandera del Partido Nacional de las Mujeres de Estados Unidos, durante el proceso de aprobación de la decimonovena enmienda constitucional de ese país (Biblioteca del Congreso).

En estos tiempos de expresa reivindicación por la equidad de género, también en los ámbitos artísticos, resalta el hecho de que la labor creativa de las mujeres aparentemente no tendrá el suficiente espacio en la programación de las orquestas sinfónicas de la CDMX durante el año que inicia. La única celebración en torno a lo femenino, anunciada hasta el momento, será la del Día Internacional de la Mujer en el concierto del próximo 8 de marzo por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, el cual paradójicamente ¡no incluye ni una sola obra de la autoría de alguna compositora! Georgina Derbez (México, 1968) es la única compositora mexicana programada por la Orquesta Sinfónica Nacional, compartiendo espacio en su primera temporada con las compositoras Lera Auerbach (Rusia, 1973) y Elizabeth Maconchy (Inglaterra, 1907-1994), mientras que Gabriela Ortiz (México, 1964) junto con Alejandra Odgers (México, 1967) serán las únicas compositoras que aparezcan en la primera temporada de la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional.

En medio de esta avalancha beethoveniana, además del repertorio canónico que enmarca las carteleras de 2020 en México, merece mención aparte la iniciativa de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. Esta orquesta ha integrado en su programación, además de los conciertos para piano y orquesta, oberturas y otras obras sinfónicas de Beethoven, la interpretación de sus nueve sinfonías acompañadas del estreno mundial de 9 obras especialmente encargadas a compositores mexicanos –mujeres y hombres– de diferentes generaciones, las cuales entablarán un diálogo con la obra del compositor alemán. Fue en este contexto que se pudo escuchar la obra Lord, Have Mercy on the 21st Centruy, de Cristina García, los pasados días 8 y 9 de febrero.

En esta ocasión, el concierto termina con la Quinta Sinfonía. El público que llena la Sala Nezahualcóyotl espera ansioso por el predecible deleite casi orgásmico del apoteótico final de la célebre obra. Massimo Quarta conduce de manera pujante a la orquesta, construyendo de forma enfática el crescendo acumulativo del último movimiento. Antes incluso de que el último acorde deje de sonar en la majestuosa sala, los aplausos explotan de manera arrebatadora, llenando cada rincón del recinto con éxtasis colectivo.

Crónicas Catalanas (II): El Templo de la Sagrada Familia y los sonidos de Gaudí

Lectura: 5 minutosDespués de un extenuante traslado de más de 14 horas, llegar a Barcelona despierta suficiente entusiasmo como para eclipsar cualquier jetlag o cansancio acumulado. La oferta cultural de la ciudad, su gastronomía y el entorno urbanístico se suman en esta ocasión a la expectativa del feliz encuentro con nuevas y antiguas amistades.  Mientras nos desplazamos del aeropuerto a lo que será nuestro hogar por los próximos meses, mis ojos miran curiosos a través de la ventanilla del auto. El paisaje extrañamente invernal para el inicio de la primavera poco a poco se difumina para dar paso a la colorida visión de calles llenas de vida. Jóvenes con apariencia muy cool en scooters y bicicletas, ancianos paseando a sus mascotas, niños de camino a la escuela, repartidores de mercancías, y muchos, muchos turistas…

Por fin llegamos. Un edificio de cinco niveles bellamente restaurado y ubicado en una zona bulliciosa del Ensanche. La mejor parte es que desde sus balcones es posible disfrutar una vista exclusiva de la obra icónica de Gaudí, el Templo de la Sagrada Familia. Las dimensiones colosales y formas exteriores extravagantes de la basílica son algo intrigantes aún para el espectador contemporáneo, pero no por ello menos mesmerizantes. Un infinito caleidoscopio de formas, texturas, colores y pequeños detalles se desprende de su superficie. Los ojos no se cansan de navegar por las exquisitas topografías de sus fachadas. Me siento privilegiada con la idea de tener como vecina a tan distinguida edificación. Era lo que creí, por lo menos en este momento.

La Pasión del Templo.
Vista de la fachada de la Pasión del Templo de la Sagrada Familia (Fotografía: Iracema de Andrade).

Después de deshacer las maletas y de tomar un breve desayuno, la necesidad de dormir es más fuerte que cualquier intento de adaptarse al huso horario local. Entregada profundamente a los brazos de Morpheus, me despierto de un sobresalto. Un fuerte sonido se propaga por todo el departamento. Poco a poco comienzo a distinguir campanas resonando a corta distancia. Aturdida, me dirijo a los balcones de la sala y al abrir las puertas soy alcanzada por una ráfaga sónica conformada por un registro acústico nebuloso. Como en una Babel moderna, una multitud de turistas hablan simultáneamente sus respectivos idiomas, gritan, ríen, murmuran y se exaltan en un mar de celulares que se mueven en busca de la selfie perfecta o de alguna toma de video con el escenario gaudiano al fondo. Acabo por darme cuenta de que el zumbido de esta colmena humana y las tonadas del campanario conformarán el paisaje sonoro que me acompañará en las próximas semanas.

Templo de la Sagrada Familia.
Vista parcial del Templo de la Sagrada Familia (Fotografía: Iracema de Andrade).

Cuando el arquitecto Francisco de Paula del Villar y Lozano (Murcia, 1828-Barcelona, 1901) colocó la primera piedra del templo en 1882, jamás se imaginó la magnitud de las transformaciones que sufriría su plan original. Inicialmente concebida como una iglesia neogótica, 137 años después ha terminado por convertirse en uno de los monumentos más visitado de España, no por la genialidad gestada en de Paula, sino por la de su sucesor. Antoni Gaudí (Reus, 1852, Barcelona, 1926) asumiría la dirección del proyecto en 1883 y estaría al frente de la obra hasta su muerte. Éste fue uno de sus trabajos más anhelados y por el cual desarrolló una visión de transcendencia más allá de su persona. Comprendió rápidamente, dada la monumentalidad del proyecto, que se requeriría de un enorme esfuerzo que abarcara el compromiso de las siguientes generaciones para su finalización.

Para los visitantes de hoy, el estar en el interior del templo ofrece una sensación singular en donde la luminosidad filtrada por exquisitos vitrales se combina con las refinadas formas del espacio arquitectónico, suscitando una atmósfera cromática de ensoñación. Bosque acuático sumergido en múltiples prismas flotantes que contrastan con la pesadez de sus columnas. Holograma volátil que se expande hacia la verticalidad de bóvedas estelares. Cargado de una profusa simbología esotérica, cada elemento es concebido de manera minuciosa para forjar una narrativa en piedra, vidrio, metal y luz. Gaudí deseó más que un templo. Pretendió ofrecer una vivencia inmersiva y multisensorial a todo aquél que se adentrara en este espacio singular. Su búsqueda por la totalidad de la experiencia esotérica se tradujo también en una preocupación por el sonido en este entorno. En su proyecto primigenio contempló la posición del coro a una altitud considerablemente más arriba del piso de la nave. De igual manera, cuatro órganos deberían estar en la parte central del edificio y muy por encima del coro. La localización de estos diferentes focos sonoros en las alturas del espacio arquitectónico, proyectarían sus resonancias a través de sus bóvedas en una analogía directa del mundo celestial.

Interior del Templo de la Sagrada Familia.
Interior del Templo de la Sagrada Familia (Fotografía: Iracema de Andrade).

Además del diseño acústico de su interior, Gaudí imaginó el templo como un titánico objeto sonoro insertado en el espacio urbano barcelonés. Sus doce torres están proyectadas para abrigar diferentes juegos de carrillones, transformando todo el conjunto en una enorme caja de resonancia. De acuerdo a la intención inicial de su arquitecto, estas torres deberían albergar siete campanas cada una, conformando un total de 84 cuerpos resonantes capaces de expandir sus ondas vibratorias a partir de cien metros de altura. Cada uno de estos campanarios estaría conformado por pequeñas aberturas que tienen como intención dirigir sus respectivas reverberaciones directamente hacia abajo en dirección a la ciudad. En la actualidad sólo se conserva una de las campanas tubulares moldeadas por Gaudí.  Este peculiar y enorme artefacto de bronce se encuentra hoy en día en la torre de San Bernabé, la cual fue finalizada en vida de su creador, siendo una fuerte evidencia de sus experimentaciones acústicas llevadas a cabo durante la primera década del siglo XX.

Mientras la construcción del Templo de la Sagrada Familia no llegue a su término y por lo tanto tampoco la ejecución de su proyecto musical, habrá que conformarse con el repertorio de melodías grabadas que retumban a cada hora, de las diez de la mañana hasta las diez de la noche, poderosamente amplificadas a través de cuatro altavoces ubicados en una de sus torres. A pesar de la potencia del sonido electrónico moderno, éste no logra enmascarar el bullido sónico generado por las inmensas masas de turistas que peregrinan obstinadamente a su alrededor, creando un tejido acústico en que se funden arquitectura y comunidad, y reconfigurando cada día el entrañable paisaje sonoro de la Ciudad Condal.

Crónicas Catalanas (I): Video Quartet de Christian Marclay

Lectura: 4 minutosPara llegar al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, hay que atravesar las sinuosas y estrechas calles del Barrio Gótico de la capital catalana. Barcelona es una ciudad de aires nostálgicos y de cierto modo cinematográficos, que se deja ver e imaginar en sepia y blanco y negro. Luego de una larga caminata, dejo atrás el pálido sol de primavera que baña las calles del centro para adentrarme en la profunda oscuridad de la sala. Me acomodo plácidamente en uno de los bancos del rincón. Las personas entran y salen constantemente, ajenas a mi presencia. Llevo más de 30 minutos mirando fijamente las imágenes proyectadas en la pared y no puedo parar.  Me encuentro en una especie de trance, hipnotizada por el caleidoscopio de figuras que desfilan ante mis ojos, ejecutando una rara coreografía sonora. Maria Callas, Jimi Hendrix, Danny Kaye, Barbra Streisand, Jack Nicholson, Bob Dylan, Meryl Streep, Léon Theremin, Sid Vicious, Gregor Piatigorsky, Roger Daltrey, Arthur Rubinstein, Frank Sinatra, Jascha Heifetz, Oprah Winfrey, Liza Minnelli, Elvis Presley, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Fred Astaire, Jack Lemmon, Charlotte Moorman, Humphrey Bogart y un centenar más de actores, actrices, directores, cantantes e instrumentistas, aparecen vertiginosamente ante mis ojos, recortados de películas cinematográficas rodadas entre los años 20 del siglo pasado e inicios del siglo XXI. Literalmente extirpados de sus contextos originales para ser ingeniosamente reensamblados en una nueva narrativa audiovisual a través de un collage contrapuntístico a cuatro voces.

Fotograma de la obra Video Quartet de Christian Marclay.

Video Quartet (2002) de Christian Marclay (Estados Unidos, 1955)* es un video instalación que utiliza cuatro proyecciones simultáneas de innumerables fragmentos de filmes con actores y músicos, todos emitiendo algún tipo de sonido.  Sus acciones, las cuales conllevan gestos sonoros y visuales, se prolongan a través de los cuatro cuadros de manera coordinada, resignificando sus personajes y sus películas simultáneamente. Agrupaciones de más de 700 clips con figuras tocando pianos, guitarras, alientos y cuerdas son sobrepuestos y secuenciados, recreando melodías, armonías, ritmos y texturas tímbricas insospechadas. Como en una composición polifónica, Video Quartet se organiza a partir de pasajes temáticos ordenados sonora y visualmente de manera interna y propia, que a la vez se articulan a través de un juego de tensión y relajación empleado en el uso de sus materiales. Como en la secuencia en donde Marilyn Monroe, en el emblemático pasaje de la película Gentlemen Prefer Blondes (1953), canta una secuencia de reiterados “no”, justo antes de interpretar Diamonds are a Girl’s Best Friend.  Este fragmento se encadena con los de otras actrices histéricamente clamando “no” en diferentes películas y con segmentos operísticos en los cuales figuran prime donne en interpretaciones trágicas y directores orquestales con ademanes histriónicos. Estas imágenes y sonidos se fusionan poco a poco para alcanzar un creciente nivel de tensión, un monumental crescendo que alcanza su clímax con la clásica escena del grito de terror en la ducha de Psycho (1960), de Alfred Hitchcock. El arco dramático que se produce en esta sección se distiende y desdibuja para descansar sonoramente después de una cadenza perfecta que culmina con la aparición de Julie Andrews cantando Do-Re-Mi en The Sound of Music (1965).

Video Quartet.
Fotograma de la obra Video Quartet de Christian Marclay.

Christian Marclay compone un cuarteto audiovisual a partir de la emulación de una de las agrupaciones instrumentales de mayor tradición en la música de concierto occidental.  Como los intérpretes en un cuarteto de cuerdas, la banda sonora de cada una de las cuatro proyecciones interactúa con las otras en el espacio arquitectónico de la sala, recreando unísonos, acordes, escalas, arpegios, modulaciones, choques y consonancias. Todo este material es ensamblado a través de un minucioso proceso de edición que denota el finísimo oído y perspicacia visual de su autor. El trabajo de reciclado de Marclay se remite a una actitud de subversión de los valores del arte tradicional, heredera directa del conceptualismo de Fluxus y del ready made duchampiano. La apropiación de material preexistente y derivado de la industria hollywoodiana se reconfigura y recontextualiza en una composición musical, entendida tanto en su organización sónica en el tiempo y en el espacio, como también en términos de composición visual. De igual manera, Video Quartet dialoga directamente con el concepto de plunderfonía propuesto por el compositor John Oswald (Canadá, 1953) en los años 80.  Oswald sugiere una especie de piratería de audio, en donde el sampleo y el collage sonoro son utilizados para la creación de nuevas composiciones a partir de grabaciones preexistentes. Aunque en el caso de la plunderfonía la edición podría distorsionar las grabaciones de las obras originales sin perder su reconocibilidad, Marclay opta en Video Quartet por mantener intacta las cualidades acústicas de los audios originales.

Video Quartet.
Fotograma de la obra Video Quartet de Christian Marclay.

Más allá de su evidente virtuosismo en el trabajo de edición de imagen y sonido, la obra de Marclay funciona como un torbellino de referencias cruzadas que resulta ser un verdadero festín para cualquier cinéfilo empedernido. La cuarta proyección de la obra está a punto de iniciar y yo continúo en la sala, mesmerizada y sin poder decidirme a salir. Resignada, me dejo llevar una vez más por el lúdico mosaico sonoro en movimiento.

Notas:
* Video Quartet (2002) forma parte de la exposición Christian Marclay. Composiciones. que estará en cartelera hasta el 24 de septiembre en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.
https://www.macba.cat/es/exposicion-christian-marclay/1/exposiciones/expo

Roma y el paisaje sonoro de la Ciudad de México

Lectura: 5 minutos

El encuadre cerrado sólo permite ver algunas de las losas del piso. Nada más. Los pájaros cantan y un perro ladra a lo lejos. Unos pasos prenuncian el gesto que sigue: el estrépito de una llave que se abre para llenar una cubeta de metal. De pronto, el sonido del agua explota en el recinto. Se apodera del primer plano sónico-narrativo para expandirse por el suelo y revelar el reflejo del cielo siendo recortado por un avión. Esta pequeña ventana que se abre mágicamente en el piso del patio también permite entrever la larga escalera de metal que conduce a la azotea de la casa. Los sonidos de las turbinas y del líquido se entrelazan poéticamente para desaparecer en un largo y ruidoso remolino que escurre por la coladera.

Así inicia la película Roma (2018), del director mexicano Alfonso Cuarón. El diseño y edición de audio de su más reciente creación encierran un trabajo preciosista y virtuoso, el cual tiene la capacidad de ubicar al público, a través del sonido, en el interior mismo de sus distintas escenas. Esta sensación es lograda de manera magistral por el equipo integrado por Sergio Díaz, Skip Vievsay y Graig Henighan, quienes con el sistema envolvente Dolby Atmos, consiguen generar una inmersión sónica tridimensional en las salas de exhibición cinematográficas. En la película podemos apreciar diferentes objetos sonoros moviéndose de manera independiente y con intensidades disímiles por el espacio acústico. Gritos, explosiones, disparos, susurros y los más variados eventos sonoros fluyen al derredor de la audiencia de una manera casi real, asemejándose a una experiencia sensorial palpable que a la vez expande y sobrepasa la bidimensionalidad de la imagen proyectada en la pantalla.

escena de roma
Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

Juegos sónicos que inducen a una sensación acústica de fondo y superficie, con desplazamientos hipnóticos de casi 360 grados, permiten resaltar los pequeños detalles en la manufactura del audio en esta obra. La protagonista y su novio asisten a una película en el antiguo Cine Metropólitan y sorpresivamente el espectador de Roma logra “escuchar” el ruido del proyector de la época al fondo de la sala como si acompañara a los personajes en la función. En los diálogos familiares, las voces de los niños cruzan la sala del cine, reproduciendo sus desplazamientos dentro de su hogar. Las olas del mar ejecutan un crescendo furioso que acompaña a la protagonista en su irrumpir en aguas agitadas durante el clímax de la tensión dramática del filme. Detalles como estos, entre muchos otros, convierten a los asistentes en testigos espaciales de la narrativa fílmica, al mismo tiempo que fungen como metáforas de los eventos sónicos plasmados en la obra del director mexicano.

En la película no se recurre al tradicional music score. En su lugar, la banda sonora de Roma está conformada exclusivamente por sonidos diegéticos. Estos sonidos, los cuales son generados dentro del espacio fílmico narrativo, tienen una estrecha relación con las memorias de la infancia de Cuarón, pasada en la Ciudad de México, durante los años 70. Los recuerdos vividos en la casa estilo art decó de la colonia Roma se mezclan con el canto de canarios, voces de pericos, ladridos de perros, grillos en la noche, gritos de niños, la radio de pilas que reproduce los éxitos del pop de la época, la canción de cuna en idioma mixteco y el claxon del Ford Galaxy de su padre. Cada evento sonoro es desnudado en su más intimo detalle. El agua al ser servido en un vaso, brotando de la regadera, escurriendo en el fregadero, la lluvia, el granizo al caer y el crepitar de las llamaradas de un incendio. Todo es ampliado macroscópicamente y espacializado para revelar meticulosamente el desarrollo espectromorfológico de cada uno de estos objetos sonoros.

Otra dimensión del campo sónico que de manera indiscutible se convierte en uno de los grandes protagonistas de Roma, es el paisaje sonoro de la Ciudad de México de la década del 70. En su obra autobiográfica, Cuarón hace uso de sus propias reminiscencias sónicas para crear la “banda sonora” de su película, la cual enmarca de manera especial en la calle de Tepeji. A lo largo de la historia, cada vez que se abre el portón de la casa familiar hacia el espacio público, pueden vislumbrarse marcas sonoras eminentemente mexicanas. Algunas son representadas por los pregones de vendedores que vocalizan líneas melódicas peculiares con contenido semántico directo como: “Mieeeeeel de colmenaaaaaa”, “Periódicos, fierro viejoooo”. Otras tienen la complejidad de códigos específicos dirigidos a la comunidad local que los puede interpretar de manera inequívoca, como la campana del camión de la basura, el silbido del carrito del vendedor de camotes, la flauta cromática del afilador o la campana de la iglesia. Finalmente, otras marcas sonoras son reminiscencias de prácticas musicales que han perdurado hasta el día de hoy, como el trompetista de la calle y los tocadores de organillo manual portátil, o explicitan un momento histórico específico del país, como la anacrónica banda de guerra de alguna escuela secundaria cercana.

escena de roma
Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

De manera abrumadora, el elemento del paisaje sonoro que permea casi la totalidad de las escenas es el tráfico capitalino. El sonido de coches, camiones, tranvías, ambulancias, silbatos, cláxones, sirenas, motores y rechinidos de frenos van y vienen en un dinámico movimiento contrapuntístico entablado con la narrativa fílmica. En este contexto, la Ciudad de México de los 70 se traduce en un entramado sonoro textural que pulsa lleno de vida a través del territorio citadino. El diseño de audio de Roma logra proyectar rasgos sónicos capaces de definir la identidad cultural mexicana del tiempo y espacio de los que habla. Esta reproducción del paisaje sonoro de la Ciudad de México de aquella época permite inferir información sobre el entorno, sus habitantes y las complejas formas de interacción entabladas entre ellos y el periodo histórico que les tocó vivir.

En la medida en que los efectos de la industrialización en las grandes ciudades tienden a neutralizar de manera progresiva los sonidos tradicionales de determinados espacios urbanos, se desvanecen con ello, de manera análoga, los ecosistemas sonoros característicos de un pueblo. El paisaje sonoro actual de la Ciudad de México seguramente difiere mucho del retratado en la película. En un homenaje al entorno sonoro de su infancia, Cuarón nos regala en la conclusión de Roma un popurrí nostálgico de las marcas sonoras de aquel entonces. Volvemos a encontrarnos al final con las escaleras de metal que conducen a la azotea y con el cielo, que una vez más es recortado por un avión y por el ruido de sus turbinas. Mientras corren los créditos se escuchan a la distancia pregoneros, músicos callejeros, niños, campanas, pájaros y perros. Y el bordón del tránsito que arrulla incesantemente a la ciudad.

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Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

Coro Informal en el Centro Histórico

Lectura: 4 minutos

Entro al recinto de manera abrupta y me sorprendo al encontrar una serie de cajitas de madera, tipo joyeritos, cerrados y cuidadosamente dispuestos sobre unos pedestales alineados a lo largo de las paredes del lugar. El fuerte olor a humedad que se desprende de los muros antiguos y el intenso frío de la mañana, entorpecen mis sentidos. Todo es silencio. En este momento, soy la única visitante en los alrededores. Tentada por la curiosidad, mi niña interior sucumbe de inmediato al impulso natural de abrir una de las cajas y desvendar su contenido, no sin antes buscar la mirada aprobatoria del vigilante encargado del salón. ¡Las cajas son para abrirse! Mis manos ansiosas buscan el deleite del contacto con la primera pieza a mi alcance, lisa y bien labrada. Procedo a abrirla. De súbito, un sobresalto. Mis ojos miran el forro de terciopelo azul que cubre su fondo. ¡La caja está vacía! Al instante capto la imagen de una tarjeta postal pegada a la parte interior de la tapa al mismo tiempo que un fuerte sonido retumba en el espacio y en mis oídos. “…todo para su mascota, páááááááseleeeeeeeeeee, tenemos todo para su perrito, su gatito, ropa, zapato, pechera, páááááááseleeeeeeeeeee …”. ¡El grito de una pregonera! Abro la siguiente cajita, que ahora reproduce la voz de un vendedor de bolsas. Atrapada en una especie de frenesí curioso, voy abriendo todas las tapas, que poco a poco inundan el lugar con la oferta de toda clase de productos, desde toallas, refrescos y arreglos de navidad, hasta calcetines. Voces de hombres y mujeres, todas sonando al mismo tiempo y formando un contrapunto cacofónico que a la vez entreteje un entramado sonoro de carácter textural. Con un pase de magia, de pronto me encuentro inmersa, de lleno, en el paisaje sonoro de las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México que acabo de cruzar hace apenas unos minutos. ¡Una delicia!

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) [Fragmento]

La obra Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) forma parte de la exposición “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México”, que actualmente se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual.[1] Aunque se podría decir que Coro Informal se aproxima conceptualmente de la icónica Box with the Sound of its Own Making (1961) de Robert Morris (E.U.A., 1931-2018) en la que una caja de madera proyecta los mismos sonidos –grabados y amplificados‒ generados durante su propio proceso de construcción, es la obra musical Le Cris de París (c. 1530) de Clément Janequin (Francia, 1485-1558) la que detona el proceso creativo de Blume y Godínez Nivón. En su famosa obra polifónica a 4 voces, Janequin inmortalizó a principio del siglo XVI los “gritos” de los vendedores ambulantes que ejercían sus actividades en las calles de la capital francesa, mediante la utilización de 42 pregones. Cabe mencionar que la tradición de los pregoneros franceses, iniciada en la Edad Media, continuó durante varios siglos hasta decaer con la Primera Guerra Mundial. En una reapropiación contemporánea de esta idea, Blume, artista sonoro e ingeniero de sonido, realiza un minucioso trabajo de captura de las voces de los pregoneros de la bulliciosa Calle de Moneda.  A través de grabaciones individuales llevadas a cabo en un espacio confinado, cada “canto” es registrado de manera descontextualizada del entorno urbano en el que originalmente conviven de manera simultánea. En una propuesta de creación colaborativa, Coro Informal se complementa con la representación de estos pregoneros a través de las ilustraciones del artista visual Godínez Nivón. Las tarjetas anexadas al interior de las tapas de estos cofrecitos sónicos sirven como un registro visual de estos individuos. Y, por si fuera poco, cada postal incluye un pequeñísimo pentagrama con la transcripción musical de la línea melódica de su respectiva tonadilla.

coro informal
coro informal

Cada una de estas “cajitas gritonas” encierra a un vendedor, o a una vendedora. A un integrante más de este coro de capitalinos que, día tras día, tratan de sobrevivir mediante el comercio informal callejero. Las singularidades de cada pregón ‒tesitura, color, ritmo, cadencia‒ se combinan con el mensaje que hace referencia a cada mercancía en particular, y son registradas y depositadas en los diferentes estuches de madera. Cabe al espectador, peatón empoderado, despertar o no a cada uno de estos personajes voceadores; traer hacia dentro del espacio museístico, un tramo completo o apenas una parte de las resonancias de la vía pública. La sala puede permanecer en silencio o se podrá reconstruir el paisaje sonoro de la ciudad en diversos órdenes, de manera parcial o total, creando distintos planos sónicos, dependiendo del número de cajas accionadas. La obra de Blume y Godínez Nivón logra capturar de manera poética estas marcas sonoras del centro de la ciudad, elevándolas a la categoría de música en su sentido más canónico. Cada cajita encierra verdaderas joyas que invitan a ser develadas de manera lúdica e infinitamente placentera.

De pronto me doy cuenta que, desde hace ya un buen rato, la pequeña sala del Ex Teresa está escandalosamente saturada por las 10 cajitas que he activado simultáneamente. Repentinamente, la imagen del vigilante entra en mi campo visual.  Desconcertado, me pregunta gesticulando con las manos: ¿ya? Reprimo una sonrisa traviesa y con la cabeza le confirmo que sí. Amablemente procede a cerrar las piezas, una tras otra, como quien ya fue testigo de esta misma escena demasiadas veces durante los últimos días…

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985)


Notas:
[1] “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México” se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual y en el Laboratorio Arte Alameda, ambos recintos del Instituto Nacional de Bellas Artes. La exposición estará hasta el 31 de marzo de 2019 y contará con actividades paralelas.

Los 40 años del Foro Internacional de Música Nueva (Parte II)

Lectura: 5 minutos

Hacia finales de los años 70, al comenzar a visualizar la creación en México de un certamen especializado en la música de reciente creación, Manuel Enríquez buscó un nombre que pudiera distinguirlo de los términos “festival” o “música contemporánea” utilizados con frecuencia en otros encuentros artísticos vigentes en la época. Concibió un espacio único que pudiera no sólo expandir la oferta de la música de concierto mexicana, incluyendo diferentes géneros musicales y tendencias estéticas, sino también fungir como una vitrina tanto para la creación nacional como para lo más novedoso producido en otras latitudes. Así, en 1979 surgió el “Foro Internacional de Música Nueva”[1], el cual cumple 40 años de programación anual ininterrumpida. Entre 1979 y 1994, bajo la curaduría de su fundador, fue posible apreciar en la programación del Foro toda una serie de conciertos temáticos que pusieron de relieve un repertorio que a menudo desafiaría los paradigmas de la música occidental de concierto y su canon. Durante este periodo se escucharon por primera vez en México un gran número de obras –tanto de compositores extranjeros como nacionales‒ que oscilarían entre las diferentes expresiones de distintos géneros y subgéneros musicales, los cuales se encontraban en plena efervescencia en la segunda mitad del siglo XX. Algunas de estas manifestaciones se amalgamarían en propuestas interdisciplinarias de creciente complejidad y de difícil categorización, que a la vez reflejarían los resultados de la experimentación llevada a cabo –en ocasiones hasta sus últimas consecuencias– por las vanguardias musicales de la posguerra.

Foro Internacional de Musica Nueva

En las primeras ediciones del certamen destacaron presentaciones como las de Cathy Berberian, cuya revolucionaria exploración de la voz se pudo apreciar a través de su interpretación de obras de Claude Debussy, Luciano Berio y los Beatles, del pianista y performer español Carles Santos, en donde se desacralizó al piano en una especie de anti-recital en el cual la ejecución instrumental no sería el centro del gesto sonoro sino el piano como objeto, la voz, el canto, la danza, el teatro y los recursos electrónicos, o de la puesta en escena del monodrama sobre el secuestro y la tortura, Un Jour comme un Autre (1975) de Vinko Globokar con la partición especial de la cantante multifacética Diamanda Galás. Reconocido por su actitud iconoclasta y provocadora, el grupo MW2 de Cracovia, especializado en música experimental, pionero en la interpretación de música gráfica, de teatro instrumental y de happenings, junto con el ecléctico grupo Kiva del Center for Music Experiment de la Universidad de California en San Diego, dedicado a la improvisación, la experimentación con nuevos instrumentos acústicos, medios electrónicos y la danza ritual, fueron algunas de las agrupaciones que integraron la participación del público en los conciertos, llevando su capacidad de respuesta y apreciación al límite.

De igual manera, la presencia de grandes virtuosos privilegió nuestros escenarios con un importante número de estrenos mundiales. Tal fue el caso del flautista canadiense Robert Aitken con Ryoanji (1984) para flauta de bambú, percusión y cinta de John Cage, el contrabajista estadounidense Bertram Turetzky interpretando por primera vez en México Failing (1975) para contrabajo y voz de Tom Johnson, o el saxofonista francés Daniel Kientzy, que con su ensamble Barocko combinaría la música de concierto contemporánea, el potencial expresivo de la instrumentación del rock y el video-arte.

La gran participación de artistas latinoamericanos afiliados a los movimientos de vanguardia fue uno de los elementos distintivos que marcó fuertemente la programación de esta primera etapa del festival. La compositora y pianista brasileña Jocy de Oliveira traería a estas tierras su espectáculo multimedia Realejos dos Mundos, para voz, medios electroacústicos y visuales, así como los compositores cubanos Juan Blanco, Carlos Fariñas y Leo Brouwer quienes concibieron de manera colectiva al evento musical Arco Iris, para percusiones, electrónica, proyecciones de pinturas de Luis Martínez Pedro, poemas de Miguel Barnet, actores cantantes y cuatro bailarinas. También fueron varios los artistas mexicanos con orientaciones estéticas que buscaban desdibujar los límites disciplinarios que darían a escuchar por primera vez sus creaciones en el certamen.

Las esculturas sonoras de Gabriel Macotela sonarían en las manos de Vicente Rojo Cama y su grupo durante el concierto La Sonora Industrial, y la obra escultórica de Federico Silva conformaría el entorno perfecto para el performance con un desnudo integral de Graciela Cervantes sobre la obra electroacústica Misa Prehistórica (1980) del mismo Manuel Enríquez. Acciones coreográficas como las del Forion Ensamble, Jorge Domínguez y Graciela Henríquez en los jardines del Museo de Arte Moderno, el happening con la participación de fotógrafos, cámaras fotográficas, proyección de imágenes y medios electrónicos del grupo Música de Cámara de Arturo Márquez, Ángel Cosmos y Juan José Díaz Infante, o los acercamientos escénico-teatrales e improvisatorios de las obras D’un inconnu (1976) de José Antonio Alcaraz o Convocatoria a un rito (1986) de Alicia Urreta, serían sólo algunas de las intervenciones de artistas nacionales que traerían un nuevo aliento a la escena musical del momento.

Estas participaciones, así como tantas otras, revelarían la gran vocación interdisciplinaria y experimental con la que Enríquez distinguió al Foro durante sus primeros años, y a la vez serían testimonio de la consolidación de un largo proceso de modernización de la música de concierto mexicana. A principios de los años 90, el Foro ya había adquirido un perfil eminentemente cosmopolita, y una de sus consecuencias fue justamente la creación de lazos de intercambio entre artistas nacionales y extranjeros como propiciadores del desarrollo del talento nacional. En pleno siglo XXI, la vigencia del Foro Internacional de Música Nueva “Manuel Enríquez” sigue siendo incuestionable.  Fiel a su misión original, este festival se ha mantenido a lo largo de cuatro décadas como un referente de la práctica de la música contemporánea en México, permaneciendo como un espacio fundamental para la primera audición de obras de compositores mexicanos y extranjeros.

Para esta edición conmemorativa, la cual se realizará entre el 21 de septiembre y el 14 de octubre, se han programado conciertos sinfónicos, de cámara, electroacústicos y se ha rescatado la visión interdisciplinaria que Enríquez había tenido del certamen. Tendrá un lugar destacado la interpretación de las obras de Alicia Urreta y Manuel Enríquez, así como las de algunos de los compositores que han tenido participaciones sostenidas desde los años fundacionales del festival, como Mario Lavista, Federico Ibarra, Carlos Cruz de Castro y Eduardo Soto Millán. Ensambles nacionales presentes desde los primeros años del certamen compartirán la programación con otros surgidos más recientemente como Ónix Ensamble, CEPROMUSIC, Cuarteto Arcano y Duplum. Entre los invitados internacionales estarán presentes el Cuarteto Arditti de Inglaterra, los ensambles estadounidenses Dal Niente y Hypercube, así como el cuarteto de saxofones español Sigma Project, con la presentación de la sui generis La bocca, i piedi, il suono (1997) del compositor italiano Salvatore Sciarrino para “104 saxofonistas en movimiento”. El compositor franco-argentino Daniel Terrugi, pionero de la música electroacústica, presentará un concierto multicanal con obras acusmáticas en el propositivo Espacio Sonoro de los jardines de la Casa del Lago. También se podrán apreciar las actuaciones de la compañía mexicana Delfos Danza Contemporánea, la proyección de la película Metrópolis (1930) de Fritz Lang con música interpretada en vivo del compositor argentino Martín Matalón, y la reposición de la ópera Aura (1989) de Mario Lavista. Además de una serie de conciertos que buscan satisfacer a los diferentes gustos del público asiduo a las expresiones sonoras de nuestro tiempo, también se ha programado la exposición conmemorativa “Foro Internacional Manuel Enríquez, 40 Años de Música Nueva en México” en el Palacio de Bellas Artes.

¡Enhorabuena y larga vida larga al Foro!


Notas:
[1] A partir de 1994, a raíz del fallecimiento de Manuel Enríquez (1926-1994), el Foro Internacional de Música Nueva pasa a llevar su nombre.