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La alta fidelidad del comunicador

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Hoy más que en ningún otro momento, nuestras circunstancias exigen una evaluación de toda información que recibimos: las imágenes impuestas y las noticias maquilladas distorsionan la realidad, y hacen necesario un cuestionamiento personal, responsable, y a fondo. Cada palabra que se comunica es transmitida al instante vía satélite a todos los rincones de la tierra.

Llegó la hora de hacer un examen de consciencia a los medios de comunicación. El fin primordial de todo comunicador social debe ser transmitir con toda fidelidad y con estricto apego a la verdad los acontecimientos del momento. La irresponsabilidad al informar se traduce en desinformación, y confunde y angustia al pueblo mexicano.

La desinformación es asunto delicado. Obliga en consciencia a verificar los datos antes de publicarlos; a medir las consecuencias de cada palabra. Comunicadores de radio, prensa y televisión son susceptibles a caer en las redes de la tentación del siglo: el amarillismo. La nota roja vende más.

La irreflexión nos puede llevar al desastre. Con el avance tecnológico en comunicaciones, una mentira da la vuelta entera al mundo en unos segundos. Mucho antes que la verdad pueda atar las cintas de los zapatos para disponerse a caminar.

Nuestra estabilidad nacional y nuestras relaciones internacionales exigen alta fidelidad de los comunicadores sociales: purificar los mensajes y despojarlos de contaminantes. Desinfectar los comunicados de pasiones humanas y de intereses personales. Cuando los sucesos se arropan con odios y prejuicios, se colorean con mil tonalidades al distorsionar los hechos con interpretaciones ilegítimas.

El amor a la patria es una planta que crece con lentitud y tiene que aguantar las sacudidas de la adversidad antes de merecer su nombre. Sólo podremos tener esperanza en el futuro de la patria cuando antes le tengamos amor. El amor a la patria es un acto de fe. Quien tenga poca fe en ella, también tendrá poco amor. Quien tenga poco amor, no tendrá responsabilidad social. Y la irresponsabilidad social engendra rumores.

El desamor nos está matando. Un rumor puede acabar con un individuo. También con una nación. El rumor es un enemigo cobarde que ataca por la espalda. No existe posibilidad alguna de defenderse de él. Para los mexicanos el rumor es el pan nuestro de cada día. Rumores van, rumores vienen. Afectan nuestra economía, nuestro prestigio, nuestro decoro, nuestra confianza.

Si es grave perjudicar el buen nombre y el prestigio de las personas, es funesto acabar con la confianza de una nación.  Las malas lenguas tienen mayor poder destructivo que las balas de un cañón. ¡Cuidado! Podemos acabarnos la patria a lengüetazos.

La irreflexión nos puede llevar al desastre. Cada quién ve lo que quiere ver, oye lo que quiere oír, y dice lo que se le antoja. Sin medir las consecuencias.  ¿Qué es la verdad de los acontecimientos que estremecen a la nación?  El descubrirla nos obliga en conciencia a pensar antes de hablar.  A medir las consecuencias de cada palabra.

La desinformación es asunto delicado. Sólo podremos practicar la democracia en la medida en que seamos responsables. Justo después que hayamos aprendido a pensar antes de hablar.

Como ciudadanos de México que buscamos ocupar el lugar que nos corresponde dentro del nuevo orden mundial, tenemos un compromiso personal. Cada mexicano deberá entrar a su interior para descubrir el espacio donde todo es justo. El espacio de alta fidelidad desde el cual la mirada se vuelve diáfana, donde la realidad se contempla sin distorsión, donde las palabras no se equivocan al decir, donde los hechos no llevan dolo. El espacio donde encontramos la respuesta a la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo por mi patria?

Duelo por Tlahuelilpan

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Los mexicanos estamos en duelo. La tragedia registrada en Hidalgo ha sacudido nuestra nación. Las redes televisivas muestran la cara oculta de México: los supervivientes de un mundo que durante siglos han sido condenados a la soledad y al olvido. Cabañas indígenas sumergidas en la oscuridad del paleolítico, suelos duros, hambre nunca saciada, pies descalzos.

El hecho es conocido por el mundo entero: una fuga de combustible de un ducto de Pemex ocasionó que los habitantes de la zona se encontraran llenando garrafones para llevarse la gasolina que se acumulaba en las zanjas. La explosión ocurrió mientras cientos de personas se encontraban en el lugar, mientras jugaban, reían y celebraban el enorme chorro de combustible que brotaba del ducto roto. Se desconoce el número exacto de hombres, mujeres y niños que murieron calcinados.

¿Cómo conciliar ese mundo lejano con el civilizado paraíso de muchas regiones de nuestro México? Los economistas afirman que México es un país de contrastes: un puñado de multimillonarios y muchos millones de pobres. El desarrollo de una nación es incompatible con la desigualdad ofensiva que cancela oportunidades y esperanzas. Las cámaras han captado la tremenda pobreza en que aún viven un gran número de las personas afectadas por el desastroso acontecimiento en Tlahuelilpan, Hidalgo.

Un paso más allá es obligado para tomar consciencia de las consecuencias que tiene para las futuras generaciones, pueblos y culturas el dar una ‘mejor vida’ a los hijos de hoy. Las razones son muchas y muy complejas. La ancestral paciencia de un pueblo que rehúye la responsabilidad de tomar las riendas de su propio destino de pronto se ha agotado.

La justicia social es el primer paso de una nación que ha optado por la democracia. ‘El Pacto Contra la Pobreza’ exige un cambio de actitud de todo el pueblo de México: de los que tienen y de los que nada poseen. ¿Cruzan la frontera porque allá sí les pagan y allá sí trabajan? Se acabaron los tiempos en que unos hacen como que pagan y otros como que trabajan.

Hidalgo
Foto: Notimex.

El Pacto Contra la Pobreza fue propuesto para asegurar que los sectores más necesitados tuvieran acceso a los servicios básicos de salud, alimentación, vivienda, educación, infraestructura y demás factores que se requieren para asegurar un crecimiento económico sostenido. Este Pacto no consiste en el trabajo de un solo hombre: el presidente. Este pacto nos compromete a todos los mexicanos, sí, especialmente aquellos al frente de puestos gubernamentales.

El Pacto Contra la Pobreza exige, además de lo citado anteriormente, el otorgar créditos rurales, desarrollo regional, atención jurídica gratuita y generación de empleos para asegurar un crecimiento económico sostenido. Este Pacto es completo y ambicioso, y es necesario recordar que no es trabajo para un solo hombre. Es trabajo de todos los que nos decimos mexicanos.

Cuando una nación padece las consecuencias de errores cometidos en administración y en política, sus habitantes buscan un culpable: el gobierno. Pero por ahí dicen que todo pueblo tiene el gobierno que merece. El dicho popular encierra una gran verdad.

El nacimiento de una nueva patria se da con la progresiva ampliación de la conciencia de sus gobernantes, funcionarios públicos, ciudadanos, y maestros comprometidos con el ideal de la justicia social. Si estamos sentados en una tierra de leche y miel, ¿por qué no administrarla de manera eficiente y justa?

La nueva cultura por nacer deberá ser capaz de proporcionar soluciones adecuadas a las necesidades actuales. La primera regla de una nueva cultura es: “La mejor clase de ayuda es la que capacita a los que la reciben para dejar de seguirla necesitando.”

Las razones de la impaciencia son muchas, ciertamente. Pero ha llegado la hora de despojarnos de nuestra desesperanza, de tomar conciencia del valor de nuestra patria, de las tremendas oportunidades de progreso que pueden estar a nuestro alcance, si nos atrevemos a ponernos de pie.

¿En dónde están los maestros?

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Afirman los especialistas en comportamiento humano que aún en las universidades más prestigiadas se padece una tremenda crisis de valores que se manifiesta a la sociedad con síntomas de corrupción extrema, e increíbles conductas sádicas. Aseguran que la sociedad está en crisis por falta de maestros.

El magisterio, como medio de subsistencia, suele devaluarse en las sociedades contemporáneas, y aunque la profesión de maestro no sea suficientemente reconocida, y con frecuencia mal remunerada tanto en los países del primer mundo como del tercero, sin embargo, todavía hay verdaderos maestros; maestros que trabajan con la esencia más preciosa del universo: mentes y corazones. Si bien los avances tecnológicos han logrado conocer por medio de huellas dactilares el dibujo de una piel, se requiere de profunda intuición para penetrar el cerebro humano y abrirlo a la imaginación y a la voluntad de discernir.

El salón de clase exige mucha calidad humana para crear un ambiente que mezcle la severidad y la dulzura, y que envuelva la realidad con la esperanza. Mas, ¡ay! qué duro es ser maestro. ¿Quién sabe de la energía, el esfuerzo, la pasión que invierte al preparar su cátedra? ¿Quién sabe cuánto se desgasta y se consume tratando de iluminar los cerebros dormidos, perezosos? Está ahí, trabajando con la esencia más preciosa del universo: la mente y el corazón. ¿Cómo promover la disciplina en aras de la eficiencia?  ¿La supremacía de la racionalidad sobe el instinto? ¿El control por encima del pánico?

La lluvia de ideas penetra la mente de quienes lo escuchan y, poco a poco, impregna el cerebro. Sin saber cómo, se dispara la chispa vistiéndolo de luz. La palabra cobra vida, desciende lentamente al corazón: lo acaricia, lo envuelve, lo posee. Del campo cognoscitivo, pasa al campo afectivo y, despertando la voluntad, ahora es acción.

El proceso es lento, penoso. Requiere un maestro enamorado de la educación holística: la que está orientada hacia la unidad mente-cuerpo-espíritu. Uno que sepa conjugar la ciencia y el humanismo. El que viste de poesía los conocimientos. El que entiende de unidad cósmica.

Las ideas son frágiles y suelen permanecer en estado latente mucho tiempo antes de dar fruto. Las ideas, cual pequeñísimas semillas de mostaza, revolotean, juegan, se esconden, se pierden. Unas caen en cabeza dura y mueren. Otras caen en corazones agrios, resentidos, y se asfixian. Pero unas cuantas ideas caen en cerebro húmedo, cálido y fértil y ahí se incuban. Tal vez tarden mucho tiempo en dar frutos, pero están ahí.

Un día, sin saber por qué, ni cómo ni cuándo, las semillas cobran vida, se llenan de fuego e incendian la voluntad haciendo que el corazón palpite con determinación. La idea ahora  ha germinado y, como la minúscula semilla de mostaza, se convierte en frondoso árbol.

La misteriosa y lenta maduración de los valores universales requiere de maestros que tiren su semilla al aire y no les importe dónde germinen, ni quién recoja la cosecha, ni cuándo. Sus palabras están ahí, guardadas, esperando el momento y el lugar apropiados para cobrar vida.

El mundo está en crisis por falta de maestros. Maestros que con palabras henchidas de mágicas seducciones, guíen a la humanidad a través del misterioso y complejo mecanismo de la conducta humana.

Al maestro lo ilumina su mismo resplandor, y se deja consumir por su propia llama. El maestro no muere: su presencia perdura en las mentes, corazones y acciones de los que reciben el regalo de sus semillas.

Crisis de credibilidad

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Estamos en tiempos de crisis, no cabe duda, crisis económica y de seguridad, pero hay otra crisis de la que se habla poco y que es más grave que las otras dos: crisis de credibilidad. ¿Será verdad o será mentira la información que recibimos?

El vacío de conocimiento y la vulnerabilidad ciudadana son problemas no resueltos en el desarrollo del país. Un rumor puede acabar con un individuo y también con una nación. El rumor es el pan nuestro de cada día: rumores van, rumores vienen. Es muy grave perjudicar el buen nombre de las personas, pero es funesto cuando el rumor atenta contra el prestigio y la estabilidad de un pueblo, o de una nación.

Existe un vacío de conocimiento de la realidad que vivimos: los medios de comunicación no expresan las causas originales de los problemas que nos oprimen, sólo las consecuencias. Esto exige una comunicación integral encaminada a la prevención de los desastres para que la sociedad pueda participar en la resolución de los mismos. Cuando las situaciones empeoran es más fácil encontrar culpables que inocentes. Una sociedad que se alimenta de prejuicios, temores y mala prensa es una sociedad que se nutre de excusas para quedarse quieta.

En una sociedad democrática los medios de comunicación se enfrentan políticamente a sus propios directores para hacer el trabajo que requiere incorporar el tema del desarrollo del país de una manera diferente, propositiva. Las noticias de progreso, de logros, de buenas acciones, permanecen escondidas en las últimas páginas, y nunca hay tiempo para llegar a ellas. Hasta ahora, todo parece indicar que se quiere mantener el statu quo, el miedo; se fija la atención sólo en las emergencias que vivimos, y no en la cultura de la prevención. La sociedad aumenta la mitificación de la realidad basada en el desaliento.

Hay que recordar que el peor fracaso en un país es la pérdida del entusiasmo. Nunca se despoja tanto a una nación como cuando se le roba la esperanza y se instala el temor. El miedo impide toda acción positiva. Afirman los psicólogos que nos hemos habituado al pesimismo, y las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas.

crisis de credibilidad
Imagen: La Mente es Maravillosa.

El pesimismo hace a las personas creer lo peor en todas las circunstancias; así pues, la depresión es inevitable. Para romper las cadenas de la desesperanza se necesita mente sosegada, voluntad decidida, acción vigorosa, cabeza de hielo, corazón de fuego y mano de hierro.

Nuestro país exige de nosotros alta fidelidad en el mirar, sentir, hablar y actuar y, especialmente, en el comunicar. Debemos exigir lo mismo de nuestros representantes y de nuestras instituciones. La cultura de la prevención no se instala si no cuenta con una ciudadanía participativa, educada.

Reconocemos que es difícil purificar la comunicación humana y despojarla de contaminantes. También es complicado desinfectar de pasiones humanas y de intereses personales los mensajes. El número de tonalidades con que se puede colorear el significado de una noticia es infinito, e infinita también la variedad en su interpretación.

El mensaje cuya intención sea mejorar nuestra calidad de vida deberá vestirse con sus mejores galas: veracidad, claridad y precisión.  El medio deberá ser el apropiado para que el mensaje sea recibido con fidelidad. El momento deberá ser exacto: no antes ni después. Sólo venciendo el temor es posible crear una sociedad nueva. La gente que no tiene miedo piensa, actúa, abre caminos y es libre; supera la angustia y afronta incertidumbres. Avancemos por la vida como si el fracaso no existiera. No hagamos caso de nuestros temores. No envidiemos el canto del pájaro que vive cómodamente a salvo dentro de su jaula dorada, porque la libertad de expresión es más valiosa, a pesar de los riesgos que conlleva.

Así como las aves no salen de su jaula, de la misma manera los que ignoran qué es el bien y dónde está el mal no escapan de su miseria. Unos dicen que la imaginación abre a veces unas alas grandes como el cielo en una cárcel pequeña como la mano. Otros aseguran que buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro.

No hagamos ‘lumbritas’

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Para los mexicanos el hacer lumbritas se ha convertido en el pan nuestro de cada día.  Gente desesperada por acelerar el proceso democratizador recurre a gritos irresponsables e incendiarios contra todo y contra todos: una verdadera conflagración nacional.

¿Quién ha dicho que la democracia es cosa fácil?  Fácil es la tiranía. No pide opiniones ni pareceres.  Impone criterios y decretos a pulso de bayoneta.

La transición a la democracia implica una lucha ideológica en la cual las voces plurales expresan su diversidad a través de ideas claras fundamentadas en hechos, no en suposiciones. Olvidamos que la democracia se construye surco a surco. Se riega con gotas de sudor. Se abona con respeto mutuo, y sus frutos con la justicia social y la buena voluntad entre gobernante y gobernados.

El escritor y maestro Carlos G. Vallés gustaba narrar la siguiente parábola que escuchó en un monasterio de Kyōto:

“Una delicada paloma advirtió un fuego en la montaña que hacía arder muchas millas cuadradas de bosque. La paloma sintió el deseo de extinguir aquella terrible conflagración, pero, ¿qué podía hacer un pequeño pájaro?  Se dio cuenta de que no podía hacer mucho para arreglar la situación: era demasiado devastadora. Pero no permaneció quieta. Con irreprimible compasión volaba desde el fuego hasta un lago que había lejos, y transportaba unas cuantas gotas de agua en su pico. Antes de que pasase mucho tiempo, las energías abandonaron a la paloma y cayó al suelo. Murió sin haber alcanzado ningún resultado tangible”.

El maestro Vallés decía a sus alumnos que le gustaba modificar la parábola: él no habría matado a la paloma de la parábola.  En su misión compasiva la habría dejado volar mientras pudiera hacia el bosque, los animales, la naturaleza. Y la habría dejado descansar antes de agotarse, para seguir cuando recobrara fuerzas con sus vuelos bienhechores en esa tarea o en otra.  No hace falta que muera la paloma, decía.  No hace falta dar la vida por todas las causas en el mundo que merecen sacrificio.  Lo importante es trabajar, volar, llevar agua en el pico, aunque sólo sea unas gotas, para apagar incendios y calmar sedes, y dar esperanza a quienes la han perdido.

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Foto: Uchile.

Puntualizaba el maestro Vallés que la enseñanza central de la parábola -que casi se pierde de vista con la pena por la muerte de la paloma- es que hay que seguir haciendo todo lo que humanamente podamos hacer “aunque no se alcance ningún resultado tangible”.  Ya sabemos que de momento no podemos apagar el incendio, pero no por eso debemos cruzarnos de brazos y dejar que arda el bosque. Hemos de contribuir con nuestra gota de agua, insistía el maestro. ¿Para qué, si no sirve de nada en este mundo convulso? Y afirmaba: “Sí que sirve de algo”.  Sirve para decir que hay alguien a quien le importa que no se queme el bosque; sirve para hablar con sensatez cuando todos estallan en gritos viscerales; sirve para crear opinión y despertar conciencias; sirve para dar testimonio ante todos los que ven el vuelo blanco de la paloma compasiva sobre el rojo resplandor de las llamas de violencia.

Aseveraba el maestro Vallés que es imperativo que nos desprendamos de esa necesidad compulsiva de obtener “resultados tangibles inmediatos” para creer que nuestro trabajo es válido y nuestra vida merece la pena. “Aprendamos a trabajar, aunque aparentemente no consigamos nada, a testimoniar, aunque nadie nos haga caso, a llevar agua, aunque no apaguemos el incendio.” Insistía en que hay que aprender a cumplir con nuestro deber de ciudadanos, sin medir nuestra jornada por los resultados.

Es difícil apagar incendios una vez que los ánimos se han caldeado.  Los resultados no se ven de la noche a la mañana.  Los problemas de una nación no se solucionan de un día para otro. Toma su tiempo el utilizar los recursos más nobles de la especie humana: la razón y la buena voluntad.

No debemos matar a la paloma. Que siga viviendo para que acuda a todos los incendios con gotas de agua fresca en el pico. Que siga enseñando a otros corazones a palpitar por el bien común.

Mientras las palomas sigan cruzando la vida de los seres humanos, habrá esperanza sobre la faz de la tierra. Habrá esperanza para nuestra patria, México.

El color del amor: Stevie Wonder

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Una mañana de Navidad, en la minúscula sala de una humilde vivienda en Saginaw, Michigan, Lula, madre de Stevie, observaba silenciosamente a sus cinco hijos armar un castillo con pequeños cubos de madera. El niño de cinco años se acerca y le dice: “¿Estás preocupada porque soy ciego, mamá? No debes preocuparte, porque yo soy feliz así”.

El célebre cantante afroamericano Stevie Wonder (El Pequeño Niño Maravilla) nació invidente, pobre y huérfano de padre. Stevie fue prematuro y el exceso de oxígeno en la incubadora provocó que perdiera la vista. No recuerda haber visto jamás la luz, ni el rostro de su madre.

Abrazando las piernas de Lula, el niño recarga un momento la cabeza sobre sus rodillas.  Luego, a tientas, regresa a jugar con sus hermanos. Fue el único de sus hijos que, sin ver, fue capaz de intuir su tristeza. Lula asegura que desde ese momento el enorme dolor que la consumía se evaporó y comenzó a valorar las aptitudes y talentos que su hijo desarrollaba para compensar su incapacidad visual.

El sonido cautivó a Stevie desde la edad de dos años: fue su pasión. Al escuchar música en la radio, con dos cucharas inventaba variadas combinaciones tamborileando sobre todas las superficies de la casa: paredes, puertas, ventanas, vidrios, muebles, todo. Le cautivaban los diferentes sonidos que arrancaba a cada objeto. Componía encantadores ritmos de acompañamiento al sonido de la lavadora. Era un niño feliz.

Su tío le regaló una armónica y un tambor cuando cumplió cuatro años. A los ocho ya componía y cantaba sus propias melodías en el piano de la escuela. A los trece ya aparecía en un programa de TV Londres.  Era travieso: lo expulsaron del coro de una iglesia cuando, con gran entusiasmo y a todo volumen, tocó un rock’n’roll.

cantante estadounidense
Stevie Wonder en 1974 (Foto: Rock & Roll Hall of Fame).

En el mundo oscuro de Stevie hay cosas incomprensibles. No sabe de qué color es el viento, ni se explica por qué el sexo de una persona o el color de la piel puede marcarlo como inferior: las almas no tienen sexo ni color.

Le preguntaron recientemente si le pedía a Dios el milagro de la vista. “Me encantaría ver, pero no. Cuando hablo con Dios le doy gracias por protegerme, consolarme y guiarme por este camino. Tal vez si hubiera visto con los ojos, me hubiera dejado seducir por la belleza y el encanto de la superficie y no hubiera conocido el mundo de fondo: el misterio del alma.  Tal vez no hubiera escuchado la sutil voz de la conciencia de mi interior, la energía primordial de la estructura del ser humano y del universo, escondida bajo el peso de las formas. Tal vez no hubiera descubierto el milagro del amor”.

Stevie Wonder, con sus ojos cerrados y sus brazos abiertos, dice que siente el amor a la humanidad como una fuerza irresistible, que lo subyuga y lo hace inmensamente feliz. Su poderosa fuerza espiritual lo transfigura, y le permite tocar las fibras más sensibles del corazón humano. Dice, a través de su música, que desea que todos los habitantes de la Tierra descubramos la fuerza del amor que llevamos dentro. Asegura que, si cerramos los ojos y escuchamos, sentiremos el poder que sana desde el interior y que es capaz de sanar al mundo entero.

Stevie Wonder ha grabado decenas de álbumes y ha obtenido infinidad de premios y condecoraciones a nivel nacional e internacional.  Está profundamente comprometido con las grandes causas: educación, desarme nuclear, ecología, campesino, hambre, SIDA, alcoholismo, drogas. Es un gran benefactor de todos los marginados de la Tierra. ¿Qué hubiera sucedido si su invidencia fuera de origen genético y hubiera sido detectado con los ultramodernos aparatos en el vientre de su madre? ¿Y si hubiera sido abortado por su incapacidad?

Stevie Wonder no sabe de qué color es el afecto, la comprensión, o la ternura. Pero los siente. A través de sus composiciones y su milagrosa voz, sus melodías de amor se elevan y caen como fina lluvia, envolviendo al mundo en un abrazo. Aunque jamás haya visto el color del amor.

Noche de Navidad

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Los historiadores han registrado la razón por la que Jesús de Nazaret nació en una gruta: para mostrar a la humanidad que los grandes acontecimientos se dan entre grandes dificultades.

En aquellos tiempos todo parto era un eventual peligro de muerte. María, muy cerca del momento de dar a luz, acompañó a José, su esposo, en un penoso recorrido de nueve días. Habíase publicado un edicto del emperador César Augusto ordenando que se hiciera un censo de todo el imperio. Todos los súbditos debían empadronarse en su propia ciudad. José era de la casa del rey David, motivo por el que debía empadronarse en Belén.

Nazaret dista de Belén más de 150 kilómetros. Los caminos hacia Belén no estaban aún trazados: eran malos y apenas transitables para las caravanas de asnos y camellos. Los jóvenes esposos debieron contar con un asno para transportar lo indispensable. Debieron dormir en lugares públicos de reposo junto a los caminos, tendiéndose en tierra como los demás viajeros, entre camellos y burros.

Lucas dice que cuando llegaron a Belén “no había lugar para ellos en la hospedería”. Por aquel entonces las hospederías eran recintos sin techar, circundados por un alto muro, con una sola puerta. Las bestias quedaban en el centro al aire libre, y los viajeros bajo los porches o entre los animales.

No había espacio para ellos; se asomaron al lugar donde aposentaban las caravanas y, al presenciar aquella barahúnda de ruidos, hombres y bestias, supieron que ése no era el lugar adecuado para que naciera el Salvador. La delicadeza, dignidad y pudor de la joven María le impedían experimentar el momento supremo de dar a luz ante las miradas curiosas de los viajeros.

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Ilustración: NG.

La hospedería era la última posibilidad de refugio: habían llamado a las puertas de amigos, parientes y conocidos. Las puertas estaban cerradas. Todas las circunstancias estaban contra ellos.

María vence el temor que siente toda mujer que va a ser madre y, junto a José, emprende una peregrinación monte arriba, en busca de un lugar para dar a luz. Sostenía a los jóvenes esposos un espíritu indestructible que ni las condiciones más adversas, ni la emergencia de vida o muerte que se aproximaba lograron quebrantar.

La tradición nos recuerda que los primeros en conocer a Jesús de Nazaret fueron unos humildes pastores. El Salvador era un niño envuelto en simples pañales, recostado entre las pajas. ¿Señal de ausencia total de soberbia? Los pastores se arrodillaron en torno al pesebre; la luminosidad de las pajas era tan radiante como el oro de los rayos del sol, y el pesebre parecía estar envuelto en el sortilegio de los rayos de plata de la luna. La tierra vestía de blanco con sus mejores galas de encaje y pureza de nieve.

Cuando los Reyes Magos llegaron a Belén siguiendo la estrella, intuyeron que los costosos regalos que portaban estaban fuera de lugar en ese recinto sagrado. En su sabiduría advirtieron que el Reino de Dios era una dimensión totalmente nueva: jamás sería de poder ni de materia, sino una realidad espiritual que desencadenaría para siempre la buena voluntad entre los seres humanos de todas las naciones, razas y credos.

Diversos historiadores coinciden en que el mensaje de Jesús: ‘Amad como yo os he amado’, se hubiera perdido si hubiera nacido en la magnificencia de un palacio. Coinciden en que la cueva tiene un profundo significado: la entrada es muy baja y no se pasa sin agachar la cabeza. Belén, en sí, es la universidad de la vida para toda persona que desee conocer al Salvador. A Jesús sólo se le conoce al dejar de lado la soberbia.

El que no recoge, desparrama

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Cuentan que una niña le preguntó a un anciano que veía con atención una catedral que si le gustaba. El anciano le contestó que le gustaba mucho, que era una verdadera obra de arte. Entonces la niña le dijo:

—Yo ayudé a construirla.

—Pero, ¿cómo tú, siendo una niña, ayudaste a construir una catedral? Preguntó el anciano.

—Todos los días traía el almuerzo a mi padre, que es albañil.

La anécdota refleja la necesidad tan grande que tenemos los mexicanos de sentir que algo podemos hacer -todos y cada uno de nosotros- por construir la patria. El sentir que es necesario tener una meta concreta, una meta alta, como la niña que ayudó a construir una catedral. La tragedia de nuestra nación no reside en la imposibilidad de lograr nuestros objetivos; la tragedia reside en no tener objetivos por lograr.

El mundo entero está en manos de los audaces. Ser audaz supone conseguir hoy lo que pedirá la generación de mañana. Las generaciones del mañana exigirán justicia, educación, oportunidades, prosperidad. Ser audaz es adelantarse medio siglo. Es levantarse de las poltronas y caminar hacia un destino. Hacia un orden nuevo. ¿Peligros? Muchos. Cuesta mucho construir una catedral. Cuesta mucho renovar una patria. La democracia cuesta.

Recibí un correo que pregunta: ¿Están locos los mexicanos? En un país que se dice democrático el candidato que gane la elección es el presidente, independientemente del partido a que pertenezca, y los ciudadanos que no hayan votado por él, gústeles o no, deberán respetarlo como jefe supremo de gobierno.

democracia mexicana
Imagen: Horizontal MX.

Nos acostumbramos a culpar al presidente en turno por las circunstancias del presente: estar como estamos y de ser como somos. Yo no creo en las circunstancias. Benito Juárez, el benemérito de las Américas, se desarrolló en las peores circunstancias. Las personas que salen adelante en la vida son aquellas que se levantan de las poltronas y encuentran las circunstancias que desean y, si no las encuentran, las crean.

La decisión es de todos los mexicanos. Aun de los niños. O salimos o nos hundimos. Nos solidarizamos con la patria o volveremos a ser colonia. Ni las dádivas ni los préstamos nos salvarán, y mancos no estamos. ¿Por qué esperar que vengan a hacer otros lo que podemos hacer nosotros mismos?

Nada ni nadie puede resarcir el dolor ocasionado en el pasado; el pasado no tiene cómo ser cambiado. La venganza, el odio o una actitud pesimista no podrán subsanar la desolación que en ocasiones experimentamos ante la complejidad del presente. Rescatémonos hoy…el futuro aún no nos pertenece.

En el campo de batalla de la supervivencia nacional no hay que buscar aliados sino nuestra propia fortaleza. Decidirnos -de una buena vez- a no dejar para mañana o a otros lo que podamos hacer nosotros hoy; y hacerlo a nivel de excelencia, esto es, hacerlo bien a la primera intención.

Aseguran los sociólogos que las personas se dividen en tres grupos: las que dicen: “sí, pero”, las que dicen “ahora no” y las que responden a los retos con un “¿por qué no?” Estas últimas son las que mueven el mundo.  “Cuando el poder del amor sea más grande que el amor al poder, el mundo conocerá la paz”, decía Jimi Hendrix.

San Francisco de Asís aseguraba: “Empieza por hacer lo necesario, luego lo que es posible, y de pronto te encontrarás haciendo lo imposible”.

Sabemos que la dirección del viento no se puede cambiar, pero sabemos también que será necesario ajustar nuestras velas para llegar a nuestro destino. Porque en este tiempo de intensa crisis nacional, el que no construye, destruye. El que no recoge, desparrama.