Evidencias del manejo de pandemias en la deriva de los tiempos
El 30 de octubre de 1918, El Nacional. Diario libre de la noche anunciaba con júbilo que ahora sí se podría asegurar que la lucha contra la influenza española había comenzado; en letras más pequeñas y con menos entusiasmo, el diario anota que esa lucha era obra de los particulares, aun cuando así no lo quisieran reconocer las autoridades de Salubridad.
La nota se acompaña de un recuadro que se titula “Las cifras fatídicas de actualidad”; la sorna se deja sentir en cada palabra: “He aquí los datos oficiales, conseguidos extraoficialmente, sobre la mortalidad causada por la Influenza Española en lo que va del mes actual”. En 28 días se contaban 796 defunciones. En artículos publicados recientemente se habla de cientos de miles de muertos. Se denuncia una reacción muy tardía del gobierno de Venustiano Carranza y una más timorata reacción del Secretario del Consejo Superior de Salubridad. Según el diario, el Dr. Edmundo G. Aragón declaraba que “No hay nada de interés que comunicar al público con respecto a la epidemia reinante y a las medidas tomadas para combatirla”. Al menos hemos ganado terreno en materia de acceso a la información.
La redacción de El Nacional denunciaba que hacía más de una semana que había venido incomodando a las autoridades de Salubridad a causa de su denuncia sobre el mal manejo de la epidemia: las medidas de profilaxis no parecían ser suficientes y, a ojos vistas, la enfermedad iba cobrando más y más vidas. “Ni se riegan las calles, ni se clausuran las escuelas, ni se cierran pulquerías, figones y cantinas a las 6 de la tarde, ni se establecen expendios de medicina, ni se retiran a los vendedores de frutos y comestibles callejeros…” Hacia fines de octubre, las autoridades de Salud en el país por fin habían tomado cartas en el asunto y había ordenado retirar todas las mercancías comestibles en estado de descomposición, descubiertas en manos de los comerciantes. Nótese que las medidas de higiene que demandaba la población no se centraban, como hoy, en evitar el contacto entre personas, sino que se focalizaban en la limpieza de las calles y en la desinfección de los medios de transporte.
Ante las medidas insuficientes dictadas por las autoridades, se organizaron juntas de vecinos en algunas colonias. El periódico, fiel a su misión de informar, publica las convocatorias, pues se desea que la asistencia sea copiosa (sí, en efecto, sin pensar en los riesgos de la propagación del mal). El periódico da también una lista de boticas que estarán en posibilidad de preparar recetas para enfermos pobres, anotando al calce de las mismas que se trata de un “pobre de solemnidad”. Esas cuentas se despacharían con cargo al Comité de Higiene, encabezado por el Doctor Agustín E. Vidales, quien hace el anuncio al diario.
Materialmente resultaba imposible calcular cuántos muertos habría a causa de la influenza española, debido a que las autoridades de salud no habían realizado operativos para visitar a los enfermos en sus domicilios, ni habían impuesto la obligación a los médicos de dar parte de la atención de contagiados al Consejo Superior de Salubridad. Los datos sobre enfermos atendidos fueron proporcionados por algunos médicos de manera voluntaria. Panteones como el Municipal de Dolores, el Español y el Francés declaraban haber presenciado una mayor cantidad de entierros en los últimos días, pero esos números, apenas especulados por la observación, no podían contrastarse con la estadística oficial.
Estamos hablando de otro México, indudablemente, pero el encabezado de El Nacional recuerda en mucho la situación que vivimos en la actualidad. Se lee, por ejemplo “Dar la mano al saludar es tentar a Dios”. En 1918, el país transitaba por una difícil situación económica, había sufrido hambrunas en años anteriores, la devastación propia de una guerra civil y por si fuera poco, el titular del Ejecutivo afirmaba que contemplar el confinamiento como medida era prácticamente imposible. Las víctimas de la influenza española, a nivel mundial, son estimadas en más de 50 millones de personas.
Hoy hacemos gala de otro aprendizaje. A más de cien años de aquella mortandad, tenemos refinadísimos medios para comunicarnos internacionalmente, estamos familiarizados en tiempo real con lo que sucede en otras partes del mundo y tenemos experiencia médica y evidencia científica que ayuda a mitigar los efectos de las pestes. Pese a que no se llega todavía a ningún acuerdo por parte de la comunidad científica respecto del tratamiento de la COVID-19 y a que todavía estamos a la espera de noticias prometedoras sobre las vacunas que se encuentran en diversas fases de desarrollo, son las acciones de la población civil, más conscientes y menos politizadas que las de las autoridades, las que pueden poner un cerco efectivo a la propagación de la enfermedad. Hoy como en 1918, la responsabilidad de la sociedad civil es la que puede hacer la diferencia.
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