Esta noche de diciembre, la Alameda Central parece un bosque tan profundo como oscuro. Cercada y cuidada por policías de mal humor, se encuentra libre de parejas caminando de la mano; adolescentes patinando o viejitos bailando danzón. No obstante, a un costado se alcanza a ver un Santa Claus, ¿será? Está menos regordete e, incluso su barba no es tan abundante. Pero… ¿traje rojo, cinturón y campana? ¡Sí es! Todo indica que se trata de un Papá Noel rebelde, que víctima de la pandemia de COVID-19 ha quedado sin renos, juguetes y hasta un par de kilos menos.
Aunque muchos pensaban que el 2020 terminaría con un final más feliz, el virus SARS-CoV-2 arrasó hasta con las celebraciones decembrinas. A unos días de la nueva declaración del semáforo rojo, los Santas y Reyes Magos, a excepción de Donovan, este año no llegaron a la Ciudad de México (CDMX).
Donovan da vida a Santa Claus en la entrada de un pequeño bazar instalado a lado de la Alameda Central. Sin un escenario y sin duendes de compañía, toca su campanita con la esperanza de que algún niño o niña le pida una fotografía a cambio de una cooperación voluntaria.
Este es el segundo año que el joven de aproximadamente 30 años de edad, se disfraza del señor de panza grande y barba blanca. A diferencia del diciembre pasado, no tiene ni gota de competencia, debido a que el Gobierno de la CDMX en coordinación con la alcaldía Cuauhtémoc decidió evitar las romerías navideñas.
Luego de seis horas de pie, Donovan comienza a ser solicitado alrededor de las 18: 00 horas del día. Sin embargo, son tan pocas las familias que pasan por la zona, que su mayor reto ha sido el de “aguantar” la espera.
“El reto más grande es el de aguantar a que alguien me pida una foto. Estoy desde la una y apenas como a las seis empezaron a llegar algunas personas”, señala el joven.
De acuerdo con el Santa Claus, todos los años, los artistas y fotógrafos comienzan a trabajar desde el 12 de diciembre para tener su estrellato hasta el 24. Así, deambulan no solo por el parque, sino que llegan al Monumento a la Revolución y sus calles aledañas, donde nacen entre la música, las luces y los juegos, las romerías llenas de espíritu navideño.
Y es que efectivamente, no solo la Alameda carece de esos chispazos blanquirojos. De hecho, todo el camino hacia el Monumento a la Revolución y, luego a la explanada del edificio de la demarcación Cuauhtémoc parece más triste y solo que nunca.
El diciembre de este 2020, las calles de Puente de Alvarado, Carlos J. Meneses, Luis Donaldo Colosio y Mina (todas pertenecientes a la colonia Buenavista) permanecerán vacías. En este sentido, no estarán presentes los más de 400 escenarios navideños, pero tampoco los puestos de comida y juegos mecánicos que llenaban de vida a la población asistente.
Al respecto, una señora dedicada a la limpieza del Monumento a la Revolución, advierte que tanto los Reyes Magos como Santa Claus se instalan año con año, a partir de la calle Puente de Alvarado hacia el metro Buenavista. Quien estuvo nueve meses en descanso por la presencia del coronavirus, explica que por lo visto en todo lo que resta del 2020, ni el Polo Norte ni el Oriente se harán presentes este diciembre.
“Allá se han puesto en los años anteriores, tanto los Reyes como Santa, a veces llegan hasta aquí, pero este año no hay nada”, comentó la mujer mientras barría la parte central del Monumento.
No solo los niños pierden la ilusión
La ausencia de Santas y Reyes no solo rompe con la ilusión de los niños que asistían por su típica fotografía. Todo lo contrario, parte la economía de grupos de artistas, fotógrafos y comerciantes que esperan con ansia la llegada de los eventos navideños.
Tan es así, que la semana pasada, decenas de Papá Noel así como Melchor, Gaspar y Baltasar, protestaron frente a Palacio Nacional. La Unión de Fotógrafos Cinco Minutos, pidió a las autoridades el permiso necesario para continuar con la bonita tradición, bajo la promesa de seguir con todos los protocolos sanitarios.
Por su parte, Guadalupe Castro Luciano, una mujer artesana del estado de Querétaro, hace un llamado al Gobierno de la Ciudad de México a fin de que dejen poner a los Santas o bien, envíen al Monumento a la Revolución un espectáculo llamativo. Esto sobre todo, porque desde que comenzó a vender el pasado miércoles en la explanada del recinto, la gente no acude a ver sus productos.
Lupita explica que las autoridades capitalinas les permiten colocar sus puestos de artesanías a lado del museo y mirador. No obstante, advierte que de nada sirve si no llegan familias al lugar.
“No hay nada de ventas, todo vacío desde ayer. Nos convendría que vinieran los Santas, que nos mandaran una verbena aunque sea pequeña, para que los niños vengan y vean lo que vendemos”.
Con la promoción de sus pulseras, comida, artesanías y semillas naturales, Guadalupe invita tanto a la gente como a la administración local a difundir el espacio que ocupa. Reconoce la gravedad de la COVID-19, pero también el gasto que implica asistir a un sitio donde se invierte más de lo que se gana.
¿Cómo llegaron los Santas y Reyes a la CDMX?
Resulta que desde la época del Porfiriato, la Alameda Central se convirtió en un lugar de comercio navideño. Sus andadores así como calles aledañas fueron puntos de venta de productos como heno, musgo, piñatas y hasta arbolitos.
Con el tiempo, el parque ubicado en el corazón del centro pasó a ser el escenario de artistas disfrazados de Santa Claus y de los Reyes Magos. Con diferentes escenografías, familias enteras acudían a fin de tomarse una bella fotografía con esos personajes que marcan la infancia de muchos niños de México y el mundo.
A partir de inicios de diciembre, era una tradición la puesta en escena de los Papás Noel que permanecen gustosos en la Alameda hasta la llegada de la Navidad. Luego de ello, les dejaban el protagonismo a Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes junto con su elefante, camello y caballo hacen felices a la infancia del momento.
No obstante, desde hace aproximadamente ocho años, las romerías navideñas cambiaron su principal locación. De estar por casi medio siglo en la Alameda Central, las decenas de artistas, fotógrafos, puestos de comida y hasta juegos de destreza, se mudaron a un camino que parte de la alcaldía Cuauhtémoc y llega hasta el Monumento a la Revolución.
Nace así, el punto en que el evento se convirtió en una mezcla perfecta de tradición y diversión. A lado de las escenografías de los típicos personajes navideños que cobraban hasta 120 pesos la captura del momento, no faltaban los juegos mecánicos ni los puestecitos de hot-cakes, elotes, garnachas y banderillas de fruta.
Ahora, a finales de noviembre, las autoridades capitalinas hacieron el llamado de la suspensión del festejo. Más aún, a partir del 19 de diciembre y hasta el 10 de enero, la CDMX permanecerá en semáforo rojo y con ello, únicamente seguirán funcionando las llamadas “actividades esenciales”.
El ayer y el ahora de la navidad
Cuando Crescencio García Palacios era niño acudía año con año a la Alameda Central. Acompañado de sus padres y su hermana mayor ‘Maye’, se emocionaba por acudir con Santa y en especial, con los Reyes Magos. La visita acontecía justo unos días antes de que los magos del Oriente llegaran a su hogar con su respectiva dotación de juguetes (uno por cada integrante del trío de magia).
Con apenas nueve años de experiencia, Crescencio pensaba que las personas con maquillaje, peluca y barbas falsas eran los verdaderos reyes. Pese a que veía a otros padres de familia con bolsas llenas de juguetes, nunca perdió la ilusión de acudir al parque central y tomarse una fotografía con Melchor, Gaspar y Baltasar, esos seres que le causaban tanta ilusión.
“Yo pensaba que realmente eran los reyes magos, no pensaba que fueran señores normales, era muy inocente”, dice Crescencio.
El contador que ahora tiene 64 años recuerda con cariño aquellos encuentros familiares que gozó durante su infancia. Incluso, pone de manifiesto que antes del 24 de diciembre, la Alameda Central estaba repleta de Santas que luego cedían su lugar a los Reyes Magos, mismos que permanecían hasta el 6 de enero.
Durante la niñez de Crescencio, la fotografía con el elenco navideño tendía un costo no mayor a los diez pesos. A ello se le sumaba, la golosina o antojito mexicano que no podían faltar en un mes tan lleno de esperanza como lo es diciembre.
Entre aplausos y con los ojos más brillantes que un par de diamantes, el ya padre de tres hijas expresa su emoción al contar cómo era la transición entre aquella visita a la Alameda y la madrugada del 6 de enero, cuando iba a la sala a ver qué regalos le trajeron los reyes. Comparte que fue un sentimiento que trasladó a Lili, Vanessa y Karla, quienes también en su infancia vivieron la temblorina e incertidumbre que ocasiona el saber si a lo largo de un año, te portaste lo suficientemente bien como para recibir uno o hasta tres obsequios.