La conciencia de la muerte

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Saber que han de morir, como perece todo ser vivo, es una característica distintiva de las criaturas humanas y es el conocimiento más grave y sombrío que posee cada uno de sus miembros. Este saber conforma la certeza de un final inapelable, pero, al mismo tiempo, fertiliza el valor de la vida, pues instiga a continuar bregando en un avance resuelto, aunque siempre incierto. La certeza cabal y asumida de morir empuja vivir vidas mejores, pues la inmortalidad significaría pérdida total de sentido y responsabilidad. La seguridad en la propia aniquilación es fuente de experiencias tan extremas en intensidad como polares en valor: el terror supremo, el más dulce consuelo, la negación más severa, la resignación más sosegada, la esperanza más desaforada. ¿De dónde viene y cómo se conforma este saber de la muerte que entraña o es componente central de la autoconciencia? Para empezar a abordar esta pregunta conviene revisar tres conjuntos de datos sobre la evolución de la especie humana y el desarrollo de sus vástagos: la conducta de duelo en ciertos animales, los antiguos ritos funerarios en los homínidos ancestrales y el progreso del saber de la muerte durante la infancia.

muerte de elefante
Conducta de atención y expectación de un grupo de elefantes ante el cadáver de un congénere (Imagen tomada de: Beyond the Dash).

Se ha observado que los elefantes muestran interés en los huesos de sus congéneres: los inspeccionan y acarician, los mueven y acarrean con la trompa; examinan detenidamente los cráneos o los colmillos y a los cadáveres de los recién muertos. Aunque sería aventurado inferir que los elefantes sienten pesar o angustia, parece permisible suponer que se trata de un rito funeral rudimentario. En este mismo sentido es relevante la observación realizada en los chimpancés estudiados en la región de Gombe en 1968. La caída y muerte accidental de Rix, un macho adulto, produjo una intensa agitación en la tropa: gritos, agresiones, cópulas. Al disminuir la conmoción, el grupo interrumpió su habitual desplazamiento y permaneció cerca del cuerpo el resto del día, mientras algunos individuos, en especial los familiares y cercanos a Rix, se acercaban al cadáver y lo observaban o lo tocaban suavemente. Este esbozo de rito funerario estipula una conciencia póngida de la muerte imposible de estipular en sus posibles contenidos y cualidades subjetivas.

Neanderthal
Reconstrucción del entierro de un Neanderthal en Chapelle-aux-Saints, Francia (Imagen tomada de Getty Images).

Hay evidencias de que los homínidos enterraban a sus muertos hace 120,000 años en la localidad de Atapuerca, España, y es posible que esta conducta se asociara al origen del lenguaje simbólico y a la autoconciencia. Hace 90,000 años los neandertales enterraban a sus parientes en posición fetal, los teñían con pigmento vegetal, los adornaban con flores y a veces instalaban huesos de animales y herramientas en sus tumbas. Este hallazgo sugiere que las formas de inhumación tenían que ver con creencias sobre la muerte, en especial de un ámbito y un destino ultraterrenos. Los primeros agricultores de todas las etnias estudiadas instalaban a sus muertos en cementerios y, como signos mayúsculos de creencias en un mundo trascendente se erigieron las pirámides funerarias de Egipto y Mesoamérica. Hasta tiempos recientes los pigmeos, los esquimales y los aborígenes de Australia evocaban, veneraban y conjuraban a sus difuntos, pues concebían un alma procedente de un mundo sobrenatural al que volverían después de la muerte.

Esta toma de conciencia acerca de la muerte en fases sucesivas se reproduce en el desarrollo del infante humano. Durante los dos primeros años de vida los críos no tienen concepto de la muerte y durante la adquisición del lenguaje entienden que algunas cosas, animales o personas, desaparecen y no regresan. Entre los tres y los cinco años conciben la vida y la muerte como estados alternados y compatibles. Los preescolares no creen que van a morir ni que la muerte sea irremediable o bien que es un evento accidental. A partir de los 5 años los infantes humanos van adquiriendo en etapas graduales un concepto más veraz de la muerte con sus cuatro rasgos terminantes: como un evento final, inevitable, universal y personal. La experiencia con animales o personas muertas, el perder seres amados y la cercanía de la propia muerte agregan a estos conceptos la aceptación lúcida y cabal de la realidad de la muerte.

muerte de atala
“El entierro de Atala” es una pintura neoclásica de Anne-Louis Girodet, realizada en 1808. Fue alumno de Jacques-Louis David y forma parte del romanticismo francés (Imagen tomada de @historiayarte).

La conciencia de la muerte adquiere una  faceta muy vívida y perentoria cuando se anuncia a una persona un final próximo e ineludible. La psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross describió cinco estadios por los que transcurre la conciencia una vez que se notifica al sujeto su fin próximo: negación, ira, regateo, depresión y aceptación. Otra vertiente de la conciencia ante la muerte es el dolor por la pérdida de una persona amada, el proceso desgarrador y restaurador conocido como duelo que entraña emociones demoledoras que requieren ser procesadas y rebasadas, aunque esto constituye uno de los retos más difíciles que enfrenta toda persona. En efecto: el duelo y el luto, cuando se viven con plenitud y prudencia, constituyen una transmutación de la conciencia que resulta en despedida, renovación del sentido y recuperación de la propia vida.

Me es inevitable reproducir aquí un doloroso soneto de Jaime Sabines ante su padre muerto:

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

Aunque vivimos de cara a la muerte, el tópico es angustioso e insufrible por lo cual acontece usualmente una represión y un olvido del terror de la muerte para poder funcionar en la vida. Más aún: para eludir el sentimiento de insignificancia y caducidad el ser humano imbuye de significado trascendental a instancias efímeras; ideologías, líderes, riqueza, premios, posesiones. En el primer párrafo de la introducción su libro sobre Los orígenes de la posesión, Philippe Rochat sorprende con el siguiente alegato:

“El tema (de la posesión) es la muerte. Saber que un día seremos desposeídos conforma nuestras vidas de maneras únicas (…) pues la desposesión es la contraparte necesaria de la posesión y sin la noción de pérdida no tendríamos la necesidad de controlar y apegarnos a las cosas como lo hacemos… Todo parece revolverse alrededor de saber nuestra inevitable desposesión.”

memento mori
Memento mori, “recuerda que has de morir” (Imagen tomada de Pijama Surf).

Si niegan, devalúan o soslayan a la muerte, los individuos y las sociedades se privan de una experiencia y una reflexión fundamentales sobre la vida y sus prodigiosas estelas. La conciencia ante la muerte es indispensable para una vida plena y reflexiva: memento mori (acuérdate que has de morir). En su polémico libro Némesis Médica, Iván Illich planteó reciamente que la muerte salga de su confinamiento médico, de su represión social y retome la dimensión pública y privada que le corresponde. Sin duda, restaurar y garantizar la dignidad de la persona al final de su existencia es una tarea imperiosa y requiere que ese trayecto sea reconocido como la culminación venerable de la vida y asegurar así la prerrogativa de la persona para lograr su tránsito más sereno posible: la agonía puede y debe convertirse en refugio y retiro.

El proceso múltiple que parte desde el instinto de conservación en los animales y los ritos funerarios de ciertas especies superiores, pasando por los milenios de evolución del entendimiento de la muerte en los humanos que se recapitulan en la infancia y se actualizan en la confrontación con la muerte, plantea que el entendimiento cada vez más profundo y cabal de la muerte constituye un acercamiento a los misterios de la autoconciencia, de la vida, de la naturaleza, del tiempo y del universo mismo. Si bien la vastedad de estos misterios desborda las precarias capacidades de comprensión del ser humano, el preocuparse profundamente por ellos enriquece su vida y su experiencia.


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