Ya merito

La semana pasada en tres actos

Lectura: 4 minutos

En el país del chiste tenemos diversas formas de contar uno. Entre ellas, está la estructura aristotélica de la obra en tres actos y su variación, en un solo acto, pero con tres personajes. Entre esos chistes hay uno que se pregunta cuál es la diferencia entre un japonés, un estadounidense y un mexicano que van manejando su coche y escuchan un ruido: el japonés se baja a arreglarlo, el estadounidense tira el coche y se compra uno nuevo más grande y el mexicano le sube a la radio. Chistes de idiosincrasia y de arquetipos, pero la semana pasada le subimos a la radio.

El lunes despertamos con la noticia de un tráiler (luego supimos que eran dos) cuyo contenedor transportaba por Guadalajara a 140 cadáveres (luego fueron 200, 263, 300…). Como una nueva versión de Jeepers Creepers, los camiones deambularon por las calles, pero uno se descompuso, tuvo que estacionarse, hasta que los vecinos se quejaron del olor. Después, Songo le dio a Borondongo / Borondongo le dio a Bernabé y llegó la subida del radio. Nadie se hizo responsable del asunto. El gobernador dijo que “en verdad, en verdad les digo” que no sabía nada del caso. Corrió al encargado del SEMEFO, luego al fiscal y “ahora sí iban a construir lugares más grandes para guardar los cadáveres.” A la prensa del país de las fosas comunes y de los forenses rebosantes le interesó mucho el tema. Investigó, presionó y obligó al gobernador a prometer cosas. Luego, las lluvias en Sonora obligaron al futuro presidente a esperar cinco horas en el aeropuerto de Ciudad Obregón y empezaron los debates supremos sobre los temas de seguridad nacional y le subimos a la radio.

Jalisco
El tráiler que fue usado como morgue en Guadalajara, Jalisco (Foto: Reuters).

Lo bueno es que el país no para. El fin de semana apareció un video de una pareja furiosa que machacaba a patadas y con un bate de beisbol a un ambulante vendedor de helados, quien cometía la osadía de ofrecer sus productos junto a un bar en Satélite, del que la pareja es socia. Sin la grandeza dramática de Robert de Niro en Los intocables de Brian de Palma, los golpeadores defendían sus intereses ante los gritos de “¡Déjalo, lo vas a matar!” de los testigos. Este video corona una serie de intentos de linchamientos (Álvaro Uribe en El atentado nos dice que debería escribirse con “y”, en honor a los Lynch que dieron origen a la palabra), que han tenido lugar en los últimos días en México. En el país donde todos somos culpables con la obligación de demostrar lo contrario, la barbarie judicial se quiere convertir en barbarie por su propia mano. La policía está rebasada (o es insuficiente o está cooptada o le sube al radio) y los ciudadanos erigidos en la Corte Suprema de Justicia (en las redes sociales), ahora quisieran ser policías en las calles.

violencia
Agresores del vendedor de helados, difundidos en redes como #LordMaestroLimpio y #LadyBat, Ciudad Satélite (Foto: Youtube).

Lo bueno es que el domingo nos obligó a pensar en algo nuevo. Unas horas antes del “clásico norteño”, a diez kilómetros del estadio (las autoridades se han empeñado en que no olvidemos ese dato), aficionados del Monterrey armaron una batalla campal contra los de Tigres. En los videos vemos a unos persiguiendo a los otros, una camioneta de la policía que prefiere huir (claro, eran tres contra 40), un coche que entra para atropellar personas con camisetas amarillas (como si fuera una escena de Duel de Steven Spielberg) y un muchacho que tropieza para que la horda aproveche ese traspié y lo machaque a golpes. Ahora, ese joven sigue en el hospital, pero el partido no se suspendió, los equipos dicen que están dispuestos a colaborar en el combate de la violencia, a pesar de no tener nada que ver con el problema, la liga dice que hará un nuevo reglamento en el que planea controlar a los medios de comunicación, estos se sienten aludidos y entonces se dedican a demostrar que no tienen nada que ver con la violencia. En realidad, ninguno tiene que ver y, según los discursos, ni siquiera los directamente involucrados. Y es cierto, como dijo Zygmunt Bauman, la violencia actual no es una anomalía de la modernidad, es un sistema y todos formamos parte, aunque quisiéramos demostrar que no.

futbol
Encuentro entre Tigres y Rayados, posterior a la pelea entre barras de ambos equipos que dejó un lesionado grave, septiembre 2018, Monterrey (Foto: Imago7).

La semana culminó como empezó. Las historias, en las tres ciudades más grandes del país, ni siquiera se distinguen de la violencia imperante. La semana pasada, en tres actos, dialoga con las otras en el sistema que hemos creado y que ya dejamos de ver. Mientras tanto, le seguiremos subiendo a la radio.

17 años después

Lectura: 3 minutos

Mis apellidos y mi cara de cedro libanés perdido en el desierto de Lut, en combinación con mi pasaporte mexicano, han generado toda clase de situaciones en los aeropuertos internacionales, sobre todo en los del país vecino. Perdí un vuelo sentado en un túnel junto a contrabandistas tunecinos en París, porque los agentes no creyeron que nadie me había ayudado a la hora de hacer mi maleta; cuando la mamá de un amigo me pidió que llevara un violonchelo no pudo imaginar que en la escala de Nueva York, la brea del arco me relacionara con el tráfico de drogas; y, en España, un agente migratorio luchó con la idea incomprensible de que un Azar Manzur tuviera un pasaporte mexicano, discusión que sólo pudo detenerse cuando me inquirió si no traía bombas y le pedí que me revisara, incluso las muelas. Dicha respuesta lo convenció de mi nacionalidad. En Nueva York tuve que ir a rasurarme al baño de la terminal aérea ante el convencimiento del agente migratorio de que yo no era el mismo que aparecía en el pasaporte. En Frankfurt, los integrantes de la compañía de teatro con los que iba apostaban para ver si me detenían en alguna revisión aeroportuaria y a mi hermana, en Atlanta, sin que yo viajara con ella, la detuvieron y, en el cuartito de los acusados, le preguntaron por qué yo no me había casado.

Mi relación con los aeropuertos ha sido una mezcla de una película de Peter Sellers (entre Dr. Strangelove y What’s up Pussycat) y El expreso de medianoche. Sin embargo, después del 2001, más bien siento que me persigue Jack Bauer cada 24 horas. Si antes de la caída de las torres gemelas, pude detener la discusión con el agente aduanero que quería saber por qué era yo estudiante con un “para no ser agente aduanero”, me queda claro que dicha respuesta hubiera dado lugar a una ida al cuartito después del 2001. Si antes de ese 11 de septiembre podía compartir la mesa de comida con la esposa de un primo, después, ella no tardó en anunciar que me bajaría del avión si nos encontráramos ahí.

revisiones
Foto: www.photolari.com

Pero más allá de esta perorata lastimosa de mi relación personal con los aeropuertos, la relación de todos con la seguridad ha cambiado. Acabamos de cumplir 17 años del día que acrecentó nuestro miedo y que puso un punto y aparte en las relaciones internacionales. A medida que se ha hecho más sencillo moverse por el mundo, más sospechosa se ha convertido nuestra convivencia. Esta paradoja se vuelve más profunda cuando tratamos de saber si luego de la caída de las torres gemelas hemos sido capaces de sentirnos más seguros. No. ¿Nuestras políticas de contra el terrorismo han logrado menguar su mensaje y su fuerza? Tampoco. Si bien los escritores se lanzaron inmediatamente a tratar de darle forma a la tragedia (gran ensayo el de Martin Amis e inolvidables novelas las de Safran Foer, de Don DeLillo y de Frédéric Beigbeder), las políticas se han enredado en fracasos y en radicalismos que impiden proceder a encontrar una solución.

Se sabe que el terrorismo no sólo no se ha controlado, sino que ahora es más fuerte, aunque la mayor parte de sus ataques se concentren en los países de origen, como Siria y Afganistán. En 2002 se había capturado un tercio de los líderes de Al Qaeda y, aun así, su presencia ha crecido. Si oímos los discursos de los grupos terroristas actuales, notamos cómo se han radicalizado y cómo dicha radicalización ha encontrado eco en muchas personas. La guerra contra el terrorismo es un boxeo de sombra contra un enemigo disperso alimentado de valores trastocados que puede ser nuestro vecino. Bombardear los países de origen como respuesta a los ataques terroristas ha dado el mismo resultado que el de tratar de apagar un incendio con gasolina. Más allá de las teorías de conspiraciones incapaces de aceptar que en la vida hay circunstancias y casualidades, estos 17 años han girado el curso de la historia.

Sin embargo, los resultados electorales de los últimos años y los discursos políticos que han tenido eco en los votantes no parecen indicar que éste sea el momento de cambiar el curso de las políticas. Quince años después del final de la Primera Guerra Mundial subió Hitler al poder. Quince años después del 2001, los discursos radicales llegaron al poder. ¿Tendremos tiempo?

La divina Suzanne Lenglen

Lectura: 3 minutos

Nacida en 1899 y fallecida en 1938, esta tenista francesa representa una ruptura importante, en un deporte que se ha resistido al cambio de manera obsesiva. Lenglen fue la primera mujer en convertirse en tenista profesional, gracias al dominio que impuso en la década de los veinte. Apodada “La divina” por los periodistas franceses, un apodo compartido con Sarah Bernhardt, esta tenista se asoció con el diseñador de modas Jean Patou para que le confeccionara ropa que facilitara su juego. Las tenistas de esa época tenían la costumbre de jugar con grandes faldones hasta el tobillo, llevaban corsé y saltaban a la cancha con sombrero. Los faldones complicaban el movimiento y Suzanne Lenglen propuso el cambio descarado, atrevido, de subir la falda hasta media espinilla, quitar el corsé y abandonar el sombrero, además de usar camisas sin mangas a fin de liberar los brazos y controlar mejor la raqueta. Tal atrevimiento provocó el desaire de la digna sociedad tenística de la época.

tenis
Suzanne Lenglen modelando un diseño de Jean Patou (Foto: Hulton Archive).

Integrante de la generación Flapper, término que servía para indicar a las mujeres que se vestían con faldas entablilladas y cortas, no usaban corsé y llevaban un peinado especial (corto y teñido de negro o de rubio platinado) que las definía como grupo. Como las actrices Louise Brooks y Clara Bow, Suzanne Lenglen formó parte de esta generación. Además de la vestimenta, las mujeres de la generación Flapper bebían licores fuertes (una confrontación a la época de la prohibición), fumaban con largas colillas, oían jazz y manejaban coches y motos a gran velocidad, actividades propias de los hombres.

Aunque el modo de vida Flapper no pudo trascender la crisis de 1929 y sus costumbres hedonistas no encontraron espacio en las estrecheces económicas de los treinta, la declaración de principios marcó el verdadero inicio del siglo XX y un cambio en las relaciones humanas.

generación flapper
Louise Brooks (1906 – 1985) (Foto: https://heartheboatsing.com).

Cuando Suzanne Lenglen decidió transgredir el modo de vestir de las tenistas, se convirtió en la representante del cambio en términos de la situación femenina en dicho deporte. Sin embargo, fue ampliamente denostada, el apodo de “la divina” pasó a ser el de “Diva prostituta”, sobre todo cuando fue la portada de Vogue en 1926. Ante el rechazo generalizado, acentuado por no querer jugar dos partidos el mismo día (uno de singles y otro de dobles) en Wimbledon, a pesar de la presencia de la reina, la llevó a convertirse en la Fille terrible del tenis de esa década y a retirarse pronto. Unos años después, a los 39 años, murió de Leucemia.

En 1997, sesenta años después de su muerte, el Abierto de Francia decidió nombrar la segunda pista del estadio Roland Garros con el nombre de Suzanne Lenglen. En honor a su palmarés, pero, sobre todo, a ser la punta de lanza del cambio en un deporte que le ha costado tanto cambiar.

En 2018, Bernard Giudicelli, organizador del torneo francés calificó de inaceptable un traje que Serena Williams usó en un partido. El traje, confeccionado por Nike, es completo, de licra negra (como el que usaba el nadador Ian Thorpe, salvo que sin la gorra de nado), y que responde a una circunstancia médica. Tras nueve meses de ausencia en las canchas, debido a un embarazo de alto riesgo, Serena Williams presentó algunas complicaciones médicas, como la formación de diversos coágulos. En respuesta a dicho estado, la empresa de la paloma diseñó este traje completo para la tenista estadounidense. Sin importar las razones médicas, el organizador francés dijo que “hace falta respetar el deporte y el lugar” y que, por lo tanto, el traje de la hermana menor de las Williams no recibiría el permiso del torneo.

tenista
Serena Williams en Roland Garros usando el traje posparto, junio 2018 (Foto: Gonzalo Fuentes/www.lavozdegalicia.es).

Veinte años después de que el torneo francés entendiera la importancia de la lucha por la libertad que llevó a cabo Suzanne Lenglen, Serena Williams no recibirá el permiso de jugar en un torneo cuya segunda cancha en importancia lleva el nombre de la tenista francesa.

Las necedades cíclicas de la historia.

Los celulares en las escuelas

Lectura: 3 minutos

Para Andrea y nuestra RIE.[1]

En concordancia con una promesa de campaña del presidente de Francia, Emmanuel Macron, el parlamento francés acaba de anunciar que se prohibirá el uso de los teléfonos celulares en las escuelas públicas francesas. A pesar de que la oposición consideraba inútil discutir este tema (sic), el parlamento francés anunció en junio que, a partir del siguiente ciclo escolar, los teléfonos celulares no podrán llevarse a las primarias, secundarias y preparatorias del país. Aunque muchos países han promulgado leyes para limitar el uso de dichos dispositivos, con este anuncio, Francia se ha convertido en el primero en alcanzar la prohibición.

Emocionado por la noticia, el Ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanquer, en plena exaltación se atrevió a calificar el texto como una “ley para el siglo XXI y una respuesta franca a la revolución digital”. La ley responde a la preocupación de los padres, afligidos porque sus hijos pasan horas mirando las pantallas de sus teléfonos (a pesar de haber sido ellos los que compraron dichos aparatos) y, sobre todo, por el aumento de los casos de acoso a través de la red.

Una vez más nos parece que la mejor manera de responder algo que no entendemos (o no podemos controlar) es prohibirlo. A todos nos queda claro que resulta sorprendente el desarrollo que han tenido, por ejemplo, los automóviles en los últimos 40 años. Si vuelve a nuestra mente el inolvidable AMC Pacer, que en 1979 se atrevió a desafiar las fronteras de lo estético para rozar las posibilidades de la cacofonía visual, en nada se parecen a las computadoras rodantes de hoy; si pensamos cómo han evolucionado los teléfonos celulares en los últimos 15 años, observamos con sorpresa que tal nivel de desarrollo bien merece una prohibición; si los refrigeradores son capaces de enviar un correo electrónico al supermercado cuando descubren, ellos mismos, que falta leche deslactosada, y si los hornos de microondas pueden recibir un mensaje de nuestro teléfono inteligente (justo después de salir de la escuela, claro está), ¿por qué los salones de clase no han podido cambiar en 150 años?

wifi
Foto: http://www.sdintelligence.info

A duras penas se han atrevido a eliminar (no siempre) la insultante tarima que anunciaba que el catedrático se encontraba un escalón por encima de los alumnos. Hace poco, en la revista en la que soy corrector de estilo, un maestro de contabilidad se sorprendía de la manera en que la educación se ha modernizado porque ahora ya podíamos encontrar aparatos modernos como los proyectores en los salones de clase. Si las personas que asisten a esos salones se han podido adaptar (“a huevo y a mendrugo”, como dijera Francisco de Quevedo) a la velocidad de la modernidad, por qué los agentes responsables de la educación (tanto maestros y directivos, como padres y funcionarios) pretendemos educarlos en el pasado.

Hace unos años circuló por la red una carta de un maestro universitario en Uruguay (Leonardo Haberkorn) en la que anunciaba cómo arrojaba la toalla, derrotado por los celulares, WhatsApp y Facebook. Dicha carta (convertida en carne de mensajes comunitarios en WhatsApp) conmovía hasta las lágrimas una visión del pasado que creía que el alumno debía atender por principio al maestro y no se preguntaba qué había dejado de hacer dicho maestro para que las pantallas fueran más interesantes que su clase.

Ya lo dijo Ken Robinson en esa charla de TED que se convirtió en viral (parece que las palabras sí se adaptan a los cambios), la educación debe abandonar su ideal de convertir a todos en doctores universitarios porque la realidad nos ha rebasado y los maestros (así como los sistemas y los programas) no hemos sabido incorporarnos a esos cambios. De la misma manera que el salón de computación de las escuelas tiende a desaparecer porque las computadoras estarán en cada salón de clase (en México, gracias a los goles de Oribe Peralta y André Pierre Gignac), no debemos creer que prohibiendo seremos capaces de entender la actualidad. Los celulares pueden ser una TIC profundamente útil para el maestro, pero es necesario comprender que las personas que tenemos frente a nosotros son distintas y, por lo tanto, el proceso educativo debe serlo también. Si no lo hacemos, caeremos en el riesgo de salir de esa línea y, como dijera Hawthorne, de convertirnos “en los parias del universo”.

[1] Revolución de Ideas Educativas (RIE).

La ciudad de los palacios…

Lectura: 3 minutos

108 centros comerciales nuevos se construyeron en la Ciudad de México durante el sexenio de Miguel Ángel Mancera108. Ciento ocho nuevas posibilidades de las mismas tiendas telefonía celular, de ropa interior, de camisetas deportivas, de accesorios para el cuerpo, de los mismos circuitos para comer glutamato monosódico, de las mismas salas de cine. 216 (o 324) nuevas posibilidades de un Starbucks. 108 por 12 salas de nuevas posibilidades de ver Avengers, La era del hielo o Rápido y furioso (Cinemex y Cinépolis representan el cuarto mercado de exhibición cinematográfica del mundo con la venta de 200 millones de boletos anuales, pero ése es tema para otra columna). 108 nuevas posibilidades de abandonar a los adolescentes a la seguridad de unos muros rodeados de tiendas para que den vueltas o de pasear con la gran familia mexicana los domingos antes de comer (o después). 108 nuevas opciones para entorpecer el tránsito, para construir en cañadas, para edificar vueltas en “U” innecesarias, para suspender el paisaje citadino con un nuevo OXXO. Ciento ocho.

No pretendo convertirme en el globalifóbico que busca derrocar las estructuras dominantes, ni revertir esta tendencia. Yo sé que hay una solidez económica que sostiene tal sobreproducción, pero no se trata de eso sino del proyecto de ciudad que nos gustaría plantear. ¿De verdad necesitamos un Panda Express más para seguir mancillando la comida china? ¿De verdad requeríamos un Cinépolis al otro lado de la calle porque el de la acera de los números pares era insuficiente? ¿De verdad quisiéramos dejar de ser “La ciudad de los palacios” para convertirnos en “La ciudad de los Palacios de Hierro”?

centro comercial
Portal San Ángel, Avenida Revolución, Los Alpes, CDMX (Foto: MRP).

“Salir, andar por la plaza, pues vuestra beldad loada/aquí entre estas paredes no os aprovechará nada.” Le recomienda la Trotaconventos a Doña Endrina en El libro del buen amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Y parece que esta idea la llevamos en el corazón. Ya la relató Hernán Cortés en la Segunda Carta de Relación, en la que cuenta cómo la gente se reunía en el mercado de Tlatelolco para pasear o para compartir alguna bebida sentados, con la sola intención de ver el prodigioso espectáculo de la gente. La demuestra el Parián que, hasta el siglo XVIII, coronaba el centro del zócalo de esta ciudad. La posibilidad de reunirnos en las plazas comerciales es larga y convive con nuestra cultura, tanto que, cuando le pedí a mis alumnos de secundaria que fueran a la Plaza Luis Cabrera de la Roma, como uno de los puntos donde sucede Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, la mayor parte de ellos, en su crónica, se quejó que dicha plaza era un parque y no un centro comercial.

Tanto el sismo del pasado 19 de septiembre como el derrumbe reciente de la terraza en el Pedregal, vuelven a poner sobre la mesa la necesidad de discutir qué ciudad quisiéramos. No sólo necesitamos reglamentos más precisos y que se lleven a cabo, es preciso pensar qué ciudad queremos, cómo pretendemos que detenga su crecimiento desmesurado, cómo recuperar espacios que formaron parte de su historia y que ahora son polvo, como la representación certera del estado fallido. La respuesta contemporánea a la historia de nuestra ciudad no puede ser la reproducción irrefrenable de centros comerciales.

En Chile el proyecto Biblioteca Viva logró colarse a los centros comerciales y al congreso local para instaurar una ley en la que se obligaba a los centros comerciales nuevos a ceder un espacio para instalar una biblioteca pública. En ella habría espacios dedicados a los niños y a los jóvenes para que incluso puedan servir de guarderías. El proyecto ha crecido y se ha reproducido en ciudades de Sudamérica y de España. Si hemos perdido espacios verdes (la OMS recomienda 9 m2 de espacios verdes por habitante y la CDMX apenas ofrece 3.7 m2), por qué no legislar para que cada nuevo centro comercial ceda espacios de recuperación ecológica, humedales, jardines, espacios de convivencia vegetal o cultural y no sólo comercial.

Tenemos esos nichos de oportunidad y muchos más. Ante la realidad obsesiva, hay mucho que hacer. No se trata de favorecer sólo la voracidad de los dueños y su urgencia de recuperar lo invertido, se debe pensar en todas las posibilidades que nos ofrece un amplio espacio público. Si hemos perdido parques, si hemos construido ratoneras sin pulmones y corazón (como Santa Fe), si hemos olvidado la dimensión humana de nuestros espacios, es fundamental repensar la ciudad en la que queremos vivir.

Evitemos que la ciudad se nos escape de las manos, pero, sobre todo, del corazón.

El concierto equivocado

Lectura: 3 minutos

Maria Joao Pires, una pianista portuguesa extraordinaria, empezó su carrera alrededor de los conciertos para piano de Mozart. Los 27 conciertos de este compositor representan un punto de inflexión en la historia del instrumento y la puerta para el estallido pianístico que significó el siglo XIX y el Romanticismo. Es más, Mozart concibió los conciertos como un entramado entre la orquesta y el solista, en la que la voz del solista se complementa con las otras voces, a diferencia de los conciertos románticos, en los que el instrumento principal se aísla para destacar por encima de la orquesta.

En YouTube se encuentra el video de Maria Joao Pires de un concierto en Ámsterdam en 1997. Riccardo Chailly dirigía la orquesta en esa ocasión y es él quien explica el video. Nos cuenta por qué presentaban un concierto de Mozart junto a una sinfonía de Mahler, pero, sobre todo, dice que la gran pianista esperaba tocar el concierto 21 de Mozart en do mayor, cuando escucha que la orquesta empieza a interpretar el concierto 20 en re menor. En el video vemos el rostro aterrado de la pianista y trata de decirle al director que no es el concierto que traía preparado. En ese momento sucede algo sorprendente: el director decide no detenerse y sigue con el concierto, mientras le dice a la solista que es una gran pianista, que se sabe el concierto 20, que lo ha tocado varias veces y que confía en ella. Entonces sobreviene algo profundamente conmovedor: vemos a Maria Joao Pires entrar en concentración tratando de recordar el concierto 20 y cuando le corresponde entrar a tocar, lo hace. Es profundamente emocionante. El video pueden encontrarlo en la liga siguiente, aunque lamentablemente no podemos ver el concierto completo, sólo el inicio:

Yo conocía solamente otro ejemplo parecido, pero con el gran violinista ruso Nathan Milstein. Se cuenta que había perdido el avión, que tuvo que tomar otro y que llegó a la sala de conciertos cuando la orquesta afinaba. Él pensaba que debía tocar el concierto de Beethoven, el cual inicia con una gran introducción orquestal de 61 compases. El violinista se dijo que, por lo menos, tendría ese inicio para recuperar el aire y tocar el concierto. Sin embargo, la orquesta empieza el concierto de Mendelssohn, cuyo inicio es de tres compases antes del ingreso del violín solista. Milstein escucha eso, levanta el instrumento y procede a tocar el concierto correspondiente.

¿Cómo es posible que suceda esto? ¿Acaso no ensayan antes de presentarse? Sí, pero sólo una vez porque los grandes solistas vienen de dar otro concierto un día antes y ensayan con la orquesta el mismo día. A diferencia de Nathan Milstein que perdió el avión, en este caso, el problema es que el ensayo era con público. La Concertgebouw de Ámsterdam le llama “Free lunchtime concerto”. Un ensayo con público, con boletos más baratos a la hora de comer, el mismo día de la presentación programada.

violinista Milstein
Nathan Milstein (1904 – 1992). (Foto: https://medium.com).

Además del prodigioso ejercicio de concentración y memoria de la pianista portuguesa, que sólo confirma la grandeza interpretativa de una de las mejores pianistas de los últimos años, vale la pena reflexionar acerca de la actitud del director. ¿Por qué no detuvo el concierto y explicó lo que pasaba? Porque sabía quién era la pianista que tenía frente a él y estaba al tanto de sus capacidades. ¿Por qué no le pasó la partitura que tenía frente a él? Porque hubiera creado un elemento de distracción en la solista y no hubiera podido controlar las fuerzas del concierto. Riccardo Chailly ejerció un liderazgo positivo desde el escenario y fue capaz de controlar la contingencia de manera cabal. A veces nos preguntamos cuál es la labor de un director de orquesta para en la tarima, moviendo las manos sin producir sonido alguno. Este ejemplo demuestra la fuerza y la necesidad de su labor.

Ejercer un liderazgo sin perder de vista el producto final resuena en nuestras cabezas. El director sabía que la pianista era capaz de llevarlo a cabo, pero ella estaba convencida que no era el director quien debía hacerlo. Sabemos que la jugada más importante es la que viene y no la que acaba de pasar. Sabemos que no es mala idea entregarle la solución al de enfrente. Sabemos que vivir pensando en el error nos arraiga a situaciones insalvables. Sabemos que somos el país de Huitzilopochtli y que nos encanta sacrificar a uno, sólo a uno. Sabemos que pensar en comunidad no es nuestro fuerte.

Tal vez no sea mala idea no perder de vista el ejemplo de este video.

El grito que nos define en México

Lectura: 4 minutos

A partir de la porra del Atlas que decidió dedicarle “puto” a Osvaldo Sánchez porque en el aquel entonces jugaba para las Chivas, la afición mexicana adoptó ese grito para convertirlo en un valor inevitable. En todos los estadios se oye continuamente (me ha tocado ver a personas que, en los estadios, están ausentes del juego y sólo esperan que el balón salga para gritar); el compatriotaje que vive en Estados Unidos lo grita también y cuando la afición mexicana invade las Copas del Mundo se oye en cualquier estadio.

En Brasil 2014 una organización que lucha contra la homofobia se quejó por el grito mexicano ante la FIFA y desde entonces, se han hecho diversas campañas publicitarias para erradicarlo (cierta amiga que trabaja en una agencia publicitaria me contó que sólo en su agencia se han llevado a cabo 12 campañas contra el grito y se han tenido que desechar porque no funcionan). Más allá de los esfuerzos de la Federación Mexicana de Futbol (FMF) por erradicarlo y la ayuda de los medios de comunicación, la FIFA nos ha impuesto multas y el grito sigue; ya se nos amenazó con sacarnos del estadio; se ha dicho que se va a establecer un trabajo policiaco para expulsar del estadio a quien grite y nunca permitirle regresar y nada; incluso ha surgido la idea absurda de que se castigará con puntos a la Selección Mexicana si se mantiene y lo seguimos gritando. Es tan absurdo que la Federación ha preferido tratar de convencer a la FIFA de que el grito no es homofóbico, con la seguridad de no ser capaz de erradicarlo.

Más allá de nuestra tendencia a luchar por cosas que no importan (porque las que importan nos generan gran angustia paralizante), resulta interesante preguntarnos por qué un grito tan simple, casi torpe, pero, sobre todo, esencialmente aburrido, lo defendemos como si defendiéramos la libertad, como si fuera una ideología. Parece que estamos dispuestos a morir antes que ceder la posibilidad de gritar “puto” en el estadio y sería bueno saber por qué.

grito de futbol en mexico

En cuatro años, el debate ha crecido. Si bien en 2014 a la Federación no le preocupó mucho el tema y buscó trivializarlo al decir que se trataba de algo inocente (y no homófobo) e identitario (“el relajo nacional, ya sabes”), el problema creció hasta que se salió de las manos. La impotencia discursiva de las campañas publicitarias se estrella contra quienes alegan que “lo que pasa en la cancha se queda en la cancha”.

Sabemos que “puto” quiere decir muchas cosas, tanto camarada homosexual, como culero y cobarde. Sabemos también que vivimos en un país que ha normalizado la violencia y que las estructuras invisibles han estructurado las relaciones humanas. Así como los tintes machistas han marcado nuestra realidad de tal forma que ni siquiera las ponemos en duda, el grito que nos define en los estadios es una prueba más de ese statu quo que no se quiere mover. Los insultos a los grupos vulnerables, aunque no se hagan con una intención discriminadora, alimentan un contexto de discriminación. Aunque se grite sin ganas de discriminar, hacerlo con un término tan cargado de connotaciones denigratorias, contribuye al ambiente de violencia normalizada en el país. Aferrarnos al derecho a defenderlo sólo marca el deseo de no pretender movernos del espacio en el que nos hemos instalado y que tanto ha regido las normas sociales en México. Jezreel Salazar dice: “La Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010 revela que cuatro de cada diez personas mexicanas no estarían dispuestos a permitir que en su casa vivieran personas homosexuales. La homofobia es una herencia cultural, pero su negación lo es aún más.”

No obstante, y como si quisiéramos gritarle “puto” al país que nos duele o al presidente que detestamos (no en vano tenemos la tendencia de calificar de homosexual a cualquier gobernante e incluso saber quién es su amante), el grito no parece detenerse. Parece que algo se ha unido en nosotros y se ha vuelto indestructible. Sería bueno saber cuál es la razón a fin de encontrar el camino para detenerlo porque claramente los intentos han sido vanos. Tal vez sea necesario resignificar el término, de manera derridiana, y que adquiera elementos distintos. No como lo ha hecho la comunidad negra en Estados Unidos con el término “nigger”, que ellos pueden usar pero que sigue siendo peyorativo si otra raza lo usa; más como lo hicimos con la palabra “chido” que pasó de ser discriminadora a ser algo positivo. Tal vez, pero es un camino largo y la larga tradición de discriminaciones en México no puede depender de eso.

Así que actuemos y hagamos conciencia, encontremos la forma de desaparecer ese grito, así como tantas cosas más en México. Las campañas electorales nos han demostrado la cualidad terriblemente clasista de nuestro país y la tendencia a la división social. Si algo hay valioso en el futbol es su cualidad de unificación (en la alegría o en la tristeza), a diferencia de las campañas que buscan dividir, casi por principio.

De la FIFA mejor no hablamos, preocupada por detener una homofobia, mientras organiza la Copa Mundial en un país con regiones que buscan hacer una limpia de homosexuales y, en cuatro años, en un país cuyas francas conductas discriminadoras se han convertido en política pública. Aun así, ése no es nuestro problema, nuestros problemas son otros.